martes, 12 de enero de 2016

BOWIE



Jamás habría pensado que en algún momento de mi vida se podría relacionar algo de lo mío con Abba como lo ha hecho Nekane Mendia con mi última novelica negra y un Cd del grupo sueco en cuestión. No porque nunca he sigo fan, esto es, un seguidor más o menos pasado de rosca ni nada por el estilo. A decir verdad, las canciones de Abba no sólo no me han hecho vibrar nunca sino que incluso conseguían irritarme sobremanera cuando me las imponían como se impone ahora la música popular por doquier, esto es, a discreción, en cuanto sintonizas una cadena, entras a un bar o a una tienda, o te toca un hortera al lado. No estoy muy seguro de que ese fuera el caso de Hasier A (aquí me resisto a un exceso de verosimilitud biográfica porque se trata de un tipo al que ya no he vuelto a ver desde hace décadas y no querría pasarme de indiscreto), un compañero del cole de cuando teníamos nueve, diez, once, no sé, la misma que tiene ahora mi hijo mayor. Asier -ahora sin h porque acabo de recordar que no la llevaba- era el moderno de clase, siquiera ya sólo porque era el que estaba al tanto de las novedades musicales, porque era de los pocos chavales que lo estaban, si no el único a nuestra parva edad. De ese modo, Asier era el que llevaba a clase aquellos reproductores de casetes antediluvianos cuyas teclas eran casi del tamaño de un piano, casetes a los que siempre se les salía la cinta que luego había que recoger con la capucha de los bolígrafos, y con cuya música nos animaba los recreos y los ratos entre una clase y otra. En efecto, Asier pulsaba las teclas rojiblancas del reproductor y la modernidad en forma de ritmos bailongos y letras en inglés invadía nuestras aulas y el patio de recreo. Y además bailaba, Asier se dejaba llevar por el ritmo, se diría que lo traía ensayado de casa, para epatarnos. Claro que sí, para qué si no, todos boquiabiertos mirando a Asier moverse como sus ídolos suecos cuando salían en Aplauso los sábados a la tarde. Y Asier molaba y mucho, estaba en la onda, entonces se decía así, también sin h. Y cuando la fiebre de Abba pasó porque todo pasa, Asier continuó molando con Grease, los Village People, Michael Jackson, Queen y por el estilo, siempre con su casete -ese era el nombre coloquial tanto para el reproductor como para la cinta-. Siempre a la última, es más chic de clase, el más camaleónico en todo lo que hacía, nuestro David Bowie de andar por clase, tan guay que hasta se le perdonaba que fuera uno de los empollones, que en realidad fuera un tanto borde, tímido me atrevería a decir para disculparle, cuando cesaba la música. Un tío curioso, por lo demás sumamente reservado, y cuya pasión por la música de moda, en realidad por los hits de Aplauso y para de contar, era tanta que le hacía aparcar su proverbial timidez o lo que fuera, para erigirse durante unos minutos en el más popular de la clase. Luego ya yo, todo hay que decirle, nunca sentí la más mínima atracción por los ritmos con los que nos amenizaba, ni siquiera se me fue el pie una sola vez durante una de sus perfomances en las que parecía desafiar las leyes de la gravedad con su cuerpo de pera. Digamos que mis gustos musicales iban por otro camino muy distinto, de los cantautores más o menos gemebundos a la triada cuasi sagrada de la guitarra eléctrica, el bajo otro tanto y la batería, los sintetizadores como que para identificar al enemigo. Recelos hacía los gustos todo lo que salía en el Aplauso de marras y en realidad hacia todo lo que no fuera mover el esqueleto como lo hacía Asier. A decir verdad, bailar siempre fue un anatema hasta muy tarde, digamos que hasta que empezamos a ingerir cantidades ingentes de desinhibidores líquidos para lo de poder tener luego la cuartada por si habíamos hecho demasiado el chorra sobre la pista y luego venía algún capullo a recordárnoslo. Claro que ahora visto desde la distancia, me temo que el problema era que la mayoría éramos, o queríamos aparentar serlo, muy intensos, testosterónicos, muy de pose dura y comprometida, chupa vaquera o de cuero y los vaqueros como que haciendo vació en la cojonera, muy de soltar chapas grandilocuentes acerca de la absurda trascendencia músical, estética, política y casi que hasta geoestratégica de tal o cual grupo de rock o conjunto de berreadores más o menos profesionales. Nada que ver con lo de Asier, el muy cabrón parecía que sólo quisiera disfrutar de la vida. Así, sin mayores complicaciones, como si fuera tan fácil, al menos entonces, todos en el puesto de salida para elegir bando, rebaño o lo que fuera. Y entretanto, el Asier a lo David Bowie, por su cuenta.

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