lunes, 31 de octubre de 2016

¿LA NOVELA NEGRA UN GÉNERO EXCLUSIVAMENTE URBANO

                      (Reseña publicada en SOLO NOVELA NEGRA 2016/10/31)



         http://solonovelanegra.com/ladrones-de-estiercol-resena/

Una vez más ardía en deseos de reseñar en este medio la última novela de Nacho Guirado; uno tiene y debe ser fiel a los escritores que le hacen feliz y todavía más si encima son contemporáneos y cercanos, tanto en lo geográfico como sobre todo en lo literario. Ya lo había en anteriores ocasiones con No siempre ganan los buenos ( Ediciones B – 2206) No Llegaré Vivo al Viernes (Ediciones B – 2008), dos novelas negras que yo no dudo en calificar de deliciosamente clásicas, cada cual a su modo. Así pues, y confesando de antemano que cuando emprendí la lectura de Ladrones de Estiércol  Guirado (Editorial Milawaukee – 2016)  sin preocuparme en saber de qué iba la novela, algo que sólo se hace o hago cuando confías en el autor, esto es, que te da absolutamente igual lo que escriba porque lo que buscas es la voz, no el tema o género, lo que esperaba era una novela negra al uso; el título, no me lo negaran, parecía insinuarlo. Sin embargo, y aunque empieza con un robo, o lo que es lo mismo, arranca del modo más clásico en el género, presentando un crimen o hecho luctuoso para su posterior  resolución, eso es lo único con lo que esta novela flirtea con los cánones más estereotipados de la novela negra. De hecho, el propio Nacho Guirado ha comentado en más de una ocasión que no se considera un escritor de novela negra en exclusiva, que lo que de verdad le pone es frecuentar todo tipo de géneros o ninguno. A decir verdad, he leído por ahí que Ladrones de Estiércol es la primera incursión de su autor en el género humorístico, e incluso en el realismo rural o algo así. Lo que sea con tal de poder colgar una etiqueta para salir al paso a la hora de rellenar las notas de prensa, la crónica de la presentación de un libro, una entrevista con el autor y todo por el estilo.

Dicho lo cual, no me queda otra que abortar mi reseña de Ladrones 
de Estiércol para Solo Novela Negra. Debería o debo hacerlo por obediencia al director de esta revista que no hace mucho nos recordó, y con razón porque cada cosa tiene su sitio, que no atuviéramos a las reseñas de novelas negras y a ser posible también de la cosecha del año en curso. De ese modo, y aunque Ladrones de Estiércol es una novela que ha satisfecho una vez más y con creces lo que esperaba de su autor, para mí un delicioso bocado de realismo contemporáneo con una mirada tan tierna como irónica sobre el medio rural y en especial sobre las relaciones de pareja con uno de sus protagonistas en pleno intento por emprender una nueva vida tras un naufragio profesional, desisto de enviar una reseña a esta revista dedicada en exclusiva al género negro. Sin embargo, también veo que el autor presentó Ladrones de Estiércol en la Semana Negra de Gijón de este año y también en la última edición de Getafe Negro. Así pues, y aun manteniéndome firme en mi propósito de respetar las normas de la dirección de SOLO NOVELA NEGRA por mucho que otros utilicen criterios mucho más amplios en sus programas por la razón que sea, esto es, ignorante de si uno de esos criterios es acoger los nuevos trabajos de autores que han destacado en el género a modo de gratitud o por rellenar el programa a toda costa, no me queda otra que preguntarme por qué no podríamos emplazar también Ladrones de Estiércol en el género negro. ¿Tan estrictos tienen que ser los criterios que determinan si una novela pertenece o no a tal o cual género? ¿Quién establece esos cánones después de que en los últimos años, y acaso como respuesta a anquilosamiento que sufría el género, la mayoría de autores “negros” se los hayan saltado a la torera con la excusa de la experimentación para abrir nuevos caminos? ¿Acaso no estamos en la época de la “transversabilidad” como palabro de moda, no puede una novela pertenecer a varios géneros a la vez, o es que si lo hace ya no pertenece a ninguno?

A decir verdad, la novela de Nacho Guirado me anima a plantearme una vez más mi duda, cuando no recelo puro y duro, acerca de los a veces extremadamente estrechos y prejuiciados criterios que los entendidos del gremio utilizan para colocar el marchamo de negra a una u otra novela. Y me lo planteo sobre todo para lo que tiene que ver con la novela de trasfondo rural cuando ocurre un crimen en ésta o se desarrolla en un ambiente sórdido de mucha violencia y con muchos y variados comportamientos delictivos. Lo hago porque tengo la sospecha de que para muchos la novela negra es un género exclusivamente urbano, motivo por el que hoy en día, y por mor de abrir el género a otras narrativas que no tengan como único objetivo la resolución de un crimen tal y como nos tienen acostumbrados los pioneros americanos que todos ya sabemos y por eso huelga citarlos, parece, o más bien está ya comúnmente aceptado, que toda historia que se desarrolle en terrenos de la delincuencia o la marginalidad, en la violencia como norma o siquiera como protagonista, todo aquello que venga acompañado de un halo de sordidez o mal rollo con final gore al canto, va de cabeza al saco de lo negro. Pero claro, ese parece ser el criterio siempre y cuando la historia transcurra sobre el asfalto y el hormigón, porque si hablamos de una historia con un cadáver abatido a tiros por el sicario del señor posfeudal de una pequeña pedanía gallega como resultado de las pasiones desatadas a su alrededor, estamos hablando de una novela naturalista y de época como Los Pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán. Y si hablamos de una historia protagonizada por seres marginados en un entorno sórdido, truculento por momentos y donde las escenas de violencia extrema son frecuentes, pero que sin embargo trascurre en el mundo rural de Extremadura, entonces estamos ante la obra cumbre del tremendismo de Cela en su La Familia de Pascual Duarte y no delante de una novela negra de Juan Madrid, Carlos Zanón, Andreu Martín y por el estilo. Incluso si seguimos las correrías de un quinqui adolescente que vive de perpetrar pequeños robos y es acosado sin cesar por la Guardia Civil hasta su trágico desenlace final,  pero todo esto ambientado en los montes de León, no tendremos una novela negra de Paco Gómez Escribano o Alexis Ravelo sino el Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera de Ramiro Pinilla. Incluso podríamos traer a colación Intemperie de Jesús Carrasco, uno de los últimos hitos literarios de la literatura española, una historia que a mí se me antoja un exquisito western contemporáneo en pleno páramo extremeño, y que siendo como es el relato prolijo en metáforas y un ejemplo del puntillismo descriptivo bien podría haber pasado, de no transcurrir todo el rato a la intemperie, en una de las historias del también prolijo en metáforas y aficionado al puntillismo descriptivo Montero Glez o cualquier otro de los que dicen que para ellos el género negro es una escusa como otra cualquiera para hacer literatura de altos vuelos. Sin embargo, todos sabemos que no se pueden considerar ninguna de las obras antes citadas como ejemplos de novela negra, que insinuarlo como yo hago puede que hasta raye la blasfemia para los que hacen de la cosa de las letras una especie de sacerdocio o la asumen como un credo.

En el fondo todo esto de los géneros no deja de ser una recua de convencionalismos al dictado de los que gustan de acotar los terrenos de las letras para la cosa comercial y para de contar. Y por eso mismo me tengo que aguantar y no puedo adscribir este Ladrones de Estiércol de Nacho Guirado al género negro aprovechándome de la laxitud con la que se suelen adscribir hoy en día otras novelas a poco que cumplan con uno de los requisitos antes citados, el de hablar de seres marginales o directamente delincuentes y que la violencia, lo sórdido, campe a sus anchas por todo el texto. Y ello tanto porque él mismo Nacho lo ha descartado, como porque nadie me ha contestado todavía a la pregunta que he planteado a lo largo del penúltimo párrafo: ¿es o no es la novela negra un género exclusivamente urbano?


Txema Arinas

Oviedo, 2016/10/25 

martes, 25 de octubre de 2016

HAURRAK JANTZI BITARTEAN



Goizeko hotza,
egun berriaren ahotsa,
jaikitzen da zaren bildotsa, 
aspaldi baizenuen giza bihotza, 
zure gogoan dagoena izotza,
kanpoan zain eguneroko hotsa, 
noiz joan zitzaizun zure poza, 
kalera zoaz ipurdian zotza.

jueves, 20 de octubre de 2016

Egiazko idazlea (HIRUDIA - BERRIA)

2016-10-20 / Txema Arinas
N
ola izango naiz ba idazlea...», galdetzen zion Juan Luis Zabala zutabekideak bere buruari bere aurreneko artikuluan. Horrez gain hainbat motibo azaltzen zituen bere burua aproposko idazletzat baino ez hartzeko. Pozarren zegoen Juan Luis aproposko idazlea izateko aukera baitzuen nahi zuenean. Ez nau batere harritzen, ez, nire zutabekidearen aukerak, egiazko idazlea izatea oso gauza itsusia baita.

Egiazko idazle bat izateko Juan Luisek berak aipatzen dituen ezaugarriak bildu beharrean zaude ezinbestez: «Erudizioa, haien iritzien sendotasuna eta sakontasuna, haien begiraden zorroztasuna». Nik, aldiz, beste ezinbesteko baldintza batzuk ere gaineratuko nituzke, gehientsuak ez oso atseginak.

Egiazko idazle bat izateko zure obrari baino ez baitiozu erreparatu egin behar, zure egunerokotasunean inguratzen zaituen oro soberan balego bezala. Egiazko idazle bat izateko zure lana guztiz originala, bakarra, premiazkoa, erabatekoa dela uste behar duzu zin-zinez, bestela zer dela eta idazteari ekin. Egiazko idazle bat izateko ahoa irekitzen duzun aldiro zure albokoak aho zabalik uzteko propio dela onartu behar duzu; berdin dio egundoko kaikukeriak botatzen dituzun, egiazko idazlea izanda zure ahotik ateratzen den orok hamaika irakurketa izango baititu zure jeinuaren ajea delakoan. Egiazko idazle bat baldin bazara zure hitz, iritzi eta zirkin guztiak etengabe eta ekinaren ekinez azaldu eta zurituko dituzten kazetari, irakasle edo miresle andana izango duzu zure inguruan. Egiazko idazle bat baldin bazara gainerakoen ahotsak lapurtu ahal izango dituzu, nire aurreko artikuluan Danele Sarriugarte zutabekideari erantzun bezala, eta inork ez dizu lapurra edo iruzurtia esango, jeinua baizik. Egiazko idazle bat izanda aproposko idazleak mesprezatzeko aukera, eta beharbada eskubidea ere, izango duzu, eta inork ez dizu ondamutsu hutsa zarela leporatuko. Egiazko idazle bat baldin bazara zure herria gogotik kritikatzeko zein zure herrikideen bizioak edo akatsak agerian jartzeko eskubidea izango duzu, baita azkenon bizkar barre, iseka edota irain egiteko ere.

Izan ere, denok zure kontra jartzen baldin badituzu Thomas Bernharden ezpalekoa zarela esango dizute, baliteke zenbait sari ematea ere, eta gainera irakurle suharrak izango dituzu, beharbada zure idazkera zurruna, astuna, urruna ezagutuko ez dutenak, baina bai ordea zure zirtoak zein eskandaluak biziki maitatuko dituztenak. Dena dela, ez baldin bazara tokian tokiko Thomas Bernhard, hau da, egiazko idazle bat, kosta ahala kosta nabarmendu gura duen potrozorritzat hartuko zaituzte.

Hala eta guztiz ere, badago arrisku handiago bat egiazko idazle bat izatekotan: bihur zaitzakete zure herri edo hizkuntzaren ikur gurgarria, hau da, herri edota hizkuntza txiki guztiek izan ohi duten idazle ikonikoa, Frederic Mistral, Czeslaw Milosz, Ismael Kadare, Janos Arany, Jaan Kross edota Atxaga/Saizarbitoria bezalakoak.

Ezaugarri guzti hauek ezinbestekoak dira taxuzko idazle bat izateko noizbehinkako irakurle gehienen begien aurrean behintzat. Halere, egiazko idazle bat izateko badaude beste ezaugarri batzuk guztiz premiazkoagoak irakurri ohi ez dutenendako ere: liburu asko saldu behar dituzu edo gutxienez zure liburuak merkatalgune handietako erakusleiho edo mahaietan ondo ikusgarri izatea, txukun-txukun.

Azken ezaugarri edo baldintza guztiok omen dira egiazko idazle bat izateko, bai horixe. Tamalez, egiazko idazle bat izanda ere gaurgero ezta Literaturaren Nobela eskuratzeko nahikoa ere izango, literatura liburuetatik hegaldatu baita, auskalo nora, egunkarietako zutabeetara, sare sozialen hormetara, Pop musikako izarren kantutegietara edo komunetako hormetara omen.

martes, 18 de octubre de 2016

ALIGOTE



Así como la camarera de la cafetería donde desayuno desde hace un año es un cielo de persona, tanto que es verme llegar a través de la cristalera y tenerme preparado el descafeinado con leche de máquina mediano (viene a ser el grande en cualquier otra parte) para cuando entro, la pescatera del súper donde suelo comprar las cuatro cosas del día es sin lugar a dudas la tipa más antipática que ha parido madre, de esas que cuando se ven obligadas a devolverte el saludo lo hacen como si les estuvieran extrayendo el apéndice a pelo. Hoy había una clienta delante de mí. En realidad una abuela muy parlanchina, de esas que les gusta contar al dependiente de turno los pormenores de su existencia y ya de paso también la del resto de sus allegados por si pudiera ser de su interés, que nunca se sabe. Así que era todo un espectáculo escuchar a la "güela" en su precioso acento asturiano un sinfín de naderías sin cuento al mismo tiempo que pedía a la pescatera que le pusiera una rodaja de bonito; "pero non, meyor pónesme cóngaru abiertu, o non, que tien munchos escayos, merluza, dexa, dexa, que yá comimos el domingu, ¿a cuántu ta'l pixin?, bien caru, ¿y los bocartes?" Y así un buen rato ante la cara de acelga de la pescatera, cada vez más arrugada quiero decir, hasta que por fin se decide por una merluza, "que total, vida, si ye lo que més gustanos en casa, esi y el pixín, pero como tá mui caru todo y la pensión ye lo que ye..." Entonces va la pescatera, agarra la merluza por la cola, lo estampa contra la pila de madera donde prepara el pescado y procede a desescamarlo con una vehemencia, que no velocidad, que cualquiera diría que estaba un poco molesta la tía, como que cuando he llegado a casa tenía escamas hasta en el entrecejo, y eso que estaba a varios pasos detrás de la "güela". Y en eso que llega mi turno.

-Me pones dos doradas, por favor.
-Hasta mañana no hay doradas ni lubinas.
-¿Y qué puedo llevarme para asar?
-Tienes besuguines y aligotes.
.Pues, no sé, igual, puede que..., aligotes. Ya sabes, aligote, aligote el que no lo compre que no v...


Momento en el que he aprendido, por primera vez y ya de por vida, que de vez en cuando conviene callarse y no pasarse de gracioso.

domingo, 16 de octubre de 2016

ZAHARRIK





Gazterik nintzenean ez nekien zer zen neurria
Neu-irria?
Neu-herria?
Neu-harria?
Neu-horria?
Egun sano koxkortu naizela badakit:
Neu-urria...

jueves, 13 de octubre de 2016

ES TIEMPO DE FOLLETÍN




Están o quieren canonizar a Patria de Fernando Aramburu como la novela de los años de plomo del terrorismo etarra y no se me antoja nada más innecesario. Para empezar, sí, es probable que Aramburu haya escrito las páginas más certeras y emotivas sobre el terrorismo de ETA y sus consecuencias; pero, eso fue en Los Peces de la Amargura. En ese libro de relatos el donostiarra se acercaba al tema a través de diferentes puntos de vista que ayudaban a que el lector compusiera su propio retrato. Incluso en los Años Lentos había un algo de verdad autobiográfica en la historia que contaba a raíz de un hecho concreto; digamos que la reconstruía desde su punto de vista como escritor, su grano de arena en el mosaico compuesto por los diferentes y siempre subjetivos puntos de vista con los que el lector se podrá acercar o ilustrar sobre los aciagos años que nos ocupan. Sin embargo, en Patria uno sospecha una ambición desmedida, un pujo por querer escribir la novela definitiva sobre el tema, la más completa, ya digo que hasta canónica. De resultas, se adivina desde el primer momento la lejanía de todo tipo con la que el autor aborda una historia de más de seiscientas páginas que pretende contenerlo todo y casi, casi, que sentar cátedra al respecto. Para ello, cómo no, usa y abusa del narrador omnisciente como un Tolstoi abordando a través de su Guerra y Paz la invasión napoleónica de su país. Y ese el gran problema de la novela, que su planteamiento resulta tan pretencioso como literariamente reiterativo, artificioso, incluso rancio: la Gran Novela del Terrorismo de ETA. Claro que el libro tiene pasajes muy emotivos, que pone el dedo en la llaga de muchas de las cosas que hasta no hace mucho nadie antes había puesto, lo había hecho poco o casi que de refilón. Tampoco es de extrañar que lo hagan porque dado el tema, y más en concreto la materia narrativa a su disposición, resultaba prácticamente obligado recrear la ceguera fanática de los asesinos y de los que los apoyaban, la cobardía generalizada o las secuelas del terrorismo. A decir verdad, se diría que Aramburu proporciona a los lectores de Patria todo aquello que esperan encontrar en un libro que algunos presentan como la novela definitiva sobre ETA; satisface, casi diría que colma, todas sus ideas preconcebidas al respecto. Todo, absolutamente todo lo que todos o muchos ya sabemos o podemos llegar a saber a poco que escarbemos en los montones ingentes de documentación, testimonios o simples experiencias personales. De hecho, resulta muy evidente a partir de las doscientas primeras páginas, las mejores del libro porque, siendo como es éste de una fractura literaria prácticamente decimonónica, son aquellas donde el autor lleva a cabo la puesta en escena de sus historia y sus personajes fiel al más puro estilo naturalista. A partir de ese número más o menos aproximado de páginas Patria se convierte en un verdadero folletín que el autor resuelve con la maestría que le caracteriza para satisfacer a los aficionados, declarados o no, de dicho género. Literariamente es una tremenda decepción. Ni arriesga nada, ni aporta nada nuevo. Acaso, y siquiera porque creo que se trata de uno de los aspectos menos tratados, tanto en literatura como en cualquier otra disciplina, a la hora de abordar el tema de la violencia etarra y los años que tan solemne y tristemente llamamos de humo, Patria pone en escena el resentimiento social que caracterizo a una gran parte de la sociedad vasca hacia ese pequeño emprendedor nacido en su seno, "uno de los nuestros", que arriesgaba para crear riqueza, por supuesto que para sí mismo antes que nada, faltaría, y en consecuencia también trabajo para otros. Me refiero a todo aquel que en medio de la paranoia igualitarista de la época fue identificado de inmediato con los explotadores de verdad, los que abusaban de su complicidad con el poder franquista, o heredado de éste, para explotar a conciencia al trabajador. Pretender labrarse una fortuna era tachado de inmediato de conveniencia con el enemigo, o lo que es lo mismo, de sospechoso de traicionar, siquiera ya sólo distanciarse del pueblo trabajador vasco compuesto casi que en exclusiva por asalariados y pequeños autónomos sin demasiado éxito pecuniario. Digamos que buena parte de la sociedad vasca sucumbió, y aquí ya reconozco que nos ponemos estupendos, al mito secular del igualitarismo vasco directamente heredado de ese otro de la hidalguía universal y previamente pasado por el marxismo y otros ismos en boga de la época. En todo caso, como poco sirvió de coartada ideológica y hasta identitaria para camuflar lo que era simple y puro resentimiento de clase ante el éxito del vecino, sólo eso. Con todo, me habría gustado que esa historia me la hubiera contado el Txato en primera persona o cualquiera de su familia, incluso su verdugo y puede que hasta la madre de éste, el personaje más caricaturizado de la novela. Me habría gustado que Patria hubiera tenido más alma literaria, humana, y menos omnisciencia de conde ruso que se acerca a la historia de su pueblo desde su dacha particular. Pero claro, la primera persona no aguanta seiscientas páginas. De hecho ni puede, ni debe. Lo que en literatura es contención, precisión, pulso, en el folletín es exceso de todo tipo. Aquí de lo que se trata es de ofrecer un novelón, término que en nuestra época de repugnancia generalizada hacia todo lo excelso, o siquiera ya sólo hacia lo artísticamente ambicioso, tiene que ver más con el volumen de la obra antes que con cualquier otra cosa. Aquí de lo que se trata es de llevar a escena una historia que emocione y atrape al lector desde la primera hasta la última página utilizando todos los recursos a disposición de un buen artesano de la pluma, el más destacado de todos ellos aprovecharse de los prejuicios y/o la buena fe del lector, es decir, de la predisposición del lector a tragarse lo que le echen porque el tema obliga, para colarle todo tipo de lugares comunes, apuntes más que discutibles cuyo origen no es otro que el cúmulo de prejuicios propios del autor, situaciones cogidas por los pelos y un final de traca, de verdadera traca en cuanto a imposible más forzado y hasta ridículo con el único fin de ponerle el broche final al simbolismo de la parábola que encierra el folletín en cuestión.

lunes, 10 de octubre de 2016

DE NOVELAS NEGRAS Y CIUDADES BLANCAS

                           


Así no, así no puede ser. Una novela basada en hechos reales que todo el mundo puede conocer y que por lo menos, y  también con todas las licencias literarias del mundo, aun así parezcan lo más fidedignos posible. En concreto la historia de un asesino en serie que actuó hace una década en su ciudad. Una historia documentada hasta el último detalle. Una recreación tan perfecta como escueta. O lo que es lo mismo, nada de caer en la tentación de convertir los escenarios reales de la novela en futuros destinos turísticos o en el puro y duro morbo, y eso tanto en lo que se refiere a los lugares donde acontecen los crímenes o se desarrolla la investigación, como a los personajes, los cuales si algo tienen que ser ante todo es de carne y hueso, esto es, creíbles, los que cualquiera con un mínimo de conocimiento sobre el terreno, acaso simple curiosidad, podría reconocer o ubicar al instante. Personajes que no desentonan ni por lo extemporáneo de  sus nombres y apellidos ni por sus peculiaridades, personajes no muy distintos de los protagonistas auténticos del sumario que le sirve al autor de inspiración. Y la trama, ni más ni menos enrevesada de lo que fueron en su momento los hechos en los que se basa.  Por supuesto que con las licencias literarias de rigor para que dicha trama tenga ritmo y en especial suspense, para que el autor pueda incluso sorprender al lector en la resolución del crimen, al fin y al cabo el mayor atractivo del género negro para la mayoría de la gente. Pero siempre, siempre, procurando que los diálogos, los diferentes escenarios sobre los que transcurre la historia, y ya muy en concreto la descripción de los hechos y sobre todo el mecanismo que los desencadena, respondan al mínimo de verosimilitud que requiere una historia. De ese modo, nos encontramos ante una novela negra pura y dura, de un realismo tan sucio como la vida misma, sin ir más lejos el mismo que destila el sumario antes mencionado. Luego ya, para redondear la historia, a modo de contrapunto y acaso también por cierto prurito historiador o así, por añadir más miga al asunto, puede que también para sacar a relucir cierto episodio local ya olvidado, el autor aprovecha para traer a colación la historia de otro asesino en serie que actuó en la misma ciudad hace casi doscientos, un tal Sacamantecas, el cual fue en su tiempo de los primeros de su clase en ocupar portadas y por ello pasar al imaginario popular de los horrores, por lo general con el fin de asustar a los infantes. De ese modo, el autor se sirve para trazar cierto paralelo entre el asesino en serie de entonces y el contemporáneo, para hablar de los cambios acontecidos en la ciudad y su entorno desde entonces hasta nuestros días y ya por extensión en la sociedad española y hasta de cualquier otra de nuestro entorno. A decir verdad, ese contrapunto entre los hechos del pasado y del presente, el revuelo que generaron entonces en su medio y el de ahora, el modo cómo se resolvían antaño los crímenes y cómo se resuelven en nuestros días, y ya muy en especial, las diferencias que pueden haber entre las implicaciones éticas y morales de aquel tiempo y el nuestro, son a mi juicio el mayor atractivo del libro. Y si a eso le añadimos una escritura tan pulcra como eficiente, esto es, sin caer en la tentación del exhibicionismo literario, ni tampoco en la pobreza o vulgaridad estilística o léxica, que al fin y al cabo se trata de una novela negra y no de un tratado de criminología o cualquier otra cosa por el estilo, pues qué duda hay de que se trata de una novela algo más que digna, una buena novela de género negro que huye de los clichés del género como de la peste y que aprovecha una historia basada en hechos reales para hablarnos de algo más que de estos. En realidad para hablarnos del ser humano, tema universal y casi único de la literatura.

Pero ahí está el problema. La novela es demasiado buena, sí, casi literaria. Y eso, amigo escritor que ha dedicado varios años de su vida a la documentación y escritura de esta novela, no vende. No vende nada o, acaso, y si tenemos suerte con los críticos de las revistas especializadas y alguna que otra reseña en un periódico de tirada media, venderá lo que cualquier otro libro con cierta patina de prestigio, lo normal entre los aficionados al género o esos lectores de raza que se tragan todo a la búsqueda del correspondiente Santo Grial. Y ese es precisamente el problema, que lo que estamos buscando es otra cosa, algo que se venda de verdad, que se venda mucho porque nosotros no somos una editorial pequeña sino una que hace un esfuerzo considerable de promoción en medios y librerías como para que luego el libro no consiga entrar en las listas de los más vendidos. Por eso le sugiero que deje a un lado ese pujo tan literario del que adolece su libro, esa pretensión de hacer de su novela algo más que un simple pasatiempo, ni que se hubiera propuesto dignificar el género. Lo que necesitamos en una novela que no presente mayor dificultad lectora, frases cortas y diálogos simples, casi telegráficos. Eso y cuantas menas referencias documentales a hechos reales o de cualquier otro tipo mucho mejor, menos paja para el lector. Y digresiones de cualquier tipo también las mínimas; suelen  despistar al lector, le hacen apartarse del hilo conductor de la trama, y como crean que tienen que hacer un esfuerzo añadido para recuperarlo ya puede estar seguro de que no vuelven a abrir el libro.  Ahora sí, la trama cuanto más rocambolesca o aparentemente retorcida también mucho mejor, que el lector crea que lo han arrastrado a lo largo de todas las páginas de libro para al final sorprenderlo. No importa que al autor se le vaya la mano tirando de entelequias. Al fin de cuentas, el lector de este tipo de novelas está dispuesto a tragárselo todo por muy absurdo o anacrónico que parezca. Sin embargo, y para que el libro resulte de verdad atractivo y acabe vendiéndose por el método del boca a boca, el único que funciona de verdad en este negocio, y ahora hablamos de lo que en realidad está petando, el escenario donde se desarrolla la historia tiene que aparentar ser lo más exótico posible por muy vulgar o anodino que pueda parecernos, y además lo sea, en un primer momento. De ese modo conviene echar mano de la mitología, historia y hasta rumorología del lugar como un elemento más del libro, apuntar la participación en la historia de hechos extraordinarios, fantasiosos, de esos que saca el Iker Jiménez en su programa sin ir más lejos. Todo ello con el propósito de envolver la historia en una halo de misterio o fantasía que acabe convenciendo a los que en principio no son muy aficionados al género negro, como si les vendiéramos dos géneros en uno, para qué negarlo. Y por supuesto que nada de complicar la vida al lector con la de los personajes como si fueran seres de un mundo interior susceptible de ralentizar de alguna u otra manera el desarrollo de la trama. Cuanto más planos y prototípicos mucho mejor, en blanco y negro para que la peña no se lleve a confusiones o crea que le están vendiendo literatura de esa que habla de las tribulaciones metafísicas del ser humano. Los buenos siempre muy buenos y los malos lo que les corresponde, nada de confundir o pasarse de listo. Y ya para acabar, puede que para redondear el asunto de acuerdo con lo que se estila de un tiempo a esta parte, cuantas más referencias locales mucho mejor. Me refiero a que el lector crea estar de excursión a lo largo de todo el libro como si de un folleto turístico al uso se tratara. De ese modo, el autor procurará llevar de la mano al lector por los parajes, rincones, leyendas, tradiciones o simples eventos más atractivos o emblemáticos de la geografía sobre la que transcurre la historia, y ello aunque para ello tenga meterlos con calzador trasladando a sus personajes de un punto a otro sin otro motivo que dar cabida a uno tras otro. Resumiendo, el autor tiene que intentar por todos los medios que tenga sentido la frase tan del gusto en reseñas y fajas exclusivamente publicitarias de “una novela donde la ciudad y su entorno son un personaje más de la novela.”

¿Que no se ve capaz de escribir una novela de este cariz? Cómo no va a serlo después de haber escrito una novela de verdad como la que hablábamos al principio. Lo que cuesta es escribir con estilo propio como Faulkner, incluso como Walter Mosley, Boris Bian o Alexis Ravelo para no salirnos del género negro, casi siempre para consumo exclusivo de verdaderos letraheridos o catedráticos de Historia de la Literatura; pero, lo otro, entretener al personal lo puede hacer cualquiera a poco que dedique tiempo e instinto comercial. Y si de verdad no sabe cómo hacerlo, le aconsejo que eche un vistazo a El Silencio de la Ciudad Blanca de Eva García Saenz de Urturi o cualquier otra novela por el estilo.


Txema Arinas

Oviedo, 2016/10/03 

Artículo publicado en sólo novela negra:  http://solonovelanegra.com/el-silencio-de-la-ciudad-blanca-resena/