miércoles, 2 de diciembre de 2015

MALDITOS DROIDES



No me doy a las maquinas, no, nunca lo he hecho, lo sabe todo el mundo que me conoce. De hecho, puedo afirmar, por supuesto que con no poca vergüenza, que he conocido la fulgurante evolución del mundo de la informática a través de todos y cada uno de los ordenadores que he ido rompiendo a lo largo de mi vida y por diferentes motivos, si bien hay que destacar mi querencia por intentar arrancar a patadas más de uno. Ordenadores, móviles, radiocasetes, reproductores de CDs, aspiradoras, tostadoras..., ríete de la famosa obsolescencia programada de todos estos aparatos en mis manos, lo máximo dos o tres años. No, no soy precisamente lo que se dice un amante de la tecnología. Tampoco voy de ludita por la vida, los artesanos ingleses que en el XIX protestaban contra las nuevas máquinas que destruían empleo. De las máquinas sólo me interesa su función, nunca el cómo o el porqué. A decir verdad, tampoco soy de esos lectores que proclaman a los cuatro vientos su amor por el papel sobre lo digital. Lo prefiero, sí; pero tampoco le hago ascos al ebook según para qué y cuándo. El problema es que tenía uno y ya se me ha jodido. Y como tampoco lo echo en falta, pues a esperar a que el Olentzero me traiga uno nuevo. No es un problema de pericia con los botones ni nada por el estilo; simplemente no tengo paciencia.

Pues bien, todo este rollo para introducir al lector en lo que viene a continuación. Ayer a la tarde al ir a aparcar el coche al lado del colegio de mis hijos. Hace ya casi un año que han cambiado los expendedores del tique de la OTA, esas maquinitas que parecen droides reciclados de una película de Star Wars. Antes eran como los de mi ciudad, metías directamente las monedas y te salía el tique. Ahora no, ahora son como los de Bilbao, que cuando vas a sacar el tique tienes que ir paso a paso metiendo todo tipo de datos; yo un día creo que hasta metí los de mi tensión. Como que nada me irrita más cuando voy a la villa esa del Nervión que dar mil vueltas por los alrededores de Mazarredo para aparcar y una vez que lo consigo ponerme a hacer el test para sacar el puto tique. Sobre todo cuando tengo que recorrer una distancia considerable desde el lugar en el que he aparcado el coche hasta la maquinita de marras, y una vez allí, ¡sopresa!, que me pregunta por el número de la matrícula. ¿Qué coño sé yo cuál es el número de la matrícula de mi coche? No es que no lo retenga, es que hace ya unas cuántas décadas que mi cabeza decidió desconectar de todo lo que tuviera que ver con retener cifras. Ni me sé la matrícula del coche, ni el de mi móvil, ni las claves de ningún tipo, ni las fechas de los cumpleaños de... Sólo retengo el número del fijo de mi madre desde hace más de treinta años, la matrícula del primer coche que tuvo mi padre cuando yo era un mico y el del DNI porque, seamos sinceros, la pasma es muy pesadica con estas cosas. Y no, no tengo ningún problema de retentiva ni nada parecido. La culpa creo que es de Telefónica, de alguna clave que me debió dar para un router hace la tira de años y que debía ser algo así como 2384757U8ALJHB9390203UA564E467NCZE , y que luego me pidió que la memorizará... Supongo que mi subconsciente debió petar en ese momento, que debí mandar a tomar por culo al telefonista y ya luego se hizo insumisa a los números de por vida.

En cualquier caso, lo de la maquinita de Oviedo un cambio a peor, de los de vamos a joder a conciencia al ciudadano, respecto al modelo anterior digno de la voracidad recaudadora de la empresa de turno. No en vano cuando una persona volvía a su coche antes de que hubiera vencido la hora y te veía aparcar el coche al lado enseguida te cedía su tique para que lo aprovecharas -algo que era frecuente en Oviedo, pero que en Vitoria, todo hay que decirlo, no me ha pasado en la vida...- Pues estaba intentando sacar el tique de marras, que si a ver qué operación, que si introduce matrícula, que si vuelvo hasta al coche a mirarla, que si vas a pagar con tarjeta o en efectivo, que si... Pero ya no es sólo el tiempo que pierdes esperando que todo siga su curso paso a paso, es que ahora además tienes que estar al tanto de todo como con el cajero automático, no vayas a sacar el dinero que no tienes, el del vecino. Y claro, uno tiene sus mundos interiores, vamos, que estoy siempre pensando en mis cosas, del tipo de qué querría decir Heidegger cuando fundaba su metafísica en la finitud de la existencia humana, o si a las rabas les queda mejor el pan rallado pasado por huevo sin más. De modo que entre una cosa y otra, esto es, entre una tecla mal pulsada y el despiste al uso, la operación para sacar el dichoso tique de la OTA se va demorando, demorando, y al final que te tiras más de un cuarto de hora delante del puto droide. Y eso si no hay nadie detrás de ti haciendo cola, que entonces ya te aceleras, te aceleras, y al final como con los ordenadores, a patada limpia. Pues eso, elevo desde aquí mi más enérgica protesta antes estas máquinas que, además del dinero, también nos roban ese preciado tiempo que podíamos estar dedicando a nuestros seres queridos, a componer versos subidos de tono, a ver cagar a los perros en el parque o cualquier otra actividad igual de productiva.

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