sábado, 15 de diciembre de 2012

NEGRA, PÍCARA Y CUTRE




Tengo que para mí que la novela negra española no anda fina consigo misma, que todavía no es capaz de encontrar ese punto que la distinga de verdad del resto de lo que se está haciendo en este momento en otros países. Me temo que la mayoría de los autores se limitan/mos a seguir los caminos trillados de la narrativa americana tradicional, cuando no a intentar copiar descaradamente el modelo escandinavo de moda trasladando personajes y paisajes a nuestro entorno menos gélido y más cañí. De ese modo el resultado siempre será como mucho digno, pero nunca excelente y todavía menos original. Para que la narrativa negra de un país trascienda como lo han hecho las antes citadas tiene que ser idiosincrática por narices. De lo contrario no hay manera de presentarse en ese gran público que es el mundo con tu propio marchamo, de distinguirse del resto. Y tiene que serlo porque la materia de la que se nutre la novela negra es la realidad pura y dura, luego ya, a partir de ese material, cada autor que haga se su capa un sayo. Lo más curioso de todo es que materia para narrar historias negras en la España contemporánea la hay y a patadas, prácticamente todos los días y siempre que abres un periódico. ¿Y por qué todavía no ha encontrado ese sello que la caracterice respecto al resto de narrativas negras de su entorno? Pues en mi modesta opinión porque todavía no hemos sido capaces de asimilar ni una mínima parte de lo que está ocurriendo. Y es que lo que sería idiosincrasia en esto de la novela negra como reflejo de la sociedad en la que vivimos -definición de novela negra en contraposición a la meramente "policiaca", que sería el relato de una historia de crímenes y punto pelota- está irremediablemente ligada a la actualidad más inmediata, que levanta testimonio escrito de un país, una época y para de contar, no pretendas más, Faulkner en proyecto.

Y como muestra un botón, el caso del diputado navarro Cervera y el asunto del soborno al director de la Caja Navarra, un asunto turbio donde los haya y en el que nada parece ser lo que es, yo incluso diría que donde la sospecha de un complot es algo más que una calentura mental del cronista de turno, una historia en la que no solo se mezclan las rencillas políticas y personales al uso, sino también el lado más chusco de nuestro presente como la historia de esos directivos de cajas, lumbreras del azadón, que de repente inauguran una oficina gigante en Washington por todo lo alto al grito de "¡vamos a comernos el mercado americano, riau, riau!" y a los tres años la tienen que cerrar porque ni siquiera tenían todavía la licencia de apertura. Porque la historia se las trae, ni el más perspicaz o fantasioso de los escritores podría haber inventado una trama tan perfecta en cuanto a retrato negro de la realidad española de los últimos tiempos. Para empezar basta con reparar en los ingredientes: políticos, banqueros, el mundo de la cajas, un escenario como Navarra con una psicología política donde encontramos dos mundos, dos concepciones de la vida más bien, enfrentados e irreconciliables, atrincherados desde antiguo, guerracivilismo fosilizado por decir algo, y a lo que hay que sumar dosis ingentes de cazurrismo hispánico mezcladas con los pujos globalizadores de unas élites de barbecho; vamos, lo que viene a ser la historia de España de las pasadas cuatro décadas al grito "solchaganiano" de "este es mejor país del mundo para enriquecerse fácil y rápido".

Insisto en que mejore ingredientes para urdir una trama negra es casi imposible encontrar. Como que la historia da el punto de lo que bien podría ser la característica principal, distintiva, a la que me refería al principio. Al fin y al cabo estamos hablando de la conjunción entre los ingredientes clásicos de la novela negra y esa otra variante tan vernácula y venerada de la literatura picaresca española del Siglo de Oro, sólo que actualizada. Ahí esta el marchamo al que me refería, nada de ambientes exquisitos, de criminales cerebrales o asesinos en serie, nada de policías o detectives glamurosos, de malvados de película de James Bond; lo nuestro siempre será el barbecho ibérico en lo ético, el sempiterna decadencia siquiera ya sólo en las formas y en los objetivos, el diputadillo de provincia más pardillo que ir de putas con tarjeta de crédito, el director de caja sin escrúpulos ni cerebro, el político fantasmón y perdonavidas que concibe su cargo como su pequeña ínsula Barataria, el héroe poco más que un tipo honrado entre un millón, el que dice las cosas tal como son o las vio, el ciudadano como simple mercancía en manos de tanto hijo de puta que luego casi siempre se revela como un puto cazurro nuevo rico a lo Cachuli o Diaz Ferrán.

Por cierto, y antes que me lo señale nadie, reconozco que esta novela negra española tendría mucho en común con lo que hace hoy en día y magistralmente Petros Markaris. Sus historias presentan un país casi análogo, muy cercano, demasiado. Su estilo también sería el que no correspondería, la ironía y el sarcasmo como principales recursos para presentar una realidad harto chusca y triste. Sin embargo, siempre habrá que distinga la versión española de otras cercanas, vecinas, hermanas incluso, lo mismo que distingue al siciliano Camilieri del griego Markaris, y eso, insisto, va a ser nuestra acendrada picaresca española, esto es, el trasfondo rematadamente cutre, chusco, pobre de espíritu y de todo, de nuestra realidad.

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