Parece que, como hace días que apenas duermo, demasiados quebraderos de cabeza que añadir a un sueño ya de por si raquítico, que cuando lo hago es a trompicones y además me despierto con unas malditas jaquecas, a mi subconsciente, ese hijo de la gran puta, le ha dado por cachondearse de mí haciendo que sueñe con la cama más grande y cómoda sobre la que me he echado nunca. La cama en cuestión era la de la habitación del hotel en que me alojé entonces con "mi actual pareja" (utilizo esta expresión a conciencia porque sé que a mi mujer la repatea un rato y, al fin y al cabo, servidor no puede evitar ser un chinche incluso al teclado, que digo yo que debe ser mi único encanto o como lo quieras llamar...) durante nuestra mi primera visita juntos a Lisboa. Yo había estado antes varias veces, las primeras con mis padres, claro, y la anterior a esa unos cuantos años antes de conocerla, una semana santa que no tenía adonde ir, ni con quién, y me dio por sacarme por internet, cuando todavía no había Google y todo era Yahoo, Terrra, Hispa no sé qué hostias antediluvianas y en ese plan, billete de tren y reservar una habitación en un hostal de la Avenida Almirante Reis, el cual luego resulto un picadero infecto con una cama cubierta por una especie de hule lleno de quemaduras de cigarros y otras manchas sospechosas de las que mejor no hablamos. Pero bueno, entonces tampoco me importó mucho porque el poco tiempo que pasaba en el hostal era para dormir la borrachera con la acostumbraba a llegar de la calle tras la preceptiva ingesta de botellas de vinho verde o tinto del Dâo. Para dormir o al menos intentarlo leyendo La Flecha del Miedo de Miguel Sánchez-Ostiz, que no digo yo que no influyera un poco en el ánimo encabronado que tenía entonces en aquella época, de morros con todo lo que me rodeaba y así, y que me había animado a poner tierra de por medio, siquiera por unos días, de mi estomagante cotidianidad. También recuerdo, porque de esto va el rato que estoy echando frente al ordenata mientras los habitantes de esta casa siguen pegados a sus sábanas, que intentaba leer en portugués As Naus de Antonio Lobo Antunes, una historia de los colonos portugueses de vuelta a casa tras la independencia de las colonias africanas en la segunda mitad del XX. Un libro que solo pude asimilar en toda su amplitud años más tardes, cuando mi dominio de la lengua de Camôes ya me permite pasar varias páginas sin tener que mirar en el diccionario varias veces en cada renglón y mi relación de amor-odio con el eterno candidato al Nobel está más que asentada, tanto como mi convicción de que solo tiene sentido escribir si uno consigue tener una voz propia y con un mundo propio sobre el que hacerlo, no de prestado o para hacer turismo literario por esos mundos de Dios, por muy difícil que sea está para la gran mayoría; y en eso estamos, lejos, pero estamos, aunque puede que cada vez más lejos. También digo yo que el hecho de que haya vuelto esta semana con Comissâo das lagrimas, el cual, al igual que con la mayoría de los libros de Antonio tomo, dejo y retomo varias veces durante largas temporadas dado que me agotaban tanto como me extasían, tienen mucho que ver con esta murga portuguesa que nos ocupa y que espoleo todavía más en mi cabeza con la música de fondo de la maravillosa fadista Ana Moura..
Pero, disgrego en exceso, así que mejor volvamos a la cama de marras. Una cama de lujo, estilo real europeo o casi -creo recordar que reservé la habitación a precio de ganga desde la agencia de viajes que entonces tenía en Gasteiz, un hotel de tropecientas estrellas en la periferia lisboeta- que por tamaño, con una cabecera acolchada de ribetes dorados y una sobrecama de terciopelo cuya falda que se desparramaba hasta el suelo como las de las reinas del XVIII o por el estilo. Una sobre la que no te echabas, sino a la que te subías. Un colchón que era como volver al vientre materno envuelto en líquido amniótico y en el que probablemente dormí como nunca antes he conseguido dormir nunca, yo que, de hacer caso a mi madre, soy de hacerlo tarde, poco y mal desde que era un mico. Eso por no hablar, si mi proverbial pacatería me lo permitiera, claro está, de los polvos que echamos en aquella cama mañana, tarde y noche, polvos de pareja en la cresta de la ola
de su enamoramiento, esto es, de batir récords olímpicos en cualquiera de las modalidades del género. Y eso al pensar del lógico cansancio entre largas caminatas desde la periferia al centro lisboeta y esas otras por los barrios de Chiado, Baixa y sobre todo la Alfama, ya en plan "flânerie", que es término gabacho acuñado para definir el vagar por las calles, callejear sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso. Para "patiperrear", que usa a menudo el autor de aquel libro que leía en aquella mugrienta pensión de Almirante Reis y del que me temo que todavía tendré que esperar un rato largo hasta que nos dejen volver al txoko para echarle el diente al último suyo, "Moriremos nosotros también", sentarnos a tomar birras o bicas en los miraderos sobre el Tajo, coger tranvías-museo a buen tuntún, comer mucho bacalhau a Brás o de cualquiera de tropecientas maneras como lo preparan en el país vecino, beber como de costumbre e incluso más -¿puede haber algo más bonito, enternecedor, sobre la faz de la tierra que una pareja de borrachos enamorados?- e incluso escuchar a viejas pasadas de rosca y licores berrear fados por aproximación para deleite de turistas sin puta idea de nada de lo que se canta o deja de cantar.
Luego ya he vuelto varias veces más a Lisboa con mi señora, e incluso con los críos, sin ir más lejos hace dos años, menudo agobio de multihumanidad. Pero nunca a aquel hotel, y todavía menos a dormir sobre aquella cama. Como que cuando oigo lo de "saudade" enseguida sé a qué se refiere, vaya que sí lo sé, y que no es tanto la nostalgia de "aquela cama onde éramos felizes dormindo como arganazes e transando como coelhos", como de aquel catre donde conseguí dormir por primera vez en mi vida ocho horas seguidas o más.
* Y como todo lleva a lo que lleva, aprovecho para ilustrar este desbarre mañanero con un dibujito que hice hace mucho tiempo, cuando todavía dibujaba a menudo -ojo, no digo que bien, sino que lo hacía y punto- y solía escuchar a Misia, otra fadista en boga por aquel entonces.
"No puedo permitir que Madrid se pare ahora para que los que nos financian dejen de hacer negocios bajo el paraguas de nuestro gobierno. No puedo aceptar que suban los impuestos a las clases pudientes que nos votan, que entren a adoctrinar en los colegios para inculcar a la juventud valores cívicos y democráticos en lugar de las clases de catecismo y deporte, mucho deporte, que cierren los comercios y la hostelería como si la vida de los ciudadanos fuera más importante que la economía. No puedo permitir que se me obligue a confinar los barrios con alta tasa de covid19 en lugar de solo a los obreros donde vive la chusma que nunca me ha votado ni me votará. Pero, sobre todo, no puedo permitir dejar de escapar la oportunidad de conseguir una mayoría absoluta en las urnas ahora que todo el mundo me ve como la verdadera oposición al gobierno socialcomunista y cómplice del independentismo y de la ETA..."
- ¿Qué, qué tal he estado?
- Hombre, presidenta, creo te has venido bastante arriba.
- ¿En serio?
- Igual si afinamos un poco el discurso y quitamos ciertas cosas, nos queda como más genérico y así....
- Valeeee. Pero lo de "por el bien de Madrid, de España, por Isabel y Fernando, el Cid, la Virgen del Pilar, la Civilización cristiana occidental y por el libre mercado sin restricciones de ningún tipo y contra el socialismo liberticida y esquilmador", eso ni tocarlo, ¿eh?
- Puffff, algo ya deberíamos, ya...
- ¿Tú no serás en realidad un asesor de Podemos?
Hoy, camino del cole, hablando de la clase de gimnasia que le tocaba a la mañana y de lo mucho que se aburre en ella, me pregunta el canijo:
- ¿Qué es lo que menos te gustaba de gimnasia?
Entonces, impulsado por un resorte, no sé si ancestral o cómo, el cual debía anidar en mi conciencia, le he contestado a voz en grito.
-¡EL PLINTON, EL PUTO PLINTON DE LOS COJONES!
En efecto, nunca consigue saltarlo como nos exigía el profe que lo hiciéramos: longitudinalmente. Siempre acababa estampándome de morros contra su base o me despeñaba por cualquiera de sus lados. Jamás conseguí dar ni media voltereta. De hecho, era tanta mi impotencia cuando tocaba saltar aquel artefacto del demonio que ya lo hacía directamente a ciegas, provocando de inmediato las risas de mis compañeros de clase y, en especial, los juramentos en hebreo de aquel capullo, antiguo entrenador del Baskonia en sus primeros tiempos, de cuando el balón de baloncesto era cuadrado o casi, que nos daba clase de gimnasia.
No lo lograba porque fuera especialmente negado para la gimnasia. En todo caso, lo era para saltar el maldito plinton teniendo que dar además una voltereta, hacer el pino o subir a pulso la cuerda que colgaba del techo del gimnasio. Porque, para otras cosas muy concretas solía ser de los primeros. En especial para las carreras cortas, los 50 m y así, donde era prácticamente imbatible, el lanzamiento de aquella bola metálica que luego tenía que ir a recoger hasta Miranda de Ebro o Llodio, eso según hacia dónde tirara, y no digamos ya cualquier otro ejercicio o deporte que requiriera ante todo fuerza bruta. Razón por la que, además de ser el principal responsable de los desconchados en las paredes del frontón del cole, todos los años, durante el Kirol Eguna (día del deporte) que se celebraba en mi cole, solía llevarme a casa una medalla tras ganar, más que nada por puro aburrimiento o fastidio, para acabar cuanto antes, el campeonato de sokatira en el que me obligaban a participar los profes. Gajes de haber sido siempre uno de los tres o cuatro chavales más altos y fuertes de mi clase, lo cual me servía tanto para ser muy bueno en unas cosas como un perfecto inútil en otras.
Pero el plinton, lo que yo he odiado a aquel verdadero potro de tortura, un aparato que además se me antojaba completamente absurdo, casi que ideado en exclusiva por el capullo fascistoide que nos daba gimnasia para amargarme la existencia. Todos los años tocaba saltarlo y todos los años me estrellaba contra mi propia impotencia para hacerlo. De hecho, solía sudar por dentro antes de cada clase de gimnasia solo con pensar que ese día podía tocar plinton. Razón también por la que muchos días también, al entrar en el gimnasio y ver que no estaba preparado, la alegría era tanta que para mí aquella clase se convertía en verdadero motivo de fiesta.
Tampoco exageraría si confieso que he tenido pesadillas con el puto plinton durante años, que se trataba de una de las apariciones estelares en mitad de cualquier noche toledana digna de ser tenida en cuenta. Pues bien, la verdad es que hacía ya mucho tiempo que me había olvidado de plinton de los cojones; pero, hoy gracias a mi hijo pequeño puede que no tarde en aparecer por aquí con el relato de un sueño en el que servidor se rompe el cuello intentando superar aquel trauma de la infancia. En todo caso, me encantan las conversaciones por la mañana con el pequeño mocoso camino del cole.
Declaraciones de un conocido crítico de cine madrileño en una comisaría de la Ertzaintza en Donosti tras la noche de juerga posterior a la clausura del Festival de Cine de San Sebastián:
- Y entonces va el maromo y me dice en vasco, o lo que sea que farfullara el muy paleto: "hoa nirekin gela ilun hortara, bertan ikusiko dek zein ondo, goxo, xamur, popatikan emango diadan" (ven conmigo al cuarto oscuro que te voy a dar por culo a gusto).
- ¿Y entonces usted qué hizo?
- Pues hombre, al principio fui con prejuicios porque pensaba que era la típica bravata nacionalista y así para epatar a los de fuera.
- ¿Y luego qué pasó?
- Pues que el tipo empezó a gritar "Ikusten? Gozatzen? Horrela bai? Barruraino? Gogotik lehertuko haut eta, handiusteko alu hori" (¿Ves? ¿Te gusta? ¿Así así? ¿Hasta el fondo? ¡Te voy a reventar con ganas capullo engreído!).
- ¿Y?
- Y que al principio no acababa de verlo, se me hacía raro que me estuviera dando por culo en euskera, algo así como cuando veo que hacen películas también en vasco. Pero, ¿eso se puede hacer en vasco?, me preguntaba. Luego ya, qué leches, si el tipo era de Izorraitokieta, de lo más profundo del Goierri y así. ¿En qué coño me iba a dar si no...
- ¿Y qué pretende denunciar, pues?
- No estoy muy seguro; pero, creo que he sido víctima de un acto de kale borroka o algo por el estilo...
EN CASA DEL HERRERO...
- ¿Qué te pasa, por qué das vueltas por el pasillo?
- Mamá me ha prohibido utilizar tecnología hasta que no se levante; no puedo jugar con la play, ni mirar el móvil, tampoco ver dibujos en la tele. Me aburro.
- Lee un libro.
- Odio el libro que me han mandado en el cole.
- Lee otro.
- No me gusta leer otro cuando estoy obligado a leer uno.
-¿Por qué no lees a Mortadelo y Filemón?
- No me hacen gracia los chistes.
- ¿Y Asterix?
- Siempre es lo mismo.
- ¿Tintín?
- Un puto rollo.
- ¿Y Mafalda, Forges y el resto de recopilaciones de tiras cómicas que hay por casa?
- Son chistes de viejos.
- ¿Y...
- No me gustan los tebeos, me aburro.
- ¿A qué niño no le gustan los tebeos?
- A mí, no me gusta leer los bocadillos.
- Puto friki.
- ¡Respeta mis gustos!
- Si tuvieras alguno que no fuera jugar a la maquina o ver dibujos en la tele. ¿Por qué no dibujas como hacías antes?
- Me aburrooooo....
- ¡Tírate por la ventana!
- Respeta mi aburrimiento.
PALÍNDROMO
He soñado, poco antes de despertarme, que estaba en el aula del colegio del pequeño, porque éste tenía que estar una hora después de clase para no sé qué hostias, sentado en una de las sillas de los pupitres y rodeado de cuatro profesoras jóvenes en bata que me escrutaban como si yo hubiera hecho algo malo y no el puto crío, que suele ser lo normal. Creo recordar que reconocía a una de ellas y que entonces yo le decía, refiriéndome a una de mis amigas de toda la vida: "Es que I no se enfada nunca, es un PALÍNDROMO."
¿Palíndromo? Me he levantado de la cama, y, como la palabra me sonaba, pero no acertaba con su verdadero significado, he ido a buscarla al diccionario de la RAE. Palíndromo: nombre masculino
Palabra o expresión que es igual si se lee de izquierda a derecha que de derecha a izquierda.
Inmediatamente después me he acordado de que unas horas antes de este sueño había tenido otro en que tenía sexo desaforado con mi mujer, vamos, lo que viene a ser un sudoroso y volcánico revolcón como pocas veces. Motivo por el que me despertaba completamente empalmado y sobre todo perplejo porque yo no suelo tener ese tipo de sueños. Me refiero a que no suelo soñar que estoy follando con nadie, no solo con mi mujer, mal pensados.
Luego hace un rato en el desayuno me he comido el último mango que compró mi mujer hace unos días para los niños. Me ha costado pelarlo porque no recordaba que el hueso era en forma de punta de flecha y no de bala de arcabuz como el de los aguacates. Me ha gustado mucho la textura del mango; sin embargo, me sigue pareciendo muy dulce al final. Por eso no suelo comer fruta tropical, demasiado dulce, prefiero desayunar un plátano y una manzana, a veces una naranja, la cual, aunque también suele ser dulce, lo es de una manera distinta a las frutas del Trópico. Entonces he pensado que estaba destinado a acabar con una asturiana. Me gusta mucho el carácter de las mujeres del sur; pero, nunca me he sentido especialmente atraído por ninguna de ellas, siempre he tirado más hacia el norte, y, aunque estaba más acostumbrado a comer manzanas de mi tierra, confieso que me costaba masticarlas; así que al final he acabado con una asturiana, lo cual es como haberlo hecho con una naranja. Yo ya me entiendo.
Por lo demás, he visto al ir a acicalarme para salir, que anoche me recorté la barba un poco desigual. Siempre que me la recorto tengo pesadillas. He ahí un tema para tratar con un amigo sicólogo. Pero, paso, cada vez que le cuento algo acaba aconsejándome que no me masturbe tanto cuando el que en realidad se masturba compulsivamente es él y además lo dice todo el rato que le resta de poner a caldo a su ex-mujer: "¿Has visto a esa? Buah, está como un tren; ya tengo tema para está noche..." En fin, que paso de sicólogos, lo que pasa es que una buena parte de la gente con la que me trato está muy zumbada, mucho.
También le he comentado a mi mujer lo del sueño erótico y, cuando le he preguntado de coña si me lo homologaba para el de este mes, me ha mandado a la mierda; no estoy muy seguro de haber entendido el porqué.
SUBJETIVIDAD
Me dice mi hijo mayor que soy un "puto viejo de mierda", así, literalmente, y, dejando a un lado las ganas de retorcerle el pescuezo o calzarle un par de hostias bien dadas por faltarme al respeto sin venir a cuento, lo pienso un rato y sí, algo de razón ya tiene. Lo colijo porque la mayoría de las veces que oigo a hablar, incluso cantar, a alguien de cuarenta tacos hacia abajo, no puedo evitar que me invada una pereza existencial producto de sentir que vuelvo a oír las mismas chorradas banales, pretenciosas y profundamente ingenuas que soltaba yo también a su edad. Por eso y también porque cuando intento ver algún vídeo en youtube a veces me sale un anuncio con un treintañero en plan molón, como presumiendo de estar de vuelta de todo y haber vivido más que nadie, todo un triunfador a sus treinta y pocos, un águila en lo suyo, vendiéndome el método definitivo para aprender tal o cual cosa, el chollo padre que sólo conoce él y pretende vendértelo en un acto de inaudita generosidad previo pago, así como dando a entender que hasta que ha llegado él a mi pantalla todo lo anterior como que no valía para nada, que tonto de mí si dejo pasar la oportunidad; entonces, lo confieso, me entra una mala hostia, digna de un seguidor de Trump asaltando el Capitolio, como consecuencia del asco infinito que me inspira el treintañero en cuestión, don lo suficientemente preparado, o más bien chuloputas, para ser el perfecto gilipollas al cuadrado, que no puedo evitar imaginarlo sometido a todo tipo de torturas, a destacar la sodomización en cadena por una tribu mandinga al completo. Eso por poner un ejemplo. Así que sí, algo de puto viejo de mierda ya debo tener, sí.
No obstante, otras veces me fijo en la gente de mi edad, y ya muy en especial en muchos de mi entorno, con los que he crecido o no, y me sorprendo descubriéndolos en muchas de sus actitudes, y no te digo ya ideas o dichos, como puros calcos de sus padres, esto es, de aquellos contra los que se rebelaban de joven y cuyo modo de entender la vida acostumbraban a poner en solfa o ya directamente a abjurar por todo lo alto. Tal es así que, a veces, cuando veo a algún conocido, al cual he oído toda la vida jurar como un carretero, reprender a sus hijos porque se les escapa algún que otro taco, no puedo evitar dibujar una mueca de disgusto, siquiera para mis adentros, ante tamaña hipocresía. Valga esto de los tacos como ejemplo de coetáneos que de repente se vuelven de la noche a la mañana, o al menos aparentan hacerlo, en unos pusilánimes al estilo de aquellas tías monjas que parecían vivir en otro siglo: "¿cómo que no vas a misa con lo formal que tú eres? ¿Por qué haces tanto de vientre en nuestro Señor?" Así no es extraño tener que escuchar todo el rato a mi alrededor cosas del tipo "¿Pero cómo se te ocurre decir eso, eso no se puede decir, casi que tampoco pensar? ¡Ay, qué exagerado, extremo, exasperante y extemporáneo eres con tus cosas, Josemari, siempre queriendo sacar punta a todo! ¡A ver cuándo maduras y te vuelves un muermo amante de todos los convencionalismos y lo establecido por principio como todos nosotros!" Qué decir de los que con veinte despotricaban de los curas y renegaban de Dios, y que luego con treinta se casan por la Iglesia y con cuarenta llevan a sus hijos a que hagan la comunión. Eso y que de política ya mejor ni hablamos; aunque, bueno, la verdad es que en la mayoría de los casos no me sorprendo mucho por muy a la contra que parezca estar el sujeto en cuestión de lo que defendía de joven. Eso porque tengo más que comprobado que, cuanto más en un extremo estaba, más fácil suele ser que con el paso del tiempo acabe en el otro. Y todo porque siempre han sido, y esto también da igual la bandera que enarbolaran en cada momento, esencialmente reaccionarios.
Pues eso, que todo es subjetivo y tal y tal.
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