jueves, 25 de agosto de 2016

HISTORIA DE UNA NOCHE DE VERANO IRLANDESA



Aviso para lectores potenciales: la siguiente entrada, relato, chorrada o batallita, puede herir la susceptibilidad de aquellos espíritus más finos, sensibles e impresionables, vamos, los que se la cogen con papel de fumar, y ya en especial la de aquellas feministas que piensan que los tíos son culpables por principio de todo por el hecho de ser tíos. Lo digo porque lo que viene a continuación es un homenaje a la testosterona de los veinte años en su estado más puro, la cerveza Murphy, el whiskey Jameson y los bailes de verano, lo cual implica el uso de un lenguaje soez, machista y sobre todo beodo.

NOCHE DE VERANO EN IRLANDA

Hay borracheras que no se olvidan nunca, así que aprovechando la estancia del amigo Josema en Irlanda y a la vista de las fotos que cuelga en este medio y que no han hecho sino despertarme la nostalgia, me he acordado de una de campeonato durante una noche de verano hace muchos, pero muchos años. Sábado a la tarde y cuatro amigos, un bretón llamado Pascal, Mario el Pichabrava, o sea un italiano, un chaval del Valle de Trápaga y un servidor (sí, como en un chiste de "érase un francés, un italiano y..."). Nos encontrábamos sentados en las piedras del rompeolas de Dún Laoghaire, o Dunleary, mirando anochecer sobre el mar de Irlanda, cada cual con su botellica de lo que fuera previamente comprada en un spirit shop donde el encargado te seguía pidiendo el carné para comprobar tu mayoría de edad a pesar de que saltara a la vista que tenías ya un buen matojo de pelos en los huevos; vamos, por joder a los extranjeros un rato. Sábado a la noche y cuatro veinteañeros privando medio a escondidas sobre los pedruscos y bloques de cemento del malecón de una villa costera al sur de Dublín. Hablando de lo que hablan los chavales a esa edad, de chicas, esto es, de las que decía haberse tirado el puto fantasma del italiano, para variar, y de las que nos habría gustado tirarnos a los otros tres. Hablando también del porvenir de cada cual, sí, por desviar el tema ante la hartura que provocaba el italiano con sus historias de ligoteo en plan aquí te pillo aquí te mato, que parecía que Mario no era capaz de ir a la panadería, encontrarse con una dependienta y no sentirse obligado a tener que poner él la barra de pan. Mario que quería montar su propia empresa de informática para resetear todo lo que hubiera que resetear, Pascal hacerse cargo del negocio familiar de alquiler de barcas en Lorient, el de Trápaga no sé qué de una fábrica de material de laboratorio, y servidor ahorrar durante unos años para luego abrir un negocio; no sé, algo de una agencia de viajes, el chollo padre. Y entre pitos y flautas, entre tragos y mucho palique para ser exactos, ya había anochecido delante de nuestras narices y nosotros sin enterarnos. ¿Qué hacemos ahora, adónde vamos? Como Dunleary (mucho más práctico que intentar pronunciarlo en gaélico...) era una villa costera decadente y sobre todo para viejos, si queríamos craic del bueno y sobre todo de sábado a la noche, no nos quedaba otra que subir en el Dart hasta Dublín para ir de farra por los pubes de Temple Bar y acabar en los club nocturnos de O´Connell Street o de dónde fuera. Sin embargo, no debíamos tener el cuerpo para muchas hostias cuando, de repente, oímos el bullicio pachanguero que venía de un barco de recreo. ¿Y si nos acercamos? Nos acercamos y pudimos comprobar que en el barco en cuestión se estaba celebrando una fiesta por todo lo alto para celebrar ya no me acuerdo qué. Y lo curioso es que nos dejaron entrar, y sin rogar o tener que amenazar a los porteros con llamar a la policía para denunciar consumo de drogas, trata de blancas o lo que fuera. Entonces entramos y nos damos de frente con una marabunta de jubilatas. ¿Y la priva? La priva era free, barra libre, acabo de recordar que celebraban varias bodas de oro o de plata a la vez. Nos quedamos, nos ha jodido, no nos íbamos a quedar. Lo primero rentabilizar la inversión que los anfitriones debían haber hecho para hacer felices a sus invitados. A saber cuántas pintas de Murphy cayeron antes de que uno de aquellos simpáticos abueletes irlandeses decidiera ilustrarnos acerca de las virtudes del Black & White, una pinta de cerveza negra con un chupito de whiskey irlandés dentro, como si recién hubiéramos llegado a las costas de la Isla Esmeralda en patera. Y al rato que nos sacan a bailar las señoras con sus cardados y ese hipermaquillaje tan del gusto de las féminas de aquellas islas. Pues nada, a mover el esqueleto, mira que majas estas putas viejas, qué marcha, qué picaras. ¡Hostia, que me han tocado el culo! ¡Y a mí también! ¡Pues está ya ha ido a ponerme directamente la mano en todo el paquete! ¡Cuidado con ese otro chocho loco! Se pensarían que éramos boys contratados por los maridos para animar el cotarro o qué sé yo. Eso o que como proveníamos de Francia, Italia y España, pues que todo el monte era orégano, que con lo de la sangre caliente, pasión latina y demás mandangas, como para quejarnos. Y así una, y otra, y otra, hasta que empezamos a sentir que pasábamos de mano y mano y que cada una de éstas iba a lo que iba, al pastel. Yo creo que hasta el Pichabrava, el Cazzopazzo de Mario, estuvo a punto de entrar en un verdadero estado de pánico, temiendo por su dignidad masculina. ¿Por qué no nos fuimos? Recuerdo que la priva era gratis. Lo que hicimos, creo que fue idea del gabacho, fue sacar ventaja de nuestros lozanos veintipocos años y ponernos a bailar como locos arrastrando a las abuelas salidorras a una vorágine de movimientos que no sé yo si alguna de ellas acabó en la correspondiente UVI irlandesa y como que tampoco nos importaba mucho. Eso sí, llegó un momento en el que ya ni hasta la más rumbosa y lasciva ancianita nos pudo seguir el ritmo y entonces la pista se quedó a nuestra total disposición mientras hacíamos esporádicas escapadas hasta la barra para reponer gasolina. Al final acabamos tan living la vida loca que los abueletes fueron abandonando el barco hasta quedarnos a solas con la tripulación y, sobre todo, con el servicio de barra. Y el caso es que estábamos tan a gustito, tan de cánticos de la tierra cuando a cada cual le llegaba el turno de la suya, ahí el Mario dándolo todo con el Romagna mia/Romagna in fiore/Tu sei la stella,/Tu sei l'amore./Quando ti penso, que no sé cómo no nos animamos y soltamos amarras para ir a dar la vuelta al mundo y que le dieran bien por culo a todos aquellos planes de futuro que teníamos entonces en la cabeza cual inocentes mozalbetes que éramos y que luego a cada cual le han dado en lo que le han dado. Pero eso ya sería otra historia. Otro día.

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