viernes, 4 de noviembre de 2022

EL ANGEL EXTERMINADOR


 

Llevo toda la semana sin salir de casa por culpa de la gripe que me pegó el enano de ir por ahí compartiendo mocos con sus colegas. De modo que, tras dos días de cama, algo insólito en mí, que siempre he pasado las gripes jodido pero sin dejar de hacer cosas -supongo que empiezo a acusar la edad y que a partir de ahora, lo que antes era más o menos ligero, a partir de ahora va a ser como estos dos días pasados: el preludio de una agonía- ayer por la mañana me vine arriba, entre otras cosas porque me salió bastante fructífera frente al ordenata, me dije que a la tarde iba a salir a dar una vuelta porque el parque periurbano ese de los conejos que tenemos al lado de casa. Pues fue sugerirlo y caerme la del pulpo. Que cómo se te ocurre sin acabar de curarte del todo, que mira tú qué tos tienes todavía, que a ver si quiero ir por ahí contagiando a todo el mundo. En fin, mi gozo en un pozo. Ya si eso mañana sábado iré a pasear mirando al mar.
Así que esta noche he soñado que hacía caso omiso a mi señora esposa, me enfundaba en mi chamarra deportiva y más invernal posible, la hostia de cierres hasta la nariz, la gorra de invierno calada por debajo de las orejas, pantalón de chándal como para subir el K2, y me echaba a la calle como otros en su tiempo al mar para la caza de la ballena. Ya en el ascensor se me para en el quinto y veo que va a entrar el administrador. Pero no el del edificio donde vivo ahora en Oviedo no, sino el del piso de mis tíos de Venezuela en la plaza Gerardo Armesto de Vitoria, el cual solía venir a la oficina donde yo trabajaba en la calle Abendaño, a la vuelta de la plaza, para darme el coñazo con las cosas de la comunidad. Mis tíos, como vivían la mayor parte del año en Caracas pues no debían acudir mucho a las reuniones de vecinos, y mira que para entonces ya había correo electrónico y podía haberse puesto en contacto con ellos sin necesidad de venir cada dos semanas a darme la chapa con asuntos que a mí ni me iban ni me venían. El administrador, lo más parecido al personaje de Hans Topo de los Simpson, el tipo encorvado, arrugado y con gafas al que atropellaban en casi todos los episodios, hace amago de querer entrar conmigo en el ascensor. Yo le advierto que ando con gripe y que mejor que se abstengas si no quiere que se la pegue. Eso y que menudas ganas tengo ya de aguantar su verborrea. El señor topo me dice que no le importa, que después de que le atropellen todas las semanas en los episodios de los Simpson está convencido de que es inmortal algo así. De modo que bajamos juntos hasta el portal, momento que aprovecho para recordarle que tienen que venir a mirar lo de la calefacción central, porque una cosa es que el precio esté por las nubes, y otra que la hayan puesto tan baja que a los del 7 y 8 ni nos llegue. Ya en la calle, y a modo de despedida antes de tirar hacia el parque, le vuelvo a recordar lo de la calefacción con un gesto que ni Tony Soprano; vamos, hombre, con esta gente no se puede andar con contemplaciones...
Hace fresquito sí, sobre todo en el parque que está en un alto a las faldas del Naranco o casi. Pero, lo que ansiaba desde hace días, retomar mi paseo diario de las tardes para respirar aire puro y de paso reencontrarme con mis amigos los conejos que pueblan el parque, en realidad lo atestan, se convierte en una de las experiencias más chungas de mi vida, que ya es decir, siquiera aquí en mis sueños. Como ya os he contado en otras ocasiones, el parque está a rebosar de conejos de todos los tipos, tamaños y colores. Conejos que no son autóctonos, sino más bien las mascotas que la gente debió soltar en su momento y, sobre todo, sus descendientes, creo que ya van varias generaciones. Conejos domésticos que por estar acostumbrados a la presencia humana apenas se inmutan cuando pasas a su lado, ni siquiera cuando te paras para observarlos con detenimiento; hay días que hasta parece que quieren hablar contigo como un paisano cualquiera. Pues bien, anoche en mi sueño me paraba a hablar con ellos, lo típico, que si ya no se puede comer almejas con la inflación, que si lo de Ucrania es culpa exclusiva de EE.UU y la OTÁN que han obligado al pobre Putin, un héroe de la resistencia anticapitalista, a invadir un país soberano y a matar a su población -eso ellos, porque los conejos, como son seres de una inteligencia limitada suelen ser de izquierdas rancio-radical al estilo de Willy Toledo y así, como andan de okupas en el parque...-, que si había que promover una ley para impedir que se siguieran sirviendo cachopos fuera de Asturias... Pues bien, era, ya no solo parar delante de uno de ellos, sino pasar al lado, y ver cómo iban cayendo fulminados uno tras otro. "¡No debía haber salido estando todavía como estoy!" Puede, pero ya era demasiado tarde y, no me preguntes cómo, pero acababa de exterminar a toda la colonia del Purificación Tomás.
Así que interrumpo mi paseo vespertino para volver a casa casi que al trote. En el portal me encuentro un corrillo de vecinos. Pregunto a ver qué pasa y, vaya por Dios, con las veces que había deseado librarme de él por cualquier medio cada vez que venía a la oficina a hacerme perder el tiempo con sus mierdas de vecinos que encima no eran los míos sino los de mi tío de Venezuela, que resulta que la ha palmado el administrador. Sí, algo fulminante, no le dio tiempo ni de sacar las llaves para entrar en casa, pajarito en el rellano. Vaya por Dios, no somos nada, exclamo por exclamar algo, para que nadie de mis vecinos piense que soy un ser frío e insensible. Puro teatro social, sí. Una pena...

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