martes, 10 de mayo de 2022

CUARENTENA - PETROS MARKARIS

Reseña para la revista negra EL SAYÓN: https://www.elsayon.com/cuarentena-petros-markaris/




 Soy de la opinión de que la mayoría de los aficionados al género negro consideran a Petros Márkaris como el escritor negro de referencia de las últimas dos décadas, prácticamente un cronista contemporáneo que usa la novela negra para hablar sobre lo que acontece en la Grecia desde la crisis de 2004 y, por extensión, de esta Europa que compartimos con nuestros vecinos mediterráneos. Sin embargo, y aunque todavía tarde, Márkaris llegó a la novela negra en 1995 con Noticias de la noche, la primera de la serie del comisario Kostas Jaritos. Desde entonces, las novelas de este griego nacido en Estambul (1937), ciudad de la que tuvo que exiliarse junto con la plana mayor de la minoría griega que había vivido en la que para ellos había sido durante siglos la antigua Constantinopla como consecuencia de los conflictos étnicos entre Grecia y Turquía, habían cosechado un notable éxito de público entre los lectores griegos y en aquellos países en los que habían sido traducidas sus novelas y en los que el interés por las cosas del país heleno suele ser más grande lo habitual, como es el caso de Alemania al contar con una nutrida minoría de emigrantes griegos como lo fue el propio Márkaris en sus tiempos de estudiante. De hecho, Márkaris empezó en esto de los libros como traductor de los grandes de la literatura alemana como Bertolt Brech, Thomas Bernhard, Arthur Schitzler y, con una mención especial por su traducción al griego de Fausto, del gran Goethe. Algo completamente lógico dado que, como él mismo reconoce, la mayor parte de su formación académica y su cultura literaria son más alemanas que griegas. Por otro lado, hasta entonces Márkaris también había destacado en su país como autor teatral y guionista televisivo, en concreto en la exitosa serie Anatomía de un crimen, un trabajo esencialmente alimenticio que le sirvió de inspiración para su carrera como autor de novela negra.

Así pues, el verdadero éxito de crítica y público le llegó a Márkaris gracias a las novelas protagonizadas por el comisario Kostas Jaritos, según sus palabras un prototipo crítico, e inspirado en el teatro de Bertolt Brecht. Una figura policial que oscila entre la caricatura del típico comisario autoritario y sin demasiados escrúpulos con la que la mayoría de los griegos todavía seguían identificando con la policía heredada de la Dictadura de los Coroneles, y esa otra más cercana, humana, puede que sobre todo doméstica, del típico funcionario de clase media con los mismos sueños y preocupaciones de cualquier ciudadano medio griego, y de entre los que destacan todos los relacionados con el futuro de sus hijos, siquiera ya solo con la obsesión en que estos estudien para poder así escalar socialmente convirtiéndose en profesionales de prestigio, doctores y abogados en particular. De ese modo, Márkaris construía un personaje que, si bien recordaba en muchos de sus comportamientos y opiniones a los comisarios que habían hecho su carrera durante la dictadura, también le servía al activista Márkaris para hacer un ejercicio de empatía con aquellos que habían sido simple peones de un régimen, o lo que es lo mismo, fascistas de circunstancias, las impuestas en razón de su origen social y la época que les había tocado en suerte. El Márkaris maduro y escritor humanizaba a aquellos que el Márkaris joven y militante había tachado de fascistas sin renunciar por ello a un retrato crítico, a veces incluso ácido, de esa clase pequeñoburguesa sin otra conciencia política que la de sostener todo aquello que les permita llevar a casa el dinero necesario para vivir y poder cumplir sus sueños. Para ello se valía del contraste entre la generación de Jaritos y su mujer con la de su hija y yerno. Un contraste que es en sí mismo la crónica de los cambios operados dentro de la sociedad griega durante las últimas décadas y que es probablemente, junto con la habilidad de Márkaris de desarrollar paralelamente una trama policial y otra familiar sin que en ningún momento la una haga sombra a la otra y viceversa, la clave del éxito de la serie del comisario Kostas Jaritos.

Sin embargo, habría que esperar hasta la crisis económica de 2004, cuando Grecia adquiere un especial protagonismo en la política europea por su condición de miembro de la Unión Europea especialmente afectado y cuestionado por la bancarrota económica del país y la intervención de las autoridades europeas para reconducir el desastre resultante de décadas de corrupción y despilfarro, para que las novelas de Márkaris se conviertan en un fenómeno a escala no solo europea sino mundial. De repente todo el mundo quería saber qué  estaba pasando en Grecia, por qué o cómo había pasado, y las novelas del comisario Jaritos a partir de 2004 con Suicidio Perfecto nos hablaban de los orígenes del desastre a partir del suicidio en directo del constructor  Iásinas Favieros, el cual hizo su fortuna durante los años previos a los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004. A partir de ese momento, y a lo largo de las siguientes entregas del comisario Jaritos, El Accionista mayoritario (2006), Muerte en Estambul (2008), Con el agua al cuello (2010), Liquidación final (2011), Pan, educación, libertad (2012), Hasta aquí hemos llegado (2025), asistiremos al desfile, tanto en forma de víctimas como de verdugos, de empresarios chanchulleros al por mayor, políticos corruptos, autoridades de todo tipo, activistas de todo tipo y, sobre todo, gente del común afectado en mayor o menor medida por la debacle socioeconómica en la que se sumió Grecia durante esos años todavía recientes. Por otra parte, o sobre todo, asistiremos a cómo afectaron todos esos cambios al entorno familiar y profesional del comisario Jaritos, los problemas para adaptarse a la crisis que afecta a todos los ciudadanos griegos como resultado de la caída en picado de su poder adquisitivo, y el modo como las generaciones más jóvenes, a las que pertenece la hija y el yerno de Jaritos, se enfrentan a un futuro inmediato que nunca habían visto tan negro.

Desde entonces hasta hoy Márkaris no ha dejado de publicar, con una frecuencia de uno o dos años, novelas de la serie Jaritos en las que nos habla de la evolución de su país desde los años convulsos de la intervención de las autoridades europeas, el triunfo de la coalición de izquierda radical Syriza con Alexis Tsipras a la cabeza como reacción a las primeras, y el posterior desencanto de la sociedad griega al comprobar que la rebeldía inicial contra las imposiciones de la UE derivaba en una aceptación del estado de las cosas como acto de puro pragmatismo político.

Entonces llegó la pandemia del Covid19 en 2020 que lo paró todo, casi que congeló el tiempo, y he aquí dos años después la última entrega, en apariencia, del comisario Jaritos: Cuarenta.  Y digo en apariencia porque, si bien estoy convencido de que la mayoría de los incondicionales de Jaritos habríamos esperado una entrega en condiciones, o lo que es lo mismo, una novela comme il faut, lo que nos ofrece Márkaris es un libro de relatos que no solo defrauda las expectativas de sus lectores por saber cómo había hecho frente, no solo la sociedad griega, sino sobre todo el comisario y su familia a la pandemia, sino que además llama a la confusión.

Por un lado, tenemos el relato que da título a esta recopilación de relatos –y pobre aquí del incauto que se haya agenciado el libro confiando solo en el título del libro…-, protagonizado, eso sí, por Jaritos, y en el que se cuenta cómo lleva la investigación de un caso de asesinato desde su casa al estar obligado a hacer cuarentena tras ser contacto directo de un positivo de coronavirus. Se trata, pues, de un relato de poco más de cuarenta páginas en que las páginas dedicadas a la cuarentena de Jaritos ocupan la mayor parte en comparación con esas otras sobre el asesinato de una famosa presentadora de televisión cuya pronta y sobre todo previsible resolución apenas parece otra cosa que la escusa para justificar que estamos ante un relato negro. A decir verdad, la única gracia de este relato son las cuitas de Jaritos para conseguir conectarse con sus compañeros de la comisaría a través del ordenador, lo cual pone una vez más en evidencia ese salto generacional entre los griegos de la edad de Jaritos, crecidos y formados en un mundo en lo que todo lo digital es un misterio al que hacen frente a regañadientes y poco más que como un ciego entrando en una cueva, y esos otros jóvenes nacidos en la era digital. Por si fuera poco, la torpeza de Jaritos con el ordenador todavía es más manifiesta si tenemos en cuenta que la que consigue conectarlo con sus colegas es Adriani, su mujer, con lo que, también una vez más, Márkaris pone en evidencia cómo las rémoras de la sociedad tradicional griega a la que pertenece el matrimonio condenaron a generaciones enteras de mujeres a una vida de amas de casa por pura inercia de la costumbre y eso a pesar de estar incluso mucho más predispuestas para la vida moderna que la mayoría de los varones. Por lo demás, en el relato también se nos habla de cómo afronta Jaritos el día a día de una cuarentena que le obliga a pasar más tiempo en casa del que nunca antes había pasado con su mujer, un territorio en el que enseguida descubre que él es poco más que un intruso.

Nos encontramos, por lo tanto, con un episodio de la serie del comisario Kostas Jaritos donde, siquiera por primera vez en la mayoría de sus textos, lo familiar se imponen sobre una trama policial demasiado ramplona y recurrente, pues no es la primera vez que en las historias de Jaritos aparece una periodista asesinada –así de primeras recuerdo a Yanna Karayorgui de Noticias de la noche-. Un relato que sabe a demasiado poco y que por ello defrauda las expectativas de cualquier entusiasta de las historias del comisario Jaritos, sobre todo si lo que esperaba era una nueva entrega en condiciones de la serie ambientada durante la pandemia. De hecho, servidor no puede evitar tener la impresión de que Cuarentena era poco más que el esbozo de una novela que no llegó a ser por lo que fuera. Puede que porque el autor tenía más en mente la idea de un Jaritos resolviendo un caso de asesinato desde su confinamiento, con lo que eso significaba de convulsión de una vida familiar sujeta hasta el momento a un perfecto reparto de las atribuciones de cada cual dentro del matrimonio, esas que se resumen en que el hombre pase la mayor parte del día fuera de casa hasta la noche y la mujer se quede en ella al cargo, tanto de la intendencia doméstica como de la gestión de los conflictos o necesidades del resto de la familia, para que a la vuelta del primero todo esté en su sitio. Una idea perfecta para seguir ahondando en esa microhistoria de la Grecia contemporánea que son las vidas corrientes de sus ciudadanos. Sin embargo, en Cuarentena da la impresión que Márkaris no estaba contento con la otra pata del banco, razón por la que trama policial de la periodista asesinada se resuelve en unos pocos párrafos y de la forma más anodina, vamos, como con prisa. De hecho, se diría que Márkaris vuelve a esbozar una historia del comisario Jaritos durante la pandemia en el segundo relato del libro: “Me llamo Covid y mato.” Sin embargo, aquí ocurre todo lo contrario que en Cuarentena, la trama policial del asesino en serie que decide encarnar el Covid para exterminar a aquellos que extienden el miedo o las mentiras sobre la enfermedad, no solo solapa esa otra pata de la vida doméstica o familiar de Jaritos, sino que promete mucho más de lo que al final ofrece, pues Márkaris no tarda en revelarnos la identidad y las razones del asesino en cuestión de su propio puño y letra, es decir, hurtando a Jaritos y su equipo el mérito de descubrirlo a partir de lo que suele ser el meollo de toda historia negra: la investigación policial.

Dos relatos decepcionantes para cualquiera que haya disfrutado antes con los casos del comisario Kostas Jaritos. Dos relatos que además de saber a poco, y que también plantean la sospecha de que el autor empieza a repetirse en exceso, e incluso que está ya cansado de su personaje. ¿Por qué no se le ha ocurrido fundir los dos relatos en uno para tener así más materia con el que dar forma a algo parecido a una novela? Ya, pura especulación y además con qué derecho exigimos nada a un escritor. Claro que también cabe la posibilidad de que sea el lector quien se ha cansado ya de las tribulaciones cada vez más de chichinabo de la familia Jaritos y en especial de la excesiva previsibilidad de sus tramas policiales. De hecho, el relato negro más interesante, original y enternecedor es Los tres caballeros, donde Jaritos aparece tangencialmente como responsable del operativo policial que se monta para atrapar al asesinato de dos miembros de un trío de amigos compuesto por mendigos con nombres de famosos filósofos griegos. Un relato tan crudo como enternecedor donde Márkaris simboliza la Grecia actual en la figura de los tres mendigos.

Pero, la cosa no acaba ahí, pues si afirmo que el mejor relato negro del libro es aquel en el que Jaritos aparece precisamente más difuminado, todavía tengo que hacer otra afirmación más categórica. Sí, pues de los siete relatos que componen este libro, solo los tres antes citados pueden ser adscriptos al género negro. El resto, o tienen como telón de fondo la pandemia del Covid19 como El Arte del terror y Centro de refugiados del Coronavirus, o son relatos exclusivamente literarios como La taberna de Karaguiosis y Jalki: el vació y la bicicleta. ¿Y qué ocurre con ellos? Pues ni más ni menos que, con la excepción de Los tres caballeros, son literariamente superiores a los relatos que nos remiten a la serie del comisario Kosta Jaritos. A decir verdad, el último relato, Jalki: el vacío y la bicicleta, donde Márkaris echa la vista atrás para hablarnos de su infancia entre Estambul y sus estancias estivales en la isla de Jalki, es uno de los relatos más conmovedores que he leído en mucho tiempo y que significan para mí la revelación de Márkaris como un escritor cuyo talento literario supera con creces aquel ya demostrado pero circunscrito en exclusiva al género negro. De hecho, si fuera por el valor literario del texto no me cabe ni la más mínima duda de que Jalki: el vacío y la bicicleta merecería encabezar el título de esta recopilación de relatos de Petros Márkaris.

Sin embargo, es el más flojo de los siete relatos, Cuarentena, el relato que da título al libro. La razón no puede ser más evidente, por cuestiones de mero índole editorial que no literarias. Hacía tiempo que no había en el mercado una nueva entrega del comisario Kosta Jaritos y este libro de relatos parece ser lo que la editorial tenía más a mano para satisfacer la demanda de sus devotos. ¿Que el autor no ha conseguido dar forma de novela a ninguna de las historias que le rondaban en la cabeza a cuenta de la pandemia con Jaritos como protagonista, que como mucho tenía esbozadas dos ideas que luego se quedaron en los relatos que aparecen en el libro? Pues no pasa nada, que mire a ver qué tiene por ahí, porque los escritores siempre tienen algo, no pueden dejar de escribir todo el tiempo y sobre cualquier cosa, aunque sea algo que no tenga que ver con el Jaritos que le ha hecho famoso y a nosotros un poco más ricos, y lo metemos todo junto para que, por lo menos, el libro resultante sobrepase las doscientas páginas que justifiquen la tirada. Eso sí, en la portada que vaya el título de Cuarentena a modo de gancho para que remita al lector potencial a la pandemia del coronavirus haciéndole creer que se va a encontrar con una nueva entrega de la serie en toda regla, esa que se ha vendido como churros a lo largo y ancho del mundo y de la que nosotros somos sus editores para el mercado en lengua castellana. ¿Ven ustedes alguna referencia en dicha portada a que se trata de un libro de relatos? Ninguna. Como que hay que acudir a la contraportada para descubrir ya en la quinta línea que se trata de un libro de relatos y no de la novela esperada por todos sus seguidores. ¿Mercadotecnia pura y dura? Yo ya he expuesto mis conclusiones, ahora que lo hagan otros.


© Txema Arinas. Oviedo, 04/05/2022. Todos los derechos reservados.

 

 

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