lunes, 17 de junio de 2024


 

Anoche estuve de vuelta en Senegal con L y J. Íbamos a visitar una población en medio de los manglares para no sé qué fiesta tradicional con mucho baile y balafón, que es como el txistu o la gaita del lugar pero en tropical. La lancha que nos llevaba hasta el poblado en cuestión no podía alcanzar la orilla por culpa del calado. Así pues, teníamos que saltar de la lancha unos cuantos metros antes y llegar andado hasta la orilla. Momento en el que al amigo J casi le da un pasmo porque había leído en la guía que prevenía de todos los peligros de aquel rincón africano, que había que procurar evitar meterse en las aguas de los manglares porque estaban repletas de todo tipo de parásitos.
-¿En serio vamos a ir andando hasta la orilla? En la guía dice que es precisamente en el contacto de la piel con el agua de los ríos, lagos o manglares, donde suele picar el dengue con más facilidad.
-Tú mismo. O le convences al barquero para que te acerque hasta la orilla a arricotes o que te lleve de vuelta por donde hemos venido - no sé si L o yo.
-¡Hostia puta! ¿Pero no nos vacunamos de la malaria antes de venir? - lo mismo, cualquiera de los dos.
Ya en la habitación del bugalow, o lo que fuera aquello, otra vez J:
-¿Pero vamos a dormir en una hamaca?
- Sí, y con mosquitera para que no nos piquen los bichos.
- No sé yo sí...
-Mira, vamos a hacer una cosa. Que cada cual saque su botella de whisky, pacharán o lo que sea que se haya traído de extranjis desde casa, nos las llevamos a la fiesta, nos la bebemos y que le den por el culo al anófeles de los cojones.
- Mejor sacamos dos botellas cada uno y así compartimos con la gente del pueblo.
Unas horas más tarde, tras asistir al espectáculo para turistas, hecho nuestros pinitos en los bailes regionales de la zona, bebido y compartido cada cual su botella con los colegas que nos invitaron a cenar ostras de los manglares asadas sobre unas hogueras junto a la orilla, tras haberlo dado todo al lado de unas diosas de ébano sobre la pista de una sala de fiestas en medio de la nada, y hasta la que nos habían llevado no me acuerdo muy bien quién y cómo, amanecimos cada cual sobre la mosquitera, alguno incluso durmió toda la noche al raso.
- Ay, ay, ay.
-¿Qué te pasa, J?
- Me siento mal, muy mal, creo que he pillado...
- ¿Qué, qué, el que? -yo y L al unísono.
- No sé, pero no veo por este ojo y apenas oigo por este oído.
- "Amos" hombre, no nos jodas...
- En serio, necesito un médico.
Luego tampoco recuerdo muy bien cómo abandonamos aquel poblado y conseguimos llegar lo más rápido posible a la urbanización turística adonde nos habían dirigido los del seguro médico por teléfono. No había ni un alma en aquel campo de concentración para turistas. Por suerte, pudimos encontrar la enfermería donde se suponía que nos atendería el doctor Karim no sé qué hostias.
- Bonsoir. Notre ami dit qu'il voit pas d´un œil et entend pas d´une oreille. Il pense avoir été mordu par un insecte.
Nuestro gozo en un pozo, porque el senegalés de casi dos metros que nos había recibido con la más amplia de las sonrisas y trasmitido la confianza necesaria para tranquilizar a nuestro con su aplomo, resulto que era el enfermero del médico libanés que en ese momento aparecía en la consulta mascullando no sé sabe bien qué maldiciones en árabe y dando bandazos para llegar hasta la vitrina donde tenía su utillaje médico.
- ¿Pero? ¡Este hombre está borracho! -dijo J y, por lo que se ve, le entendió hasta el enfermero sin saber una palabra en español.
- Es lo que hay...
Entonces, tras sujetar a nuestro colega para que no abandonara la consulta, y tras convencernos el enfermero de que no nos preocupáramos, que ya se encargaría él de supervisar al doctor, ni más ni menos que como solía ser lo habitual, según nos confesó, empezó uno de los diálogos más absurdos en los que he participado nunca. El médico libanés soltaba una parrafada en un dialecto ebrio del francés que me resultaba incomprensible mezclado con juramentos semíticos, el enfermero senegalés me lo traducía al francés internacional con algún que otro comentario en woolof para el cuello de su camisa, yo en castellano al amigo J y éste siempre me respondía.
- ¿Queeeé? No oigo nada, me estoy quedando sordo también del otro oído.
- Venga ya, no me jodas. Pero, ¿por lo menos ves los gestos que te hace el enfermero?
- No sé, entre que solo veo de un ojo y por el otro todo negro...
- J, mecaondíos, no te nos pongas políticamente incorrecto que no estamos para muchas hostias. Eso y que lo tuyo fijo que es una otitis.
- Te juro que lo veo todo negro, muy negro...
Y ya luego desperté. O no, quizás me levante del sofá donde escucho música mientras trasegaba una botella de Luís Alegre del año, maceración carbónica, muy aromático, afrutado, aunque para mi gusto demasiado sedoso, sin ese toque de aguja tan característico de los cosecheros de mi tierra, casi más para paladares de fuera, no sé, igual esa era la pesadilla y no la otra, quién sabe.

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