lunes, 26 de junio de 2017

SABER ESTAR


Para hacerse una idea de la calidad humana de algunos basta con observar cómo abandonan, nada más acabar la actuación de su vástago, el salón de actos donde los alumnos de la academia de música celebran su concierto de fin de curso. Es obvio que ellos van a lo que van y el resto, que por lo menos podemos presumir de tener un sentido de la urbanidad algo más acusado, a jodernos un rato largo soportando cincuenta y pico ejemplos de música balbuceante o meramente intuitiva porque, del mismo modo que los demás han asistido y aplaudido a nuestro canijo, nosotros nos sentimos obligados a hacerlo a los suyos.

Ahora, ya hay que tener aguante. Casi sesenta interpretaciones seguidas. Y ya no es sólo que encima les haya dado a los de la academia por montar una pequeña orquesta para interpretar las piezas probablemente más irritantes de todo el repertorio clásico y pop, esto es, el bolero de Ravel y el Imagine de John Lennon respectivamente -tema del que estoy convencido que su autor debió componerlo bajos los efectos del LSD porque de lo contrario no me lo explico...-, sino que todo lo demás ha sido también de traca, un empacho musical en el que no ha faltado el Susanita tiene un ratón y hasta una canción de la Oreja de Van Gogh; para cortarse las venas allí mismo.

Pero lo peor de todo, pobretina, la edad y los nervios, una tierna y espigada muchacha que le ha dado por interpretar un capricho de Paganini al violín. Sí, al violín, probablemente el instrumento más irritante del mundo si no se sabe tocar correctamente, que a poco que desafines es como si te metieran una sonda por la traquea o te pasaran la tarjeta de crédito delante de las narices para pagar una mariscada a unos políticos del PP. Y en efecto, así ha sido, como que no me podido aguantar y me he dado media vuelta para preguntar a mi mujer a ver qué era eso que querían que confesara y que, vaya por Dios, ya se me había olvidado, porque yo ya no podía más.

Pero bueno, exagero, sí, porque por cubierto de nubarrones que esté el cielo siempre asoma una estrella cuando menos te lo esperas. Hoy ha sido una mocina al piano que ha interpretado mejor que bien las Romanzas Sin Palabras de Mendelssohn. Moraleja, no hay que ser tan negativo.

Y sí, no hemos aguantado hasta el final del concierto. Ya, ya, pero es que servidor es muy humano, demasiado humano.

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