“También
lo hago con este libro de crónicas fragmentarias de lo vivido a lo largo de
nueve viajes. No está todo ni mucho menos, pero me queda la duda de si esto que
escribo es La Paz. No, no lo es, es mi ciudad vista y recorrida, por fuerza
distinta a la que otros viven y a la que
otros visitan… y a ratos, solo a ratos. Hay otros días, otros momentos, que no
han entrado en ese recorrido; por ejemplo, esos banales, de los que habla
Lévy-Strauss al comienzo de sus Tristes Tópicos. A cada mirada, una ciudad, y
viceversa. Si el viajero deja que le dicen lo que tiene que ver, en lugar de lo
que puede ver por sí mismo, está perdido.”
CHUQUIAGO – Deriva de
La Paz – Miguel Sánchez-Ostiz
Lo mejor de este CHUQUIAGO del veterano y reconocido
escritor Miguel Sánchez-Ostiz es que no se trata de un libro de viajes, no al
uso, sino más bien de eso que el autor califica de “patiperreo”, es decir de
apuntes, impresiones, sucedidos incluso, que el autor va vertiendo al papel
como resultado de recorrer, por lo general a pata, una ciudad en la en todo
momento se reconoce de paso y por ello perplejo, expectante, perdido. Lo
subrayo porque la mayoría de los libros de viaje nos tienen acostumbrados a
algo muy diferente de lo que vamos a encontrar en Chuquiago. A decir verdad, la llamada literatura de viajes se suele
asemejar, cuando no lo es descaradamente, a un reportaje turístico, por lo
general y de propina con pujos literarios, en el que el autor, por lo general
un campeón que se ha documentado previamente de todo acerca de su destino y
además atesora un bagaje como viajero que da para mil y una comparanzas con el
destino que tiene entre las teclas, suele sentar cátedra sobre lo que ve, esto
es, aleccionando al lector sobre lo que es digno o no de verse, lo que no se
puede perder en caso de decidirse a visitar el destino en cuestión. Hay en este
tipo de autores una apenas disimulada mirada de explorador decimonónico a lo
Richard Francis Burton o Henry Monton Stanley; luego ya, dependiendo de la
suerte del lector, le puede tocar bregar con el texto de un hombre de la vasta
cultura y sensibilidad hacia otras civilizaciones distintas a la suya como el primero,
o todo lo contrario como en el caso del segundo.
En Chuquiago, por suerte, no hay intención alguna de sentar cátedra,
vulgo abrumar con datos y sentencias acerca del destino visitado, por parte de
su autor. Al contrario, Miguel Sánchez-Ostiz se cuida en todo momento en
trasmitir al lector que su texto no pretende caer en todos los vicios del
género antes citado, que lo suyo es otra cosa menos pretenciosa, más íntima,
apenas una excusa como otra cualquiera para que un escritor de su talla tenga materia
de sobra al objeto de poder así plasmar sus impresiones siempre personales,
subjetivas, sobre todo literarias, y contar alguna que otra anécdota de acuerdo
con su inconfundible estilo y que una vez ya sobre el papel forma parte de eso
que llaman corpus literario de un autor. Dicho en plata, Chuquiago no va tanta de La Paz o Bolivia como de Miguel
Sánchez-Ostiz en La Paz, Bolivia. Como ya he dicho, él mismo se encarga de
recordárnoslo a lo largo del texto por si acaso, tras una y otra crónica de lo
que ha visto o vivido, se nos ha olvidado y podemos caer en la tentación de
pensar que es un reportero/explorador en el que nos habla de La Paz y no un
literato de paso por la ciudad, y eso por muchas veces que la haya pisado y en
diferentes ocasiones.
Bolivia
no es para mí –eso al menos me digo- un cazadero de imágenes y reportajes
humanitarios que a la postre resultan falsos porque no tienen como objeto la
concienciación de nadie ni de nada, sino dar el pelotazo con el trofeo
conseguido. Lo de tender puentes con el Otro, el dichoso Otro y la tragedia del
ser humano, así en general, es un cuento chino. El Otro, si lo queremos ver
está desde hace ya mucho tiempo en la puerta de nuestra casa, con su desdicha o
desamparo para encontrarlo. Solo que ahí, tan cerca, resulta molesto. Lejos,
no. Lejos es una atracción y nos sirve para conjurar la xenofobia, el racismo,
el clasismo y todas las fobias que queramos… nos permite ejercer de solidarios,
de generosos, de humanitarios, pero a ser posible con prensa y público.
De modo que recomiendo abstenerse de la
lectura de Chuquiago a los que buscan
certezas documentales o consejos de viaje para visitar La Paz o Bolivia a modo
de prescripción médica o casi. El principal atractivo de este libro no es tanto
el destino en sí que lo protagoniza como la deriva de su autor por una ciudad,
un país, que nos va presentando a través de su peculiar prisma narrativo, el
cual si hay que caracterizarlo por algo es tanto por su ya acreditada riqueza
expresiva, un tono que oscila de continuo entre lo burlón, divertido y sobre
todo gozón y un pujo por procurar ser franco, sincero, acaso auténtico, en todo
momento acerca de lo que ve y traslada al papel. Un dominio de la lengua,
franqueza y bonhomía que son partes indisolubles del estilo de Miguel Sánchez-Ostiz,
puede que también motivo del rechazo de aquellos que se ver reflejados, cuando
no desnudados, en sus obras, porque no deja indiferente, no se anda con medias
tintas si cree que tiene que denunciar al funcionario capullo o abusivo casi
que por definición, la impostura del figurón de turno o los intentos de
tomadura de pelo, cuando no estafas puras y duras, por parte de las legiones de
pícaros que pueblan, no solo La Paz, sino cualquier rincón del globo terráqueo.
Y no se trata de alardear de espíritu justiciero alguno, de ir de desfacedor de entuertos cuan un Quijote
de ultramar. No, no va por ahí la cosa sino más bien todo lo contrario, el
personaje que se pasea a sí mismo por las calles de La Paz es un viajero como
lo seríamos cualquiera de nosotros, esto es, tan proclive al embeleso ante lo
que ve como al enojo ante cualquier intento de fraude o tomadura de pelo. Sólo
que Miguel Sánchez-Ostiz lo dice, lo recoge como una impresión más del
“patiperreo”, no se lo calla para no afear el conjunto, para no desmerecer el
viaje, y de ahí que todo lo que cuenta, como lo relacionado con el famoso
soroche o el consumo de la hoja de coca, esto es, con el “acuquillar”, resulte
tan auténtico como particular.
Es el resultado de una escritura
que emana sensibilidad, acaso lo contrario de la soberbia sabelotoda del
reportero/explorador del que hablaba antes. Y si se nota en algo en este libro
eso es en la continua celebración de la amistad. Porque este no es, no siempre,
la mayoría de las veces no, un “patiperreo” a solas, sino más en compañía de
amigos que el autor hizo en su momento en La Paz o que va haciendo. Sin lugar a
dudas uno de los pilares del libro, la puesta escena de esos amigos, los cuales
página tras página van dando, junto con el autor, en personajes del mismo.
Personajes, los vivos con los que el autor se va de visita literaria a un
cementerio como se va a probar un chicharrón
con mucha llajua a la tasca de al
lado, y otros ya pasados a mejor vida, en algunos casos casi que en el sentido
más estricto del término dada la que llevaron sobre la tierra, como los
escritores bolivianos o extranjeros, y a su vez y por sus actos también
verdaderos personajes literarios, como Victor Hugo Viscarra, Jaime Saenz, Ciro
Bayo y otros. Personas o personajes que al final ofician de puertas a través de
las que acceder a aspectos o mundos tan diversos y a veces encontrados de la
realidad paceña o boliviana y sin los que el relato daría en eso mismo, un mero
“patiperreo”, y no, no es el caso.
De modo que este Chuquiago de
Miguel Sánchez-Ostiz trasciende y con creces lo que se podría esperar de un
libro adscrito al género de la literatura de viajes a la que estamos
acostumbrados por obra y gracia de lo que a veces parece hecho más para
industria turística que para el gozo literario tal cual, y sí en cambio de esa
otra a la altura de El camino a Oxiana, del británico Robert Byron, Los trazos de
la canción de Chatwin e incluso cualquiera de los de Ryszard Kapuściński. Al fin al
cabo, Miguel Sánchez-Ostiz nos habla de un territorio literario, porque eso es
lo que servidor percibe antes que nada, otro territorio sobre el que fabular o
simplemente levantar acta literaria. Un territorio que el autor ha hecho suyo
tras muchos viajes, la forja de verdaderas y buenas amistades, que no siempre
viene a ser lo mismo, y un verdadero zacuto de experiencias que exprimir o
explicar en el papel. Pero, sobre todo, la lectura de Chuquiago te deja la impresión de que lo que de verdad has leído ha
sido una verdadera, sesuda y muy amena declaración de amor a la ciudad que
protagoniza el libro.
“Es ya un poco tarde
para preguntarme qué se me ha perdido en Bolivia. Son muchos viajes y calculo
que día por día he pasado en ese país casi un año y medio de mi vida. Eso, de
joven no tiene demasiada importancia, pero cuando vas de otoñada y el tiempo
escasea y apremia, sí la tiene. ¿Por qué esa ciudad de la que ahora escribo y
no otra? La mejor respuesta que encuentro es que La Paz me he sentido dichoso,
y eso lo resume todo, me da igual lo que pasara, he sido dichoso, no puedo
decir nada más y esto ya es mucho”
Txema Arinas
Oviedo,
10/05/2018