viernes, 24 de febrero de 2023

COCIDO MARAGATO



    Estoy con mi mujer y otra pareja en Astorga. Vamos a probar el famoso cocido maragato en el que dicen su templo y así. Miedo me da ya de entrada enfrentarme a algo así con mis problemas de tensión; pero, me digo, un día es un día... y el de ayer en León con la morcilla matachana, la cecina, la lengua en adobo, no sé qué de lo de las jornadas del vacuno y su botellica de vino del Bierzo, pues otro.
    Una de las gracias, o algo así, de este cocido es que te lo sirven en el orden opuesto a lo que suele ser lo habitual en el resto del país. Así que empezamos por los sacramentos o compango, que es como le dicen a los primeros en Asturias: chorizo, tocino, oreja, lacón, morcillo, gallina... La camarera pregunta si nos ha gustado y nosotros como que para repetir. Ni corta ni perezosa nos trae otra fuente con sacramentos; para qué cojones habremos dicho nada. Pero, como somos chicos del norte y además hemos pasado una posguerra por defecto, es decir, de oír hablar tanto de ella a nuestros padres y abuelos, nos duele dejar algo sobre la fuente, vamos, como si le hiciéramos un feo a la camarera. Llega una bandeja con los garbanzos, el repollo y un par de patatas. No he probado unos garbanzos más ricos en toda mi vida. Y en eso que aparece un abuelete al que enseguida identificamos como el dueño de todo el tinglado.
-¿Qué tal los garbanzos?
- De cine, los mejores que hemos probado nunca.
- Bah, los que traje yo la semana pasada sí que estaban ricos.
- Pues cuesta imaginarse otros mejores que estos.
- Os traigo otra bandeja.
- ¡No se moleste!
- Que sí, hombre, unos poquitos más.
- Vale, pero vaya abriendo otra botella de vino del Bierzo para poder empujar todo esto.
    Acabamos la segunda bandeja una vez más por la cosa esa de hacer aprecio, que somos de un considerado que ni qué, y eso que el cocido ya empieza a salírsenos por las orejas. El abuelo se acerca de nuevo hasta nuestra mesa.
- ¿Qué, unos poquitos más?
- No, gracias, de verdad, no se moleste.
- Venga, otra bandeja de garbanzos para el caldo.
    El caldo del cocido parece sacado directamente del Mar Muerto y yo empiezo a temer un ictus inminente. El viejo vuelve a la carga.
- ¿No os gusta el caldo?
- Está un poquito fuerte...
- Venga, os traigo otra bandeja de garbanzos para que los mezcléis con el caldo y así seguro que os entra mejor.
- ¡No, por favor, no se moleste, no podemos más!
- Venga, unos poquitos más.
    Hace un rato ya que hemos dejado de hablar entre nosotros porque tememos que si abrimos la boca empiecen a caernos garbanzos. Entonces llega el puto viejo con una bandeja de natillas y su correspondiente mantecado astorgano.
- El mantecado es para mojar en la natilla.
- No sé si vamos a poder con el postre...
    El viejo nos pone una cara como de haberle mencionado a la madre, que si las natillas son parte indisoluble del cocido y que menudo feo si no les hacemos aprecio, que para eso mejor habernos quedado en casa.
- ¿Qué tal las natillas?
- Mu guicas, mu guicas...
- Venga, unas poquitas más.
- ¡NOOO!
    Cae otra ronda de natillas y esta vez el viejo no se separa de la mesa por si caemos en la tentación de marcharnos sin limpiar el cuenco hasta dejarlo como los chorros del oro.
- ¡La cuenta por favor!
- ¿No vais a probar los hojaldres de Astorga?
    Conseguimos levantarnos de la mesa a duras penas tras pagar la cuenta. El viejo se despide de nosotros con un abrazo y algún que otro arrumaco. Nosotros procuramos despedirnos lo más rápido posible por si cae otra delicatessen astorgana a traición. El muy hijo de la gran puta nos sigue hasta la salida, allí vuelve a abrazarnos y nos cubre de besos; yo le digo a mi colega que ya le vale al abuelete, que ni mi viejo ha sido tan cariñoso conmigo en toda su vida.
- Calla, calla y corre, que vuelve con una caja de pastas de Astorga.
    Ya en la calle mi colega y yo nos vamos directamente a echar la siesta sobre los bancos de la plaza mientras nuestras señoras deciden dar una vuelta por el pueblo para bajar la comida y, de paso, comprar delicatessens astorganas.
- ¿Pero qué cojones ha pasado?
- Me temo que ha debido ser una de tus pesadillas...
- ¿Te has dado cuenta cómo se parecía el pavo ese al Tamames?
- ¿Ya te está dando el ictus?

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