viernes, 26 de noviembre de 2021

CRIMEN PASIONAL - TXEMA ARINAS

 Relato para la revista SOLO NOVELA NEGRA: https://www.solonovelanegra.es/crimen-pasional-por-txema-arinas/


(Aunque yo no hubiera colocado esta foto, si eso la de un tipo en calzoncillos con la pistolica, tampoco me parece mal un guiño erótico de vez en cuando. Eso a mí, a los de FACEBOOK, y en concreto a su algoritmo talibán, le ha debido parecer un escándalo porque me ha bloqueado 30 días por colgar en enlace de la revista con la foto de marras. En fin, asco infinito) 

– Señoría, permítame que destaque la inconsistencia de la escucha telefónica que el ministerio fiscal presenta como principal prueba de la culpabilidad de mi cliente como inductor principal del asesinato de don Javier Pardines Cue.

– ¿Acaso no ha quedado probado que la voz que aparece en la grabación es la de su defendido, don Pedro María Lieva Arteaga, al cual se le escucha decir al acusado don Jesús María Murguía Ruiz de Ocenda que desea que se le dé un “buen escarmiento” a la víctima?

– Exacto, señoría, “un buen escarmiento”; pero, en la grabación que la fiscalía aporta como prueba principal de la implicación del señor Leiva en el supuesto asesinato del señor Pardines en ningún momento se habla de dar muerte a éste. Mi defendido solo pretendía dar un escarmiento al hombre que se acostaba con su mujer. El verbo escarmentar, como bien sabe su señoría, viene definido en el diccionario de la RAE por las siguientes tres acepciones:

  1. 1Aprender de la experiencia propia o ajena para evitar caer en los mismos errores. Las personas no escarmientan fácilmente
  2. 2Imponer o aplicar un castigo a alguien, o corregirlo con rigor por haber cometido una falta. Escarmentaron a los rebeldes con un castigo ejemplarizante.
  3. 3desus. Avisar de un riesgo a alguien.

– ¿Se puede saber qué está insinuando, letrado?

– No insinúo, señoría, afirmo que ninguna de las tres acepciones del diccionario de la RAE implican la muerte a terceros. De hecho, para que el escarmiento tenga éxito es imprescindible que la víctima sobreviva a éste, pues el objetivo último no es otro que éste sea consciente del motivo por el que ha recibido el castigo. Así pues, afirmo que esa y no otra era la intención de mi cliente desde el primer momento: proporcionar al señor Pardines un escarmiento por haber mantenido una relación sentimental con su todavía hoy en día esposa, Catalina Martínez Cue. También afirmo que el señor Jesús María Murguía es culpable de dolo directo en segundo grado por el asesinato del señor Pardines como presunto intermediario de mi cliente, don Pedro María Leiva Arteaga, junto con los autores materiales de las heridas que provocaron el fallecimiento de la víctima, don Javier Pardines Cue.

– ¿En qué se basa, letrado, para hacer semejante afirmación?

– En una de las conversaciones telefónicas que consta en el sumario y mantenida dos días antes de los hechos que aquí se juzgan entre el supuesto intermediario de mi cliente, don Jesús María Murguía y don Hussein Aït Ahmed, presunto autor material junto con don Said Bouteflika del asesinato del señor Javier Pardines.

– ¿Podemos escuchar dichas grabaciones?

– Por supuesto, señoría.

* Hussein Aït Ahmed: ¿Entonces él tener dinero guardado en casa?

* Jesús María Murguía: Hola. Ya te dije cuando estuvimos en Las Landas que el tío está forrado, que guarda en su casa el dinero de las comisiones que le daban en negro como concejal de urbanismo de su pueblo.

* Hussein A.A: ¿Estás seguro que no bulo de tu amigo Chispas?

* Jesús María Murguía: ¿Por qué iba a mentirme mi amigo?

* Hussein A.A: ¿Para echar más mierda sobre el hombre que se acostaba con su mujer?

* J.M. Murguía: Eso ya me lo había contado mucho antes de que se enterará de que su mujer se había estado follando a su primo. De hecho, la empresa del Chispas ha sido una de las mayores beneficiadas de los chanchullos del concejal a la hora de otorgar licencias para todo tipo de construcciones dentro del concejo. Así que puedes estar seguro de que mi amigo sabe de lo que habla.

* Hussein A.A: ¡Ja, ja, ja! Qué fuerte lo de la prima. Años enteros poniendo cuernos a marido y él sin enterarse.

* J.M. Murguía: Bueno, después de tantos años algo ya se olía, por eso pinchó el teléfono de su mujer y acabó enterándose de todo el pastel.

* Hussein A.A: JA, JA, JA, qué pringado, y con la prima, más cerca imposible.

* J.M. Murguía: Prima segunda de la mujer del concejal. Y sí, más cerca imposible.

* Hussein A.A: Menudo campeón el concejal.

* J.M. Murguía: Si yo te contara…

* Hussein A.A:  De acuerdo, entonces nosotros dar paliza como querer tu amigo y de paso sacamos dónde guarda el dinero negro en su casa.

* J.M. Murguía: Por supuesto, yo no me meto en este embolado por una simple venganza sentimental, y eso por mucha lástima que me dé el pringado del Chispas, que mira que ya tiene crimen lo suyo, treinta años poniéndole los cuernos su mujer con el tipo con el que compartía mesa todas las vacaciones. 10.000 euros para cada uno por una paliza no compensa todas las molestias y mucho menos los riegos que asumimos.

* Hussein A.A: Nosotros asumir riesgos de verdad. Por eso luego hablar cómo repartir dinero.

* J.M. Murguía: No hay nada más que hablar. He hecho cálculos y, según lo que me contó el cornudo en su momento, probablemente mientras el concejal se trajinaba a su mujer, éste ha debido ingresar en los tres últimos años millón y medio de euros solo en comisiones. Eso es lo que nos repartiremos a partes iguales.

* Hussein A.A: Primero a ver si confiesa dónde estar dinero.

 * J.M. Murguía: Vosotros apretarle las tuercas todo lo que podáis; pero, cuidado, que no se os vaya de las manos.

Así pues, señoría, y tras escuchar la grabación, creo que ha quedado más que demostrado que mi cliente no contrató los servicios de los acusados don Hussein Aït Ahmed y don Said Bouteflika con el propósito de ocasionar la muerte de la víctima, sino con el de que estos le propinaran una paliza, tal y como asegura el señor Hussein en la grabación, a modo de escarmiento por haberse acostado con su mujer. Lo que luego ocurrió fue un asesinato en segundo grado por parte de los acusados antes citados tras atacar a la víctima con un espray de pimienta, conseguir reducirlo a golpes mediante el bate de beisbol que portaba el acusado Said Bouteflika y cumplir la amenaza de clavarle en la cabeza la punta del pico que sostenía el acusado Hussein Aït Ahmed si no confesaba el paradero de la fortuna que el fallecido supuestamente escondía en su casa. Simplemente se les fue de las manos.

– ¿Puede demostrar, letrado, que su cliente no tuvo nada que ver en el supuesto intento de extorsión del fallecido?

– Mi cliente, señoría, tal y como creo que ha quedado demostrado tras escuchar la grabación, solo es un pobre desgraciado, un hombre sencillo y cabal que se mataba a trabajar para darle a su familia lo mejor, un buenazo que confiaba a ciegas en su mujer y sus supuestos amigos, y al que todo el mundo a su alrededor le ha tomado el pelo. Un cornudo de manual.

– Modere su lenguaje, letrado, se trata de adulterio. Deje los juicios de valor a un lado.

– Es por lo tanto que pido que se retiren de inmediato a mi cliente los cargos por asesinato en cualquiera de los grados. El acusado don Pedro María Leiva Arteaga no solo no instigó y financió el asesinato de don Javier Pardines Cue, sino que además ha sido víctima de una estafa por parte de don Jesús María Murguía Ruiz de Ocenda, el cual, viendo el estado de desesperación y enojo en el que se encontraba su supuesto amigo tras haber descubierto por casualidad que su mujer le había sido infiel durante años con el marido de una de sus primas. Un estado de ofuscación del todo compresible dado, no solo la gravedad del contenido de la grabación a la que mi cliente tuvo acceso por casualidad, sino también el tono peyorativo, e incluso claramente humillante, con el que se refieren a él. Un contenido que me permito reproducir con el único propósito de que su señoría tenga en cuenta a la hora de juzgar el estado en el que se encontraba mi cliente cuando accedió a lo que, sin el menor atisbo de duda, fue una proposición por parte del señor Murguía con el fin de aprovechar su situación para cometer un delito de robo.

* Javier Pardines: ¿Cuándo te vienes al pueblo?

* Catalina Martínez Cue: Hasta las vacaciones nada.

* J. Pardines: Dile al Chispas que te vienes unos días antes a calentar la casa para Semana Santa.

* C. Martínez Cue:  Si el tonto este supiera cómo calentamos tú y yo la casa.

* J. Pardines: Ja, ja, ja. Si supiera que la llevamos calentando de la misma manera desde antes incluso de que lo conocieras.

* C. Martínez Cue: Jo que sí, toda una vida follando a sus espaldas.

* J. Pardines: Es lo que tú querías: un tío con un negocio que te mantuviera.

* C. Martínez Cue: No seas así. Tú no tenías ninguna intención de comprometerte y Pedro era un buen chicho…

* J. Pardines: Un pringado con posibles.

* C. Martínez Cue: Sí, ya lo sé, él es un pringado que solo sirve para trabajar y tú un pichabrava con miedo al compromiso.

* J. Pardines: Bien que te gusta esa picha brava.

* C. Martínez Cue: No te lo niego, contigo como con nadie, sin lugar a duda los mejores polvos de mi vida.

* J. Pardines: Pues aquí te espero antes de Semana Santa.

– Imagínese, señoría, la vulnerabilidad de mi cliente, un hombre que descubre, de repente, que la mujer a la que ama le engaña con el marido de una de sus primas, una persona con la que llevaba años compartiendo la intimidad de la reuniones de la familia de su mujer durante las vacaciones de todo tipo, una persona a la que respetaba por su compromiso político con su pueblo y su modo de vida a espaldas de los convencionalismos al uso, y eso a pesar de todos los rumores que circulaban en el pueblo acerca de los frecuentes escarceos amorosos de la víctima, la mayoría de ellos con mujeres casadas de la zona y de ahí la animadversión que decían sentir por él un número considerable de sus vecinos. Un hecho que, y aquí, señoría, me permito especular, puede que hasta contribuyera a hacer todavía más grande la admiración que mi cliente había sentido hasta el momento por la víctima.

– ¿Puede concluir su alegato, letrado?

– En resumen, señoría, que mi cliente, don Pedro María Leiva Arteaga, solo es un pobre hombre doblemente engañado. Primero por su mujer y el hombre al que admiraba, y segundo por aquel que se decía su amigo y que a sabiendas de las circunstancias que rodeaban su historia urdió un plan para intentar hacerse con el dinero ilícito que según mi cliente atesoraba la víctima en su casa, un plan en el que el móvil pasional sería la coartada perfecta para desviar sobre mi cliente toda la atención de lo que pudiera ocurrir al señor Pardines en manos de dos desalmados como los señores Hussein Aït Ahmed y don Said Bouteflika.

– A ver, deje ya de marear la perdiz, letrado. Entonces inocente de asesinato en primer grado. ¿No es así?

– Por supuesto. De primero y de segundo. Mi cliente jamás tuvo en mente otra cosa que no fuera hacerle saber a la víctima que no quería que volviera acercarse a él ni a su mujer ni a nadie de los suyos. Ni más ni menos que el escarmiento en forma de amenazas a través de terceros al que me refería antes. Mi cliente no solo es incapaz de matar nadie, ni siquiera tiene la capacidad intelectual necesaria para concebir un plan con el fin de matar a alguien.

– De lo que se deduce que según usted los únicos culpables del asesinato del señor Pardines fueron…

– ¡FUI YO! ¡YO MATÉ A PARDINES!

– Disculpe, señoría, mi cliente no sabe…

– Si, señoría, sí sé lo que me digo. No haga caso a nada de lo que diga mi abogado. ¡Fui yo! Yo mandé matar a ese hijo de puta de Pardines. Yo pagué para que lo mataran y volvería a pagar por ello mil veces si hiciera falta. Ese mal nacido me quitó a mi mujer, mi familia, mis amigos, mi vida tal y como la había concebido hasta el momento; pero, no voy a permitir que nadie me quite también el orgullo de haber sido quien tomara la decisión de hacer desaparecer de este mundo a semejante alimaña.

©Relato: Txema Arinas, 2021.

 

lunes, 22 de noviembre de 2021

EZ DAKIT ZERTAZ ARI ZAREN - ANA MALAGON

 Ana Malegonen "EZ DAKIT ZERTAZ ARI ZAREN" iruzkinbide, oso onerako gainera: http://uberan.eus/?komunitatea/Txema/item/ez-dakit-zertaz-ari-zaren-ana-malagon


   Beste ipuin liburu bat, badirudi euskaraz oparoen den jeneroa. Nik behintzat irakurri ditudan euskarazko azken hiruzpalau liburuak ipuinez osatuak izan dira, ez dakit kasualitate hutsa ala zerbaiten seinale den, alegia. Edonola ere, hemen ez dut jorratu nahi euskarazko ipuin liburuak aproposagoak zaizkion ala ez euskal irakurlegoari nobela mardulak baino edo. Baliteke zerbaitxo egotea horren inguruan, bai, beharbada ipuinak irakurtzeko joera gaur egungo bizimodu beti arin eta larriarekin, denok beti edozein gauzaren kontura lanpetuta edo kezkatuta, oso elkarlotuta dagoelako, hau da, guztiz samurragoa egiten zaiola egunean zehar arin eta larri dabilenari istorio motz baina aldi berean ere osoak irakurtzea nobela baten hari luze eta agian korapilatsuegiari egunez egun jarraitzea baino. Auskalo, badut ustea dena gero eta arin eta larriagoa da, likidoagoa omen, beraz, baliteke gauza gehienak ere beti arinak izan beharrean egotea beti larri dabiltzenendako.

Nolanahi ere, aitor dut ipuinak irakurtzea oso plazer berezi eta azkarra dela, baita oso modu egokia, zehatza, trinkoa egileak aurkeztu nahi duen errealitatearen zertzelada gordinak biribiltzearren. Horratik azken hau oso nabarmena da Ana Malagonen “Ez dakit zertaz ari zaren” ipuin guztietan. Oso ipuin gordinak dira, beharbada bestela ezin baitira izan gure garaiotako egunerokotasun ustez beti itogarri, goibel edo zimelean oinarritutakoak. Nik, ordea, ez dut uste gure gariak geure gurasoenak, are gutxiago gure aiton-amonenak, baino ilunagoak, larriagoak, etsigarriagoak direnik. Badira, bai, oso bestelako argi-ilunak, gure garaiotako bereizgarri garaikideak direnak, beharbada ere gure nagusienen aldean patetikoagoak, hutsalagoak, arinagoak direnak; baina, halabeharrez ere gure gaur egungo gizartea ezin hobeto definitzen dutenak. Izan ere, Malagonen ipuinetan agertzen diren pertsonaia gehienen kezkak, etsiak, oztopo edo arazo ustez konponezinak edo dena delakoak unibertsalak begitantzen zaizkit, batik bat familia edo bikote arteko gorabehera malkartsuak, ozpinak, maiz ere ezustekoak: Norbaitek pasa behar dio erratza izeba izan zenari. Bere senide bakarrak gara Ander eta biok, eta ez dut nire anaiarengandik laguntza handirik espero. Estaldurik gabeko anaia bat dut. (72 orr.)Alde horretatik, baldin badago zerbait berririk, originalik, benetan erakargarria, hori da antzeztokia, hau da, gure modernitatearen nondik norakoak: Asier eta biok gure artean gauzak modu zibilizatuan konpontzen saiatu ginen. Bulegoko lana utzi nuen eta lanik egiten ez duten amekin kafea hartzera behartu ninduen egoerak. Pilates egitera. Sofan lo egiteak sekulako sarraskia eragiten zion nire bizkarrari.”(128 orr.)

 Eta honekin batera, idazle baten lana benetan bereizten duen ezaugarria, berdin da zer jorratzen duen ustezko errealitate bate do berak sortutako ordezko bat, non edo noiz kokatzen dituen bere istorioak, hau da, gauzak nola kontatzen dituen: estiloa. Ana Malagon idazlearen estiloari dagokionez ageri da oso begiratu fina, are gordina, kritikoa, duela, zehatza bezain zorrotza, pertsonaien egunerokotasun zinez gogaikarriari buruz etengabeko xehetasunak emanez benetan borobilak, txukunak, takian-potian ere garratz samarrak diren esaldi motz batzuen bitartez: Urte batzuk zeneramatzan institutuan ingelesezko irakasle lanetan. Itzultzailea izan nahi zenuela aitortu zenidan behin, baina, internetek eta nik dakigula, inoiz ez zenuen asmo hori betetzeko ezer egin. Hezkuntza saileko lan poltsen eta lan-eskaintza publikoaren itsasaldien menpe, itsasbehera batek beste herri bateko institutu batean utzi zintuen lehorreraturik. (136 orr.) Zehatza bezain garratza, jakina, bisturi baten indarraz gure garaikide asko eta askoren egunerokotasuna erakusten diguna, alafede.

Hortaz, Ana Malagon dugu zirujau aparta gure gizartearen mota askotako gordinak zein ozpinak azaleratzearren, kirurgialari benetan trebea bisturia non sartu behar duen asmatzerakoan. Gauzak horrela, badakigu Malagonek nola edo hala gizarte horretako hamaika pertsonaien disekzio ezer baino lehen psikologiko ezin zehatz eta zorrotzagoa, pertsonaien ekintzen ostean aztarrika, eskainiko digula gure gaur egungo lan, familia edo bikote harremanen miserietan hondoraino ondo, errukigabe, sartuta. Oro har oso gustuko ditut Malagonen ipuinok, besteak bere oso nire ere egiten dudalako bere begiratu zolia gure modernitatearen gainean, benetan miresten dudalako esaldi motz eta zorrotzen bidez bizitzaren berezko gordintasuna adierazteko duten trebezia, beharbada hein batean ere agertzen diren pertsonaia askoren nondik norakoekin identifikatzen naizelako; nor ez omen da gure garaiotan ia beti jitoan, hondoa jotzear edozein dela kausa, nork ez omen ditu giza-harremanei buruzko ikuspegi etsi edo hits bat? Nire moduko gizaki ezkor ipurterre eta apika komediazale porrokatu bat, bai horixe. Halere, horra hor, noski, literaturaren xarma nagusietariko bat: idazleak aurkezturiko errealitatearen nondik norakoekin bat egiteko gaitasuna. Halere, aitortu beharrean nago delako gordintasuna ipuinotan bereizten den giroa bezain itogarria suerta lekiokeela irakurleari idazleak ironia ere taxuz erabiliko ez baldin balu, hau da, istorioak nolabait irensgarriagoak egite aldera, menturaz are gertukoagoak: Bere obsoleszentzia hemen dela iragartzen duen zarata batekin erantzun du irakasle gelako kafe makinak. Ur herdoildua (ezin kafea deitu horri) gero eta kaxkarragoa denez, olo esnearekin nahasten dituzten superfood hautsetara pasa dira gutxi batzuk. (153 orr.)

Egia esan, nik uste dut ironia dela gure munduko berezko gordinak eta ozpinak pairatzeko baliabide ez bakarra baina baina agian bai eraginkorrena. Hala ere, ironia mota asko daude, zein baino zein bidezkoagoa, eraginkorragoa, egokiagoa; Malagonena, lehen esan bezala taxuz erabiltzeaz gain, maisu ere egiten du, batzuetan ere ahoa bete hortz uzteko moduan, mingotsa besteko gozo-gozoa, azken finean ere irakurketa baten plazer benetan gazi-gozoa holako ñabarduretan datza eta : Larrialdi zenbakira deitzeko azkeneko saiakera bat egin du Marisak. Tonua ematen du baina ez du inork hartzen” (152 orr.)

Txema Arinas

Oviedon, 2021/11/05

La Esperanza de André Malraux o el Panfleto Literario

 "La Esperanza" de André Malraux o el Panfleto Literario" por Txema Arinas, una mirada a la literatura comprometida o de combate: https://www.babab.com/2021/11/20/la-esperanza-de-andre-malraux-o-el-panfleto-literario/?fbclid=IwAR2863Anq1Rnsn5q0YH4W0Z3H1VVWPFFvsFFogUUAZv2Om0GkiWjk2R-rdY


 


Toda situación presente tiene por lo menos un elemento positivo: hay que encontrarlo y utilizarlo. “La esperanza” (1938)

André Malraux

De acuerdo con la RAE el término panfleto tiene dos posibles acepciones. Por un lado el de libelo difamatorio, es decir, obra escrita con el fin de denigrar o difamar a alguien o algo; por el otro, en cambio, el de opúsculo, o pequeña obra científica o literaria de poca extensión, con carácter agresivo. Es, desde luego, en esta segunda acepción donde ubico La Esperanza de André Malraux, la novela sobre la Guerra Civil española del famoso autor, aventurero y político francés nacido en París el 3 de noviembre de 1901 y fallecido el 23 de noviembre de 1976. Sin embargo, yo sustituiría el adjetivo agresivo por el de vehemente, entusiasta, apasionado o cualquier otro por el estilo. Con todo, todavía me quedaría corto a la hora de clasificar esta crónica sobre las experiencias de varios combatientes extranjeros en el bando republicano como un mero panfleto si no añadiría el de literario. ¿Qué quiero decir? Pues que el panfleto, si bien no tanto como definición, sino de acuerdo a la costumbre, suele ser un texto de muy corto vuelo y que no merece mayor consideración una vez cumplida su función de soliviantar el ánimo de sus destinatarios. Sin embargo, un panfleto literario es aquel que aspira a perdurar en el tiempo en función de su calidad narrativa por encima incluso de lo que suele ser, ya no solo cualquier panfleto al uso, sino incluso la mayoría de los libros que tratan el mismo tema que este. Un panfleto literario ni siquiera debe parecer un panfleto, más bien debe evitarlo a toda costa, a ser posible aspirando a ser una obra seria en toda regla, de altos vuelos, Literatura con mayúscula, aunque únicamente sea por su tamaño.

Pues ese y no otro es el caso de La Esperanza de André Malraux, un novelón en toda regla, más de quinientas páginas en la mayoría de sus ediciones, escrito, como quien dice a vuela pluma, desde abril a noviembre de 1937, sobre la experiencia de su autor durante la Guerra Civil española y, ya en particular, al cargo de la escuadrilla aérea, formada y comandada por él, llamada Escuadrilla España, operativa desde agosto de 1936 a febrero de 1937. Con todo, lo que se cuenta en La Esperanza no se circunscribe en exclusiva a lo vivido por los personajes que forman parte de la susodicha escuadrilla, la mayoría de ellos voluntarios de las Brigadas Internacionales con experiencia en el manejo de aviones, sino que también se extiende a los frentes más destacados de la Guerra Civil y en los que Malraux tomó notas durante sus recorridos a lo largo y ancho de la península. A esto también habría que incluir la información que Malraux recabó de personajes como la escritora María Teresa León, su amigo el también escritor José Bergamín (que aparecerá en la novela tras la figura de Guernico), el pintor comunista Luis Quintanilla (que había participado en el cerco del Alcázar de Toledo) y, sobre todo, el general republicano Gustavo Durán (que inspirará en gran parte el personaje de Manuel en la novela). Malraux también aprovechó las crónicas de los corresponsales extranjeros en España como las que su compatriota Louis Delaprée enviaba al diario parisino France-Soir.

La Esperanza llegó a las librerías francesas el 18 de diciembre la novela obteniendo desde el primer momento una gran atención por parte de lectores y crítica. Un éxito que respondió tanto al interés del público francés por profundizar sobre lo que estaba sucediendo en España, en una guerra a la que la mayoría de la población no era indiferente porque las simpatías hacia uno u otro bando también se repartían a ese otro lado del Pirineo de acuerdo con las ideológicas de cada cual, como al crédito como autor del que ya disfrutaba Malraux después del éxito de La condición humana (1927), donde mostraba su simpatía hacia la revolución popular china. De ese modo, se podría decir que el Malraux cumplió el objetivo que se había propuesto con la redacción de La Esperanza como miembro activo del servicio de propaganda del gobierno de la República Española, en cuyo apoyo llegó a dar conferencias y mítines tanto en su país, Francia, como en EE.UU. en repetidas ocasiones. Un objetivo que justifica mi calificación de la novela como panfleto, en este caso una airada defensa escrita de la causa republicana frente a la amenaza fascista representada por el bando nacional de Franco, pero cuya factura supera con creces lo que entendemos como panfleto gracias al buen oficio de su autor y, en especial, a esa concepción tan en boga entre los escritores de su época y militantes de todo tipo de causas, de procurar poner el arte al servicio de estas

La muerte no es algo tan serio: el dolor, sí. El arte es poca cosa frente al dolor y, desgraciadamente, ningún cuadro tiene frente a él manchas de sangre. (La esperanza)

De ese modo, la prueba irrefutable de que Malraux acertó con su novela, o lo que es lo mismo, que supo infundirle el imprescindible aliento literario para que esta trascendiera el mero propósito propagandístico, no fue otra que la percepción de la misma como un himno a la dignidad humana, a la fraternidad, una inmensa esperanza para todos los hombres de acceder a esa dignidad por la “revolución” tal y como establece Maryse Bertrand de Muñoz en su libro La guerra civil española y la literatura francesa (Sevilla, Alfar, 1995).

Así pues, La esperanza no se limita a un simple relato de batallas en las que el autor procura imprimir a sus personajes una aureola épica de la que suelen carecer las crónicas periodísticas con la intención de mostrar al mundo el sacrificio de unos hombres, ya sea porque lo que se juegan es su futuro y sobre todo su libertad, como es el caso de los combatientes españoles, o en el caso de los miembros de las Brigadas Internacionales como consecuencia de su compromiso con unos ideales, los cuales son fácilmente reconocibles para los compatriotas del autor porque se resumirían en egalité, fraternité, liberté. Ese relato con todo lujo de detalles sobre la crudeza de las batallas o la penuria de la retaguardia ocupa la mayor parte de los primeros capítulos de la novela, sobre todo los que corresponden a La ilusión lírica donde se cuenta los primeros días de la sublevación militar en Madrid y Barcelona y los primeros combates en la Sierra de Madrid y los inicios de la actividad de la escuadrilla aérea de Malraux, y a El ejercicio del Apocalipsis donde se cuenta el asalto al Alcázar de Toledo. Se podría decir que el tono de estos capítulos no difiere en lo esencial del reportaje periodístico con la diferencia de que en este caso la acción está novelada. Sin embargo, en la segunda parte del libro, en los capítulos Ser y hacer o Sangre de izquierdas, donde se habla tanto del fracaso de Toledo como del éxito de la defensa de Madrid, empieza a percibirse las tesis que inspiran a su autor y que en la tercera y última parte de la novela, La esperanza, acabarán ocupando hojas enteras en forma de diálogos entre los personajes, los cuales tratan temas morales, políticos e incluso filosóficos, todo ello en medio de la contienda, ya sea acompañando a las Brigadas Internacionales durante la defensa de Madrid, el episodio de los civiles huyendo de Málaga por la llamada “Carretera de la Muerte”, la batalla de Teruel donde la escuadrilla tendrá un protagonismo decisivo, o tras la victoria republicana en la batalla de Guadalajara, la cual le sirve a Malraux para cerrar su novela con el mensaje esperanzador del que da razón su título.

Hace un momento usted ha hablado de la esperanza: los hombres unidos a la vez por la esperanza y por la acción tienen acceso, como los hombres unidos por el amor, a ámbitos a los que no tendría acceso por sí solos. El conjunto de esta escuadrilla es más noble que casi todos aquellos que la componen. (La esperanza)

De modo que no cabe duda que La Esperanza está entre las novelas sobre la Guerra Civil Española más conocidas escritas por extranjeros, junto a Por quién doblan las campanas (1940), de Ernest Hemingway, La gran cruzada (también de 1940 aunque publicada en 1978) de Gustav Regler, o Homenaje a Cataluña (1938) de George Orwell, que tiene un halo panfletero más evidente, militante incluso. En efecto, la mayoría de las obras citadas podrán ser un homenaje a la causa republicana, incluso un canto de amor a España y a los españoles; pero, siendo como son también una mirada crítica sobre el desarrollo de los hechos, y en especial las rencillas, incompetencias e impotencias dentro del campo republicano, también son la crónica de fracaso sin paliativos. La esperanza de Malraux pretende ser todo lo contrario, por eso acaba con la victoria republicana de Guadalajara y sus personajes se debaten entre la derrota y el triunfalismo, porque quiere convencer a sus lectores que la causa de la república todavía no está perdida. Desde luego no si ellos hacen todo lo que esté en su mano para revertir lo que la mayoría de las crónicas del momento anunciaban como una victoria cierta del bando nacional en razón del apoyo internacional, el de la Alemania nazi y la Italia fascista en especial, en contraste con esa oprobiosa neutralidad de las llamadas democracias occidentales entre las que Malraux, pese a su militancia comunista, se empeñaba en situar a la República Española.

He visto a las democracias intervenir contra casi todo, salvo contra los fascismos. (La esperanza)

Y por eso también la mayoría de los personajes y situaciones que aparecen en la novela acaban pecando de un esquematismo que los alejan, por ejemplo, de esos otros de Por qué doblan las campanas de E. Hemingway o de la mirada tan militante como crítica del narrador de Homenaje a Cataluña de G. Orwell. Todavía más, ni siquiera las grandes novelas sobre la Guerra Civil escritas por autores españoles simpatizantes de la causa republicana como el tercer tomo de La forja de un rebelde (1941-46) de Arturo Barea, o la trilogía sobre la Guerra Civil de Max Aub compuesta por Campo cerrado (1943) Campo de sangre (1945) Campo abierto (1951) pecan del aliento panfletario que rezuma La Esperanza de A. Malraux por muy justa que nos pueda parecer su causa. Los libros de los españoles citados son ante todo un relato memorístico de lo vivido animado tanto por el deseo de justificar el papel de cada cual durante la Guerra como el de aportar su visión sobre las causas de la derrota republicana. Son obras, si, escritas a posteriori, si bien que al poco del final de la guerra y por lo tanto con el recuerdo de los vivido todavía caliente. La novela de Malraux, en cambio, fue escrita no solo durante la guerra, sino también para la guerra.

En circunstancias como éstas, me intereso menos en las razones por las cuales los hombres se hacen matar que por los medios que tienen para matar a sus enemigos. (La esperanza)

Es una novela de combate en la que el enemigo es el mal sin matices, por eso en ningún momento se mencionan sus razones, ni siquiera para rebatirlas, tampoco de la heterogeneidad de las fuerzas que lo componen al igual que las del bando republicano. El enemigo se engloba casi siempre bajo el epígrafe de “el fascismo” o “los fascistas”:

Hay que terminar con el fascismo: como se lo dije en Noisy-le-Sec a nuestros “conservadores”: no son las momias las que conservan Egipto, ¡Es Egipto el que conserva a las momias, señores! 

Es de suponer que para que al lector extranjero no le quepa duda de a quiénes se enfrenta la causa republicana a pesar de las particularidades del bando nacional propias de la política e idiosincrasia española que podrían confundir a dicho lector. En cualquier caso, y por si todavía cupiera alguna duda al leer el libro de por qué urge derrotar a ese enemigo, este aparece siempre en como el responsable de los bombardeos indiscriminados a la población civil o del exterminio de los republicanos como en el terrible episodio de Badajoz. Hechos perfectamente conocidos por todos más tarde, pero que en aquel preciso momento, en plena guerra, todavía eran desconocidos, siquiera ya solo obviados, por la opinión pública extranjera. Sin embargo, si Malraux procura no ahorrar detalles acerca de las atrocidades del bando nacional, sí omite esos otros hechos tan luctuosos como los primeros que sucedían en el bando republicano como las “sacas” y “paseos” de los presos tras juicio sumarísimo, las quemas de las iglesias y los asesinatos de religiosos, e incluso la guerra intestina entre trotskistas y comunistas de la que George Orwell nos dejó un testimonio sin igual en su magnífica y muy ilustrativa Homenaje a Cataluña.


Es evidente que Malraux omitió todos esos hechos luctuosos porque perjudicaban a la causa republicana y sobre todo al objetivo propagandístico de su novela. Un objetivo que no solo era ganarse la simpatía de los lectores sino también exponer sus teorías acerca de cuál debía ser la estrategia del bando republicano para ganar la guerra y, sobre todo, para qué. No olvidemos que por aquel entonces Malraux todavía era un militante convencido del partido comunista francés, por lo que sus tesis en La Esperanza coinciden en su mayoría con las del partido comunista español, el cual, si bien que a instancias de la internacional comunista que con Stalin a la cabeza veía en la Guerra de España la ocasión propicia para instaurar un régimen similar al soviético. De hecho, en la mayoría de los diálogos que mantienen los combatientes en los descansos entre una batalla y otra, Malraux aprovecha no solo para que sean estos quienes debatan sobre política, moral o religión, exponiendo así las razones que motivan a los republicanos para defender su causa e incluso su furibundo anticlericalismo ante una Iglesia como la española aliada de siempre con los explotadores, sino también la necesidad de abandonar el sistema de milicias partidistas para crear un verdadero ejército republicano profesional, es decir, la propuesta del partido comunista para acabar con la desorganización.

El coraje es un problema de organización. Queda por saber quiénes son los que quieren ser organizados.

También con la indisciplina y sobre todo ineficacia de los combatientes republicanos.

Ningún coraje colectivo resiste a los aviones y a las ametralladoras. En suma: los milicianos bien organizados y armados son valientes, los otros se escapan. Basta de milicias, basta de columnas: un ejército. 

Con todo, Malraux se alinea no solo con la estrategia militar del partido comunista del que poco más renegará precisamente por su comportamiento totalitario durante la Guerra Civil española, sino que hace también una vehemente defensa de la acción en momentos de conflicto frente a la irresolución que parece caracterizar a las autoridades republicanas, las cuales se debaten de continuo entre la defensa numantina de su causa y el derrotismo que les tienta a querer pactar una paz con sus enemigos al precio que sea.

Antes, los nuestros eran disciplinados porque eran comunistas. Ahora, muchos se hacen comunistas porque son disciplinados.

De ese modo, Malraux aludirá al episodio de Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca como el ejemplo en el bando contrario del intelectual que se debate todo el rato con los matices estériles resultando un obstáculo a diferencia del militar exaltado e implacable como Millán Astray que no se permite titubear un segundo en su determinación a utilizar todos los medios a su alcance para derrotar a su enemigo.

Así pues, resulta prácticamente imposible negar el carácter panfletario de La Esperanza de A. Malraux a pesar de sus cualidades literarias, es decir, del innegable talento narrativo que el autor demuestra en sus páginas, sobre todo a la hora de construir una novela que es más coral, de voces, que de personajes dado el esquematismo de la mayoría de ellos, al fin al cabo prototipos de las circunstancias del momento, y escenarios, no solo bélicos, con un lirismo tan intenso como eficaz a la hora de convencer al lector de la veracidad de lo que se cuenta. Una eficacia que Malraux consigue mediante una prosa de frases cortas pero muy contundentes e incluso grandilocuentes,

¿Y Cristo? -Es un anarquista que ha triunfado. El único.

de diálogos en los que sorprende su buen oído para diferenciar y sobre todo retratar a los personajes según su propia idiosincrasia y en donde no faltan las contradicciones de estos que los humanizan definitivamente.

Lo difícil no es estar con los amigos cuando tienen razón, sino cuando se equivocan.

Por si fuera poco, Malraux imprime a su texto una agilidad narrativa que hace que las quinientas y pico páginas de La Esperanza se lea de una tacada gracias a la naturalidad de esos diálogos como a la descripción de unas escenas bélicas contadas como nunca antes. De hecho, y en opinión del que subscribe estas líneas, son precisamente esos diálogos con las contradicciones de sus personajes y la crudeza de las escenas bélicas quienes hacen de La Esperanza un libro que supera con creces esa designio panfletario que justifica el libro y que, por eso mismo, lo habría condenado al olvido una vez periclitada la causa que lo animaba.

No es posible hacer un arte que hable a las masas cuando no se tiene nada que decirles, pero nosotros luchamos juntos, queremos hacer juntos otra vida y tenemos muchísimas cosas que decirnos. 

Claro que el devenir de La Esperanza de A. Malraux tampoco parece haber sido todo lo afortunado o justo que habría merecido de atender en exclusiva a sus virtudes literarias. De hecho, tengo para mí que La Esperanza es un libro olvidado, siquiera solo en comparación con otras obras con una temática muy parecida, por tratarse de aquellas que aportan un testimonio muy personal y sobre todo original, incluso literariamente elevado o exquisito, sobre episodios históricos o ideológicos muy concretos como podrían ser Kaputt (1946) de Curto Malaparte o Vida y destino (1980) de Vasili Grossman, por citar dos obras de carácter muy diferente, sobre todo entre sí. No lo ha sido a pesar de sus evidentes méritos literarios, al menos no tanto como los libros de Hemingway o Orwell, verdaderos y permanentes referentes para cualquiera que quiera acercarse a la Guerra Civil española desde el punto de vista de un extranjero que además fue testigo directa de esta, y tocaría pensar por qué. Por un lado, siquiera ya solo respondiendo a cierta lógica, podríamos pensar que una vez perdida la Guerra Civil una obra como La Esperanza habría dejado de tener sentido; pero, y aquí siento insistir por enésima vez, eso habría sido de tratarse de un simple panfleto, no de uno cuyo valor literario pudiera trascender el objetivo inicial para el que había sido concebido. A decir verdad, una vez perdida la guerra el valor intrínsecamente propagandístico y hasta simbólico del libro de Malraux,

La fuerza más grande de la revolución es la esperanza.

un mensaje precisamente de esperanza para la gran guerra que estaba por llegar y acaso también para todas las venideras. Un mensaje que una vez finalizada la II Guerra Mundial, y con la amenaza soviética sobre las democracias liberales a la vuelta de la esquina, amén de todas las evidencias que empezaban a llegar acerca de carácter decididamente totalitario y hasta criminal del régimen del llamado padrecito Stalin, habría quedado muy descafeinado en razón de la militancia comunista de Malraux cuando escribió su novela. Sin embargo, y dado el sonado bandazo ideológico de Malraux al final de la ocupación alemana de su país tras su defección en toda regla de las líneas comunistas, la cual había comenzado en España, continuó durante su actividad como destacado miembro de la Resistencia francesa y culminado, del modo más sonoro que pocos podían imaginar, como entusiasta defensor de las políticas del general De Gaulle, de cuyo gobierno fue ministro de cultura desde 1958 a 1969.

Así pues, La Esperanza parecía condenada a ser poco más que el testimonio de una derrota; pero, ya no solo el de la causa republicana española, sino también el de buena parte de la izquierda europea que tras haberse ilusionado con el comunismo en su versión soviética como la única alternativa factible a las democracias de corte liberal, las cuales, según ellos servían en exclusiva al capitalismo internacional, había acabado descubriendo que solo se trataba de otra forma más de tiranía, si acaso la peor de todas porque ésta además se justificaba a sí misma en función de los ideales de igualdad y justicia por los que muchos habían luchado e incluso dado su vida como en las tierras de España. No es de extrañar, pues, que un libro como La Esperanza acabara convirtiéndose en algo muy diferente a aquello para lo que había sido concebida y por ello condenada prácticamente al olvido. No obstante, puede que eso fuera la reacción lógica provocada por el desengaño de varias generaciones que habían creído precisamente en ese canto a la esperanza que es la obra de Malraux. Para las generaciones que hemos llegado después del desengaño, siquiera que no lo hemos vivido tanto en nuestras propias carnes como en las de nuestros mayores, La Esperanza de André Malraux merece un juicio mucho menos militante, pero no por ello menos apasionado, una vez leída ya desde la distancia que da el tiempo y en especial el juicio decisivo de la Historia sobre personajes como Malraux, los cuales fueron denostados en su momento por los ortodoxos a los que abandonaron en su ortodoxia. Un juicio libre de los prejuicios ideológicos de cada cual y por ello más sosegado y constructivo que el que hicieron los contemporáneos de su autor, un juicio en el que Malraux ya no es solo, o principalmente, el chaquetero que escribió una obra propagandística para ponerse el valor sobre todo a sí mismo, el oportunista que solo respondía a los mandatos de su vanidad y de ahí su acreditada tendencia hacia la grandilocuencia y, ya muy en especial, ese querer figurar a toda costa y en todo momento como protagonista de la Historia más que como simple testigo. Tentaciones o defectos del personaje en el que se convirtió Malraux hacia el final de sus días y que yo no niego de acuerdo a todo lo que sabemos sobre su trayectoria; pero, que tampoco ocultan en mi opinión que la razón última de esa supuesta vanagloria no era otra que una pasión ilimitada por valores como la libertad individual y la justicia sobre todas las cosas, pues eso es lo que se trasluce, no solo en todas y cada una de las actividades que emprendió como aventurero, político e incluso icono de la intelectualidad de su país, sino sobre todo en su obra escrita.

El sueño de la libertad total, el poder al más noble, o algo por el estilo, todo eso forma parte a mis ojos de aquello por lo cual estoy aquí.

La Esperanza de André Malraux es, por lo tanto, el testimonio mejor logrado de la pasión por unos ideales muy concretos, pero no solo los de su autor en su momento, sino también el de todos aquellos coetáneos que como él supieron apasionarse por ellos en lugar de aceptar las cosas tal y como se las habían encontrado y a pesar de todo lo que vino después, de todos los bandazos dados y esos defectos como la vanidad tan consustanciales a la condición humana. La Esperanza de Malraux es un documento literario magnífico.


Te

AZKEN EGUNOTAKOA


Premisa ezin da argiagoa izan: gizartean ergelez inguratuta bizi baldin bagara, nola harritu ergelez osatutako epaimahaikoek Kyle Rittenhouse bezalako astapotro supremazista ergel bat errugabetzat jo eta gero, libre utzi eta gero?
Ez al zen aspaldi gure artean halakorik suertatu bi ertzain garbitu zituen baserritar astapotro mozkorrontzi harekin, libre geratu bezain laster mugaz bestalderantz ihes egin zuena ETArekin bat egiteko asmotan? Ez al zen ere halakorik suertatu Galizia aldean homosexual bat hil izanaz absolbitu zuten astapotro hiperanabolizatuarekin, bere ipurtzuloaren orbangabetasuna mehatxupean ikusita bere buruaren defentsan jo egin zuelako?
Ergeletan ergelenak epaimahaikide; atera kontuak...





Gizarte baten parte baldin bazara badakizu ondo baino hobeto ezin zarela zure auzokoen etxera miaka edo gogoara egiteko sartu. Gizarte baten parte baldin bazara badakizu, beharko, ezin zarela errepideetan zehar joan gainerako ibilgailuen abiadaren kontra. Gizarte baten parte baldin bazara badakizu, nahitaez, ezin duzula kaleko txoko eta izkin guztietan txiza edo kaka egin larri zaudenean. Gizarte baten parte baldin bazara badakizu, edo gutxienez jakin beharko, ezin dituzula txakurrak eta kolpatu, ibaiak eta pozoindu, basoak eta erre, zure hurkoak eta iraindu, jipoitu, lapurtu, bortxatu, iruzurtu... Gizarte baten parte baldin bazara badakizu ezin hobeto ez zarela gogoko izan ahal zenukeen oro egiteko libre. Orduan, zer dela eta pandemia baten aurrean bizi zaren gizartearen osasuna zein ekonomia kolokan jartzeko libertatea aldarrika ari zara zure bizilagun guztiokin batera arraunka egin beharrean? Gainerakoak baino azkarragoa, ausartagoa, libreagoa zarelakoan zaudelako? Aizu, motel, egoista hutsa zara.



 

Udazkenak badu "zera" bat
benetan etsigarria,
Zaurgarria,
azkena den orok baitu,
baita ederra den orok ere.
Horitzen zait poza
Hozten zait gogoa
Hor dena da lausoa.
Azkenak beti abailtzen du.
Areago aspaldiko partez
Zahartzen garela etengabe
Amiltzen zaigula ezagun
genuen mundu txikia,
Agurtzen ditugula maite
genituen urko haiek,
betidanik izan zirenak
gure bizi apalaren parte,
Zer esanik ez,
Betiereko irribarre batez,
zintzoa bezain eztia,
amaigabeko maitasunez,
bete zutenean gure bizia,
atzo galdu nuenak bezala,
Zergatik ez esan,
egiatan maiteen nuen izeba.
Horrexegatik ere esan behar dut,
aurtengo atsekabea inoiz baino
handiagoa, latzagoa, minagoa
bilakatu zaidala ia ustekabean.
Ondo asko jakinda ere
bizitza orok duela bere akabera
Udagoiena.






- Eta hau guztiau zertarako?
-...
- Istorio eder zoragarriak eta idazteko?
-...
- Noiz edo noiz, laster, leihoak zabaldu behar izango ditut gelatxo honetan hegan, far-far, dinbili-danbala, tauki-tauki ari diren ideia txatxuak, zentzugabeko burutazioak edota inori axola ez zaizkion istorio guztiok behin betiko egurastearren.

LO DE LOS ÚLTIMOS DÍAS




Estoy en una comida de cuadrilla y, como de costumbre, ellas a un lado y nosotros al otro. Hasta los cojones de la cosa atávica esta. Me rebelo y por eso también me levanto para sentarme entre las chicas. De repente indignación generalizada entre los miembros de la manada. Ellos que si "¿Estás loco? ¿Por qué te sientas con ellas, no quieres que hablemos de fútbol?". y ellas que si "¿Qué haces aquí, qué pretendes? ¡Fuera, fuera, no queremos fisgones, al redil, al redil!" Pero me emperro y al final, como son quince o más, así ya podrán, consiguen reducirme y ponerme de patitas en la calla al grito de: "¡Ornitorrinco, cercopiteco, esquizofrénico, anacoluto…”
Entonces me veo solo en mitad de la calle. Pero no en esa del centro de Vitoria en la que estaba el restaurante al que había ido a celebrar el quincuagésimo cumpleaños de una de la cuadrilla, sino al lado de la estación de autobuses de Laredo en mitad de la noche. Supongo que me toca esperar hasta las dos y media el trasbordo del autobús que me lleve de vuelta a Oviedo. Me aburro, también empiezo a acusar el fresco nocturno y temo por agravar todavía más un catarro que no me ha remitido del todo. Así que decido dar una vuelta por el pueblo. Ni un alma por las calles, todo cerrado. Conozco el pueblo de haberlo visitado con mis viejos de chico. También estuve dando una vuelta con mis amigos durante un finde de casa rural en el otoño del año pasado. Así que deambulo por un terreno más o menos conocido. Me digo, como buen babazorro y por supuesto que de coña, para hacerme la gracia a mí mismo y en ese plan idiota de necesidad, que lo mejor de pasear de noche un lunes de principios de noviembre por Laredo es que, al menos, no hay bilbaínos. En ese momento oigo que llega hasta donde yo estoy un coche que al girarme distingo que es de la policía municipal. Miro quién va dentro y me encuentro, era de cajón, a Hernández y Fernández.
-¿Se puede saber, caballero, qué hace andando solo por las calles a estas horas de noche? -preguntan, cómo no, ambos al unísono.
-Estoy haciendo tiempo hasta las dos y media que tengo que coger el autobús que va a Oviedo.
-¿A Oviedo? ¿Qué se le ha perdido a usted en Oviedo?
- Eso me pregunto yo desde hace años. Pero no, en serio, vivo allí con mi mujer y mis hijos
- Como me llamo Hernández que todavía tendrá que esperar un buen rato.
- Yo diría más. Tendrá que esperar un buen rato como me llamo Fernández.
Dios, y no digamos ya la Ley Mordaza, me libre de pensar que la policía es idiota por definición, por favor; pero, el caso es que dejo a Hernández y Fernández discutiendo dentro del coche patrulla y sigo mi paseo hasta la playa, adonde decido bajar a mecer mis ideas con el ruido de las olas y llenar de kresala mi ánimo. Entonces oigo que un desconocido me llama de entre las sombras.
-Chssss, tú, si tú, marinero.
-¿Yo?
-Sí claro, ¿hay alguien más? ¿Te apetece farlopa de la buena para pasar la noche?
-No gracias, no consumo.
-¿Y sexo barato con sabor a mar?
-Menos aun.
-¿Y un conjuro mágico? Mira, lo fabrica mi amiga.
Entonces veo que la sombra avanza unos pasos hacia la luz que una de las farolas del paseo marítimo proyecta sobre la playa y descubro que el quinqui camello y proxeneta no es otro que mi amigo Tintín.
-Deja que mi amiga te haga un hechizo –insiste él-, es una de las mejores de su gremio, lo mismo le puede echar un mal de ojo a tu suegra que alargarte todavía más la polla. ¿No te gustaría volver con tu familia volando?
Entonces se adelanta bajo luz de la farola la bruja de marras y yo me que quedo helado del susto. Se trata, nada más y menos, que una de mis primas que vive en el pueblo de mi viejo.
-Hombre, Txema, ja, ja, ja, cuánto tiempo sin verte. Sí, porque yo no fui al funeral de tu padre, ja, ja, ja, ja, no, no fui, ja, ja, ja, ja.
Observo que se deleita recordándomelo, no solo lo que ya sabía, sino las mismas palabras que le soltó unos días antes a mi hermano en otro funeral. Así que ni siquiera me molesto en indignarme por la mala baba que destilan sus palabras, ese querer hacer daño hasta el último momento. Lo mejor que se me ocurre es salir de allí corriendo. No voy a esperar al autobús, me vuelvo andando hasta Oviedo. Al rato, cuando ya estoy a punto de dejar Laredo a mis espaldas, miro hacia atrás y reparo en una hoguera encendida sobre la playa. También puedo distinguir alrededor de la hoguera a Hernández y Fernández con los hábitos al uso de los sacerdotes de la Santa Inquisición. Pero todavía es más mi sorpresa, y no digamos ya satisfacción, cuando al mirar quién se está consumiendo entre las llamas de la hoguera descubro que no es otra que la bruja de mi prima.
En cualquier caso, son tantas las ganas de perder de vista Laredo, no digamos ya la estampa infernal de aquel acto de fe nocturno, puede que todo lo que queda a mis espaldas, que no dudo en imprimir a mi paso un ritmo tan frenético que al final pierdo la noción del tiempo. De modo que, cuando ya empiezan a despuntar los primeros rayos de luz del día, me sorprendo contemplado a lo lejos las torres de la catedral de Santiago; he debido recorrer el Camino de Santiago de la costa de una tacada y todo ello sin pócimas, hechizos, males de ojo ni demás mierdas del gremio.




 Un viaje de vuelta que auguro más largo que nunca.

Todo se me lía en el último momento.
Hace días que siento el corazón acelerado.
Vuelvo a casa con la cabeza embotada de recuerdos.
Repaso mi infancia
Siempre aparece ella
Eterna sonrisa entonces y siempre
Cariño a raudales
Yo admiraba aquella alegría
Qué contraste con otros de su...
¿linaje? ¿Clan? ¿Tribu?
Lo que sea eso que formamos
aquellos que compartimos apellido
y que en realidad no significa nada.
Nunca le escuché una mala palabra
Sé que arbitró entre los suyos
Que sufrió por el hermano, mi padre,
el cual, sintiéndose herido y maltratado,
renegó de todos ellos.
Que nunca dejó de quererlo,
Tampoco él a ella.
También sé que la recordaré siempre,
como se recuerda a quien te ha querido,
aquellos que hacen felices sin esfuerzo
a los que tienen al lado,
corazones grandes que son su talón de Aquiles.
Siempre en el recuerdo.
Así como van directamente al olvido
los que sienten necesidad de herir hasta el último momento,
su desdén siempre a punto,
las palabras que esconden
juicios de valor
cargados de rencor y prejuicios,
porque ese es todo su bagaje para estar en un mundo
del que se creen su ombligo.
Son muchas horas por delante
antes de llegar triste y libre,
de respirar el alivio de la distancia.
Insisto, son muchas horas antes de llegar a casa,
un viaje largo, oscuro y frío,
tanto como la vida que nos tocó en suerte.




Me pongo en el lugar de una persona de derechas seria, quiero decir, alguien con una concepción de la vida esencialmente conservadora, e incluso uno de esos que se dicen liberales pero solo en lo económico, porque tiene que haberlos, alguien que aborrezca de la demagogia o la vulgaridad ideológica tanto como lo hago yo cuando viene de gente que se dice de izquierdas, y me pregunto qué pensarán cuando oyen a Casado referirse a la reunión de Yolanda Díaz, Mónica Ortra, Ana Colau y Mónica García y otras políticas de izquierda con un despectivo y consustancialmente machista "Aquelarre de radicales" o a Ayuso como "nos proponen vivir bajo un burka o la libertad del comunismo". Me lo pregunto haciendo un ejercicio de empatía con esa gente de derechas lo suficientemente seria e inteligente para no poder evitar sentir vergüenza ante la ramplonería argumental y hasta barriobajera con la que estos niñatos al mando de la derecha se dirigen a su propia grey en la convicción de que ese y no otro es el tono adecuado, cuando no imprescindible, dado el escaso o nulo coeficiente intelectual de aquellos que les votan. También es cierto que puede que gente como Casado o Ayuso no den para más, que ese sea su nivel y esperar que lo eleven un poco para que la política española no parezca una corrala en la que siempre se impone el que más grita o suelta el exabrupto más extremo, es simple y llanamente una utopía.


Parece que en breve habrá una manifa de agentes de policía en contra de la reforma de la llamada Ley Mordaza convocada por sindicatos policiales como ese proVox que arrasó en las pasadas elecciones sindicales. Dicho de otra manera, la poli saldrá a la calle para exigir que se mantenga la impunidad que les otorga dicha ley hecha en su momento por el PP en previsión de la conflictividad social que sabían que iban a originar sus políticas de recortes. Dicho de otro modo también, los agentes del orden, del orden de los de siempre, se entiende, saldrán a protestar contra los derechos de los ciudadanos cuestionados por dicha ley y de la que el caso del diputado Rodríguez de UP solo es el ejemplo más perverso y notorio por lo que tiene de amañar una condena con el propósito de perjudicar a una opción política muy concreta.
Y si la respuesta de maderos y picolos no sorprende, tanto por su egoísmo gremial como por la especial concepción de la democracia que predomina entre ellos y de lo que da fe tanto su apoyo mayoritario a sindicatos ultras como su bagaje en temas como las torturas, que ese otro mayoritario en la Ertzaintza se sume a la convocatoria se me antoja ya la rúbrica del alejamiento definitivo de este cuerpo y la ciudadanía a cuyo servicio se supone que está, porque, insisto, van a protestar en contra de nuestros derechos como ciudadanos y a favor de su impunidad para saltárselos cuando les venga en gana. Dicho lo cual, uno recuerda aquellos tiempos lejanos en los que se hablaba de la réplica vasca de los bobbies ingleses y no puede evitar que se le escape una sonora carcajada.
Malo, muy malo, cuando una mayoría de ciudadanos asume que la policía es el enemigo potencial de su libertad y no todo lo contrario. Y todavía más triste y peligroso que esos agentes estén convencidos de que las libertades de los ciudadanos son un engorro para el ejercicio de su trabajo.




Como parece que se ha instalado en mi subconsciente la costumbre de condicionar mis pesadillas de acuerdo con las series que veo a la noche con mi señora, o con lo que estoy leyendo estos días, esperaba tener un sueño de esos muy recurrentes cualquier día de la semana. Me refiero a ese en el que suelo aparecer corriendo despavorido campo traviesa con un oso pisándome los talones. Se trata, insisto, de un sueño que se convirtió recurrente desde aquel día que fuimos a visitar, hace ya la tira de años, a Paca y Tola, las osas que tenían en cautivad cerca de lo que llaman la Senda del Osa. Eran las dos osas más famosas de Asturias, y, aunque en su momento los iluminados de la consejería de turno quisieron convertirlas en señas de identidad a modo de reclamo turístico, la mala leche del pueblo llano acabo elevándolas al rango de símbolo del funcionariado asturiano, esto es, el sector con mayor proyección del Principado hasta el punto que cuando nacía/nace un niño en Asturias esa misma sorna o mala leche popular comenta que el médico o médica o... suele decir a los padres: “¡Felicidades, acaban de tener un funcionario!” La estampa de las dos osas encerradas en un prado vallado a la vista de todo el mundo me pareció tan deprimente que no pude evitar soñar que una de ellas, sino ambas, conseguía sobrepasar o derribar la valla y se abalanzaba sobre mí como si hubiera sido el responsable exclusivo de su cautiverio.
Con todo, y como consecuencia de la serie que hemos estado viendo esta semana en la que una tripulación de balleneros se quedaban a la intemperie a un paso del Polo Norte tras hundir su embarcación, es decir, a merced no solo de las inclemencias árticas sino también de la voracidad lógica de ese oso incapaz de saciarse con panales de miel entre el hielo, estaba convencido de que tarde o temprano soñaría que era perseguido por un oso blanco o polar a lo largo de una inmensa pista de hielo sin horizonte definido. No concibo una pesadilla más angustiosa que esa en la que el protagonista no solo es incapaz de atisbar meta alguna, sino tampoco el modo de despistar a la alimaña que le persigue o un lugar donde ocultarse. Son sueños que acaban con sobresalto y el correspondiente grito que despierta a mi compañera de catre en mitad de la noche y provoca la regañina de rigor por algo que escapa a mi voluntad.
Sin embargo, y al menos hasta esta noche, apenas he tenido pesadillas. Se diría que con el cotarro tenía ya bastante con despertarme para estornudar e intentar reconciliar el sueño contando conejitos. Me refiero a conejos de todos los tamaños y colores como los que atestan el parque por el que paseo por las tardes, no sean malpensados. Un catarro que además me provocaba un curioso y muy desagradable zumbido proveniente del fondo de mi garganta, el cual yo no podía controlar, algo así como si tuviera un Alien dentro queriendo manifestarse o algo así. Bien, pues el caso que ayer a mitad de noche me despierta mi mujer de sopetón toda alterada porque según ella había una avispa en el dormitorio. Y no una cualquiera, sino una velutina como las que habíamos visto esta semana varias veces en la repisa de la ventana de la cocina provocando la paranoia de la señora de la casa, la cual ya quería llamar a los bomberos, o peor aún, que saliera yo a la terraza a enfrentarme a ellas armado de un cazo o lo que hubiera mano en ese momento. En cualquier caso, no me lo podía creer, sobre todo que me hubiera despertado en mitad de la noche para ir de safari por el dormitorio. Entonces oigo el zumbido que salía de mi garganta y misterio resuelto: “Ahí está tu velutina. ¿Podemos dormir?”
Ayer jueves no me había remitido del todo el catarro, pero si había desaparecido el zumbido traqueal. De modo que, digo yo, hoy por fin he podido tener la pesadilla que he estado esperando durante toda la semana. Claro que en la de esta noche el oso que me perseguía no era blanco, de hecho creo que volvía a ser asturiana, algún pariente de la Paca o de la Tola, y, lejos de la inmensa planicie helada del Polo Norte, servidor corría a través de verdes prados asturianos hasta llegar a los acantilados de la costa cantábrica, de donde parece ser que tenía pensado tirarme para escapar del oso. Eso si no me hubiera dado de narices contra uno de los vallados que cercan buena parte de los prados o simples pedregales que se extienden a lo largo de la costa que va desde la zona de los bufones de Llanes a ese otro extremo de la costa asturiana conocido como “a tomar por culo”. Una hostia de campeonato que atribuyo al día que estuvimos hace unas semanas con los amiguitos de siempre viendo la playa interior de Gulpiyuri y en el que a una de las amigas le entró la vena de ir recorriendo la costa hasta el punto antes mencionado, una caminata de cuidado bordeando acantilados que pudimos evitar gracias a la presencia de pastores eléctricos que impedían acceder de un prado a otro para llegar hasta donde pretendía la susodicha. Pastores eléctricos como ese de mi pesadilla de esta noche contra el que me estampo, el cual, aunque no se puede apreciar del todo en el dibujo donde aparezco de tal guisa, estaba, por supuesto, encendido.




Aquí en el ocaso de mi existencia
¡Pero si todavía eres joven!
No después de haber quemado todas mis naves
¡Pero cómo eres!
Un fraude
¡Anda este! Pues como yo, como este, como todos
No sabes de la misa la media
Ni falta que me hace
Ojalá lo hubiera hecho todo al revés
Peor ser drogata en Kabul
O puta en Bangladesh
Honrado en el PP
No se puede ser tan como tú
Un mal domingo lo tiene cualquiera
Empieza por no beber tanta sidra