lunes, 24 de junio de 2024

DIPSÓMANOS Y PAJEROS


        Como este mes y el que viene, en realidad hasta que me canse como todos los años, me toca volver a Irlanda, siquiera en la imaginación, y por lo tanto a Joyce -ahora ya me he pasado al A Portrait of Artist as a Young Man con su correspondiente dosis de evocación de mis propios años mozos en un gulag con sotanas como el del prota-, a las alucinaciones dipsómanas de Flann O´Brien, la prosa también etílica de Brendan Behan, e incluso al costumbrismo proletario de Roddie Doyle, esta semana, ¡oh, sorpresa!, he soñado que estaba de vuelta en Dublín para celebrar el Bloomsday con los colegas que me acompañaban en mis correrías dublinesas cuando era un veinteañero.


Me ha costado convencer al italiano, Mario, en la práctica una polla andante, y esto dicho por él mismo, y a Pascal, el pequeño bretón, casi dos metros de discreto o acaso sólo tímido obseso sexual, dos tíos de los más normal, yo diría que incluso prototipos de los que pueden o podían ser unos veinteañeros de su época y entorno, esto siempre y cuando sus comentarios a cuenta del sexo opuesto queden entre nosotros, para que se sumen a la fiesta que se celebra todos 16 de Junio en Dublín en homenaje al Ulysses de Joyce. Como era de esperar, porque estos no se acercan a un libro si no les dices que contiene fotos de tías en pelotas o por estilo, ambos no tenían ni zorra idea de quién era el tal Joyce y todavía menos qué de iba el Bloomsday de marras.

Así que en el sueño les explicaba que se trataba de de ir de pub en pub leyendo fragmentos de un libraco se les antojaba una cosa como muy viejuna, propia de profesores de literatura, letraheridos con una muy acentuada inclinación por darle al frasco, funcionarios en su hora del café con unas goticas de espirituoso antes de empezar con las pintas de media mañana, turistas de los que se apuntan a un bombardeo por puro aburrimiento, y demás frikis por el estilo. No es para menos porque yo siempre he sido de gustos bastante viejunos, qué otra cosa es la literatura, me dirás tú. Ahora bien, siento que hoy también la vamos a tener como todos los findes que vamos al pub, porque como buen vasco eso de tirarme más de diez minutos en el mismo bar se me antoja algo completamente antinatural, antiforal o casi. Tampoco es que ellos sean Flann O´Brien y Patrick Kavanagh, los talentosos escritores y alcohólicos archiconocidos que inventaron el sarao del Bloomdays para, con la excusa de celebrar el libro más trascendental del siglo XX, cogerse una curda de campeonato para no variar.

El caso es que al segundo pub, el Kennedy, veo que el italiano ya está babeando a un grupo de irlandesas tal y como suele ser su costumbre siempre que salimos de farra. Peor aún, al salir del baño de descargar la Guinnnes del anterior pub, busco al bretón y me lo encuentro en una de las esquinas de la barra comiéndose un sándwich de gorgonzola porque el White&Black que se ha tomado, una pinta de Guinness con un chupito de whiskey Jameson dentro, ya le ha sentado mal y está en un tris de derrumbarse con sus casi dos metros sobre un grupo de turistas japoneses que observa al paisanaje como si todavía estuvieran de visita en el zoo del parque Phoenix. Puto gabacho, si en vez de pedirse una coca-cola cada vez que vamos a un pub, se tomara media docena de pintas todas las tardes como hacemos el resto, seguro que no tendría ese problema con el equilibrio.

Hay que joderse con la peña. Llevamos casi un cuarto de hora en el mismo pub y yo ya estoy que me subo por la paredes, como un chimpancé en una jaula, así que me las piro.

- Dove stai andando? Lascia che ti presenti questi trojane; ci mangeranno anche il muco.

- Mira, Mario, en serio, paso de tus mierdas de latin lover.

- Il poverello ha occhi solo per la sua vasquita, la piccola Lorea, il fiore de Oiartzun…

- Lo que quiero es largarme de aquí.

- Ma dove vai?

- A cascarla si te parece.

Dicho y hecho, al rato aparezco con trece o catorce tacos en el cuarto trastero de la casa de mis viejos en la plaza que hay entre la Avenida y la calle Abendaño. He subido con mis colegas del cole después de haber arramblado en lo de Beyena un par de revistas de esas que decíamos guarras mientras unos distraían a la dependienta y otros procedían a la sustracción con la consiguiente carrera a lo largo de la calle Gorbea. La idea es arrancar las hojas de las revistas para colgarlas en las paredes del trastero y poder así tener una visión más amplia, de conjunto, del material sustraído a la vez que procedemos a la competición onanista con que acostumbramos a echar las tardes de los viernes siempre que tenemos ocasión, vamos, aprovechando que mis viejos se han ido al pueblo. La verdad es que lo de la masturbación en manada resulta bastante incómodo porque hay que concentrarse en la faena y eso resulta prácticamente imposible cuando todo el mundo está soltando chorradas sin parar. Algunos como A ni siquiera consiguen arrancar. El resto nos aplicamos lo mejor que podemos, aunque tampoco le ponemos mucho empeño dado que no tenemos nada que hacer mientras esté J entre nosotros, el fitipaldi de las pajas, un verdadero prodigio en cuanto a celeridad tanto en lo referente al empalme como a la eyaculación. Entonces oímos que alguien golpea frenéticamente la puerta del trastero.

- Abre, Josemari, abre que ya sé que estás ahí con los pajilleros de tus amigos. –grita como una posesa una mujer cuya voz me cuesta identificar.

- No jodas, Txema, ¿no será tu vieja?

- Mi vieja no sabe ni que existe este trastero. Eso y que por mucho que le joda tener bajar al pueblo de mi viejo todos los findes de semana, siempre hace lo que éste le pide.

- ¡Abre de una puñetera vez!

- Voy a tener que abrir…

Así que abro y casi me doy de bruces con la Rocío Monasterio de Vox, la cual se precipita al interior como una loca arrancando de las paredes las fotos artísticas de señoras y señores practicando las más diversas y hasta acrobáticas posturas del arte amatorio.

- ¡Pervertidos, se os va a secar el cerebro con tanta paja!

Mira que es un sueño y que por lo tanto nada debería sorprendernos; pero, tampoco podemos evitar mirarnos los unos a los otros y soltar un respingo al unísono.

- Qué coñazo de señora, me recuerda a las monjas franquistas, castradas y castradoras, de las que habla mi ama.

- Ya te digo yo. Y eso que la Rocío de marras me la ha vuelto a poner dura.

- ¡Y a mí!

- ¡Y a mí!

- ¡A mí también!

- Tiocfaidh ár lá!

- Supongo que hablamos de política.

- Por supuesto, nosotros siempre hablamos de política. No somos unos degenerados.

- Oye, a ver esas litronas, que yo hace ya un rato largo que he ganado la apuesta...

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