viernes, 3 de mayo de 2024

CINCO HORAS DE DESCANSO Y REFLEXIÓN


 

  Te puedes creer que he soñado que era Shanti Andia y estaba al mando de una goleta bretona, el Stella Maris, que recién acabábamos de rescatar yo y dos amigos tras haber naufragado en el arrecife que hay frente a lo que en Luzaro llamamos Frayburu. Total, que tras esperar a que amainara del todo para poder acercarnos en barca hasta la goleta, servidor y dos amigos del pueblo, decidimos reflotarla para dirigirla hacia el puerto. Y en eso que el cielo vuelve a oscurecerse de repente. Así pues, me toca hacer los ajustes necesarios para acelerar la rumbo al objeto de llegar a puerto antes que nos pille la tormenta y el Stella Maris naufrague de nuevo.


Sin embargo, vaya por Dios, si es que era de esperar, resulta que uno de mis amigos, el que vive en Goenkale, me implora que retrocedamos al abrigo del monte Izarra porque no nos va a dar tiempo de llegar hasta el puerto. Por su parte, el otro que vive junto al puerto, insiste en que tenemos tiempo de sobra y que siga con mi maniobra porque confía en mí a muerte. El de Goenkale se lo toma a mal y empieza a echar pestes de mí. No sólo eso, el de Goenkale pone en duda mis capacidades como capitán de barco. Y por si fuera poco, lo hace aludiendo al gafe que según él caracteriza a los de mi familia desde hace ya varías generaciones. Entre otros bulos saca a colación el pasado como capitán de un barco negrero de unos mis antepasados, un tal Juan de Agirre, y la leyenda que habla del número sin fin de embarcaciones que envió al fondo del mar.

Entonces sí que me reboto de veras. Porque una cosa es que se meta con mis habilidades como capitán de barco y otra insultar a cualquiera de los míos; buenos somos los de Luzaro a la hora de defender el honor de los de nuestro linaje. De hecho, considero que el de Goenkale ha traspasado una línea roja que no debía y decido soltar el timón y recluirme en mi camarote durante cinco horas para reflexionar si cedo el mando al del puerto e incluso si dejo el oficio de marino para los restos.

Cinco horas encerrado en mi camarote mientras la goleta va a la deriva y que dedico a jugar a la play como si fuera cualquiera de los soplagaitas de mis hijos. Cinco horas escuchando como el de Goenkale y el del puerto discuten en cubierta e incluso están a punto de llegar a las manos. Cinco horas esperando que cualquiera de ellos, si eso el del puerto, porque el otro ya descarto que quiera nada de mí, llame a mi camarote para suplicarme que me ponga al timón antes de que nos vayamos a pique.

Cinco horas de vaivenes sobra las olas y amagos de encallar en cualquiera de los arrecifes de los alrededores del puerto de Luzaro, hasta que por fin decido salir para coger el timón. Claro que para cuando salgo observo que hemos perdido de vista el puerto de Luzaro y que el único que queda a mano antes de que las olas nos acaben arrojando contra los arrecifes, o la mole de piedra del monte Izarra, no es otro que el de nuestros vecinos de Arredondo. Así que no me lo pienso dos veces y pongo rumbo a toda pastilla hacia el puerto de Arredondo. Claro que entonces, y para mi sorpresa y definitivo disgusto, tengo que oír a los dos gilipollas que me acompañan en este naufragio anunciado que se ponen de acuerdo sólo para gritar:

- ¡NO, A ARREDONDO NO, NUNCA, ANTES PREFERIMOS AHOGARNOS!

Momento en el que, como procede en estas pesadillas, despierto de golpe y también de rebote a mi compañera de lecho.

- ¿Qué ha sido esta vez?
- Buuff, no sabes lo harto que estoy ya de las rencillas entre aldeanos, de verdad.
- Tú lo que tienes que hacer es ir hoy pronto a la pescadería; no vaya a ser que con el temporal de ayer haya entrado poco pescado y...

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