miércoles, 20 de abril de 2022

QUERIDOS NIÑOS - DAVID TRUEBA

Reseña de QUERIDOS NIÑOS de David Trueba para la revista LETRALIA: https://letralia.com/lecturas/2022/04/20/queridos-ninos-de-david-trueba/


 miércoles 20 de abril de 2022
“Queridos niños”, de David Trueba
Queridos niños, de David Trueba (Anagrama, 2021).
Disponible en Amazon

David Trueba
Novela
Editorial Anagrama
Narrativas Hispánicas
Barcelona (España), 2021
ISBN: 978-8433999306
456 páginas


—El plan es el siguiente, Amelia. Esta misma tarde, en tu siguiente intervención, presentas a Genaro y anuncias que será el próximo ministro de Interior en tu futuro gabinete. Y el éxito de la repatriación de la chica te lo apuntas en unos días en plena subida de las encuestas.

—No me parece que las cosas tengan que hacerse así. Si esa chica puede volver con su familia, hay que traerla, sin mediar más cálculo.

Genaro tomó la palabra. Sacudió la cabeza con incredulidad.

—No lo entiendes o no lo quieres entender, Amelia. Si consigo algo del presidente de Senegal es gracias a las relaciones personales que me he trabajado durante años. Es algo que ofrezco con total generosidad, pero no te confundas…

David Trueba, Queridos niños (pág. 312).

David Trueba (Madrid, 1969) es un conocido director de cine español que también escribe novelas o viceversa. Tanto monta, monta tanto, sí, porque se trata de un artista que destaca tanto en un campo como en el otro. Si su obra cinematográfica, entre la que destacaría títulos como La buena vida (1996), Obra maestra (2000), Soldados de Salamina (2002) o Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013), a los que añadir documentales como el aclamado La silla de Fernando (2010). En cuanto a su obra literaria, y dejando a un lado sus libros de recopilación de artículos de prensa y cine, Trueba es autor de siete novelas entre las que a mi juicio sobresalen Cuatro amigos (1999), Saber perder (2008), Blitz (2015) y Tierra de campos (2017). La narrativa de Trueba es ante todo realista. Trueba escribe sobre personajes que sobre todo son cercanos a la mayoría de los lectores, ya sea el relato de las relaciones de un grupo de amigos a los que el paso del tiempo los va definiendo en sus respectivas peripecias vitales y cómo repercuten esos cambios en su amistad (Cuatro amigos), la epopeya de un jugador de fútbol argentino que tras fichar por un equipo español alcanzará las cotas más altas de la fama balompédica para desde allí ir descendiendo poco a poco a la vez que su vida se entrecruza con la de otros dos personajes en los polos opuestos de la vida, la adolescente que se inicia en la vida adulta y el anciano en las postrimeras de la suya (Saber perder), la tragicomedia del joven arquitecto con su respectiva deriva personal y sobre todo sentimental que descubre en Múnich lo que podríamos llamar la pasión intergeneracional tras conocer a Helga (Blitz), o, para terminar, el regreso a las raíces del joven rockero Dani Mosca en lo que será sobre todo un rencuentro de la España contemporánea, y en especial urbana y moderna, con su pasado (Tierra de campos). Son novelas, por lo tanto, que tratan temas de nuestra época y los personajes que la pueblan. Historias que obtienen una gran acogida por parte del público lector gracias al talento narrativo de un escritor que antes de lanzarse a la literatura pura y dura se bregó en la escritura de guiones cinematográficos, con lo que no es de extrañar que traslade a sus novelas muchas de las coordenadas que hacen que un guion tenga como principal objetivo captar la atención del lector desde el primer momento y consiga mantenerla hasta el final. Eso se nota, cómo no, en un estilo literario claro y directo que no presenta excesivas complicaciones sintácticas o semánticas, nada de retar a los lectores con despliegues estilísticos de cualquier tipo para hacer las delicias de los más entusiastas de la literatura supuestamente más exquisita o ambiciosa, casi que para iniciados, esos que alcanzan orgasmos cuanto más alambicada es una frase o abstruso su contenido. Sin embargo, tampoco nos encontramos con guiones más o menos apañados para hacerlos pasar por novelas. Ni mucho menos, las novelas de Trueba buscan una fácil compresión por parte del lector con el fin de poder atraparlo desde la primera página hasta la última echando mano de recursos narrativos más accesibles al lector medio pero por ello no menos sesudos. De hecho, si hay un ingrediente que consigue mantener el interés del lector a lo largo de todas sus historias, y sin desdeñar por ello el ritmo y la tensión narrativa que sabe imprimir a la perfección a éstas, incluso la difícil naturalidad con la que aborda temas verdaderamente espinosos, delicados, ese no es otro que el sentido del humor que abunda desde la primera hasta la última hoja, y eso a pesar de que no faltan también los momentos trágicos que justifican el calificativo de tragicomedia para sus novelas. Un humor que también sostiene en buena parte la mayoría de sus películas, pero que en la novela alcanza sus más altas cotas de ingenio y, sobre todo, de eficacia a la hora de hacer, no sólo llevadera, sino sobre todo placentera, la parte más dramática, triste, a veces incluso grotesca, de las historias que nos presenta. Tan es así que no me duelen prendas en afirmar que el éxito de Trueba, también como novelista, se debe antes de todo a la certeza que tiene el lector de que sus novelas no sólo lo sorprenderán con los entresijos de las vidas y problemas de sus personajes, no sólo le presentarán una realidad más o menos cercana que le hará reflexionar sobre ella, no sólo conseguirán emocionarlo con el desenlace de la trama inherente a sus historias, sino que además le garantizarán una sonrisa casi permanente a lo largo de casi toda la lectura e incluso más de una carcajada. Es de este modo como David Trueba ha conseguido convertirse en eso tan rimbombante que se llama “cronista de una época”, la nuestra sin ir más lejos, y ya más en concreto la de la España contemporánea de la que beben todas sus novelas. Un cronista del que siempre pende la sospecha de que consigue en la novela la profundidad y sobre todo la libertad de expresión que en una película estarían irremediablemente limitadas, siquiera sólo dulcificadas, por las gabelas propias del negocio cinematográfico, ese en el que el director muchas veces apenas es otra cosa que un mandado de la productora de turno, la cual no puede permitirse ciertas libertades de cara a la taquilla, y de ahí que parezca que luego en la novela Trueba se explaya de verdad todo lo que puede o quiere.

Trueba aprovecha el periplo electoral de la candidata y su asesor-protagonista para hablarnos con la sorna que le es habitual, la que de alguna manera hace reconocibles sus novelas.

Así, pues, es dentro de este estilo tan peculiar y sobre todo exitoso del Trueba novelista donde debemos ubicar su última entrega: Queridos niños (2021). De nuevo la historia de unos personajes en conflicto con ellos mismos y su entorno, pero sobre todo con lo que son y lo que les habría gustado ser y no ha podido ser porque las malditas vicisitudes de la vida los han llevado casi sin enterarse por un camino del que, sólo cuando parece que están a punto de llegar al final, empiezan a preguntarse por su sentido. En este caso, Queridos niños es la historia del naufragio vital de Basilio, un avezado asesor de campañas electorales al que sus enemigos apodan el Hipopótamo en alusión a sus 119 kilos de peso y su relación con Amelia Tomás, la candidata del partido que aspira a ganar las elecciones presidenciales que obligarán a ambos a compartir una larga y agotadora gira de una punta a otra de España. Un viaje en el que se alternarán un acerado y muy atinado retrato de los entresijos de una campaña electoral y la comedia pura y dura al mejor estilo de su autor. Un escenario más que propicio para que Trueba nos proporcione una de sus mejores sátiras sobre la política española de nuestra época, lo cual es como hacerlo de cualquier otra parte. Para ello dispone del protagonista idóneo: Basilio.

Una historia en la que Trueba aprovecha el periplo electoral de la candidata y su asesor-protagonista para hablarnos con la sorna que le es habitual, la que de alguna manera hace reconocibles sus novelas, cuando no también con deliciosas dosis de vitriolo que el autor sabe siempre administrar en su justa medida para evitar que la cosa derive en una mera astracanada, una especie de novelado y actualizado Breviario de campaña electoral (Commentariolum Petitionis o De petitione consulatus) de Quinto Tulio Cicerón, el hermano pequeño del Cicerón famoso, el escritor y político que destacó como crítico de Julio César, en el que le describía a éste las argucias de las que debía servirse para ganarse el favor de los votantes en su campaña electoral para el consulado romano. Hablamos de un clásico latino cuyas recomendaciones veinte siglos más tarde siguen vigentes si nos atenemos al hecho de que la mayoría de ellas aparecen de alguna u otra manera a lo largo de Queridos niños. Y es precisamente gracias a esa conexión de fondo con un clásico como el del hermano pequeño del gran Cicerón, que Queridos niños puede traspasar el estrecho marco de una historia circunscrita en un principio a la peculiar idiosincrasia política española para convertirse en una decididamente universal. Ni más ni menos que como consiguen serlo las películas El candidato (1972), protagonizada por Robert Redford, o la más actual Los idus de marzo (2011), con, paradojas de la vida, los sucesores naturales del anterior actor citado en eso de ser los iconos de la galanura de sus respectivas generaciones, George Clooney a la dirección, y Ryan Gosling como Stephen Meyers, un joven jefe de prensa de un candidato en las primarias del Partido Demócrata que aspira a la Presidencia de Estados Unidos. Un jefe de prensa que, por cierto, parecería la antítesis del Basilio de Queridos niños, puede que hasta su caricatura. En cualquier caso, se trata de historias sobre campañas electorales que, aun estando intrínsecamente unidas a las peculiaridades de las trastiendas de la sociedad estadounidense en general y a las de su sistema electoral en particular, también traspasan el estrecho marco de lo local gracias a lo universal de su mensaje: en política los únicos inocentes son los electores.

Con todo, tampoco hay que desdeñar el escenario donde se desarrolla Queridos niños, es decir, considerar la que antes he denominado como la peculiar idiosincrasia política española como un simple telón de fondo en el que ambientar una historia más de ambiciones políticas y sobre todo personales, a fin de cuentas la sustancia con la que se nutre la literatura desde el principio de los tiempos. Pero no porque sea precisamente ese escenario, la España de nuestros días, la que singulariza una historia por lo demás bastante prosaica. Dicho de otra manera, la verdadera gracia, por decirlo de alguna manera, de Queridos niños, no está en los tejemanejes del protagonista, el asesor Basilio, para convertir a su candidata, la honesta e idealista Amelia Tomás, en la ganadora de las elecciones, ni siquiera en el retrato de esas bambalinas de la política en las que parece que no hay nada nuevo desde hace dos mil años si nos atenemos a lo que leíamos a Quinto Tulio Cicerón, sino en esa especie de guía sociopolítica que Trueba presenta al lector de la España de principios del XXI. Una guía en la que los lectores españoles podrán reconocer la actualidad que ocupa, o ha ocupado, los titulares con los que se levantan cada mañana, y el lector foráneo, en especial ese transoceánico con el que compartimos una misma lengua y cultura, descubrir las historias en letra pequeña que nunca aparecen debajo de los titulares que les hablan de las cosas de este lado del charco desde el que escribo. Mayor gracia todavía si nos tomamos la molestia de recordar, y si no siempre estamos a tiempo de ponernos a ello, la novela de Miguel Delibes El disputado voto del señor Cayo (1978), y nos da por cotejar la España de entonces con esa otra de nuestros días de la que nos habla Trueba. Un verdadero ejercicio de perspectiva histórica en el que reconoceremos lo mucho que hemos cambiado en lo material, y lo poco o nada en lo humano.

No fotis.

Todo el mundo, el primero Bertrán, esperaba de ti un discurso incendiario contra las autoridades del independentismo que compitiera con las soflamas del general Cojo. En cambio ofreciste una lección de historia, que era tu territorio, para denunciar las manipulaciones tan extendidas.

—Cataluña y España están condenadas a entenderse, como hermanas bajo un mismo techo. Esa casa común es nuestra Constitución, redactada también por manos catalanas, porque todos ayudamos a levantar este hogar cuando llegó la democracia.

Era evidente que preferías hablar de los tiempos antiguos.

Queridos niños, David Trueba (pág. 361).

Creo que Trueba fracasa en su propósito de mantener el interés del lector por la historia que cuenta por culpa de lo excesivo de su relato.

Y es precisamente llegados a ese punto, cuando reconocemos la ambición que encierra Queridos niños de ser no tanto una parodia de la política de nuestra época, sino un retrato con todas las de la ley de la España contemporánea, que al lector que subscribe estas letras no le queda otra que reconocer que no le funciona la ingeniería narrativa que Trueba ha puesto en marcha a través de una sui generis road movie en la que las relaciones personales entre sus personajes aspiran a ser la verdadera trama de la novela con su tensión dramática y la ironía como una especie de vaselina para que no parezca que estamos ante un simple vodevil ambientado en el mundo de la política. Al menos no funciona a partir de la mitad del libro, puede que antes. Porque sí lo hace al inicio, cuando el lector de David Trueba acomete la lectura de Queridos niños reconociendo su estilo tan eficaz como divertido, aquel con el que ha disfrutado tantas veces antes, aquel en el que cifra todas sus esperanzas de que la novela que tiene entre manos llegue a buen puerto a pesar del peligro de caer en lo manido al tratarse de un tema que ha sido ya tratado por la literatura y el cine en multitud de ocasiones, reconociendo también la habilidad con la que el autor mantiene el equilibrio para que su texto sea divertido sin caer en la broma más o menos chusca, grosera o simplemente gratuita. Sin embargo, creo que Trueba fracasa en su propósito de mantener el interés del lector por la historia que cuenta por culpa de lo excesivo de su relato. Más de cuatrocientas páginas que van recorriendo la geografía española en lo que acaba resultando un viaje agotador también para el lector. Un viaje en el que ese interés por las circunstancias personales y sobre todo profesionales del asesor Basilio y la candidata Amelia acaba decayendo por puro agotamiento lector. El periplo se me antoja tan largo y reiterativo que a partir de la segunda mitad de la novela empieza a ocurrirme lo mismo que con las campañas electorales de verdad, que estoy deseando que acaben de una puñetera vez porque sus protagonistas empiezan a caerme mal sin excepción por la excesiva atención que demandan de mi parte sin ofrecerme nada verdaderamente nuevo o interesante.

20. Toledo

No sé si prefería el olor a muerto de la residencia de Ciudad Real al olor a nuevo del complejo de logística en las afueras de Toledo que había montado la mayor empresa del mundo en comercio electrónico como muestra de su poderío en nuestro país.

Queridos niños, David Trueba (pág. 151).

En resumen, una novela que promete más de lo que acaba dando, que arranca con la soltura habitual a la que nos tiene acostumbrados su autor, que no está exenta de verdaderos momentos de “gracia”, ya sean de los que arrancan sonrisas o de los que iluminan al lector sobre cosas en las que nunca había reparado, momentos que incluso consiguen infundir verdadera ternura, puede que acaso conmiseración, hacia su protagonista, lo cual es todo un logro tratándose de un prototipo de individuo moral y éticamente repulsivo; pero que no consigue sostenerse a lo largo de tantas, demasiadas, páginas, como si se diera de bruces con el desafío narrativo que el autor se ha hecho a sí mismo. Así pues, sin lugar a dudas la más floja de todas las novelas que he leído de David Trueba; pero, aun así, una de sus novelas y por lo tanto siempre a tener en cuenta dado que el estilo que lo singulariza, y aquí insisto que directo, sobre todo divertido, no desaparece en ningún momento. Pues eso, como con las películas, unas mejores que otras.

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