jueves, 18 de octubre de 2012

EL MEJOR PADRE DEL MUNDO


Ser el mejor padre del mundo como ser el mejor hijo, marido, ciudadano o empleado, no puede haber mayor pretenciosidad. Pero, cómo son estos tiempos de gilipollas que eso parece ser ahora, no ya un objetivo, una aspiración, sino casi que una obligación. Como declares que a ti te la trae floja ser el mejor padre del mundo, que con te quieran tus hijos vas que chutas, en seguida se ciernen sobre ti las miradas reprobatorias e inquisidoras de la peña abrumadoramente bienpensante y bienqueda que de un tiempo a esta parte compone la práctica mayoría de la gente entre la que vivimos. Porque en nuestra sociedad actual ya no vale con cumplir lo mejor que puedes con tus obligaciones paternas, esto es, con dar de comer a tus hijos, protegerlos, llevarlos al colegio, transmitirles tus valores de tenerlos, educarlos para que no parezcan mandriles en celo, y, en general, repartir tanto cariño como autoridad, la esencia de la paternidad a mi juicio. Ni mucho menos, eso ahora se te presupone pero no se valora. En nuestros días, y como en el resto de los ámbitos de la vida, lo que se impone, se exige, es ser perfecto. Hay que ser el mejor padre a toda costa, pues sólo empeñándote en ello puedes aspirar a ser reconocido como tal.  Y no se trata precisamente que el espectacular grado de desarrollo técnico y científico que hemos alcanzado ofrezca la oportunidad de eliminar de cuajo todas aquellas taras que hacían del ejercicio de la paternidad un verdadero suplicio, una condena que se impone uno a sí mismo desde el primer momento que le dice a su pareja "¿embarazada? ¡qué alegría!".  Se trata más bien del increíble y apabullador desarrollo e imperio de la tontería en grado sumo, la generalización de la memez como motor de conducta.

De ese modo el tutor de tu hijo te dice que el chaval el clase, por lo general, bien, que es bueno en esto y lo otro; pero, porque faltaría más que no hubiera un pero, es muy nervioso, despistado, se mete los dedos en la nariz para comerse los mocos o vete a saber. ¿Qué hace el común de los padres? Pues sale corriendo a casa a tratar lo de los nervios, el despiste o los mocos del niño, a ver si hay que llevarle a un especialista para que lo centre a base de terapia y pastillas, o acaso también para que le hagan una lobotomía y de paso asegurarse que en el futuro estudie una ingeniería y vote al PPSOE. Porque el nene tiene que ser perfecto y tú todavía más, no puedes permitirte que vayan por ahí diciendo "el hijo de Txema, que no para quieto en clase y está todo el rato comiéndose los mocos, se ve que no lo alimentan en casa." Y claro, como quieres que te señalen como un mal padre, alguien que no pone todos los medios a su alcance para que su hijo sea un futuro Einstein, pues de cabeza al pedagogo, al siquiatra si hace falta: "mire, el niño, que no me saca matrículas de honor en todo, a ver qué podemos hacer, pago lo que haga falta".

Y si solo fuera dinero para sufragar el psicólogo, las actividades extra-escolares, todos los caprichos habidos y por haber, el futuro internado en un colegio de idiomas en mitad de la campiña inglesa, la matrícula en la universidad más molona para el currículo de turno, las tetas de su futura novia... En fin, no sólo hay que tirar de chequera para demostrar al mundo y en particular a tu hijo que, si no eres el mejor padre del mundo, sí al menos pagas para parecerlo, también hay que ejercer de consejero sentimental de tu hijo, de "coach" de sus estados de ánimos y pajas mentales, lo cual te obliga, casi sin quererlo, a realizar un curso acelerado de psicología para no traumatizar al crío con cualquiera de tus ocurrencias, no se te vaya a escapar eso de "te entiendo hijo, si en el fondo son todas unas... terroristas emocionales" cuando te cuente que está hecho polvo porque ha roto con su novia de hace una semana. Pero no, por favor, como se escape algo así en el futuro, cuando el pobre empiece a sufrir la maldición de la existencia masculina, también llamada sexualidad, seguro que me dilapidan en mitad de la plaza pública, por grosero, bruto, chabacano, el peor padre del mundo.

Porque eso y no otra cosa es lo que pienso cuando cae en mi manos uno de esos suplementos dominicales con artículos acerca de "cómo debemos actuar con nuestros hijos, diez consejos para ser un padre diez", "consejos para ser el mejor padre del mundo", que nos hemos vuelto definitivamente idiotas a la par que extremada e irracionalmente ambiciosos. Yo no puedo ser el mejor padre del mundo, siempre habrá alguien que me gane, seguro que alguno tan exquisito, puntilloso y sensible que yo a su lado parece un ogro descastado y pervertido. Yo lo que quiero ser es un buen padre para mi hijo y poco más, a ser posible consciente de mis defectos, que los tengo a porrillo, si bien ni más ni menos que la mayoría de los soplapollas que se pasan la vida juzgando a los demás por lo hacen o dicen en la convicción de que ellos sí, ellos son los mejores en todo, han alcanzado el camino de perfección con el que nos machacan a todas horas. Pero claro, de eso mismo va la idiocia que nos rodea, la versión actualizada de la mojigatería de toda la vida, el pujo de querer ejercer siempre de juez de nuestros semejantes; ahora toca pasar por el padre perfecto como antes por el cristiano más devoto. Al fin y al cabo es lo mismo que con la cosa religiosa, el caso es renegar de nuestra cualidad humana en mor de una perfección que solo existe en la mente de los talibanes de turno.

Por eso no soporto a los pedagogos, verdaderos parásitos de la estulticia humana, los nuevos moralistas o curillas de la conciencia ciudadana, maestrillos del tres al cuarto cuya única razón de ser no es otra que fiscalizar las debilidades ajenas, una chusma infecta de teorías de chichinabo que quedan muy bien sobre el papel  y completamente ridículas en la realidad. Ya los tuve que soportar cuando estudié para sacarme el CAV (curso de adaptación al profesorado), una de ellos hasta me quería poner a bailar en medio de clase para ayudarme a desinhibirme a la hora de dar clase. Tuve que explicarme que yo en clase me desinhibo con el sentido de deber y por las noches con un cubata en la mano. Eso por no hablar de las toneladas de apuntes a rebosar de estupideces que el sentido común resume en pocas palabras. Pobrecicos, ya sé que se estaban ganando el cocido, a fuerza de cocernos la cabeza a los demás con sus putas perogrulladas. 

En fin, no niego que como padre precise de cierta orientación, de más de una referencia cercana o no, tanto como del derecho a ser libre de cometer mis propios errores y saber corregirlos por mí mismo, conforme a mi capacidad o inteligencia. Por eso, y no otra cosa, me reafirmo en el que la única guía pedagógica digna a ser tomada en cuenta, siquiera sólo por la profundidad de su carga emotiva y literaria, es la CARTA AL PADRE de Kafka, al menos las conclusiones las sacas tú mismo y no un tercero que no te conoce de nada y aún así pretende orientarte en tu propia vida: LA CARTA AL PADRE, no tiene desperdicio desde la primera a la última línea; pero, sólo por entresacar algo.





" Tú, por ejemplo, me alentabas cuando hacía bien el saludo militar, el paso de marcha, pero yo no era un futuro soldado, o me estimulabas cuando podía comer mucho y aún tomar cerveza, o cuando lograba repetir canciones incomprensibles o repetir tus frases usuales, pero nada de eso pertenecía a mi porvenir." 





"También es verdad que apenas me has pegado alguna vez de verdad. Pero aquellas voces, aquel rostro encendido, los tirantes que te quitabas apresuradamente y colocabas en el respaldo de la silla, todo eso era casi peor para mí. Es como alguien a quien van a ahorcar. Si lo ahorcan de verdad, ha muerto y todo ha terminado. Pero si tiene que ver todos los preliminares del ahorcamiento y sólo cuando le cuelga la soga delante de la car ase entera del indulto, puede que quede dañado para toda la vida. Por si fuera poco, a medida que se iban acumulando aquellas ocasiones en que, según tu criterio claramente manifestado, yo hubiera merecido una paliza, pero gracias a tu indulgencia me había librado de ella por muy poco, iba aumentando en mí otra vez el sentimiento de culpabilidad. Por donde se mirase, siempre incurría en falta frente a ti."

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