Y hablando de tebeos. Llegaban las vacaciones de verano, todavía era mediados de junio o principios de julio antes de que te enviaran o marcharas con tus padres a cualquier lado. Los días no eran largos, eran eternos. Así que te apuntaban a clases de no sé qué o te tenían en la pelu o en casa echando una mano. Pero eso por la mañana, porque las tardes de verano todavía eran más largas. Así pues, y si ese día no hacía buen tiempo para quedar con los primos y poder así ir juntos a las piscinas Gamarra, entonces tocaba tarde en la biblioteca de la Florida. A repasar lo aprendido durante el año o leer un poco a los clásicos y por el estilo, decíamos en casa; pero, en realidad nos la pasábamos leyendo los álbumes de tebeos de todo tipo que había y hay en una sección de la segunda planta acondicionada para mocosos, esto es, casi todo pufes sobre los que nos sentábamos con los tebeos y de los que muchas veces nos caíamos muertos de risa como años más tarde después de los taburetes de los pubes a altas horas de la noche. Porque daba igual que fueran los mismos tebeos del año anterior, del pasado o desde vete a saber cuándo, ni siquiera importaba el estado en descomposición o casi de muchos de ellos, el caso es que volvías a coger entre tus manos un Mortadelo, un Superlopez, un Asterix, un Lucky Luke, incluso al moñas del Tintín y eso más que nada gracias al dipsómano del capitán Haddock, y entre lo que te reías tú con el tuyo y el de al lado y de más allí con los suyos, las carcajadas de unos y otros que se iban sobreponiendo, como que a veces hasta mearse de risa dejaba de ser una simple metáfora, menudo despitote para mayor disgusto del bibliotecario de turno que no sabía ni podía poner orden entre la chavalería, que nos íbamos entre sus manos por mucho y muy fuerte que chistara o amenazara con expulsarnos del paraíso. Manía también esa de obligarnos al silencio monacal de las bibliotecas cuando éramos unos mocosos imberbes de diez y muy pocos, incluso menos, leyendo tebeos. Purita contradicción poner a tu alcance tanto chiste chocarrero para luego tener que rumiarlo en silencio. Y así no pocas cosas por ese pujo de someter a los críos a las manías de los mayores, a someterlos al miedo de la mayoría de ellos a la risa y sobre todo al más bello y tónico de todos los caos posibles y que no es otro que el que originan los críos cuando son felices, hostia.
miércoles, 6 de julio de 2016
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