“E descubriu un negocio magnifico. Fíxose cun camión cisterna… Non levaba aceite nin viño. Levaba xente! Tiña os seus ganchos, os engajadores, en Portugal. Os emigrantes dábanlle todo o que tiñan para chegaren a Francia. E el, na noite, en calquera monte de por aí, facíaos baixar e berraba: “Xa estades en en Francia, cona! La France, lembrádevos. A correr, a correr!” E nin Francia, nin hostias. Deixábaos ás veces desta parte da frontera, perdidos en calquera monte nevado, sen comida, sen un puto peso, mortos de frío. Un día houbo un choque, un accidente, e non tivero máis remedio que descubrilo, porque ía el ao volante. No cárcere estivo, pero non moito tempo. Ixo xa ninguén o sabe. Non creo nin que haxa sumario. O mal flota ben. Flota como o fuel, baixo a superficie. E tiña un bo escote feito. E socios! Así que cando din que estivo en America, ti ponlle nome a ese país: O Hotel da rúa do Principe.”
Animado por la visión de la excelente serie televisiva NARCOS, donde se cuentan las obras y amores del famoso narcotraficante colombiano Pablo Escobar, busco una novela negra que me acerque a la realidad de esos otros narcos de este lado del Atlántico que fueron los contrabandistas gallegos a partir del momento que decidieron cambiar el tabaco por la farlopa, durante las décadas de los setenta y ochenta. La llamada narcoliteratura no ha sido un género muy prolífico hasta no hace mucho en España. Nada que ver desde luego con la catarata de libros generados por los narcos colombianos o mexicanos, algunos de ellos, como Escobar, verdaderos personajes históricos desde el momento en que sus actos contribuyeron de alguna u otra manera a cambiar el rumbo de la Historia de su país. Aquí lo más parecido al narco sudamericano es el gallego, y con todo siempre son personajes esencialmente locales cuyo glamur no alcanza más allá de un plato de lacón con grelos y una redada en la portada del telediario con su juez en helicóptero. De modo que a la hora de elegir una novela negra que trate el tema, y a pesar de disponer de las excelentes novelas sobre el narco gallego escritas por autores como Carlos Gonzáles Reigosa o Nacho Carretero, ambos periodistas gallegos que previamente han tratado el tema como profesionales de la información, me acabo decantando por Todo é Silencio, de Manuel Rivas. La razón no es otra que la notoriedad que obtuvo la novela de Rivas desde su primera edición en el 2010 y cuyo recorrido ha derivado no sólo en varias reediciones en gallego y castellano, sino también en una película homónima dirigida en el 2012 por el reputado director José Luís Cuerda, e incluso en un proyecto de serie televisiva con Rivas como guionista y que mucho me temo que pretenden que sea la versión gallega de la exitosa Narcos.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una novela negra de escritor literario que se aventura en el género como antes hicieron tantos otros con desigual resultado. Pero, por suerte, podemos afirmar que Manuel Rivas no ha caído en la misma tentación en la que cayeron en su momento Juan Benet, Luis Mateo Diez o Juan José Saer cuando quisieron escribir su novela negra con la absurda pretensión de darle una vuelta al género, esto es, de dejar su impronta de escritores de “reconocido halo literario” en un género tradicionalmente despreciado por los de su pasta. Manuel Rivas será un neófito en el género, pero es lo suficientemente inteligente y humilde para no entrar en él como un elefante en una cacharrería, esto es, queriendo poner patas arriba las claves o filosofía de la novela negra sólo para demostrar que ésta es un género demasiado acartonado que sólo unos autores de la talla literaria de Benet, Mateo Diez o Saer pueden enaltecer.
Por fortuna, Rivas no peca de tamaña soberbia y por eso tampoco comete el peor pecado que se puede hacer a la hora de escribir una novela negra por muy prestigioso que sea el nombre que la firma: aburrir. Manuel Rivas escribe una novela negra con una trama ambientada en una localidad ficticia la costa gallega donde uno de esos contrabandistas de tabaco reconvertidos en narcos empieza a ascender puestos en la escala social de su pueblo y provincia a medida que acapara influencia gracias al dinero y el miedo. Sin embargo, el narco gallego apenas será la sombra bajo la que se mueven los verdaderos protagonistas de la historia. Estos serán los cuatro amigos nacidos en el mismo pueblo imaginario: Fins, Leda, Brinco y Chelín, los cuales volverán a encontrarse después de críos y una vez más alrededor de la figura del hombre que controla el día a día de su villa natal y el destino de la mayoría de sus habitantes. La diferencia estriba en que ahora unos están al lado del capo como sicarios y los otros comprometidos de lleno en su captura. Siendo así sólo se puede adivinar un desenlace fatal, si bien me guardaré el cómo y el para quién.
Ahora bien, y sin que esto sirva en realidad para desmerecer el conjunto, la trama que desemboca en ese desenlace es probablemente el ingrediente más endeble de la novela de Rivas. Incluso diría que se le nota demasiado que está más o menos improvisada, puede que llevada casi que a rastras, porque, como suele suceder con tantas otras novelas negras, al autor lo que de verdad le interesa no es la trama sino el contorno, esto es, la descripción del ambiente físico y humano en el que se desarrolla la historia y que es precisamente en lo que Rivas deja su marchamo de reconocido autor literario. Y es que, aunque Rivas se esmera y resuelve con mucho tino las escenas de acción y unos diálogos en los que hasta se le pueden perdonar ciertas licencias literarias, como la de hacer del capo gallego un tipo más ilustrado que la media y por ello casi que un personaje sublimado para lo que eran de verdad estos tipos, piensen en Laureano Oubiña o en Sito Miñanco, en realidad prototipos del nuevo rico hispánico sólo que a una velocidad y con una rotundidad que sólo puede derivar de la falta absoluta de escrúpulos, es precisamente aquello que más lo singulariza como escritor, el aliento poético que impregna toda su narrativa, lo que hace que Todo é Silencio se convierta en una novela negra de altos vuelos.
Rivas imprime de lirismo la descripción que hace del mar como un personaje más de la historia. De ese modo, y sobre todo gracias al ritmo pausado, casi que “saudoso”, crea con su habitual sutilidad unos personajes con demasiada carne, esto es, cercanos, reales. Es ahí donde encontramos una vez más a un escritor no sólo de oficio sino sobre todo de talento para lo que le echen, o se eche él, encima. Qué otra cosa mejor, más elogiosa, se puede decir de un escritor sino que su voz es tan personal, única, que da igual el género al que se adscriba que siempre se le reconoce y hasta es una garantía de que lo que tienes entre manos va a ser de calidad. Una voz que aun destacando por su lenguaje lírico, evocador, o eso que llamo saudoso, la cosa galaica de Rivas en román paladino, no duda en conformar también, a fin de cuentas, una historia de narcos, sicarios y policías, directa, incisiva, por momentos hasta demasiado dura y por lo tanto propia del género. Y qué decir si la novela se lee en gallego -aquí una vez más hay que traer a colación eso que decía Gabriel Aresti, se supone que con no poca coña, de que «Sólo es español quien sabe/ las cuatro lenguas de España»-, la novela en su lengua original, ya que unas pocas nociones gramaticales de poco más de una hora y un buen diccionario no deberían ser obstáculo para acceder a la lengua de Castelao, Cunqueiro, Mendez Ferrín, Rivas…, me atrevería a afirmar que hace que ese gran protagonista que es el mar en calma o en plena tempestad, con todo ese silencio atlántico que parece envolverlo todo, amén de unos diálogos que destilan morriña y sorna galaicas por todos los lados, se haga acaso mucho más notorio.
De ese modo, y también gracias al reconocible y exquisito estilo de Rivas, evitamos que la historia del narco Mariscal y los suyos, así como la de los policías que lo persiguen, nos resulte todo lo recurrente, es decir, mil veces antes leído, mascado, que acostumbran a serlo las novelas de ese subgénero de la narcoliteratura, donde muchas novelas pecan de excesivo tono documental o periodístico, esto es, catarata de datos y sucesos, la frialdad de la realidad como principal ingrediente, o de algo todavía mil veces peor, de la tentación, inconsciente o no, de caer en la mitificación del capo de turno hasta convertirlo en lo más parecido a un héroe homérico o casi, y Dios me libre de pensar en ninguna Reina del Sur o por el estilo.
Por suerte para todos, Rivas esquiva esa perniciosa tentación de hacer del narco un icono a lo Robin Hood de ocasión, cuyas contradicciones pueden resultar hasta atractivas con el riesgo consabido de que alguien pueda llegar incluso a disculparlo. Rivas lo evita porque subordina la figura del capo a favor de las del resto de los que le rodean, verdaderos peones, no tanto de su jefe o de la justicia que persigue a éste, como de la tragedia que supuso en su momento la existencia del narcotráfico en la zona. Y aun así, la figura del capo es descrita por Manuel Rivas con tanta veracidad en su relación con el resto de personajes, que incluso la hija de Marcial Dorado, un capo real del narco gallego, quiso ponerse en contacto con Rivas para protestar por el retrato que según ella había hecho subrepticiamente de su padre. Una anécdota que una vez sabida no puede sino hacer pensar al que esto escribe que el verdadero o único reproche que se le puede hacer a Rivas como autor de Todo é Silencio, es que no llegara a incluir la correspondiente escena del capo gallego en su yate acompañado de un joven candidato para la Xunta con su correspondiente mancha de crema antisolar sobre el hombro; entonces sí que lo habría bordado, vaya que sí.