jueves, 30 de septiembre de 2021

LO DE LOS ÚLTIMOS DÍAS




El pasado viernes mi hijo mayor hizo su primera huelga de instituto y a mí casi se me caía la baba. Es verdad que todo se me antojó un poco raro porque no hubo asamblea previa en el insti, no votaron la huelga clase por clase, no hubo amenazas a los esquiroles y todavía menos afluencia mayoritaria de los chavales a la mani en el centro para protestar contra el cambio climático y así. En fin, pejigueras de progenitor que no pudo resistirse a cierta nostalgia de sus años mozos, los de a huelga, manifa y bronca casi diaria, donde, si bien fueron años de mucha mierda sectaria por la cosa esa de los años de plomo, mucho cacao ideológico y roce por un quítame ahí esos muertos y pon solo los míos, mucha violencia en suma de un lado y otro, también es verdad que hubo mucha camaradería, bien o mal entendida ya cada cual con su conciencia, y emoción, siquiera ya solo la de no saber si volverías a casa entero, y eso si volvías.
En cualquier caso, son otros tiempos, otros escenarios y sobre todo otras causas, esta del cambio climático la más justa de todas. Por eso me pone y mucho distinguir a mi primogénito entre los cuatro gatos que acudieron a la mani en Oviedo. Más todavía cuando la mayoría de sus colegas se largaron a sus casas para ponerse delante de sus pantallas a matar lo que tuvieran que matar según el juego de turno. Vamos bien, nadie está libre de una buena ración de empanada a esa edad, faltaría, pero mejor eso que lo otro, mejor el compromiso que la desfachatez de aprovechar una "jornada de lucha", que decíamos entonces, para adelantar el finde delante de la pantallita de marras. ¿Batallitas de pollavieja? Pues sí, todas las que quieras, y mucho orgullo paterno, ¿pasa algo? Lo único que me dio una pizca de pena es que, después de tanto consejo paterno sobre lo que hay que hacer en cuanto los de siempre disparan la primera pelota, ese día no hubo reparto de hostias alguno. Vamos, que se disolvieron al rato para marcharse por donde habían venido; ni una mísera piedra. Así no hay manera de fortalecer carácter alguno. No sé, igual me lo tenía que haber llevado al día siguiente a lo viejo de Gasteiz a ver si lo metía en alguna trifulca de esas de fin de semana con y sin zip... ertzainas de por medio. De hecho, creo que este finde estuve a dos patxaranes más de ponerme a tirar una botella de cosechero no me acuerdo muy bien a quién: que nos querían echar del tugurio donde estábamos cenando. Se ve que con esto de la pandemia los hosteleros le han cogido el gusto a irse a cara temprano. Y eso que solo eran las dos y pico de la mañana, poca vergüenza. En fin, todo por la forja de un rebelde; anda que no faltan pocos ni nada en estos tiempos.




Cómo no voy a entender la que le ha caído a Tosar por declarar en una entrevista "De nacer en Euskadi, quizá habría podido acabar en ETA". A nadie en su sano juicio se le puede pasar por la cabeza que con esas palabras Tosar pretendía justificar, blanquear que se dice ahora, a la organización terrorista, todo lo más confesaba haber hecho un ejercicio de empatía con el personaje que interpreta en la película de Iciar Bollain, Maixabel, después de que éste se haya arrepentido de su militancia etarra y pedido perdón a sus víctimas.
Claro que no, pero el problema es que se le olvidó tener en cuenta que en España hay un muy amplio sector de la población que no entiende de matices, que solo entiende las cosas en blanco y negro, que no está dispuesto a hacer ejercicio de empatía alguno con gente como el ex-etarra que interpreta Tosar en la película, porque ya el solo hecho de prestar atención a cualquier cosa que se salga del discurso oficial contra todo lo que tenga que ver con ETA se les antoja poco más que pecado mortal o por el estilo.
Yo lo he vivido y vivo de continuo. Sobre todo desde que estoy fuera de EH y era, porque ya me estoy quitando todo lo que puedo, tan incauto como para dar mi opinión sobre el tema de marras sin recurrir a ese blanco y negro que les ha proporcionado durante décadas el discurso oficial y mediático en todo lo relacionado con la violencia en el País Vasco. Un ingenuo que confiaba por principio en la capacidad intelectiva de la persona que tenía delante, siquiera y como poco para discernir entre apoyar a una banda criminal cuya razón de ser era imponer a las bravas su proyecto político a la ciudadanía vasca en su conjunto, y la crítica a las estructuras del Estado Español que durante décadas respondieron a la violencia etarra con su propia violencia, GALes de todo tipo y más de 5000 víctimas de torturas acreditadas por un informe de expertos mediantes, creando, por supuesto, el caldo de cultivo perfecto para que la violencia etarra se retroalimentara hasta el último momento.
Craso error porque los matices me convertían de inmediato en un proetarra a los ojos de mi interlocutor. Introducir datos que éste desconocía del todo, como suele ser lo habitual en la inmensa mayoría de aquellos que solo han conocido el conflicto vasco desde la distancia y a través de los medios antes citados en exclusiva, me convertía de inmediato no solo en un equidistante con el dolor de las víctimas de ETA, sino incluso, o sobre todo, en un cómplice de los argumentos de la izquierda abertzale, como si no fuera esta la que se ha beneficiado durante décadas de los errores o crímenes de la otra parte para perseverar en su apoyo a eso que llamaban la lucha armada.
Una jodienda y bien grande. Primero porque descubres para tu sorpresa y disgusto que la persona que tienes enfrente es completamente impermeable a todo lo que se salga del discurso oficial, ya sea por miedo a tener que replantearse muchas cosas y en muy poco tiempo, como por mera comodidad intelectual, es decir, porque no le sale a cuenta cuestionarse nada, mejor rechazar de plano lo que le dicen otros por muchos datos, cifras o testimonios que se les pueda proporcionar. A fin de cuentas, lo que impera es asumir cierto relato como verdadero artículo de fe, me refiero al de la lucha inmaculada y heroica contra ETA sin haber nunca quebrantado la propia ley que se decía defender y con escrupuloso respeto a los derechos humanos y bla, bla, bla. Una pamema que solo se la pueden creer los ignorantes que ven las cosas desde la distancia o los que se colocan ellos mismos sus propias antojeras para procurar que la realidad se ajuste a su discurso político y no al revés. Joder, que a mí me hasta me han llegado a decir que todo lo que se hacía en euskera estaba al servicio de propaganda de la ETA sin excepción. Y a callar, oye, a callar porque si no lo de siempre: ceños fruncidos o sonrisitas de infinita condescendencia.
Insisto, no hay nada que hacer ante la inmensa autosuficiencia de los patriotas rojigualdos da igual los testimonios, datos, cifras o lo que sea, las películas como la que nos ocupa, novelas, estudios, lo que sea. Frente al relato convenientemente institucionalizado y propagado a todas horas y en todas partes, intentar introducir matices, el más mínimo elemento de discusión, siquiera solo recordar cosas como la de Mikel Zabaltza y tantos otros, te condena de inmediato a ser el saco de todas las hostias tal y como le ha ocurrido a Tosar y a cualquiera que se atreva a seguir su ejemplo: todos somos ETA.





Ayer vi el documental sobre Shane McGowan, cantante y compositor de la mayoría de las canciones del The Pogues, un tipo al que hacía ya mucho tiempo que había perdido la pista y que cuando me lo recuentro resulta que está hecho una piltrafa humana por eso de que, mientras que la mayoría de nosotros quisimos o supimos echar el freno más tarde o más temprano, siquiera ya solo para adocenarnos, llenarnos de compromisos e ir esperar plácidamente la muerte si antes no lo remedia un infarto, un ictus o cualquier otra cosa pero por lo menos fulminante, él ha seguido bebiendo y metiéndose de todo hasta hoy. Una decisión como otra cualquiera a la hora de enfrentarse a la vida, él mismo lo dice varias veces en el documental. Un documental que es un repaso no solo a la vida vida del cantante y compositor irlandés, pergeñador de verdaderas joyas de la lírica hiberno-etílica, así como a esos autores irlandesas como Joyce, Brendan Behan, Flann O´Brien y otros que, será cosa de borrachines, forman parte destacada de mi biblioteca íntima y sobre todo recurrente, sino también una excusa como otra cualquiera para volver a esa cosa de tintes masturbatorios que es echar la vista atrás siguiendo el ritmo de las canciones que en algún momento formaron parte de la banda sonora de tu vida.
Claro que lo de la banda sonora esa puede que quede muy bien, no sé, a mí se me hace de un noño que espanta y si no lo borro es porque escribo a la carrera y cuando acabe esta entrada sé que ya me habré olvidado de ella. Tampoco es para tanto. Recuerdo que la música The Pogues estaba ahí fuera, en los bares, dónde si no, cuando el disco de Fairytale of New York la petaba en todo el mundo. Nadie había oído hablar de ellos hasta entonces y a partir de ese momento se empezaron a escuchar sus discos anteriores, de resultas que muchas noches en los bares de lo viejo acababan a ritmo de baladas irlandesas un tanto aceleradas, vamos, pegando brincos sobre las mesas de los bares. Luego un tiempo después ya supe que a eso, es decir, a la juerga de veras en Irlanda y no a esa cosa de adolescentes borrachos que lo mismo berreaban a The Pogues como a The Clash, Hertzainak o la Polla Records, le decian "craig". Sin embargo, en casa era más de tirarme a las baladas y eso solo en los inevitables momentos de bajona a cuenta de la moza de turno.
En fin, nada más aburrido, previsible, patético, que la puta adolescencia, toda ella una grano de acné metafórico aunque yo no tuve ninguna. Luego ya con veinte y algo me reencontré con Shane McGowan y los suyos en Irlanda. Y entonces sí, entonces "craig" todos los fines de semana, la cual, para el que conozca el percal, sabe que allí empieza el jueves, a veces antes, y acaba el lunes por la tarde. No es que lo buscara por los pubes o clubes que solía frecuentar, en general casi todos los de Temple Bar y alrededores, sino que al final siempre surgían sus canciones a lo largo de la noche y casi siempre cuando uno ya estaba como para ponerse a tararear cosas como "and a rovin' a rovin' a rovin' I'll go
For a pair of brown eyes" o "i kissed my girl by the factory wall
Dirty old town, Dirty old tow" momento en el que cualquier fémina que, por lo que fuera, nos pudiera acompañar aquella noche, procuraba salir por patas ante la perspectiva de tener que sentir más vergüenza ajena que la estrictamente necesaria o habitual yendo con servidor y el casi siempre extraño e internacional elenco con el que jugaba a demostrar que a eso de vaciar pintas de cerveza y otros líquidos elementos no me ganaba ni Dios, eso y en especial un italiano como Flavio, el cual me enseñó a cantar "Romagna mia, Romagna in fiore/ Tu sei la stella, tu sei l'amore/Quando ti penso, vorrei tornare, precisamente durante una de esas noches, o el bretón que me estuvo mandando durante años a mi casa de Gasteiz postales con fotos de tías medio en bolas para estupefacción de mi señora madre cuando recogía las cartas. Un coñazo porque luego había que meter a estos dos figuras en el "gautxori" de vuelta al extrarradio y aquello era todo un espectáculo teniendo en cuenta que casi todos los pasajeros del último autobús nocturno de Dublin solían estar igual o todavía más pasados, como que ya solo el tema del autobús daría para toda una serie de entradas teniendo en cuenta lo accidentado que solía ser el trayecto; pero, no vamos a extendernos, no más de lo que ya nos ocupa...
Claro que, puestos a recordar aquellos años, y acaso porque después del documental me he tirado al spotify de cabeza, anoche la mayoría de los recuerdos me venían envueltos en música de The Pogues, aunque eso sepa que eso es un mero engaño de subconsciente alentado por el documental de marras. Resumiendo, un mejunje de folk, punk y rock en el que me veo bebiendo pintas de Guinness o Murphy todo el rato, muchos black&white, que son pintas con un chupito de Jameson´s dentro, berreando canciones de las que me sabía menos de la mitad de la letra y el resto me lo inventaba, meneos esquizofrénicos en mitad de la pista de baile o de donde fuera, agarradas de cintura y también de las otras con la fair lady de turno, aunque como servidor siempre ha sido bobo de solemnidad, quiero decir, un romántico empedernido y así, lo mío consistía mas bien en agarradas de las primeras y todavía más de las segundas con la pelirroja oiartzundarra con la que andaba todo el rato tanto a la risa como a la greña; ríete tú de Richard Burton y Elizabeth Taylor con todas las copas de lo quieras encima. Broncas y pintas, y no siempre entre nosotros, como la de aquel finde en Galway que... en fin, puta Garda.
O tempora, o mores, si bien no tanto la de ponerse hasta el culo de todo, que nos quiten lo bailado y lo que queda, como esa otra costumbre de perder el tiempo en relaciones "sentimpestuosas" que no llevaban a nada, que puede que mejor, sí, sobre todo si eso era lo que el destino me tenia deparado antes de conocer a mi mujer, mucho, muchísimo tiempo después. Entonces, vale, slaínte! y saca otra ronda de Murphy´s. Al fin y al cabo, y ya casi parafraseando una de las canciones de McGowan: la vida son ríos de whiskey y/o cerveza que te lleva a no se sabe muy bien dónde; pero, la hostia puta, qué bien nos lo hemos pasado.









 Ayer, hablando con el pequeño sobre la fimosis, no pude evitar acordarme de uno de mis traumas de la infancia. Nos habían dicho unos días antes que habría revisión médica en la enfermería de cole para saber quiénes teníamos que operarnos de fimosis y quiénes no. La revisión consistiría en mostrar el miembro viril de cada uno a la enfermera al cargo, la cual procedería a tomarlo entre sus manos con en fin comprobar que el orificio del prepucio era lo suficientemente amplia como para dejar salir al glande. Esta manipulación manual sobre nuestro miembro viril suponía un contacto de tal intimidad que, al menos yo, no pude pegar ojo durante días pensando en lo que sería aquello. Por si fuera poco, nos habían avisado de que sería una enfermera la encargada de intentar retraer el prepucio sobre el glande. Una mujer, o lo que es lo mismo, uno de esos seres extraños y enigmáticos -yo no tenía hermanas y mi madre septuagenaria se me sigue antojando extraña y enigmática...- que solo existían -con la excepción de las profesoras de preescolar- fuera del colegio.

De modo que cuando llegó el día la expectación fue máxima en la larga fila de alumnos esperando su turno para entrar en la enfermería. Pero, por si fuera poco, y yo diría que hasta como era previsible, enseguida se extendió el rumor a lo largo de la fila de que el responsable de... la manipulación manual era una enfermera joven y guapísima. Información que, partiendo de los primeros alumnos que salían de la enfermería, cuando llegó adonde estaba yo en forma de pibonazo de larga melena negra, pechos imponentes y carnosos labios encarnados entre los que de tanto en tanto asomaba la punta de su lengua justo en el preciso momento que tomaba entre sus dedos el prepucio del alumno de turno.
A partir de ese momento comenzó lo que para mí fue una verdadera comedura de coco. Por muy chaval que fuera entonces no dejaba de ser inmune a los estímulos sexuales provocados por toda aquella información cuyo único objetivo no era otro que entráramos a la enfermería empalmados. Terrible, aquello se convirtió en una auténtica vía dolorosa hasta llegar a la puerta de la enfermería. Servidor intentaba por todos los medios alejar de su mente cualquier imagen que adelantara lo que podría ocurrir una vez llegado el turno de mostrar el miembro a aquella diosa del sexo en la que, por obra y gracia de la fantasía preadolescente, se había convertido la enfermera al cargo. Estaba convencido de que me moriría de vergüenza en el caso de presentarme delante de la enferma presentando armas. No lo habría aguantado y, de resultas, habría tenido que ir de polizón en un atunero hasta el Gran Sol durante varias temporadas.
Sin embargo, cuando llegó el momento de entrar a la enfermería, de bajarme los pantalones y enseñar la pilila -término que siempre le viene como anillo al dedo a lo que puede tener un mocoso entre las piernas-, esta se encontraba relajada, de hecho mil veces más de lo que yo estaba, que todavía no estoy seguro de si el resultado de la prueba fue positivo o no, como que todavía hoy en día me da por comprobar por mí mismo si el glande asoma todo lo que tiene que asomar o es que aquel día la enfermera no estuvo todo lo fina que tenía que haber estado.
En cualquier caso, fue tal la angustia de no saber si podría controlar la excitación de mi miembro viril antes de mostrarlo a aquella enfermera, que creo haber quedado traumatizado para los restos, pues eso de no saber hasta qué punto podía controlar mis erecciones ante la presencia de una fémina cuyos encantos me resultan irresistibles, ha sido algo que siempre me ha torturado como individuo esencialmente pudoroso que soy en estas cosas del trato con el género femenino. Ahora bien, tengo que reconocer que, tanto aquel día en la enfermería del cole, como en otras ocasiones igual de comprometidas, y dejando a un lado el amago de erección del primer momento, mi pilila no me ha jugado ninguna mala pasada digna de reseñar. De modo que, y siquiera ya solo por mi experiencia, ayer no tuve ninguna duda en aconsejar a mi pequeño que no se preocupara por esas cosas. Para qué si, como tuve a bien explicarle, al final su polla va a ser mucho más prudente y considerada que su cabeza.

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