domingo, 9 de junio de 2019

DMTRI SHOSTAKÓVICH Y LOS JUECES

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Predilección por aquellos que nunca fueron o no quisieron ser comprendidos; «su reino no era de este mundo… y ni falta que hacía». Dmitri Shostakóvich, un genio en lo suyo y en lo humano un hombre discutido y despreciado por la legión de jueces de un bando y otro durante la guerra fría. Por lo suyos porque dudaban de la sinceridad de su compromiso con la URSS aunque estaba completamente integrado en el sistema, de hecho era su «gran compositor» y hasta miembro del partido, y todo porque de vez en cuando le daba por ir por libre y no cumplía las expectativas que los jerarcas soviéticos habían depositado en él, estoy pensando en la novena sinfonía, éstos esperaban una gran composición patriótica para celebrar la victoria contra los nazis y él les entregó una obra obra ligera, burlona, con ribetes casi que sarcásticos. Y sin embargo anteriormente había compuesto la Séptima o Leningrado y la Octava durante lo más crudo de la guerra proporcionando esa solemnidad tan trágica y/o heroica del gusto del mando soviético, y qué decir de la Onceava donde se recrea en toda la mitología revolucionario de la época. De ese modo, y a pesar de los testimonios cercanos que hablan de un Shostakóvich sumamente crítico con el sistema soviético, a pesar de haber sido represaliado en lo más álgido de la paranoia estalinista por haberse apartado en su praxis artística de la ortodoxia al uso para luego ser rehabilitado a la muerte del Gran Camarada, a pesar incluso de todas las cábalas que los críticos hacen acerca de posibles mensajes ocultos, crípticos, en su obra criticando el sistema, al gran compositor ruso siempre le reprocharon su cobardía por no atreverse a romper con el sistema, por colaborar con él y hasta por dejarse convertir en uno de sus iconos. Sin embargo, y aquí ya entra el juicio personal, Shostakóvich se me antoja simple y llanamente el ejemplo del artista puro y duro, alguien para el que la propia obra lo era todo, esto es, una vida entregada a poder desarrollar su arte bajo las condiciones que fueran siempre y cuando pudiera disponer de un resquicio de libertad creativa para dar rienda suelta a su genio. Por eso creó casi que por encargo, qué importa sin por convicción o conveniencia, y también lo hizo a contracorriente arriesgando mucho más de lo que probablemente habría estado dispuesto. Nunca quiso abandonar Rusia, probablemente si lo hubiera hecho jamás habría sido el genio que fue porque gran parte de su inspiración estaba estrechamente ligada al país en el que había nacido y de cuyas fuentes beben sus obras en unión de las grandes obras de otros genios. Shostakóvich no tenía otro horizonte que su música y por eso lo supeditó todo a poder seguir componiendo allí donde era feliz con los suyos. Que eso le convierta en un cobarde, en un traidor incluso a sus supuestos propios principios, incluso en un colaborador de la tiranía soviética, pues qué se le va hacer. Su música, desde luego, no fue responsable, ni siquiera cómplice, de los gulags, las hambrunas provocadas o el final fatal de muchos otros creadores que sí se rebelaron o fueron silenciados por las autoridades soviéticas. Su música, como toda obra artística, sólo se justifica a sí misma, lo contrario es dar crédito al pujo inquisidor de los puritanos obsesionados con la pureza política, moral o ética del prójimo, los mismos que en el caso de que Shostakóvich hubiera nacido en nuestra época ya lo habrían juzgado y sentenciado como un indeseable por rijoso dado su facilidad para enamorarse de sus alumnas hasta los últimos años de su vida.

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