lunes, 10 de octubre de 2016

DE NOVELAS NEGRAS Y CIUDADES BLANCAS

                           


Así no, así no puede ser. Una novela basada en hechos reales que todo el mundo puede conocer y que por lo menos, y  también con todas las licencias literarias del mundo, aun así parezcan lo más fidedignos posible. En concreto la historia de un asesino en serie que actuó hace una década en su ciudad. Una historia documentada hasta el último detalle. Una recreación tan perfecta como escueta. O lo que es lo mismo, nada de caer en la tentación de convertir los escenarios reales de la novela en futuros destinos turísticos o en el puro y duro morbo, y eso tanto en lo que se refiere a los lugares donde acontecen los crímenes o se desarrolla la investigación, como a los personajes, los cuales si algo tienen que ser ante todo es de carne y hueso, esto es, creíbles, los que cualquiera con un mínimo de conocimiento sobre el terreno, acaso simple curiosidad, podría reconocer o ubicar al instante. Personajes que no desentonan ni por lo extemporáneo de  sus nombres y apellidos ni por sus peculiaridades, personajes no muy distintos de los protagonistas auténticos del sumario que le sirve al autor de inspiración. Y la trama, ni más ni menos enrevesada de lo que fueron en su momento los hechos en los que se basa.  Por supuesto que con las licencias literarias de rigor para que dicha trama tenga ritmo y en especial suspense, para que el autor pueda incluso sorprender al lector en la resolución del crimen, al fin y al cabo el mayor atractivo del género negro para la mayoría de la gente. Pero siempre, siempre, procurando que los diálogos, los diferentes escenarios sobre los que transcurre la historia, y ya muy en concreto la descripción de los hechos y sobre todo el mecanismo que los desencadena, respondan al mínimo de verosimilitud que requiere una historia. De ese modo, nos encontramos ante una novela negra pura y dura, de un realismo tan sucio como la vida misma, sin ir más lejos el mismo que destila el sumario antes mencionado. Luego ya, para redondear la historia, a modo de contrapunto y acaso también por cierto prurito historiador o así, por añadir más miga al asunto, puede que también para sacar a relucir cierto episodio local ya olvidado, el autor aprovecha para traer a colación la historia de otro asesino en serie que actuó en la misma ciudad hace casi doscientos, un tal Sacamantecas, el cual fue en su tiempo de los primeros de su clase en ocupar portadas y por ello pasar al imaginario popular de los horrores, por lo general con el fin de asustar a los infantes. De ese modo, el autor se sirve para trazar cierto paralelo entre el asesino en serie de entonces y el contemporáneo, para hablar de los cambios acontecidos en la ciudad y su entorno desde entonces hasta nuestros días y ya por extensión en la sociedad española y hasta de cualquier otra de nuestro entorno. A decir verdad, ese contrapunto entre los hechos del pasado y del presente, el revuelo que generaron entonces en su medio y el de ahora, el modo cómo se resolvían antaño los crímenes y cómo se resuelven en nuestros días, y ya muy en especial, las diferencias que pueden haber entre las implicaciones éticas y morales de aquel tiempo y el nuestro, son a mi juicio el mayor atractivo del libro. Y si a eso le añadimos una escritura tan pulcra como eficiente, esto es, sin caer en la tentación del exhibicionismo literario, ni tampoco en la pobreza o vulgaridad estilística o léxica, que al fin y al cabo se trata de una novela negra y no de un tratado de criminología o cualquier otra cosa por el estilo, pues qué duda hay de que se trata de una novela algo más que digna, una buena novela de género negro que huye de los clichés del género como de la peste y que aprovecha una historia basada en hechos reales para hablarnos de algo más que de estos. En realidad para hablarnos del ser humano, tema universal y casi único de la literatura.

Pero ahí está el problema. La novela es demasiado buena, sí, casi literaria. Y eso, amigo escritor que ha dedicado varios años de su vida a la documentación y escritura de esta novela, no vende. No vende nada o, acaso, y si tenemos suerte con los críticos de las revistas especializadas y alguna que otra reseña en un periódico de tirada media, venderá lo que cualquier otro libro con cierta patina de prestigio, lo normal entre los aficionados al género o esos lectores de raza que se tragan todo a la búsqueda del correspondiente Santo Grial. Y ese es precisamente el problema, que lo que estamos buscando es otra cosa, algo que se venda de verdad, que se venda mucho porque nosotros no somos una editorial pequeña sino una que hace un esfuerzo considerable de promoción en medios y librerías como para que luego el libro no consiga entrar en las listas de los más vendidos. Por eso le sugiero que deje a un lado ese pujo tan literario del que adolece su libro, esa pretensión de hacer de su novela algo más que un simple pasatiempo, ni que se hubiera propuesto dignificar el género. Lo que necesitamos en una novela que no presente mayor dificultad lectora, frases cortas y diálogos simples, casi telegráficos. Eso y cuantas menas referencias documentales a hechos reales o de cualquier otro tipo mucho mejor, menos paja para el lector. Y digresiones de cualquier tipo también las mínimas; suelen  despistar al lector, le hacen apartarse del hilo conductor de la trama, y como crean que tienen que hacer un esfuerzo añadido para recuperarlo ya puede estar seguro de que no vuelven a abrir el libro.  Ahora sí, la trama cuanto más rocambolesca o aparentemente retorcida también mucho mejor, que el lector crea que lo han arrastrado a lo largo de todas las páginas de libro para al final sorprenderlo. No importa que al autor se le vaya la mano tirando de entelequias. Al fin de cuentas, el lector de este tipo de novelas está dispuesto a tragárselo todo por muy absurdo o anacrónico que parezca. Sin embargo, y para que el libro resulte de verdad atractivo y acabe vendiéndose por el método del boca a boca, el único que funciona de verdad en este negocio, y ahora hablamos de lo que en realidad está petando, el escenario donde se desarrolla la historia tiene que aparentar ser lo más exótico posible por muy vulgar o anodino que pueda parecernos, y además lo sea, en un primer momento. De ese modo conviene echar mano de la mitología, historia y hasta rumorología del lugar como un elemento más del libro, apuntar la participación en la historia de hechos extraordinarios, fantasiosos, de esos que saca el Iker Jiménez en su programa sin ir más lejos. Todo ello con el propósito de envolver la historia en una halo de misterio o fantasía que acabe convenciendo a los que en principio no son muy aficionados al género negro, como si les vendiéramos dos géneros en uno, para qué negarlo. Y por supuesto que nada de complicar la vida al lector con la de los personajes como si fueran seres de un mundo interior susceptible de ralentizar de alguna u otra manera el desarrollo de la trama. Cuanto más planos y prototípicos mucho mejor, en blanco y negro para que la peña no se lleve a confusiones o crea que le están vendiendo literatura de esa que habla de las tribulaciones metafísicas del ser humano. Los buenos siempre muy buenos y los malos lo que les corresponde, nada de confundir o pasarse de listo. Y ya para acabar, puede que para redondear el asunto de acuerdo con lo que se estila de un tiempo a esta parte, cuantas más referencias locales mucho mejor. Me refiero a que el lector crea estar de excursión a lo largo de todo el libro como si de un folleto turístico al uso se tratara. De ese modo, el autor procurará llevar de la mano al lector por los parajes, rincones, leyendas, tradiciones o simples eventos más atractivos o emblemáticos de la geografía sobre la que transcurre la historia, y ello aunque para ello tenga meterlos con calzador trasladando a sus personajes de un punto a otro sin otro motivo que dar cabida a uno tras otro. Resumiendo, el autor tiene que intentar por todos los medios que tenga sentido la frase tan del gusto en reseñas y fajas exclusivamente publicitarias de “una novela donde la ciudad y su entorno son un personaje más de la novela.”

¿Que no se ve capaz de escribir una novela de este cariz? Cómo no va a serlo después de haber escrito una novela de verdad como la que hablábamos al principio. Lo que cuesta es escribir con estilo propio como Faulkner, incluso como Walter Mosley, Boris Bian o Alexis Ravelo para no salirnos del género negro, casi siempre para consumo exclusivo de verdaderos letraheridos o catedráticos de Historia de la Literatura; pero, lo otro, entretener al personal lo puede hacer cualquiera a poco que dedique tiempo e instinto comercial. Y si de verdad no sabe cómo hacerlo, le aconsejo que eche un vistazo a El Silencio de la Ciudad Blanca de Eva García Saenz de Urturi o cualquier otra novela por el estilo.


Txema Arinas

Oviedo, 2016/10/03 

Artículo publicado en sólo novela negra:  http://solonovelanegra.com/el-silencio-de-la-ciudad-blanca-resena/

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