domingo, 27 de diciembre de 2020

LO DE ESTOS DÍAS


Aprovecho estos dos días de gozosa soledad para tragarme los tres capítulos de la serie documental sobre Putin que hay en una de esas cadenas a las que no vamos a hacer publicidad. La serie, en general, no descubre nada que no se sepa, todo lo más resume cronológicamente y aporta imágenes desconocidas de la héjira de un personaje excepcionalmente mediocre desde sus orígenes humildes a la cúspide del poder en el estado más grande del mundo. Putin empezó como un tipo sin atractivo alguno, un vulgar matón de barrio que encauzó su pasión por la violencia hacia los servicios secretos rusos, en los que tampoco destacó como agente del KGB dado que lo único que hizo fue vegetar como un simple funcionata en su destino de Bremen, RDA, muy de estar en todos los saraos, arrimado a quien había que estar arrimado y poco más
En resumen, el presidente ruso es simple y llanamente un portero de discoteca en potencia al que las circunstancias, y su buen hacer como chupapollas de los que tenía por encima, lo colocaron donde está. Putin es también ese policía sin escrúpulos que aparece en cualquier película, el esbirro que jamás discutirá una orden por indecente que sea, que no vacilará en torturar a un inocente y hasta se regodeará en ello. Un tipo cuyo único talento es ofrecer a los rusos aquello que más parecen admirar: mano dura. Putin es un déspota que se sustenta sobre un sistema corrupto de apariencia democrática, una "democradura" en toda regla, la gran estafa de nuestra época a escala planetaria tras la caída del Muro; "que parezca una democracia..." Un retrato escalofriante de cómo las élites criminales de un país logran acaparar todo el poder echando mano de una marioneta que al final acaba volviéndose contra ellos, el sicario que llega a capo de capi tras cargarse a todos los anteriores.
Claro que para escalofriante de veras las imágenes en las que Putin canta en inglés durante una gala en presencia de estrellas mundiales como Sharon Stone, Monica Bellucci, Goldie Hawn, Mickey Rourke, Kurt Russell y, no digamos ya, para meterse debajo de la mesa, un entregado Gérard Depardieu, todos aplaudiendo entusiasmadamente al hombre que, no solo ha mandado matar a tantos y tantos seres humanos, sino que además acostumbra a denigrar a sus víctimas públicamente, y, claro, no puedes evitar sentir verdaderos escalofríos. Así que luego piensas en el idiota aprobetxategi de Trump o en el canalla descerebrado de Bolsonaro, de hecho en cualquiera de los aprendices a sátrapas que tenemos a nuestro alrededor, y lo primero que te viene a la cabeza es: aficionados.




Ya en casa solo, y tras haber quemado durante una hora los excesos de estos días para así poder acometer los siguientes, espero que después de tanto tiempo ya por fin en mi "txoko", me entretengo releyendo LOS TRES NUDOS (https://letralia.com/.../25/los-tres-nudos-de-txema-arinas/) por razones que no vienen al caso. No me suele pasar con la casi totalidad de los libros que me han publicado, pues, sea por una razón u otra, en general a causa de los avatares de la edición, no estoy satisfecho con la mayoría de ellos. Sin embargo, LOS TRES NUDOS (así como el último publicado en marzo de este nefasto año y que todavía está por presentar, LIBERACIÓN O MUERTE, y a pesar de que el tono de este es completamente distinto del que me ocupa) es una novela que puedo leer de seguido sin avergonzarme en exceso. Aún más, incluso diría algo tan rematadamente pedante como que es el primero de mis libros donde consigo algo así como abarcar un pequeño universo literario. Luego uno ya sabe que, precisamente por eso, por la ambición literaria que encierra el libro, su recepción dependerá más o menos de la disposición que tenga el lector a dejarse atrapar por el universo en cuestión. La verdad es que aunque he sabido de reacciones muy positivas, y en algunos casos hasta entusiasmadas, por parte de algunos, siempre me habría gustado más. También, también, de la incomprensión de otros. Qué se le va hacer, cuando no estás a los best sellers y así toda tu ambición es encontrar lectores cómplices, no complacientes. Por desgracia, y una vez más, sospecho que la difusión del libro no hubiera sido tan corta como ha sido, de haber hecho la editorial el trabajo de difusión que se espera de ellas, máxime cuando se trata de una editorial tradicional que apuesta, o dice hacerlo, todo por un libro sin esperar otro beneficio que el de las ventas por ejemplar. Yo desde luego sé que he hecho todo lo que estaba a mi alcance e incluso más, esto es, organizando presentaciones por mi cuenta aparte de la primera u oficial, aprovechando las invitaciones de amigos a hacerla y, en un caso muy concreto, llevándome un chasco mayúsculo porque dando por hecho el apoyo de la editorial me entero de víspera que no hay ni rastro de la editora ni de nadie, ni siquiera noticia del evento en los medios. Si a eso le unes que no has encontrado resultado alguno de las gestiones que las editoriales deben hacer, o más bien dicen que hacen, para promocionar el libro entre los medios, pues qué quieres qué te diga, uno ya sabe que la liga en la que juega es la que es; pero, qué menos que eso, lo mínimo.

En fin, la jodienda de rigor que siempre le hace dudar a uno de si merece la pena empeñarse en publicar lo que todavía guarda en el cajón, si merece la pena hacerlo tanto por su valor en sí mismo, no vaya a ser que en realidad no interese a nadie y no me esté enterando, como porque el campo de batalla es demasiado angosto y simplemente no hay lugar para uno.

En cualquier caso, releyendo LOS TRES NUDOS soy incapaz de escapar a la vanidad de afirmar que se trata de aquello que también me gusta leer en otros, que no desmerece en la nada a, por lo menos, el tipo de literatura que da sentido a mi pasión por los libros.
Valga todo esto rollo, no tanto con animus lucrandi (al fin y al cabo no voy a recibir ni un chavo por ejemplar vendido de LOS TRES NUDOS dado que la editorial ya se ha desentendido este año de su producción literaria, aunque el libro se sigue distribuyendo en las librerías online), sino como invitación a leer una historia que merece la pena (si no fuera porque la editorial me envió solo tres ejemplares de cortesía, a diferencia de la docena o más que solía ser lo habitual antes de que la crisis eterna sirviera de excusa para todo, no habría dudado en mandar un ejemplar a cada uno de los primeros amigos que me lo hubieran pedido). Eso y que para animus lucrandi recuerdo que ya está ese otro libro de este año, LIBERACIÓN O MUERTE si bien insisto que de un tono mucho más ligero y gamberro que este del que estoy hablando, todavía pendiente de presentación, pero que se puede adquirir sin coste de envío directamente en la página de la editorial o en esas otras librerías online cuyo nombre todos conocemos. https://editorialamarante.es/.../alam.../liberacion-o-muerte



Me despierto de sobresalto a eso de las cinco de la mañana. Me levanto para ir al baño. He tenido uno de esos sueños, me resisto a decirle pesadilla, que se recuerdan al instante. Un sueño absurdo, sin aparente ligazón, puro misterio, carne de psicoanalista.
Me encontraba con mi madre, mi mujer y mis hijos delante de un enorme barracón de madera, tipo campamento de verano, a la entrada de una especie de valle sombrío con un lago al fondo. Todo me era completamente desconocido. De repente, alguien, no recuerdo bien si mi mujer o mi madre, me señala un coche cuatro latas que acaba de llegar.
-Mira, es tu padre. Acabará de llegar de la central nuclear de Alemania. Vete a ver qué quiere.
Me dirijo hacia el cuatro latas. Cuando llego miro a través de la ventanilla bajada del conductor. Veo a mi padre, mucho más joven que cuando se fue para siempre.
-¿Qué haces aquí?
-El ingeniero de la central tenía cáncer y nos hemos venido todos para casa -entonces veo que le caen unas lágrimas por la cara.
-¿Por qué lloras, qué te pasa? -toca despertarse de golpe.
¿El ingeniero, qué ingeniero, qué central nuclear ni qué ocho cuartos? Mi viejo solo estuvo un par de días en Múnich y desde luego que para nada que tuviera que ver con ingenieros o centrales de ningún tipo. Eso y que ya fuera de su casa jamás trabajó para otro que no fuera él. Un sueño sin pies ni cabeza, un sueño que no se me ocurre por dónde o cómo redondearlo para que tenga algún sentido, siquiera para sacar alguna gracia. Un sueño de víspera de Navidad sin visita previa de fantasma alguno que no fuera mi hijo pequeño anoche diciéndome que, a pesar de la mala racha que lleva con nuestras partidas de ajedrez, nunca podré superar su récord de siete victorias seguidas.
Luego intento reconciliar el sueño, pero el dolor de muelas del día anterior comienza a manifestárseme de nuevo, como si no tuviera bastante con ese otro de cadera y cuello como consecuencia de mi caída del domingo tras resbalar al pisar un meado que la perrita había depositado subrepticiamente justo al salir del salón para entrar en el pasillo de modo que no hubiera escapatoria. No consigo dormirme del todo, y lo peor es que con el duermevela tengo sueños que aborto de inmediato por miedo a que, en efecto, comiencen a aparecer los fantasmas de la Navidad anterior, presente y futura. Por suerte, solo es una de mis paranoias, porque al rato caigo en un sueño profundo y cuando me he despertado hace unos minutos solo recordaba haber estado escuchando en mi cabeza la habanera de Xabier Lete con imágenes del malecón y el barrio del Vedado de la Habana de fondo; ni tan mal, oye.





Esta tarde llama mi hijo mayor a su madre para decirle que se equivocó de autobús al ir a clase de guitarra, que se bajaría en la siguiente parada y a ver si podía ir ella a buscarle en coche porque no llegaba a tiempo. Yo propongo a su madre que lo mande a tomar por culo para que espabile; por cada madre helicóptero tiene que haber un padre cabrón para compensar. Ella me responde que si no va a por él no llegará a clase porque lleva la guitarra eléctrica que le prestó mi hermano al hombro. De ese modo, discutimos un rato acaloradamente acerca del ejemplo que debemos dar a nuestros retoños para eso de aprender a sacarse las castañas del fuego ellos mismos, siquiera ya solo para que apechuguen con las consecuencias de sus errores y decisiones.
La cosa no va a mayores porque vuelve a llamar el empanado que tenemos por hijo para decirnos que ha tomado el bus correcto justo en la misma parada donde se ha bajado. Luego, ya en casa, le pregunto por lo que ha pasado y me lo cuenta como si fuera la primera gran odisea de su vida con quince años.
En ese momento, y siquiera ya solo por empatizar un poco con el chaval, estoy tentado de contarle que a mí me pasó algo parecido mi primer año en Dublín con veintipocos, creo que el primer finde que salí de farra por Temple Bar y alrededores. Tenía que coger el último bus que me llevaría al extrarradio donde residía, una calle, o lo que fuera, que, por lo que sé ve, todavía no había logrado memorizar bien. De modo que, en lugar de subirme al autobús que iba, por ejemplo, a Ballybough, cogí el de Ballymouth. Vamos, por aproximación, y es que, para qué negarlo, llevaba un pedo como para prestar atención a ese tipo de pejigueras filológicas o por el estilo. Para más inri, me había dicho que me bajaría en la primera parada que me fuera familiar a la semana de vivir allí, cosa que a eso de la una de la mañana resultaba imposible con la noche ya cerrada. Creo que estuve prestando atención a todos los letreros de las paradas por las que pasaba el bus durante una media hora poco más o menos. Luego me debí quedar sopa en el asiento del bus. El caso es que desperté en las cocheras de la compañía municipal de los buses esmeralda. Estaba solo en el bus con el conductor, el cual nada más meter el freno se vino hacia mí para preguntarme por qué fuck no me había bajado antes. Yo hice todo lo posible, lo cual a toro pasado hay que reconocer que tuvo mérito con mi inglés de entonces y no digamos ya la tajada que llevaba encima, para explicarle que me había subido con la intención de bajarme en Ballymouth, y que no lo había hecho porque lo más parecido que había visto era ese otro de Ballybought. En aquel momento lo lógico habría sido que me hubiera echado de la cochera a patadas; pero, en lugar de ello se ofreció a llevarme hasta Ballymouht en su coche. De modo que aquello amenazaba tragedia, porque si Dublin no es, o no era, una ciudad especialmente grande con una población parecida a la del Gran Bilbao, la proliferación de zonas residenciales de viviendas individuales a las afueras, da igual si al norte pobre o al sur rico, la verdad es que sobre el plano aquello se me antojaba inmenso. Sin embargo, aquel tipo no solo me sacó de mi apuro, sino que además me animó el trayecto con todo tipo de preguntas y bromas de las que, por supuesto, no me cosqué ni de la mitad. Pero, era tanta su simpatía, o al menos se lo estaba pasando tan bien a mi costa, que desde entonces no puedo sentir otra cosa que afecto por los irlandeses de cualquier tipo y condición, y eso independientemente de su grado de chaladura, que suele ser mucha y muy habitual.
Ahora bien, digo que he estado a punto de contarle la anécdota a mi hijo mayor; pero, me he aguantado porque sé que está en esa edad en la que, o se mitifica todo, o se malinterpreta todo. Y claro, no es cuestión de ir a recogerlo a las cocheras de los urbanos de Oviedo en vete a saber qué estado de embriaguez.
Luego también he recordado que un tiempo después, viendo la peli de The Committments por enésima vez, pude reconocer las cocheras de los buses esmeralda de Dublin dado que el rubio fofito y mamarracho que cantaba en el grupo trabajaba allí. Asunto que me sirve para ilustrar esta entrada con una cancioncilla de la peli y dejar esto ya echando hostias que hay que ir pensando en hacer vida familiar y tal.


Que un berreador millonario, el cual hace ya décadas que debía estar retirado de acuerdo con criterios exclusivamente musicales, se empeñe en celebrar un concierto en plena pandemia, y eso mientras la inmensa mayoría de sus colegas que no tienen la vida resuelta como él las están pasando canutas, no solo es el enésimo ejemplo de la repulsiva megalomanía que caracteriza al personaje, sino también motivo de sobra para descalificarlo utilizando esas palabras gruesas que tanto horrorizan a los cibermojigatos para los que toda crítica -no les vaya a tocar a ellos- les parece siempre fuera de lugar, sobre todo cuando a los miserables, canallas e hijos de puta se les menciona tal cual, con todas las letras. De modo que, siquiera por una vez, y para evitar que alguien me tire de la oreja y me tenga que revolver para cagarme en su puta madre, me voy a contener.

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