Recién comido y todavía no he leído los periódicos que compro casi que por inercia, para amargarme la existencia y poco más, que soy muy sentido o casi. Y por eso, por eso casi también que me apetece más hablar de la ilusión que me ha hechoencontrarme a la mañana abierto de par en par El Portalón de Vitoria. Que ya era hora, coño, ya, de que dejaran a la vista del paseante, del curioso, siquiera para echar una mirada al interior, uno de los que probablemente podemos calificar de edificios más emblemáticos de Vitoria, la antigua casa de postas del XVI donde iban a parar todos los viajeros que paraban por la ciudad, como aquel papa al que le dieron noticia de su nombramiento justo al poco de arribar a la ciudad. Se trata, además, de uno los rincones de más genuino sabor medieval del casco viejo de Gasteiz, con la plaza de la Brullería, la Torre de los Anda, varios palacios como los de los Maturana o los Gobeo-Landazuri y la trasera de la catedral vieja completando un trazando sencillamente maravilloso. Y por eso, y porque el entorno siempre me ha parecido desaprovechado (esto es, para cualquier cosa que no sea el botellón de los yogurines en exclusiva), y a pesar de los establecimientos contiguos al susodicho Portalón, me ha entusiasmado ver abierto de par en par el viejo portón de madera que alberga ya desde hace décadas un restaurante (yo todavía me acuerdo de haber ido de pequeño con mis padres varias veces durante a saber qué aniversario e incluso cuando estaba Santxotena de cocinero, artista en entre los fogones y también con la madera, ahora tiene un museo en Arizkun, Baztán, dedicado a la memoria de la raza maldita de los agotes de la que desciende). El caso es que siempre me fascinó El Portalón por su historia, su ubicación, sus vigas centenarias, su suelo y muros de piedra y de alforja, y en general ese aire mágico o casi de fonda medieval que mal que bien se respira siquiera en su entrada. De cualquier modo, qué menos que abrir el portalón en cuestión para que la gente entre y admire el interior con la excusa de echar un pote en la barra, improvisada o casi, que han puesto donde antes estaba la recepción, eso y también para echar un vistazo en la bodega y sala de exposiciones de los vinos más reputados de la provincia y alrededores; pena que siempre sean los mismos por mucho que presuman de promover los caldos alaveses, qué pocas marcas que uno no pueda encontrar fuera o en cualquier otro establecimiento de la ciudad, dicho de otro modo, hay más mundo, más bodegas riojano-alavesas, tan dignas como únicas en su modestia, que las que te puedes encontrar en cualquier estantería de un supermercado, esto es, las de Luis Cañas, Baigorri, Artadi, Izadi, Valserrano y por estilo, ya nos entendemos. En cualquier caso, una forma como otra cualquiera de ampliar la oferta turística o así del casco viejo con su catedral, sus murallas, palacios, iglesias, torres, placicas, etc. Porque cuesta creerlo, sobre todo para los de aquí que tendemos a imaginar nuestra ciudad como un balneario a gran escala y con mucho jardín para sacar a sacar al perro, green total, oyes; pero, hoy la ciudad estaba a rebosar de turistas, esto es, tipos con la cámara fotográfica al cuello, tipos estirando el cuello hacia las fachadas y torres y mucho acento exótico. Así que qué menos que sacar a relucir los no por modestos menos lustrosos tesoros de la ciudad secularmente ensimismada, la que nunca gustó de mostrarse excesivamente coqueta no la fueran a confundir con lo que no era, receptiva para el turismo, casi que acogedora, como que me da a mí que si vas con cámara al cuello los camareros no te gruñen (de hecho he visto está mañana a un turista sacarle fotos a una bandeja de pintxos y el camarero, el lugar de gritarle que a ver si se los iba a estropear o algo por el estilo, hasta le ha sonreído, le ha hecho gracia, gracias por su visita, vuelva usted cuando quiera. Pues eso, cómo cantaba un entonces conocido grupo de aquí de casa: "nola aldatzen diren gauzak, kamarada! (¡cómo cambian las cosas, camarada!)."
lunes, 26 de agosto de 2013
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