lunes, 28 de noviembre de 2016

LA FE DEL CARBONERO



"Toda dictadura es casta y anti vital; toda manifestación de vida es en sí un enemigo de cualquier régimen dogmático."

Reinaldo Arenas - escritor y exiliado cubano  

La prueba más palmaria de que temas como el de la figura de Castro y su revolución se tratan por algunos como artículos de fe, es que da igual que demuestres a ciertos creyentes lo obvio, que en Cuba no hay libertad de expresión, que se ha encarcelado durante décadas a los opositores, expropiado a todo quisque, perseguido a clérigos, homosexuales o artistas que iban por libre por ser considerados antirrevolucionarios por principio, que son varios millones los que han salido de la isla y no precisamente por capricho. Da absolutamente igual hablar de hechos perfectamente conocidos y probados, de aportar todo tipo de documentación, de citar testimonios de todo tipo, si tu interlocutor tiene ya una idea definida de cuáles son sus querencias no habrá crimen o evidencia que le haga apearse de la fatal atracción del individuo del común por los egolatras redentores con todo su romanticismo mesiánico, será inmune y en especial indiferente a todo lo que no le sirva para apuntalar su fe. De hecho, llegados a ese punto el fan de Castro te sacará los datos de los logros económicos, educativos y sanitarios de la Revolución obviando cosas que jamás obviaría en su casa, a destacar que les ristringieran el acceso a la información, la libertad ya no sólo de expresión, sino de todo tipo. Todo ello pecata minuta para los cubanos siempre y cuando puedan recibir una educación o asistencia sanitaria, mientras tengan donde dormir o qué comer, que son cosas, mira tú por dónde, que los nostálgicos franquistas también aducen para justificar el régimen de su caudillo, pues bien sabido es que durante los años de Franco al final se consiguió superar el hambre de la posguerra, se creó la seguridad social, las bases de un sistema educativo que con el tiempo desterró el analfetismo, y sobre todo se dio el desarrollismo económico de los 60, etc. Eso y que a diferencia de la Cuba de Castro, el franquismo siempre respetó la libertad de comercio y de ahí que el hombre corriente siempre tuviera, dentro de sus posibilidades, la opción de abrir un pequeño comercio e intentar ganarse la vida como le viniera en gana, asunto que por lo que se ve resulta inaceptable para los eternos y porfiados enemigos del comercio como fuente de todo tipo de inequidades, mejor que te decida el Estado por ti desde la cuna hasta la tumba. El caso es que para unos y otros la libertad del individuo, siempre que sea la de los otros, claro está, les parece una bagatela, da miedo en pensar de lo que serían capaces si por lo que fuera tuvieran la oportunidad de establecer en su casa un régimen similar al cubano. En fin, lo que sea con tal de no replantearse unas filias que para algunos parecen vestir muy bien en su biografía, que les da un marchamo de eternos inconformistas, rebeldes o alternativos al sistema en el que viven y que sin ser perfecto, ni justo en su totalidad, al menos les permite expresar sus opiniones sin miedo a acabar en un calabozo por tiempo indefinido y sin garantías procesales algunas, que es lo que sucedía a los disidentes en Cuba.

De cualquier modo, todo esto me trae a la memoria una anécdota familiar que creo haber comentado ya. Mi abuelo materno fue un comunista con carné del partido durante toda su vida, condenado a muerte en el 36 junto con dos de sus hermanos, salvado de la suerte de éstos gracias a la intervención de un pariente de su mujer que casualmente era un cabecilla carlista. El caso es que mi madre siempre recuerda que cuando volvió de Venezuela, donde había pasado tres años trabajando en un taller de costura y entablado amistad con unas compañeras rusas que habían huido de la URSS, un día se le ocurrió espetarle a mi abuelo que la URSS no era el paraíso que él creía, que las rusas le habían contado que la gente allí no era libre y que también pasaban hambre. Aquel fue, mi madre lo recalca siempre, el primer y el último día que mi abuelo le puso la mano encima, en concreto le cruzó la cara de lado a lado. Mi madre no había hecho otra cosa que despotricar contra lo más sagrado delante de un creyente para el que su fe en el comunismo lo era todo, un hombre al que apenas llegué a conocer porque murió siendo yo muy chico y al que mi madre y otros siempre han calificado como la mejor persona que uno podía imaginar y además querido por todos. Pues bien, leyendo estos días muchas de las discusiones de FB acerca de la figura de Castro y su revolución, tengo que confesar que intuyo por doquier gente de buen corazón y mejores intenciones a los que su apego al romanticismo de los revolucionarios en uniforme verde olivo, por no hablar del embeleso inconfesable del macho alfa para muchos, y su necesidad de creer en la existencia de un cielo aquí en la tierra que lo justifique, hace que se comporten con la misma intransigencia hacía los que no comulgan con su credo que la que usaban los puritanos de todas las creencias habidas y por haber a lo largo de la Historia.

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