domingo, 2 de diciembre de 2012

EL AGUA DE LA VIDA Y LA SAL OTRO TANTO



Creo que ya lo he comentado aquí mismo en multitud de ocasiones, cada vez que regreso al txoko tengo la impresión de que, por un lado entro en una granja de engorde a lo Hansel y Grettel, y por el otro, y por lo que sea que no tengo ni puta idea, me veo obligado a competir con los cosacos del Don, el Volga y Kazan todos juntos a ver quién ingiere la cantidad más grande de alcohol. Una sensación, por otra parte, que se dispara precisamente por estas fechas ya casi invernales. 

De ese modo, es llegar el viernes a la casa del mis padres y, tras la ingesta de dos jarras de cerveza para lo de desentumecer los huesos tras tres horas y media de viaje, digo yo, empezar a picar por la cocina todo lo que pillo, a destacar el jamón ibérico que mi viejo compra para sus nietos,  eso y comprobar si el surtido de dulces está a la altura de mis expectativas, el punto de sal del bacalao en remojo al que le doy un buen pellizco en crudo, algo que me apasiona desde pequeño, que me recuerda los trozos de bacalao crudo que arrancaba de la cazuela que tenía preparada mi madre para la cena, sentarme a la mesa para devorar dos salmonetes al horno y caer en la cuenta, y no tanto por casualidad como porque la visión reciente de una película sobre unos alegres y delictivos jóvenes escoceses que pegaban el palo de su vida con un barril de whisky de tropecientos años me motiva para ello, de que en la despensa de la cocina hay un montón de botellas de esas que nos trae la parentela americana cada vez que aterriza por casa desde el otro lado del charco. Botellas de whisky de malta de diez años hacia arriba que, con ocasionales tientos por parte de mi viejo para eso de su tensión, dice él, y acaso también para el sacrilegio - también palabras de mi progenitor- por parte de mi madre al utilizar whisky de calidad para sus guisos -yo si la pillo con la botella sobre la cazuela juro que le suelto una hostia ahí mismo, faltaría más...-, por lo general permanecen muriéndose de asco en su rincón a la espera de que llegue un servidor para hacerlas revivir en sus correspondientes vasos de culo gordo a rebosar de cubitos de hielo.

Me encanta el whisky, de hecho es la única bebida de alta graduación que todavía tolero, como que puedo ingerir varios copazos y levantarme al día siguiente como una rosa. Para mí, que me revitaliza en lugar de machacarme el cuerpo como otras bebidas, no puede ser más cierto el verdadero nombre gaélico de la bebida, uisge-beatha, esto es, "agua de la vida". Y cuantos más años, míos y del whisky, mayor placer, por supuesto. El caso es que, casualidades de la vida, cosa de meigas o sorgiñas, vaciar botellas de whisky es algo que suelo hacer sobre todo en compañía de mi primo venezolano. Y mira tú por dónde, ayer, tras los potes de rigor a la mañana, esto es, varias copas de crianza con su pintxo en cada bar (en la Malquerida dos Olagosas con pintxo de fritos de croqueta, raba y gamba rebozada y otro de queso con nuez y miel, en el Erkiaga dos Pierolas con pintxo de crujiente de marisco y bola rellena de morcilla, en el Tximiso dos Viña Real con pintxo de berenjena rellena y pencas también rellenas con pimentico -detallo para ir preparando la sensación de hartazgo que se avecina a lo largo del texto-, llego a casa con la intención por mi  parte y de mi pareja de hacer ayuno hasta la cena con la cuadrilla en casa de una de las parejas, y me encuentro a mi primo venezolano que dice haber saltado el charco para asistir al concierto de Fito en el Teatro Principal, a lo intimista y tal. Pues, cómo no, toca hablar de la vida de cada cual, de las cosas de allí y de aquí, de los últimos episodios del culebrón en el que como buen venezolano parece haber convertido su vida, y, sobre todo, darse a conciencia al Chivas de doce años que ha traído de regalo -si bien, y por consideración al invitado, a él le serví del Buchanan de dieciocho que nos había traído su hermana este verano y que yo dejé anoche por la mitad-. Y así toda la tarde, que qué mejor con el frío que hacía ahí fuera, qué mejor que calentitos al sabor de la malta y el tintineo de los cubitos de hielo en el vaso de culo gordo de cristal. Tragos y risas, pequeños placeres entre gente que se quiere y que hacen este viaje hacia ninguna parte que es la vida un poquito más ligero.

Pero no todo va a ser privar como cosacos o irlandeses en un día de fiesta. Llega la hora de despedir al primo para que acuda a su concierto. Toca preparar a los niños para que pasen la noche viendo pelis con sus abuelos, y partir al encuentro con los amiguitos. Como llego a la casa de los anfitriones de esta noche prácticamente que bañado en uisge-beatha, me digo que mejor concentrarme más en la jamada que en la priva, si bien ese vinico de picudo no estaba nada mal, para no ser Rioja, digo. Así que me lanzo a las croquetas de setas y a las de mejillón, los alterno con un delicioso paté, continuo con los langostinos a la plancha, y ya en el ecuador de la cena llega el plato fuerte, la carne de chata roxa que T y yo hemos traído desde tierras astures tal y como habíamos convenido la última vez con el único propósito de demostrar que ni Label vasco ni hostias en vinagre, donde esté un entrecot de ternera asturiana de las que pastan por los prados de la región, que se quite la carne estabulada. Prueba superada, todo el mundo a la mesa ´-con la excepción de la mujer a la que no le gusta la carne y prefiere suelas de zapato- se rinde a la evidencia, la ternera asturiana si que sabe a carne, así que ya saben, será por vacas. Si luego encima la acompañas con tiras de pimenticos rojos, según es costumbre de acompañar a la carne por estos pagos, eso ya es la gloria bendita. Y ya de postre también quesos asturianos, de Pría y Vidiago, mi señora, con tal de hacer patria, se ha traído hasta una botella de sidra para echarle por encima al de Pría. 

Hasta ahí de cine a lo Pantagruel y Gargantúa. Luego ya, también según es costumbre entre nosotros, fuente de sorbete de limón con cava para desengrasar y que yo ya me negué a probar porque estoy madurando y he empezado a controlarme por consideración con mi estómago, vamos, que el cava con su puta acidez ni tocarlo. Pues ahí empezó a torcerse la cosa, ahí empezó la guerra de sexos a raíz de que, por lo visto, para las señoras no había sido suficiente con una cena de lujo y su correspondiente cháchara insustancial con gritos incluidos a cuenta de nuestras irreconciliables diferencias ideológicas, nada del otro mundo, llevamos toda la vida tratándonos a gritos en las cenas, como que el día que no lo hagamos nos vamos a sentir raros, ¿qué hostias nos está pasando, pues? Pero lo que digo, ya habíamos cenado a papo de rey y tocaba recogerse. Pues no, ellas querían jarana, salir por ahí a petarla, a su edad y con la que llevaban encima. Y como no había consenso, vamos, que uno le dijo a su señora ahí te quedas me vuelvo a casa andando, tú vete y te acuerdas, pues a la anfitriona no se le ocurrió otra cosa que sacar una botella de cava, poner música y animar a las chicas a mover el esqueleto. Momento en el que se pudo evidenciar, una vez más, esa barrera insuperable que nos separa a nosotros de ellas; vamos, que mientras ellas se ponían a dar brincos y a brindar con las copas de cava al tiempo que regaban toda la casa, nosotros poco más que se nos cerraban los ojos, eso y que el uno de morros con la suya, el otro que si se había olvidado sacar la ensalada con vinagreta que había preparado, yo que me tumbé en el sofá, y, en fin, el lío padre. Al final conseguimos arrastrarlas al lado oscuro, esto es, a la puta calle, vamos para casa, guapetonas, que ya habéis pimplado para lo que queda de año, hasta la de Navidades con los que se apunten. Y bien, todo muy bien, yo creo que algunos hasta reconciliados(¿?), lástima que luego ya de camino a casa nos cruzáramos con los ángeles de guarda recaudadores de azul, nada del otro mundo, hijos de...

Pero bueno, el hartazgo no me lo quita nadie. Llega el domingo y crees que anoche te tragaste una vaca entera, que los pimientos te van a salir por las orejas, que todo te sabe a queso, setas y mejillones. Suerte que nos volvemos a Oviedo, ya haremos dieta hasta el miércoles, en plan filetito a la plancha, verdurica con chorrotada de aceite en la comida y taza de leche y galletas por la noche. Estás deseándolo, pero no, todavía faltan unas horas, todavía hay que superar la prueba de la comida dominical en familia. Y todavía puede ser peor, tu viejo que se mete a la cocina a preparar un delicioso bacalao al pil-pil y un bonito con tomate y pimientos, mi vieja incluso se adelanta y deja hecho una contundente sopa de carne con fideos para chuparse los dedos. Yo ya no sé dónde meter todo eso, pero está tan rico, tan bien hecho, con tanto mimo, lo ha hecho el viejo y es muy sensible con estas cosas. Vamos, unas lascas de bacalao que brillan como diamantes en su salsa, un bonito tierno con una salsa con pimientos para chuparse los dedos acompañada de media barra de pan.  Dios santo, esto no se acaba, que no saquen el queso, que se tome pronto T el café con leche, vámonos, vámonos pa Asturias ¡ya!, mi cinturón del pantalón así lo exige, se me están hinchando los papos por momentos, me veo toda la semana redoblando la serie de flexiones, comiendo verduras, carne y pescado a la plancha. No puede ser, dos o tres días pase, al cuarto empiezo a soñar con pasta por la noche, con alubias, garbanzos o lentejas con sus sacramentos, incluso con huevos con patatas, tomate y txistorra.  Salimos petados hacia Asturias. Nos están cebando, vete a saber para qué, yo me temo lo peor porque apenas hace unos día le leí por la noche al pequeño el cuento de Hansel y Gretel... Pero en fin, mucho quejarme a sabiendas de que, a medida que pasen los días, con la Nochebuena a las puertas, mi subconsciente no parará de proyectar en mi retina imágenes de platos de almejas en salsa verde, gambas al ajillo, rabas caseras, besugo al horno, cordero asado, dulces navideños, todo ello amenizado con la melodía "vuelve, vuelve a casa por Navidad a engordar un poquito máaaas", o mejor dicho, porque es la que en realidad acude a mi cabeza por estas fechas, la versión terruñal, el  "hator, hator, mutil, etxera, gaztaina zimelak jatera, Gabon jaiak zu gizentzeraaaaaa" (y que no traduzco porque en esencia viene a decir lo mismo).

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