Yo, definitivamente, soy un tío de monte, que es donde mejor me lo paso, más disfruto, más satisfecho me vuelvo a casa. Me encanta bañarme en el mar, puedo estar horas en el agua danzando con las olas como cuando era pequeño y no había quien me sacara en Deba o Saturraran. Y también, también, he disfrutado de lo lindo en el agua con mis críos, sobre todo viéndolos a ellos que lo hacían, la cara de gozo infinito del pequeño cuando las olas, mínimas, de esta mañana arremetían contra él, o la del mayor desafiando a su padre a ver quién de los dos era más hijo de puta y cala primero al otro con agua fría. Pero, es salir del agua y empezar a agobiarme lo indecible. No me gusta la playa, me molesta hasta andar por ella, tumbarme encima. No entiendo qué placer encuentra la peña en pasarse horas y horas tomando el sol tumbado sobre la arena. A mí hacer de lagarto me parece eso mismo: un retroceso en la escala evolutiva. Dicen que para ponerse morenos, que así lucen más guapos. Como si a todo el mundo le sentara bien la piel oscura, como si a cada persona no le hubiera dado ya la naturaleza el tono exacto para resaltar su belleza o lo que sea, como si la piel blanca, pálida y hasta sonrosada incluso, no fuera hermosa; a mí, desde luego, es la que más me gusta. Nada más grotesco, por otra parte, que esas personas de físico y rasgos del norte de Europa tostados como sardinas en barbacoa. Y luego el agobio de tumbarse en la playa rodeado de gente que no tiene otra cosa que hacer que hablar a voces para dar a conocer su estulticia innata, gente que o va a pasar el día para rellenarlo con la nada absoluta, a exhibir gimnasio o una operación de tetas e incluso a hablar por teléfono a gritos para que todo el mundo que la rodea se entere de que ese día van a reservar en un restaurante caro y que no sólo se lo pueden permitir sino que además han pedido calamares frescos, "¡pero frescos, eh, que yo te los pago!", y tres bogavantes para cuatro, y "ya si eso que la niña se coma una chuleta de ternera". Pasar la mañana tostándose al sol mientras los granitos de arena se te acumulan en las pelotas o en las orejas es algo insoportable. Ni siquiera la escusa de la lectura justifica tamaño sufrimiento, el periódico se te llena de arena, el sol te nubla la vista sobre el texto y, ya digo, siempre hay algún gilipollas que te desconcentra porque, por lo visto, es muy importante que se entere toda la playa de que el chaval ha leído no se sabe dónde que los esquimales tienen cien palabras diferentes para nombrar la nieve: "¿dónde coño ves tú nieve aquí, sopla..." Y lo peor viene luego cuando por fin te marchas, que los niños ya se han rebozado de arena lo suficiente haciendo sus castillos de lo mismo y hay que recoger todos los bártulos previo paso por la ducha donde por mucho que lo intentes no falla, siempre acabas llevándote media playa a casa entre los dedos de los pies, la entrepierna o los sobacos. Y ya si eso, una vez en casa, no te creas que ya has dejado atrás el mal trago, que te puedes olvidar del todo de la dichosa playa, qué cojones, eso tampoco falla, una vez en casa no tardas en descubrir que, mucha crema solar y mucha hostia, pero, tienes la espalda quemada, algo que no te pasa cuando vas al monte ni aún poniéndote en pelotas, a mí desde luego no.
viernes, 16 de agosto de 2013
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