viernes, 21 de abril de 2023

HOMBRE LOBO AQUÍ AL LADO


 

Salgo a andar un rato por la tarde y cuando llego a lo alto de Artetxo para entrar al bosque de Armentia oigo voces al fondo del camino y algún que otro ladrido.
- ¡ Venga, venga, a por él, que huya, que huya!
Al rato veo a un grupo de paisanos vestidos como para ir de montería pero armados con cazuelas y cucharas en lugar de escopetas. Varios de ellos llevan atados con correas a perros de caza a los que azuzan para que ladren como si les fuera la vida en ello.
- ¡A por él, fuera, fuera!
No entiendo a qué viene semejante carajal; pero, algo me dice que pueden ser los aldeanos del pueblo cabreados porque, como de costumbre, este año se nos ha vuelto a olvidar pagar la cuota para las fiestas del pueblo; peores cosas se han visto aquí en el agro. En cualquier caso, procuro coger el camino contrario para alejarme lo más lejos posible porque no quiero cometer el error de esperar a que me alcancen para poder discutir con ellos como personas civilizadas; hace ya tiempo que me di cuenta de que eso es una antinomia como una casa.
- ¡FUERA, FUERA, FUERA!
Arrecian los gritos y los ladridos a mis espaldas y yo empiezo a temer por mi integridad. Sigo sin entender nada, pero, insisto, sé que lo más absurdo, y sobre todo incluso, peligroso que puedo hacer es dejar que me alcancen para pedir no sé qué explicaciones. Así que empiezo a correr sin saber muy bien hacia dónde, digamos que instintivamente. Y en esas que llego hasta la zona de Inazabal ya a las faldas del Zaldiaran. Con todo, puedo oír los ladridos de los perros a lo lejos y temo que de un momento a otro los vayan a soltar para que se me echen encima. No me queda otra que escapar monte arriba por el camino que va a parar a las ventas de Ogabe. Sé que allí hay unas cuevas donde esconderme; pero, vaya por Dios, cuando llego veo que han puesto unas verjas para impedir que la chavalada haga botellón o yo qué sé. No me queda otra que seguir monte arriba, a ver si despisto a mis perseguidores en el hayedo. Es entonces cuando siento que ya han soltado a los perros y yo casi me doy por perdido. Corro, sí, yo diría que casi con el rabo entre las piernas y a cuatro patas. Y en esas que llego hasta la cima junto al repetidor. No es que no tenga escapatoria, a decir mentira podría pasarme hasta el Arrieta, luego al Errosteta, y seguir así de un monte a otro hasta llegar a Urbasa. Pero no, a mi edad ya no tengo fuerza para semejante proeza, tampoco la he tenido nunca, a ver si te crees tú que yo... Solo me queda confiar en que mis perseguidores se cansen antes de llegar a la cima sobre la que me encuentro; a fin de cuentas cuatro cincuentones que utilizan la caza como excusa para poder salir los fines de semana de caza con los amigotes, dar rienda suelta a su "machoalfismo" tirando cuatro perdigones, y, sobre todo, para darse algún que otro homenaje en la sociedad del pueblo al final de cada batida. Y en eso que vuelvo a escuchar los ladridos de los perros sueltos. No tengo escapatoria y lo único que se me ocurre es subirme a una loma junto al repetidor para ponerme aullar como un poseso. Y el caso es que funciona, porque siento que los perros paran en seco su carrera, se dan media vuelta y salen escopetados por donde habían venido ante la estupefacción de sus dueños, y a los que no les queda otra que hacer lo mismo.
- AUUUUUUUUUUUUUUUUUU!!!!!
Este último aullido ya es de alegría, de victoria si se quiere. Tanta como que hasta me arranco la camiseta para ondearla en plan victorioso y así. Entonces descubro que estoy más peludo de lo normal por todo el pecho y las espaldas, que me ha salido un montón de pelo en las orejas y sobre todo que hace tiempo que no me corto las uñas.
- Hostia, hostia, que soy un lobishome; putas caminatas por el campo…
Justo en ese momento, y tal como suele ser lo habitual, despierto con el consabido sobresalto y ya luego en el baño echando la meadica matutina coligo que la pesadilla de esta noche ha debido ser provocada por el mejunje de información que debe haber en mi inconsciente tras ver los dos capítulos de una serie documental sobre los llamados lobos de la costa de la isla de Vancouver, una verdadera maravilla de paisajes y fauna en la costa del Pacífico canadiense, y la noticia que leí hace unos días acerca de que los ganaderos de Álava tenían previsto realizar batidas para ahuyentar a los lobos que atacan sus rebaños en lugar de tirar de escopeta como era la costumbre antaño, o más bien ogaño. Claro que teniendo en cuenta los tiempos de corrección política hasta en la sopa, o ya sólo de pusilanimidad nominativa, vamos, eufemismos a gogo, mucho me extraña que no las hayan denominado ya “batidas informativas”. En fin, si eso me voy a lavar los colmillos.

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