miércoles, 2 de noviembre de 2011

CRÍO LOBO EN BILBAO



A Bilbao que hay que salir de casa como sea, que no se ponen poco espesos ni nada tus viejos con eso de tirarse los trastos a la cabeza en cuanto llevas un par de días en casa, a Bilbao que tu ciudad a los tres días ya te aburre, te agobia, a Bilbao que hace casi un año que no ponemos el pie, a Bilbao a pasar la mañana corriendo detrás de los críos por el paseo de la ría, a Bilbao que ya no parece Bilbao, al menos no ese otro Bilbao de tu juventud, sucio, triste y gris, jatorra de cojones, el Bilbao de la ría apestosa, del botxo bochornoso, de las broncas de los obreros de Euskalduna, de la escuela Elcano del amigo Patxi, de la asociación de academias, de los clientes más chulos que un ocho, a Bilbao como cuando ya no podías más y bajabas a tomar el aire, a oxigenarte de tu pequeña ciudad ensimismada y su peña enmohecida, de miras eternamente empequeñecidas, a Bilbao a callejear por sus siete calles, al lado de su mágnifico mercado de la Rivera, a la sombra de la universidad de Deusto, por donde Doña Casilda con sus estanques y hierbajos, a dejarse llevar por la Gran Vía y alrededores un día cualquiera de curro por la mañana, café de media mañana en el Iruña de Albia sin reparar en la estatua del chalado de Abando, a Bilbao a perderte entre la marabunta que hormiguea de aquí a allá como cuando bajabas cada mes para las cosas de la academia o a intentar apretarle los tornillos al cliente de una serigrafía con el único propósito de que te pagara unas camisetas o unos polos, a Bilbao para mil y una gestión a poco que te metas en fregados, a Bilbao de la mano de esa con la que no querías que te vieran por Vitoria, a Bilbao para citarte con vete a saber qué pava con la que anduviste de morreos por Dublín y te quedaron ganas de repetir, la que conociste en un cursillo, de vacatas, por Internet o a saber dónde, el mismo Bilbao al que los de tu ciudad se llevaban a otra de paseo después de decirle a la legítima, la novia formal o así, que ese sábado a la noche se quedaban en casa porque les dolía la cabeza y ya luego se tropezaban con ella en los pubes de Mazarredo acompañada de otro pavo, ¿no estabas enfermo o qué?, lo que no se sabe es si pasada la sopresa se líaban a hostias o se iban los cuatro juntos de parranda, lo único seguro es que alguién diría eso tan socorrido de que el mundo es un pañuelo, sí, claro, y Bilbao un mapamundi de mierda, en fin, a Bilbao de potes los sábados a la noche con los colegas, a Bilbao con tu actual pareja, la mujer de tu vida y bla, bla, bla, cuando todavía estabais como de novios y os ibais de cena y cubateo, a Bilbao que es como bajar al centro a perderse un rato, a Bilbao a tomarte unos txatos y comerte unos pintxos la mitad de grandes que los de Vitoria por el mismo precio, a Bilbao con la familia a disfrutar de la gran urbe del norte tan orgullosa de sí misma que ha sabido reinventarse con éxito, a Bilbao para respirar todo a lo grande, que lo tuyo es bien pequeño y casi todo el rato, a Bilbao para que en la sidrería Arriaga de lo viejo, en la que recalas solo porque es lo suficientemente grande para que te pongan al fondo y así no molestar excesivamente con los críos, te cravan dos menús de sidrería cuando sólo querías uno y el bacalao bien, pero los pimienticos tampoco estaban como para tirar cohetes, a Bilbao de nuevo a correr junto a la ría detrás de tus monstruos, a deslomarte en los columpios junto al puente del ayuntamiento, a echar de comer a las ranas de hierro del estanque del Arenal, a Bilbao que es víspera de Halloween y qué mejor ciudad que ésta para encontrarte con un fantasma, a Bilbao que ya es de noche y aunque no hay luna llena ha aparecido por sorpresa un hombre lobo que ya luego cuando lo he visto de cerca resulta que era un puto crío lobo, un medio lobishome, peor aún, era Matxin Otsoa.

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