lunes, 2 de octubre de 2023

DE VELUTINAS Y ROJIGUALDAS

 



   Tengo para mí, de entre mis más arraigadas convicciones de hace un rato, que el permanente y omnipresente debate identitario es el fraude más grande de la política española. Todo parece girar alrededor de la identidad, da igual si española, catalana, vasca o la que sea. Todo son banderas, prejuicios y golpes de pecho alrededor de los sentimientos nacionales de cada cual, sobre todo para negar los de los demás y ponderar los propios. De ese modo se hurta intencionadamente al ciudadano otros debates, ya no sólo de mayor calado, sino de sobre todo de verdadera transcendencia tanto para el presente como para el futuro de nuestra sociedad, incluso de nuestro mundo. Nadie habla de los verdaderos desafíos a los que nos enfrentamos, sobre las consecuencias del cada vez más palmario cambio climático, los desafíos socioeconómicos que se nos presentan con esta ya enésima revolución tecnológica en la que nos encontramos, y mucho más en concreto, más de lo inmediato, el desmantelamiento progresivo del sistema de bienestar tal como lo que hemos conocido, y no precisamente para ofrecer alternativas de mejora, sino para aplicar políticas de privatización en beneficio exclusivo del capital y siempre en detrimento del principio de igualdad de oportunidades entre los ciudadanos. No se habla, no, porque los que más agitan el avispero identitario son precisamente los que más tienen que callar respecto a sus verdaderas políticas socioeconómicas, por eso les renta más soliviantar las pasiones identitarias del ciudadano del común en la convicción de que, precisamente por eso, por pertenecer casi que en exclusiva al terreno de las emociones, son más fáciles de entender para ellos, puede que incluso lo único que entiendan de la cosa pública y así. Y el resto, por supuesto, como siempre, a callar para no tenerla con los entusiastas de turno, que por algo es más que sabido que la mayoría de esta grey abanderada no entiende de razones, sino más bien de imponer lo suyo por sus santos cojones.

Y como muestra un botón. Ayer me decían que el ayuntamiento de Oviedo, al mando de un tal Cantamañani, o como se llame, había mandado cientos de sobres con una rojigualda de considerables dimensiones dentro animando mediante carta a los vecinos para que la colgasen en sus balcones el sábado en el que está prevista una jura de bandera de civiles en el centro de la ciudad con toda la parafernalia militar al uso. ¿Es lícito que un ayuntamiento dedique una partida presupuestaria a algo así? Supongo que para los patrioteros, que no patriotas, carbayones lo será sin lugar a dudas. A fin de cuentas, esta ciudad en la que resido, y poco más, parece considerarse a sí misma un bastión de la verdadera España a este lado de la cornisa cantábrica, sí, de la España una, grande, libre y, faltaría, meapilas a marchamartillo desde mucho antes incluso del Cerco que sufrió en la Guerra Civil por las, según ellos, hordas rojas que querían tomarla. En fin, eterna Vetusta que ha hecho de lo rancio una verdadera seña de identidad con la que tropiezas a cada paso.
Ahora, ayer cuando me enseñaban lo del sobre con la rojigualda yo estaba convencido de que se trataba de la pesadilla de la semana. No podía ser de otra manera tras aguantar durante semanas, qué digo, meses, toda la matraca de la España que se rompe porque la venden los sociocomunistas a los indepes y los de la ETA, eso y manifestación de patrioteros al canto justo ahora que los primeros están en sus horas más bajas y la serpiente ya no existe. Una matraca que me da absolutamente igual de quiénes venga, si de los de la rojigualda, la senyera, la ikurriña o de cualquier otra; las banderas lo he dicho siempre, para ubicar las embajadas, los idiomas en el cajero y poco más.
Así que luego sueño que estoy con mi familia viendo una serie a la noche, Sex Education porque les encanta a los críos y así es casi lo único que hacemos juntos a parte de la comida del mediodía, cuando de repente asoma de debajo de la ventana una velutina que creía haber espantado hacía una hora más o menos. Entonces salimos todos corriendo del salón, casi que de un salto, cerramos la puerta y van los muy hijos de puta, me refiero a mi mujer y mis dos hijos, y deciden que tengo que ser yo, de repente el cabeza de familia cuando dicho cargo lo ejerce mi señora de siempre, el que entre a matar a la puta avispa de los cojones. Así que, tras ordenarme también que lo haga armado, ya no sólo del matamoscas de rigor, sino también con un cuchillo jamonero porque aseguran que el aguijón de la velutina es un arma blanca en toda regla y probablemente tendré que defenderme, que ya han muerto varias personas por culpa de su picadura, me meto en el salón como un San Jorge cualquiera a luchar contra el Dragón.
Y ya sé que está mal dicho porque al decirlo parezco un señoro en toda regla, de esos que presumen de no tener miedo a nada porque los tienen bien puestos y toda la cantilena al uso; pero, joder, es que quiero acabar de ver la serie para irme a la cama a leer y si no me pongo a la familia nos pueden dar las tantas, así que me lanzo a la pelea contra la velutina como un Quijote cualquiera contra los molinos y tal y tal. No sé cuánto tiempo dura la pelea. ¿Media hora, tres cuartos de hora? Lo que sí sé es que me ha costado Dios y ayuda acabar con la puta avispa, que no había manera de matarla por mucho que me aplicara con el matamoscas sobre lo que parecía una verdadera armadura de malo de película de Ivanhoe y por el estilo. Empero, tengo el cuerpo yacente de la velutina a mis pies y ya puedo decir a mi familia que acceda al salón.
- ¿Pero qué has hecho? ¿Qué es todo esto? -pregunta mi señora con ese tono y ese careto que precede a una de sus broncas más cañeras.
- ¿Cómo que qué hecho? ¡Matar al dragón!
- ¿Y para eso tenías que destrozar el salón entero?
- Bueno, mujer, puede que se me haya ido un poco el cuchillo con los cuadros, las cortinas, los muebles, el televisor, el...
- ¡ESTO ES UNA PESADILLA!
- No, bonita, no, esto ha sido una lid en toda regla entre el hombre y la bestia. Pesadilla es lo de tu ayuntamiento. Eso sí que es una pesadilla como las que tengo yo todas las semanas.
- Mira, despierta ya de una vez que si no la vamos a tener de veras.

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