-
Creo
que ha llegado el momento de volver a dar palos a las gasolineras –comenta el
Litri, apócope del apodo que se ganó en sus años más mozos entre los colegas
del barrio por la que entonces parecía ser la gran pasión de su vida: las Litronas. Una pasión de la que el cañón
de cerveza que hay sobre la mesa de la terraza del Bar La Trena, el único local de las galerías comerciales que en su
momento la gente del barrio creía que los ubicaba en una siempre imprecisa
modernidad y que hoy en día permanece abierto tras el cierre en cascada del
resto desde hace ya más de una década, parece ser un rescoldo en toda regla. Un
cañón de cerveza que destaca, como de costumbre, entre las simples cañas y los
botellines de veinticinco centilitros de sus colegas; el Litri no suele beber
de una sentada menos cerveza de la que contiene un vaso de sidra.
-
¿Lo dices porque, tal como están los
precios, las gasolineras se están forrando? –pregunta el Chirri, llamado así
por su afición a la elaboración artesanal de cigarrillos en los que mezcla el
tabaco tradicional con tricomas que
contienen grandes cantidades de cannabinoides, terpenos y flavonoides.
-
¿No pretenderás que nos llevemos la caja de la
recaudación? –inquiere el Fili, por lo de “filólogo” como resultado de su manía
de apostillar a sus colegas cada vez que utilizan un término que él considera
pasado de moda, sin poder apenas disimular la sonrisa torcida que se le dibuja
en la cara por la ilusión de haber pillado en un renuncio al que siempre se
vanaglorió de ser el cerebro de la banda. En realidad un cuarteto de amigos
desde la infancia y que durante mucho tiempo fue la pesadilla de la comandancia
de la Policía Nacional en su ciudad, digamos que hasta el fallecimiento de ese
otro al que decían el Chino, más que nada porque sus padres lo habían adoptado
con tres años en un orfanato de Dongguan. Falleció durante una redada y tras la
que los otros tres acabaron dando con sus huesos en el trullo durante una larga
temporada-. Te recuerdo que hoy en día paga con tarjeta todo hijo de vecino.
Así que ya me dirás tú, lumbreras, qué caja nos podríamos llevar; como mucho la
de las chocolatinas.
-
Es que yo no tengo intención de
acercarme a la caja –advierte el Litri a sabiendas de lo que va a decir dejará
perplejos a sus colegas-. Lo que yo quiero llevarme es la gasofa.
-
¿QUÉ? – el Chirri y el Fili al
unísono.
-
Que iremos a repostar con un buga y cuando tengamos el depósito
lleno nos daremos el piro.
-
¿Para hacer qué con la gasofa? –pregunta el Fili.
-
Venderla por debajo del precio
escandaloso al que la están vendiendo ahora aclara el Litri.
-
¿A quiénes? –pregunta el Chirri.
-
¿Cómo que a quienes? Pues a cualquiera
que esté con la soga al cuello porque trabaja con una furgona o tiene un pequeño camión y ahora no le salen las cuentas
al ir a llenar el depósito –explica el Litri.
-
No sé si todavía se dice furgona. Lo que sí sé es que lo de buga es de pureta total –apunta el Fili.
-
¿Y pureta
no lo es? –replica el Chirri.
-
Si quieres estar a la moda debes
hablar como los raperos –explica el Fili-.
-
Yo no sé cómo hablan los raperos. De
hecho, -insiste el Chirri- odio el rap, el hip-hop, el trash no sé qué y todas esas mierdas de…
-
¿Negros? –le reta el Fili.
-
De críos –resuelve el Chirri.
-
¿Veis cómo estáis hechos unos puretas? Todavía llamáis bugas a los coches y os habéis quedado
en la época de Extremoduro, qué digo,
puede que hasta en la de Leño
–ironiza el Fili.
-
En cualquier caso, ¿se puede saber
dónde pillamos un coche al que se le pueda hacer el puente como antes?
–pregunta el Chirri dirigiéndose de nuevo al cerebro de la banda-. Ahora la
mayoría de los coches nuevos vienen con inmovilizador.
-
Hombre, seguro que no faltan coches
viejos en los barrios como el nuestro. Además, tenemos que pillar dos; uno para
llenar el depósito y otro, a ser posible una furgoneta o como mínimo un
monovolumen, para transportar los bidones donde vaciaremos la gasofa que nos llevemos con el otro
antes de abandonarlo en un descampado como hacíamos antes –detalla el Litri.
-
Habrá que ir camuflados para que no
nos reconozcan las cámaras de vigilancia –recuerda el Fili.
-
Iremos vestidos como si fuéramos
raperos y con las mascarillas puestas todo el rato. Lo único que reconocerán
será el coche que cojamos prestado para luego dar el palo. Más tarde, cuando
los maderos, ¿todavía se puede decir maderos? –pregunta el Litri al Fili con no
poca sorna-, crean haberlo localizado, lo único que encontrarán serán su
esqueleto y el resto hecho cenizas.
-
Vamos, como hicimos con el Chrysler 150 aquel con el que dimos el
palo de la joyería del centro –rememora el Chirri.
-
Exacto,
y si me apuras hasta en el mismo descampado a las faldas del monte –corrobora el
Litri.
-
¡Qué
tiempos aquellos! Entrabas a una joyería como el que iba a comprar el pan a la
esquina –el Chirri se da a la nostalgia-
-
Os
recuerdo que fue precisamente después de lo de la joyería que se nos echaron
encima los GEO justo cuando estábamos celebrándolo en el piso del Chino, y que…
-el Fili extiende un manto de silencio en lo que estaba siendo un animado
intercambio de ideas, brainstorming que le dicen los
soplapollas hoy en día, el cual dura lo que el Chirri en vaciar de un solo
trago su segundo cañón de cerveza-. Nos habría ido mejor si nos hubiéramos
conformado con las gasolineras.
-
Sí, eso
no se nos daba nada mal –asiente el Fili.
-
Bueno,
acabo con el plan –promete el Litri a la vez que se limpia con la manga de su
ajada chupa de cuero marrón el ripio de la espuma de cerveza que se le ha
quedado entre los pelos del bigote-. Yo y el Fili llenaremos el depósito de
coche prestado en la gasolinera y cuando ya esté lleno saldremos pitando hacia
el descampado a las afueras donde nos estarás esperando tú –el Litri se dirige
al Chirri provocando la suspicacia del Fili, el cual enseguida sospecha que el
cerebro de la banda prefiere tenerlo a mano por si las moscas, vamos, por si al
final se raja y deja colgados a sus amigos- con la furgoneta y los bidones para
vaciar la gasofa. Podemos repetir la operación varias veces a lo
largo del día antes de deshacernos del coche. Luego ya me encargaré yo de
buscar alguien al que colocarle los bidones a precio de amigo, muy amigo. Y si
todo sale bien, pues repetimos la operación a la semana siguiente o cuando nos
venga bien.
-
Entonces van a ser muchos bugas prestados hasta que nos salga
rentable –comenta el Fili-. ¿No pretenderás quemarlos todo?
-
Pues no había pensado en ello
–confiesa el Litri tras un largo respiro en el que de repente se había visto
obligado a reconocer a sus colegas que no lo tenía todo tan bien pensado como
pretendía hacerles creer-. Mejor nos olvidamos de lo de quemarlos en el
descampado. Quedaremos allí para hacer los intercambios del día y luego,
mientras voy a vender la gasofa, que
se encargue otro de abandonar los coches a las afueras, cuanto más hacia el
monte mucho mejor, a ser posible siempre en un lugar distinto y asegurándose de
que no haya cámaras de ningún tipo alrededor.
-
No sé, no lo acabo de ver del todo
–duda el Fili.
-
Más fácil imposible –asegura el Litri.
-
Ya, pero, aunque salga bien, tampoco
nos vamos a hacer ricos vendiendo bidones de gasolina.
-
¿Prefieres que seguir pagando las
cervezas con lo que sisamos a nuestras parientas de la RGI? –pregunta el Litri.
-
Visto de esa manera…
-
Joder, Fili, ni siquiera es por el
dinero –afirma el Chirri-. Se trata de sentirse vivos como cuando éramos
chavales.
-
Pues no te negaré que, entre pasar la
mañana viendo pasar la vida desde esta terraza y….
-
¡Y sentirse vivos, Fili, sentirse
vivos! –prorrumpe el Chirri mostrando un entusiasmo del que hacía años que sus
dos colegas no tenían ya noticias.
-
¿Estamos o no estamos? –conmina el
Litri a los que no duda en catalogar ya como sus cómplices.
-
¡Estamos! –asiente el Fili consciente
de que, por muchas pegas que pueda poner al plan del Litri, negarse a formar
parte de él sería lo mismo que renunciar a la amistad que los une desde que
eran unos críos. Un peaje que no está dispuesto a asumir porque sabe que esos
dos descerebrados que tiene como amigos son su principal y casi único capital
humano para hacer frente al día a día en el que se desarrolla la anodinia
existencial en la que está instalado desde que salió del trullo, esa en la que
ni siquiera sus otros seres queridos, y en especial una mujer que desde hace
tiempo lo trata como si fuera un bulto del que no sabe cómo deshacerse sin que
ello le crea más problemas de los que ya tiene, o una hija que no puede evitar
mirar a su padre como lo que realmente es: el fracasado que le ha tocado como
progenitor en esa broma macabra que es el azar en la vida.
- Pues estamos, sí –concluye el Litri rubricando el pacto entre rufianes con una nueva ronda que enseguida les es servida por el encargado de La Trena sin necesidad de que ninguno de ellos se levante para acercarse hasta la barra.
2
No se habían visto las
caras desde el día de la detención. Las autoridades penitenciarias habían hecho
todo lo posible para que los tres amigos no coincidieran, en previsión de que
al hacerla pudieran cambiar sus testimonios antes del juicio, ya fuera
impidiendo en todo momento que el Chirri y el Fili compartieran horarios fuera
de sus celdas, o trasladando al Litri al centro penitenciario de una de las
provincias vecinas. Ahora estaban sentados los tres juntos en el banquillo de
los acusados a la espera de que diera comienzo la sesión en la sala del juzgado
número tanto del juzgado de instrucción tal de la ciudad cual contra Juan
Carlos Delgado, alias “el Fili”, Joaquín Sánchez Frutos, alias “el Chirri” y
Ángel Fernández Franco alias “el Litri”, por el robo de las gasolineras.
-
No te lo voy a perdonar nunca,
Angelito –susurra el Fili al cerebro de la banda procurando mantener la vista
siempre al frente para evitar que los funcionarios del juzgado les llamen la
atención por discutir entre ellos antes de que aparezca el juez en la sala.
-
Qué quieres que te diga, Juancar,
estas cosas pasan –replica el Litri también entre susurros-. Todos sabemos a lo
que nos arriesgamos cuando…
-
Cuando somos tan idiotas como para
hacer caso a un tipo como tú –le corta el Fili.
-
Nadie os puso una pistola en la
cabeza… -el Litri a su vez.
-
¿Cómo la que le pusiste al dueño del
taller al que le fuiste a vender la gasolina? –pregunta el Fili.
-
Era un hierro de pega. Tranquilo que
por eso precisamente no nos van a emplumar –asegura el Litri.
-
Puede que por eso no, no sé. Pero lo
del robo de las tres gasolineras de aquel día y el de los dos vehículos para
cometerlos no nos lo quita nadie –interrumpe el Chirri sentado a la izquierda
del cerebro de la banda.
-
Ni eso ni la agresión al dueño del
taller –añade el Fili desde el costado derecho de su amigo Ángel, alias el Litri.
-
El muy hijo de puta…
-
Sí, eso ya lo vi con mis propios ojos;
se puso como loco en cuanto reconoció la furgoneta que le habíamos afanado el
día antes –recuerda el Fili atrayendo la atención de varias personas de la sala
al elevar el tono sin darse cuenta.
-
Cómo iba a saber yo…
-
Sí, por supuesto, cómo ibas a saber tú
que el tío al que íbamos a venderle la gasofa
que acabábamos de robar era también el dueño de la puta furgoneta.
-
Yo solo me fije en que había una furgona aparcada en la calle. Ni por un
momento pensé que pudiera pertenecer a uno de los talleres que había alrededor
–se disculpa el Litri-.
-
Una furgoneta, por favor. Se dice
furgoneta.
-
Era de noche y ese polígono de mierda
está siempre mal iluminado; por eso lo escogí para pillar los bugas.
-
¿Los bugas? De verdad, no sé cómo he tenido tanta paciencia con
vosotros, putos carcamales.
-
¿Carcamales?
-
Sí, carcamales. Mira que me lo estaba
repitiendo todo el rato: no te dejes liar por estos carcamales, que no tienen
edad para ir dando palos por ahí, que ya te jodieron la vida en el pasado.
-
Eso lo dices ahora porque nos han
pillado –dice el Chirri.
-
Eso, eso, escucha lo que dice Joaquín.
-
Pero ¿cómo no nos iban a pillar? ¿Vosotros
sabéis cómo nos ha bautizado el periódico que más se lee en la ciudad?
–pregunta el Fili.
-
Pues supongo que La banda de las gasolineras, como cuando éramos chavales – responde
ufano el Litri.
-
Yo qué sé, no leo periódicos –afirma
el Chirri.
-
La
banda de los abuelos –revela el Fili provocando una vez
más que parte de la sala desvié su atención hacia el banquillo de los acusados.
-
¿De los abuelos? –exclama el Chirri.
-
Sí, lo que oyes, de los abuelos
–insiste el Fili.
-
Bueno, tampoco es para tanto –suelta
el Litri en un vano intento de quitarle hierro al asunto-. La verdad es que ya
tenemos una edad.
-
El que menos setenta y dos, Angelito
–recuerda el Fili.
-
Sí, no sé cómo se nos ha ocurrido
hacerle caso a éste –dice el Chirri señalando con un ligero cabeceo al reo que
tiene a su lado.
-
Cosas de viejos que se resisten a
aceptar su edad –se sincera el Fili.
-
Sí, de viejos que se pasan el día
sentados en la terraza de un bar viendo la vida pasar hasta que viene alguien
que no se resigna a vegetar… -el Litri intentando disculparse.
-
El caso es que somos el hazmerreir de
toda la ciudad –asevera el Fili.
-
Yo no quiero volver a La Trena
–implora el Chirri.
-
Tranquilo, que a nuestra edad dudo que
nos caigan penas de cárcel. También dudo de que se siga diciendo “trena”.
-
Me refiero al bar La Trena –le corrige
el Chirri-. Después del ridículo que hemos hecho yendo a venderle la gasofa al mismo tipo al que le habíamos
robado la furgona en la que
llevábamos los bidones, no podría aguantar las burlas de la gente del barrio.
-
¿Ves lo que has hecho, Angelito? Puede
que nos libremos de ir a la cárcel por la edad; pero, me temo que nos vamos a
pasar el resto de lo que nos queda de vida encerrados en nuestras casas. Por
eso no te lo voy a perdonar nunca.
-
Bueno, bueno, vosotros no es que seáis
viejos, es que pensáis como viejos –les reprocha el Litri-. ¿Acaso no lo hemos
pasado bien, no rejuvenecisteis cuando fuimos a robar los bugas o nos piramos a toda pastilla tras llenar el depósito de
gasolina? Pues que nos quiten lo bailado.
-
Vete a la puta mierda, Litronas.
Txema
Arinas
Oviedo,
12/04/2022
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