martes, 5 de marzo de 2019

COMO LAS GAVIOTAS



Con la edad uno procura esquivar a determinadas personas como si fueran la peste. Gente mala por naturaleza, tóxica, de la que solo abre la boca para verter ponzoña o sembrar cizaña. A veces, y por lo que sea, no queda otra que enfrentarse a uno de esos individuos cuyo cometido en la vida no parece ser otro que amargar la del prójimo.

Pues bien, de entre estos elementos hay uno muy concreto que en un primer momento podría pasar por el más inofensivo de todos. Me refiero a esos que solo abren la boca para reprochar a otros lo bien que viven o la suerte que han tenido en la vida. Pues, en mi opinión, los envidiosos son los peores de todos, siquiera los más irritantes. Lo son porque se escudan en una supuesta cordialidad para restregarte por la cara lo mucho que les jode, no ya que disfrutes lo que ellos no pueden o tengas lo que ellos no tienen, sino ya solo que disfrutes o tengas algo, lo que sea. A esos no hay que seguirles nunca el juego, esto es, disculparse por una absurda y casi que hasta atávica mala conciencia producto de siglos de cristianismo culpabilizador por no esperar al Paraíso para disfrutar de la vida. A esos hay que darles siempre la razón cuando te reprochen lo bien que vives, incluso convencerlos de que lo haces mucho más de lo que ellos nunca podrían imaginar aunque no se cierto, incluso aunque en realidad de vayan mal las cosas. Al fin y al cabo, ¿no lo dicen para joderte como si creyeran que les debes disculpas por disfrutar de lo que ellos no pueden o no quieren, como si debieras sentirte mal, arrepentido, culpable, en deuda con algo o alguien, y todo así por el estilo. Pues eso, ya verás, ya, lo mucho que les jode. Todo esto me venía a la cabeza, así en plan rebuscando en el zurrón de los recuerdos, cuando hoy a la tarde nos contaba un tendero de Ribadeo que desde que tenía la tienda ninguno de sus parientes, todavía menos nadie del pueblo en el que había nacido, se había dignado en entrar, no ya a comprar, ni siquiera a echar una mirada, en los quince años que llevaba abierta. Vivir en bandadas como las gaviotas es lo que tiene; unas pican y otras no.

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