lunes, 22 de febrero de 2016

TODO POR UN CHARCO



Ayer me llaman del colegio de mis hijos a eso de las doce y media pasadas, que a ver si podía acudir a cambiar de ropa al pequeño porque se había caído en un charco y se había empapado hasta arriba, que lo tenían junto al radiador secándose, pero claro... Pues nada, una vez más a la carrera antes de que el neno coja una pulmonía. Primero recoger la ropa, ¿dónde coño está la ropa limpia del canijo cuando se la necesita, y sobre todo, será posible que todavía no sepa distinguir los calzoncillos del pequeño de los del mayor? Bueno sí, sí los distingo, por el frenazo...¿Y las llaves del coche, será posible que justo cuando más prisa tengo no estén donde tienen que estar, dónde cojones habré dejado las putas llaves? No perdamos los nervios, trata de arrancarlo, Txema, digo, de encontrarlas; si estoy dentro de casa es que he utilizado las llaves y no han podido ir muy lejos, que ya se sabe que a los objetos cuando no los miras les salen patas y van donde les da la gana con tal de tocarte las pelotas un rato si te ven apurado. ¿Y el ascensor para bajar al garaje? Pues ocupado, venga a subir y a bajar gente, justo ahora, a esta hora de la mañana en la que de ordinario no suele haber nadie en el edificio. Así que al final bajo las escaleras de tres en tres. Y ya en en garaje lo de siempre, haciendo maniobras bajo la lluvia para esquivar los coches aparcados en doble o triple fila alrededor del chigre de al lado; como que me están entrando ganas de ponerle una bomba a modo de despedida, qué hostias. Y nada, la Ley de Murphy es implacable con el manojo de nervios que es un servidor. Ancianas cruzando el paso de cebra a velocidad de caracol, jubilatas cruzando la carretera por sorpresa y mirando para su ombligo, atasco en la callejuela por la que me desvió para ir hacia el cole porque, qué si no a media mañana, ahí están los correspondientes camiones de reparto bloqueando el paso. Y ya cuando llego al colegio, aparco, salgo a la carrera, y justo al llegar a la puerta me acuerdo de que no he puesto el papelito de la OTA. No me queda otra que ponerlo porque aquí te llevan el coche sin pensárselo dos veces. Y una vez más delante de la maquina infernal que te pide la matrícula. ¿Cómo voy a saber yo el número de matrícula del coche, yo sólo me sé el del DNI y por si las moscas, joder! Por suerte no tardo más de diez minutos en sacar el papel de la OTA tras el test de rigor para saber si soy digno de aparcar en esta ciudad. Vuelvo a correr hacia el colegio, regreso de nuevo al coche también al trote y jurando en hebreo porque se me ha olvidado el hatillo con la ropa del niño. Y en eso que veo que la puerta que da al pasillo donde está la clase del canijo está abierta. Pues allá voy. Llego, llamo, sacó a Mk, lo cambio en el baño. Como la puerta está abierta pasa un grupo de infantes que ven al mío empelotado y se empiezan a descojonar de él. Mk se me pone hecho una hidra, se me escurre entre las manos y empieza a soltarme todo tipo de improperios. Al final lo agarro a la fuerza; por un momento he recordado la captura del jabato que hacían en las fiestas de los pueblos. Lo devuelvo a su clase de una patada. Y en eso que cierro la puerta de la clase me aparece el conserje todo indignado, que a ver qué es eso de andar por los pasillos del colegio como Pedro por su casa, que la norma dice que debo ir primero a conserjería y que ya se encarga él luego de conducirme hasta la clase. Le digo que lo siento, que se trataba de una urgencia y que ni se me había pasado por la cabeza la norma de marras. Me vuelve a insistir con el tema. Le digo que ya se lo he explicado, que ya me voy. El tipo erre que erre. Al final le tengo que levantar la voz: ¿pero qué hostias es eso de regañar a un adulto, acaso no me he disculpado, explicado? Caen, cómo no, unos juramentos de rigor; nada me saca más de quicio que esta gente que por lo que sea se cree imbuida de autoridad para abroncar al prójimo por cualquier pijada. Me largo, y el tipo continua con su retahíla a mis espaldas. Me paro, me doy media vuelta, lo miro con una de esas miradas que vienen a decir "¿todavía no te has dado cuenta de que le estás tocando los cojones a un tipo que te saca varias cabezas? ¿No te han enseñado en casa que hay que ser prudentes porque nunca se sabe si el tipo que tienes delante puede ser de la especie del personaje que hacía Javier Bardem en No Es País Para Viejos? En fin, salgo del cole, y como no me da tiempo para volver frente a la pantalla de mi ordenador, entro a tomarme un vino en un bareto hasta que sea la hora de ir a recoger a los críos. ¿Y qué me encuentro dentro para rematar la faena? Pues el careto eternamente estreñido de la Carme Chacón en la pantalla del televisor diciendo no sé qué de Podemos y la corrupción del PP? Sí, ella, la Chacón. Si es que cuando se tuerce todo, se tuerce.

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