jueves, 28 de abril de 2022

RAGNAR ME LLEVA AL VALHALLA

                              

 Me despierto en mitad de la noche para mear. En eso que paso por el salón para ir al baño y me encuentro sentado en el sillón que mi señora heredó de su abuela a un tipo con pintas de pordiosero.

- ¡Hostia, qué susto! Pero quién coj....
- No te asustes, soy Ragnar Lodbrok.
- ¿El de la serie?
- El de las sagas vikingas.
- ¿Y qué coño...
- He venido para llevarte conmigo al Valhala.
-¿Cómo?
- He visto que tú también estabas hasta los mismísimos órganos reproductores de tus hijos, y me he dicho: "He ahí uno de los nuestros que se quería comer el mundo, un guerrero que quería recorrer el mundo descubriendo nuevos países para saquear, matar, violar y toda la hostia, y que, con eso de formar una familia con una vikinga, tener hijos, obligaciones y toda la hostia, mira cómo ha acabado, qué pena de hombre. Así que anda y llévatelo al paraíso de los vikingos para que disfrute de la eternidad bebiendo y follando sin parar.
- Perdona, pero eso es lo que tú dices. Tampoco estoy tan mal. Solo que a veces... Ya sabes, los putos hijos...
- Qué me vas a contar sop tengo cinco -bueno, sin contar el que le hice a la reina sajona ninfómana aquella- y ya te digo yo que no hay Odín que los aguante, a ellos y a la loca de la madre de los últimos cuatro, todo el día dándome la tabarra con que es hija de un Dios y otras mierdas por el estilo. Menos mal que me di el piro.
- ¿El piro?
- Sí, porque me vine para el Valhalla y ahora estoy de puta madre aquí con mis colegas muertos y comiendo y bebiendo en la misma mesa de los dioses.
- Ya, pero yo...
- No seas tonto y vente. Verás qué bien pasamos la eternidad, todo el día de farra contándonos el relato de nuestras hazañas los unos a los otros.
- No me jodas. Vamos, para eso ya tengo a mi cuadrilla, que nos pasamos todas las comidas y cenas contando las mismas historias de toda la vida. Eso sí que se hace eterno.
- Pues vente aunque solo sea para yacer cuando quieras con nuestras guerreras.
- ¿Está la Lagarta con vosotros?
- Querrás decir Lagertha. Sí, cómo no va a estar la guerrera más grande que ha dado Escandinavia. Pero es el amor de mi vida, así que cuidadito.
- Pues vaya mierda de paraíso si andamos con las mismas mierdas heteropatriarcales que en la tierra; don "no-pongas-tus-zarpas-sobre-mi-hembra".
- Tienes razón, que elija ella si quiere yacer con un mierdica como tú.
- ¿Y qué tengo que hacer para irme contigo al Valhala ese?
- Nada, lo típico, palmarla en mitad de la batalla con una espada en la mano.
- Pues venga, al lío. ¿Me dejarás tu espada, no?
- Para eso la he traído.
Y en eso que de repente me despiertan las voces de mi mujer desde el fondo del pasillo.
- ¡TXEMAAAAA, QUÉ ES TODO ESE BARULLO QUE ESTÁS MONTANDO EN EL SALÓN! ¡NOS HAS DESPERTADO A TODOS! ¿HAS VUELTO A BEBER O ES QUE TE HAS VUELTO SONÁMBULO?

miércoles, 27 de abril de 2022

LA BANDA DE LAS GASOLINERAS

Relato para SOLONOVELANEGRA: https://www.solonovelanegra.es/la-banda-de-las-gasolineras-por-txema-arinas/




        1

-       Creo que ha llegado el momento de volver a dar palos a las gasolineras –comenta el Litri, apócope del apodo que se ganó en sus años más mozos entre los colegas del barrio por la que entonces parecía ser la gran pasión de su vida: las Litronas. Una pasión de la que el cañón de cerveza que hay sobre la mesa de la terraza del Bar La Trena, el único local de las galerías comerciales que en su momento la gente del barrio creía que los ubicaba en una siempre imprecisa modernidad y que hoy en día permanece abierto tras el cierre en cascada del resto desde hace ya más de una década, parece ser un rescoldo en toda regla. Un cañón de cerveza que destaca, como de costumbre, entre las simples cañas y los botellines de veinticinco centilitros de sus colegas; el Litri no suele beber de una sentada menos cerveza de la que contiene un vaso de sidra.

-       ¿Lo dices porque, tal como están los precios, las gasolineras se están forrando? –pregunta el Chirri, llamado así por su afición a la elaboración artesanal de cigarrillos en los que mezcla el tabaco tradicional  con tricomas que contienen grandes cantidades de cannabinoides, terpenos y flavonoides.

-        ¿No pretenderás que nos llevemos la caja de la recaudación? –inquiere el Fili, por lo de “filólogo” como resultado de su manía de apostillar a sus colegas cada vez que utilizan un término que él considera pasado de moda, sin poder apenas disimular la sonrisa torcida que se le dibuja en la cara por la ilusión de haber pillado en un renuncio al que siempre se vanaglorió de ser el cerebro de la banda. En realidad un cuarteto de amigos desde la infancia y que durante mucho tiempo fue la pesadilla de la comandancia de la Policía Nacional en su ciudad, digamos que hasta el fallecimiento de ese otro al que decían el Chino, más que nada porque sus padres lo habían adoptado con tres años en un orfanato de Dongguan. Falleció durante una redada y tras la que los otros tres acabaron dando con sus huesos en el trullo durante una larga temporada-. Te recuerdo que hoy en día paga con tarjeta todo hijo de vecino. Así que ya me dirás tú, lumbreras, qué caja nos podríamos llevar; como mucho la de las chocolatinas.

-       Es que yo no tengo intención de acercarme a la caja –advierte el Litri a sabiendas de lo que va a decir dejará perplejos a sus colegas-. Lo que yo quiero llevarme es la gasofa.

-       ¿QUÉ? – el Chirri y el Fili al unísono.

-       Que iremos a repostar con un buga y cuando tengamos el depósito lleno nos daremos el piro.

-       ¿Para hacer qué con la gasofa? –pregunta el Fili.

-       Venderla por debajo del precio escandaloso al que la están vendiendo ahora aclara el Litri.

-       ¿A quiénes? –pregunta el Chirri.

-       ¿Cómo que a quienes? Pues a cualquiera que esté con la soga al cuello porque trabaja con una furgona o tiene un pequeño camión y ahora no le salen las cuentas al ir a llenar el depósito –explica el Litri.

-       No sé si todavía se dice furgona. Lo que sí sé es que lo de buga es de pureta total –apunta el Fili.

-       ¿Y pureta no lo es? –replica el Chirri.

-       Si quieres estar a la moda debes hablar como los raperos –explica el Fili-.

-       Yo no sé cómo hablan los raperos. De hecho, -insiste el Chirri- odio el rap, el hip-hop, el trash no sé qué y todas esas mierdas de…

-       ¿Negros? –le reta el Fili.

-       De críos –resuelve el Chirri.

-       ¿Veis cómo estáis hechos unos puretas? Todavía llamáis bugas a los coches y os habéis quedado en la época de Extremoduro, qué digo, puede que hasta en la de Leño –ironiza el Fili.

-       En cualquier caso, ¿se puede saber dónde pillamos un coche al que se le pueda hacer el puente como antes? –pregunta el Chirri dirigiéndose de nuevo al cerebro de la banda-. Ahora la mayoría de los coches nuevos vienen con inmovilizador.

-       Hombre, seguro que no faltan coches viejos en los barrios como el nuestro. Además, tenemos que pillar dos; uno para llenar el depósito y otro, a ser posible una furgoneta o como mínimo un monovolumen, para transportar los bidones donde vaciaremos la gasofa que nos llevemos con el otro antes de abandonarlo en un descampado como hacíamos antes –detalla el Litri.

-       Habrá que ir camuflados para que no nos reconozcan las cámaras de vigilancia –recuerda el Fili.

-       Iremos vestidos como si fuéramos raperos y con las mascarillas puestas todo el rato. Lo único que reconocerán será el coche que cojamos prestado para luego dar el palo. Más tarde, cuando los maderos, ¿todavía se puede decir maderos? –pregunta el Litri al Fili con no poca sorna-, crean haberlo localizado, lo único que encontrarán serán su esqueleto y el resto hecho cenizas.

-       Vamos, como hicimos con el Chrysler 150 aquel con el que dimos el palo de la joyería del centro –rememora el Chirri.

-       Exacto, y si me apuras hasta en el mismo descampado a las faldas del monte –corrobora el Litri.

-       ¡Qué tiempos aquellos! Entrabas a una joyería como el que iba a comprar el pan a la esquina –el Chirri se da a la nostalgia-

-       Os recuerdo que fue precisamente después de lo de la joyería que se nos echaron encima los GEO justo cuando estábamos celebrándolo en el piso del Chino, y que… -el Fili extiende un manto de silencio en lo que estaba siendo un animado intercambio de ideas, brainstorming que le dicen los soplapollas hoy en día, el cual dura lo que el Chirri en vaciar de un solo trago su segundo cañón de cerveza-. Nos habría ido mejor si nos hubiéramos conformado con las gasolineras.

-       Sí, eso no se nos daba nada mal –asiente el Fili.

-       Bueno, acabo con el plan –promete el Litri a la vez que se limpia con la manga de su ajada chupa de cuero marrón el ripio de la espuma de cerveza que se le ha quedado entre los pelos del bigote-. Yo y el Fili llenaremos el depósito de coche prestado en la gasolinera y cuando ya esté lleno saldremos pitando hacia el descampado a las afueras donde nos estarás esperando tú –el Litri se dirige al Chirri provocando la suspicacia del Fili, el cual enseguida sospecha que el cerebro de la banda prefiere tenerlo a mano por si las moscas, vamos, por si al final se raja y deja colgados a sus amigos- con la furgoneta y los bidones para vaciar la gasofa.  Podemos repetir la operación varias veces a lo largo del día antes de deshacernos del coche. Luego ya me encargaré yo de buscar alguien al que colocarle los bidones a precio de amigo, muy amigo. Y si todo sale bien, pues repetimos la operación a la semana siguiente o cuando nos venga bien.

-       Entonces van a ser muchos bugas prestados hasta que nos salga rentable –comenta el Fili-. ¿No pretenderás quemarlos todo?

-       Pues no había pensado en ello –confiesa el Litri tras un largo respiro en el que de repente se había visto obligado a reconocer a sus colegas que no lo tenía todo tan bien pensado como pretendía hacerles creer-. Mejor nos olvidamos de lo de quemarlos en el descampado. Quedaremos allí para hacer los intercambios del día y luego, mientras voy a vender la gasofa, que se encargue otro de abandonar los coches a las afueras, cuanto más hacia el monte mucho mejor, a ser posible siempre en un lugar distinto y asegurándose de que no haya cámaras de ningún tipo alrededor.

-       No sé, no lo acabo de ver del todo –duda el Fili.

-       Más fácil imposible –asegura el Litri.

-       Ya, pero, aunque salga bien, tampoco nos vamos a hacer ricos vendiendo bidones de gasolina.

-       ¿Prefieres que seguir pagando las cervezas con lo que sisamos a nuestras parientas de la RGI? –pregunta el Litri.

-       Visto de esa manera…

-       Joder, Fili, ni siquiera es por el dinero –afirma el Chirri-. Se trata de sentirse vivos como cuando éramos chavales.

-       Pues no te negaré que, entre pasar la mañana viendo pasar la vida desde esta terraza y….

-       ¡Y sentirse vivos, Fili, sentirse vivos! –prorrumpe el Chirri mostrando un entusiasmo del que hacía años que sus dos colegas no tenían ya noticias.

-       ¿Estamos o no estamos? –conmina el Litri a los que no duda en catalogar ya como sus cómplices.

-       ¡Estamos! –asiente el Fili consciente de que, por muchas pegas que pueda poner al plan del Litri, negarse a formar parte de él sería lo mismo que renunciar a la amistad que los une desde que eran unos críos. Un peaje que no está dispuesto a asumir porque sabe que esos dos descerebrados que tiene como amigos son su principal y casi único capital humano para hacer frente al día a día en el que se desarrolla la anodinia existencial en la que está instalado desde que salió del trullo, esa en la que ni siquiera sus otros seres queridos, y en especial una mujer que desde hace tiempo lo trata como si fuera un bulto del que no sabe cómo deshacerse sin que ello le crea más problemas de los que ya tiene, o una hija que no puede evitar mirar a su padre como lo que realmente es: el fracasado que le ha tocado como progenitor en esa broma macabra que es el azar en la vida.

-       Pues estamos, sí –concluye el Litri rubricando el pacto entre rufianes con una nueva ronda que enseguida les es servida por el encargado de La Trena sin necesidad de que ninguno de ellos se levante para acercarse hasta la barra.

 

                                                             

                                                          2

 

     No se habían visto las caras desde el día de la detención. Las autoridades penitenciarias habían hecho todo lo posible para que los tres amigos no coincidieran, en previsión de que al hacerla pudieran cambiar sus testimonios antes del juicio, ya fuera impidiendo en todo momento que el Chirri y el Fili compartieran horarios fuera de sus celdas, o trasladando al Litri al centro penitenciario de una de las provincias vecinas. Ahora estaban sentados los tres juntos en el banquillo de los acusados a la espera de que diera comienzo la sesión en la sala del juzgado número tanto del juzgado de instrucción tal de la ciudad cual contra Juan Carlos Delgado, alias “el Fili”, Joaquín Sánchez Frutos, alias “el Chirri” y Ángel Fernández Franco alias “el Litri”, por el robo de las gasolineras.

-       No te lo voy a perdonar nunca, Angelito –susurra el Fili al cerebro de la banda procurando mantener la vista siempre al frente para evitar que los funcionarios del juzgado les llamen la atención por discutir entre ellos antes de que aparezca el juez en la sala.

-       Qué quieres que te diga, Juancar, estas cosas pasan –replica el Litri también entre susurros-. Todos sabemos a lo que nos arriesgamos cuando…

-       Cuando somos tan idiotas como para hacer caso a un tipo como tú –le corta el Fili.

-       Nadie os puso una pistola en la cabeza… -el Litri a su vez.

-       ¿Cómo la que le pusiste al dueño del taller al que le fuiste a vender la gasolina? –pregunta el Fili.

-       Era un hierro de pega. Tranquilo que por eso precisamente no nos van a emplumar –asegura el Litri.

-       Puede que por eso no, no sé. Pero lo del robo de las tres gasolineras de aquel día y el de los dos vehículos para cometerlos no nos lo quita nadie –interrumpe el Chirri sentado a la izquierda del cerebro de la banda.

-       Ni eso ni la agresión al dueño del taller –añade el Fili desde el costado derecho de su amigo Ángel, alias el Litri.

-       El muy hijo de puta…

-       Sí, eso ya lo vi con mis propios ojos; se puso como loco en cuanto reconoció la furgoneta que le habíamos afanado el día antes –recuerda el Fili atrayendo la atención de varias personas de la sala al elevar el tono sin darse cuenta.

-       Cómo iba a saber yo…

-       Sí, por supuesto, cómo ibas a saber tú que el tío al que íbamos a venderle la gasofa que acabábamos de robar era también el dueño de la puta furgoneta.

-       Yo solo me fije en que había una furgona aparcada en la calle. Ni por un momento pensé que pudiera pertenecer a uno de los talleres que había alrededor –se disculpa el Litri-.

-       Una furgoneta, por favor. Se dice furgoneta.

-       Era de noche y ese polígono de mierda está siempre mal iluminado; por eso lo escogí para pillar los bugas.

-       ¿Los bugas? De verdad, no sé cómo he tenido tanta paciencia con vosotros, putos carcamales.

-       ¿Carcamales?

-       Sí, carcamales. Mira que me lo estaba repitiendo todo el rato: no te dejes liar por estos carcamales, que no tienen edad para ir dando palos por ahí, que ya te jodieron la vida en el pasado.

-       Eso lo dices ahora porque nos han pillado –dice el Chirri.

-       Eso, eso, escucha lo que dice Joaquín.

-       Pero ¿cómo no nos iban a pillar? ¿Vosotros sabéis cómo nos ha bautizado el periódico que más se lee en la ciudad? –pregunta el Fili.

-       Pues supongo que La banda de las gasolineras, como cuando éramos chavales – responde ufano el Litri.

-       Yo qué sé, no leo periódicos –afirma el Chirri.

-       La banda de los abuelos –revela el Fili provocando una vez más que parte de la sala desvié su atención hacia el banquillo de los acusados.

-       ¿De los abuelos? –exclama el Chirri.

-       Sí, lo que oyes, de los abuelos –insiste el Fili.

-       Bueno, tampoco es para tanto –suelta el Litri en un vano intento de quitarle hierro al asunto-. La verdad es que ya tenemos una edad.

-       El que menos setenta y dos, Angelito –recuerda el Fili.

-       Sí, no sé cómo se nos ha ocurrido hacerle caso a éste –dice el Chirri señalando con un ligero cabeceo al reo que tiene a su lado.

-       Cosas de viejos que se resisten a aceptar su edad –se sincera el Fili.

-       Sí, de viejos que se pasan el día sentados en la terraza de un bar viendo la vida pasar hasta que viene alguien que no se resigna a vegetar… -el Litri intentando disculparse.

-       El caso es que somos el hazmerreir de toda la ciudad –asevera el Fili.

-       Yo no quiero volver a La Trena –implora el Chirri.

-       Tranquilo, que a nuestra edad dudo que nos caigan penas de cárcel. También dudo de que se siga diciendo “trena”.

-       Me refiero al bar La Trena –le corrige el Chirri-. Después del ridículo que hemos hecho yendo a venderle la gasofa al mismo tipo al que le habíamos robado la furgona en la que llevábamos los bidones, no podría aguantar las burlas de la gente del barrio.

-       ¿Ves lo que has hecho, Angelito? Puede que nos libremos de ir a la cárcel por la edad; pero, me temo que nos vamos a pasar el resto de lo que nos queda de vida encerrados en nuestras casas. Por eso no te lo voy a perdonar nunca.

-       Bueno, bueno, vosotros no es que seáis viejos, es que pensáis como viejos –les reprocha el Litri-. ¿Acaso no lo hemos pasado bien, no rejuvenecisteis cuando fuimos a robar los bugas o nos piramos a toda pastilla tras llenar el depósito de gasolina? Pues que nos quiten lo bailado.

-       Vete a la puta mierda, Litronas.

 

Txema Arinas

Oviedo, 12/04/2022



sábado, 23 de abril de 2022

LOS COMISIONISTAS

 Articulico, o lo que sea, para La Pajarera Magazine: LOS COMISIONISTAS: https://www.lapajareramagazine.com/los-comisionistas

 

La inmoralidad, el cohecho y la corrupción fructificaron en este régimen, mientras los servicios públicos –algunos tan fundamentales como la política y la instrucción– eran desatendidas por completo.

Vicens Vives, J. Historia de España y América social y económica

Toda restauración monárquica sucede a un periodo político de excepción, en permanente conflicto e incluso caos. De ese modo, la Primera Restauración Borbónica en España es la consecuencia del descontento surgido durante el llamado Sexenio Democrático o Revolucionario que transcurre desde el triunfo de la Revolución en septiembre de 1868, con el efímero reinado de Amadeo de Saboya y la turbulenta Primera República Española de por medio, hasta el pronunciamiento en diciembre de 1874 que supuso el inicio de la etapa conocida como Restauración borbónica. El regreso de los sucesores de la denostada Isabel II da lugar a un periodo de estabilidad social y económica que el artífice del proceso, Antonio Cánovas de Castillo, apuntala políticamente con la institucionalización del bipartidismo partido, o lo que es lo mismo, la alternancia en el poder entre conservadores y liberales. Un sistema que se sostuvo tanto por el cansancio de la población ante la conflictividad de los años previos, como por la creación de un sistema de alianzas entre las élites locales para asegurar el acceso al poder para aquellos candidatos de su gusto. Me refiero, claro está, al llamado caciquismo que condicionó la vida política, social y económica durante las primeras décadas de la I Restauración Borbónica. Un sistema que se sostenía casi que en exclusiva por las componendas de los caciques de cada territorio con la casta política asentada en Madrid y que tenía al fraude electoral como su principal baza junto con el control de la opinión pública y la represión policial. Un sistema que con el paso del tiempo empezó a resquebrajarse, ya fuera como consecuencia de los cambios sociopolíticos acontecidos a lo largo del siglo XX con la aparición de los movimientos obreros y el surgimiento de las reivindicaciones regionales o nacionalistas en la periferia, o por los propios errores, y no pocos abusos, de las clases dirigentes con el monarca a la cabeza. La consecuencia fue la proclamación de la II República Española, saboteada desde su comienzo por esas mismas élites de la Restauración con la colaboración de una casta militar que al final provocó la Guerra Civil e instauró una dictadura militar con el cabecilla de los sublevados, el general Francisco Franco, como jefe de estado. Una anormalidad histórica que retrasó durante 40 años la Segunda Restauración Borbónica en la que ahora nos encontramos y de la que, con toda probabilidad, ya hemos vivido sus primeras décadas doradas de paz y progreso a imagen y semejanza de la primera. Por lo tanto, no descubro nada si digo que el periodo histórico en el que estamos ahora es ni más ni menos que el de la degeneración progresiva, si se quiere paulatina porque parece que de momento no aparenta ser tan irreversible como ocurría en los últimos años del reinado de Alfonso XIII, del sistema surgido con la Constitución del 78. Una degeneración que se inicia con la crisis de 2008 y se corrobora con la abdicación del rey Juan Carlos I como máximo exponente de un sistema esencialmente corrupto. Lo siguiente, es decir, en lo que estamos ahora, es el previsible apaño con el que las élites actuales de esta II Restauración Borbónica pretenden enderezar dicho sistema cifrándolo todo en la continuación de la institución monárquica en la figura de Felipe VI y el correspondiente maquillaje para hacer creer a la ciudadanía española que la avalancha de casos de corrupción ha sido una mera anécdota, una especie de sarampión que afectó a una pequeña parte de esas élites políticas y económicas del país por culpa de unos años locos, los de la burbuja inmobiliaria que generó la cultura del pelotazo y el sobre negro como nunca se había visto antes. Pero ya no, ya todo parece resuelto, e incluso perdonado, con el emérito expatriado a la espera de que le sobresean sus causas, los titulares e imágenes de un pequeño número de prebostes, y esa forma contemporánea del cacique decimonónico que es el empresario constructor, pasando por los juzgados e incluso pisando las cárceles durante un tiempo, también con un cambio de rostros entre los dirigentes de los partidos del bipartidismo contemporáneo y hasta la aparición de nuevas siglas y nuevos rostros como también sucedió en los últimos años de la anterior restauración borbónica.

Y entonces, de repente, vuelven a la palestra los comisionistas de toda la vida. De toda la vida borbónica, para ser exactos, personajes de las supuestas élites sociales y/o económicas que parecen dedicarse en exclusiva a sacar tajada de sus contactos privilegiados con los mandamases del momento y que ponen de manifiesto con su supuesto abolengo y, en especial, la impunidad con la que parecen dedicarse a lo suyo, que son consustanciales al sistema porque sin ellos no se entendería lo que es España desde los tiempos en que Galdós la retratara en sus novelas no muy diferente a como la conocemos en nuestros días. Sí, eso ya nos lo venía diciendo Rafael Chirbes a lo largo de toda su obra, al fin y al cabo quien más y mejor reivindicó al escritor canario frente a esa cosa falsa y esencialmente reaccionaria llamada modernidad literaria, que lo de la Transición desde la dictadura franquista al sistema resultante de la Constitución del 78 era el apaño de urgencia entre las élites franquistas que habían comisionado durante cuarenta años con esas otras recién llegadas, parvenús que decía Curzio Malaparte en su libro sobre la sociedad soviética Baile en el Kremlin (1971), provenientes de las clases medias resultantes del desarrollismo de los sesenta y que todavía no habían alcanzado cota alguna de poder, la mayoría de ellas con la aureola de haber participado en la lucha contra el régimen y por la democracia, para no hacerse daño, quiero decir, para salvaguardar la paz social y evitar el caos económico a todos los niveles. En resumen, el enésimo apaño gattopardiano: Se vogliamo che tutto rimanga com’è, bisogna che tutto cambi. O lo que es lo mismo: democracia a cambio de impunidad para las clases comisionistas del Franquismo, las cuales son, a su vez y en buena parte, las mismas que venían desde la Primera Restauración y, por lo tanto, las que alentaron y financiaron la sublevación de los militares para lo de una vez restaurada la paz a mayor gloria de esta España eterna en la que vivimos poder dedicarse a sus comisiones. Porque es precisamente a eso a lo que se ha dedicado determinada clase dirigente española, por lo general buena parte de la aristocracia venida a menos, siquiera tan pujante o influyente como antes, pero que mantiene intactos sus contactos con una de las dos Españas que cada cierto tiempo se alternan en el poder. Claro que ahora, y como ha ocurrido siempre, también hay que hablar de la incorporación al sindicato de la comisión de nuevos miembros procedentes del mundo empresarial o simples listillos del tres al cuarto, los pícaros de nuestra época. Me refiero, claro está, a los Luceño con don de gentes y sin escrúpulos que echan mano de los Duques de Feria de turno para poder acceder directamente al poder gracias a susodichos contactos. Una clase de la que, sobre todo, tenemos noticia gracias a la literatura española del siglo XIX y principios del XX. Como en La Montalvez de José María Pereda, escrita en 1888, donde discuten dos amigos en el Sport Club, uno de ellos, Ballesteros, que acaba de llegar a Madrid y cuenta a su amigo el motivo de su larga estancia en Europa y su tardanza en volver a España:

…me cogió “la gorda”, la de septiembre, en Londres, vino el gobierno provisional, y conseguí, es decir, me consiguieron aquí, que se me revalidara la credencial de agregado, transladándome a París…De París fui a Lisboa, y en Lisboa juré a Don Amadeo, y le serví con igual celo y la propia lealtad que a todo precedente… hasta que se proclamó la República. Hasta que llegó la Restauración y volvimos con ella a nuestros destinos todos los leales.

Digamos que ya entonces escritores como Pereda, no precisamente progresista, eran conscientes de los males que aquejaban a España en manos de unas clases esencialmente parasitarias del trabajo y los sacrificios de sus conciudadanos. De hecho, incluso un extranjero como el poeta nicaragüense Rubén Darío nos deja una pincelada muy ilustrativa de la España en la que vivió durante un tiempo a finales del XIX:

No se puede aguardar nada España de su aristocracia. La salvación si viene vendrá del pueblo guiado por instinto propio, de la parte laboriosa que representa las energías que quedan del espíritu español, libre de políticos logreros y de pastores lobos.

Darío, Rubén. España Contemporánea, París, Garnier-hermanos, 1901, p. 359.

Así pues, cómo no vamos a recurrir a Galdós, lo cual es como obedecer a Rafael Chirbes, Almudena Grandes y otros cuando nos lo recomendaban para entender la España contemporánea asomándonos a la del XIX, es decir, a la actual Restauración Borbónica comparándola con la de entonces, para reconocer la España en la que se mueven a sus anchas los comisionistas de nuestra época, ya sean Duques de Feria o Luceños.

En España, donde hay ladrones tan poéticos, tan caballerescos, que casi son los únicos caballeros del país.

La lógica española no puede fallar. El pillo delante del honrado; el ignorante encima del entendido; el funcionario probo debajo, siempre debajo.

Somos granujas; no somos aún la humanidad, pero sí un croquis de ella. España, somos tus polluelos, y cansados de jugar a los toros, jugamos a la guerra civil.

Después me consultó con mucha seriedad que a qué partido debería afiliarse, y le contesté que a cualquiera, pues todos son iguales en sus hechos, y si no lo son en sus doctrinas, es porque estas, que no le importan a nadie, no han sufrido análisis detenido.

El dinero lo ganan todos aquellos que con paciencia y fina observación van detrás de los que lo pierden.

Opiniones acaso demasiado rotundas las de Galdós y de las que podríamos tomar distancia aduciendo que corresponden a unos tiempos pretéritos que poco o nada tienen que ver con los nuestros. No porque estamos tentados en pensar que desde el XIX a nuestros días algo ha tenido que cambiar a mejor a tenor de la experiencia y el progreso puesto en práctica durante todo ese espacio de tiempo, que nuestra sociedad tiene que ser mejor a la fuerza que la de aquellos españoles del XIX porque de lo contrario ese determinismo pesimista del hombre tropezando siempre con la misma piedra significaría la negación de la misma idea de progreso. Y sí, por supuesto, claro que hemos progresado en muchos aspectos, que en realidad es imposible reconocer nuestra sociedad contemporánea en esa otra del XIX, porque somos mucho más abiertos al mundo y sus influencias de lo que eran nuestros bisabuelos o tatarabuelos, más tolerantes con las diferencias y las minorías, más demócratas e igualitarios siquiera por principio, más ricos incluso, o por lo menos acomodados, que hace dos siglos pese a todas las crisis habidas y por venir y siempre gracias al innegable progreso tecnológico de nuestra época. Sin embargo, también estamos tentados en pensar todo lo contrario cuando oímos o leemos las tropelías de los comisionistas de recio abolengo y falta absoluta de escrúpulos de nuestra época a cuenta de una desgracia como la Pandemia del Covid19, aprovechándose de las dramáticas circunstancias en mitad de lo más crudo de esta, utilizando los medios que siempre han utilizado los de su calaña y que no son otros que el compadreo con los miembros de la clase dirigente, ya sean hermanos de presidentas de comunidades autónomas o primos del alcalde de turno, los favores tipo hoy por ti y mañana por mí de una gente que se reconoce como miembros de una misma casta y que además vive en la convicción de que nada de lo que hacen merece reprobación alguna porque es lo que han hecho toda la vida los suyos desde Galdós a esta parte. Como que el máximo exponente del “noble” oficio de sacar tajada del tráfico de influencias no ha sido otro que el propio rey Juan Carlos I. Ni más ni menos que la cabeza sobre la que se sustenta todo el régimen del 78, esta monarquía borbónica puesta a punto, no una, sino ahora con el hijo ya dos veces, para que parezca otra cosa distinta sin serlo a la que fue la del abuelo Alfonso XIII y todos los que lo precedieron. ¿Qué son cinco milloncejos de euros birlados a las arcas públicas del Ayuntamiento de Madrid en comparación con todo lo “comisionado” por el Emérito gracias a sus contactos a escala internacional y con especial predilección por las monarquías medievales con turbante? Pues eso, un chanchullo de aficionados. Y por eso también, por ser una minucia en comparación con las comisiones a lo grande, reales, puede que al Duque de Feria y a Luceño se les caiga el pelo, o no, con su correspondiente vía crucis judicial y linchamiento mediático, lo justo para dar el pego, esperar a que escampe y así poder disfrutar de sus emolumentos como comisionistas debidamente ocultos en paraísos fiscales.

En cualquier caso, puede que ahora estemos todos muy indignados porque todavía tenemos muy presente lo de la Pandemia. Pero, tranquilos, que con el paso del tiempo ya solo dará para una anécdota más con la que engordar, “pa la saca” que dirían el Duque de Feria y compañía, de la indignación ciudadana. Otra más con la que ilustrar durante las sobremesas de las comidas con la familia o los amigos la progresiva degeneración de esta II Segunda Restauración Borbónica cuyo final resulta imprevisible, ya lo sea por lejano visto la operación “renove” llevada a cabo desde hace unos años, como por el temperamento todavía más imprevisible de los españoles. Si bien, el propio Galdós ya nos avisó en su siglo XIX y con su pesimismo habitual de los peligros de dicha imprevisibilidad.

 Así es el mundo, así es España, y así nos vamos educando todos en el desprecio del Estado, y atizando en nuestra alma el rescoldo de las revoluciones. Al que merece, desengaños; al que no, confites. Esta es la lógica española. Todo al revés; el país de los viceversas…

 

Txema Arinas

Oviedo, 19/04/2022