sábado, 3 de noviembre de 2012

IMPEPINABLE


Vivan los prejuicios, que nos hacen humanos. Cada uno tenemos los todos, y yo no soy para menos. Un detallico mientras tomábamos esta mañana el pintxopote espuela en el Tximiso de Vitoria me ha ayudado a reconciliarme con mi ser más primario y elemental, que viene a ser lo mismo pero mola adjetivar sin parar. A mi lado una pareja harto peculiar y reconocible, él un conocido militante del PP de mi ciudad de mi misma quinta o por ahí, alguien al que conozco de siempre y que siempre también me ha merecido la misma opinión, uno con el que cumple una vez más el principio de que algunos con la edad en vez de ganar en sabiduría ganan en tontería con solera, la cual me la callo porque ya me ha dicho mi señora que eso de insultar gratuitamente y por escrito a los soplapollas estirados está pero que muy mal, y a su lado papá, otro insigne representante de esa clase media de comerciantes con ínfulas de grandes señores, vamos, de los que van por la vida mirando por encima del hombro a todo quisque, los que desprecian por principio todo lo nuevo, en especial a la gente, ya sea porque no lo reconocen o porque cuando lo hacen éste no les parece digno de su saludo y en ese plan. 

El soplapollas de toda la vida..., perdón el antiguo concejal de la derecha más atávica, palurda, meapilas y señoritinga que hay por aquí, huelga recordar cuál, que le paga al camarero la consumición con un billete de 200€. El camarero que mira lo que tiene en mano y hace el gesto de "ya hay que ser capullo para pagar dos vinos y dos pintxos con un billete como eso", hace amago de ir a buscar el cambio a la caja, la registra, y, de repente, antes los aspavientos de éste, el soplapollas que le espeta: "oyes, si quieres también tengo cambio, ¡eh!" Momento que aprovecha para sacar un fajo gordo de billetes y darle un repaso como un tratante de ganado cualquiera en la Feria de Torrelavega. Entonces, el padre, que se ve que estaba al quita, "a ver si se va a pensar alguien de los presentes que me tiene que invitar mi hijo o qué hostias", va y hace otro tanto, saca el fajo de billetes y le pega un repaso con la punta de los dedos. Así tenemos a dos soplapollas al cuadrado haciendo ostentación en público de su poderío pecuniario, que se vea, sí, que se vea que a nosotros la crisis nos la repampinfla, eso es cosa de obreretes o autónomos fracasados, sin posibles como nosotros, joder, del centro de toda la vida, ahibalahostia, será por billetes,  mira, mira, como estampitas de la Virgen tengo, ¿cuál quieres?, ¡escoge, escoge!, si a mí casi que me los dan gratis.

Pero claro, es difícil transmitir entre líneas la vergüenza ajena que nos ha producido la actitud prepotente y tan, pero tan, habitual de estos dos palurdos con dinero, sólo a la altura del asco que llevan impreso de continuo en su jeta estirada a fuerza de fruncir el ceño ante el prójimo que no consideran a su altura tanto como pierden el culo delante de alguien que consideran o sospechan poderoso. 

Y digo que va una de prejuicios porque, mira qué curiosidad, no son todos claro está, pero una buena parte de los gilipollas que he conocido a lo largo de mi vida, de esos para los que el dinero es el principio y final de todo, en general porque apenas son capaces de apreciar nada más de lo que les rodea, la mayoría de los que creen que ser algo en la vida es simplemente ser más que otros, tener más que el resto, los obsesionados con el estar arriba o abajo, los que desprecian al prójimo por lo que son y no por cómo son, son impepinablemente de derechas, lo cual no quita para que, por una parte haya mucha gente de derechas que no sea así, por supuestísimo, como otros que se dicen de izquierdas o progres y en el fondo sean igual o incluso más asquerosillos que los personajillos aquí retratados. Pero ya digo, no falla, al menos no en mi imaginario personal, tú dime cómo vas por la vida, cómo tratas a tú prójimo, cuáles son tus valores y... y luego no te extrañe que  sientan veneración por tipejas como la Botella y su marido, una señora que si presume de algo eso es de fuertes convicciones morales cristianas, que cuando le preguntan por la tragedia de los desahucios sólo es capaz de decir: "hay que cumplir la ley "aún en los casos más tristes". 


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