martes, 20 de septiembre de 2016

DE LA INTOLERANCIA COTIDIANA Y ASÍ.




La gente entiende que uno ande deprimido por una desgracia personal, laboral e incluso ambiental, las putas ballenas o algo así..., si está es reciente, esto es, cuando toca. Estás en tu derecho a ir con una losa encima si recién has perdido a un ser querido, te ha abandonado la mujer de tu vida o te han echado del trabajo. Sin embargo, lo que la sociedad no perdona es que pasado un tiempo sigas dando la murga por esas mismas cosas por las que hasta no hace mucho te daban ánimos o palmaditas en la espalda. Así pues, cómo o a quién confesar que a pesar del tiempo transcurridos, año y pico a decir verdad, sigas jodido por el ha sido hasta el momento el peor trago de tu vida. No todo el tiempo, claro que no, pero partiendo del hecho de que piensas en ello todos los días y que sabes que eso va a ser así hasta que te mueras, cómo no sacar las cosas de quicio casi que sin darte cuenta, al menor descuido.Y aunque tú también eres consciente de que esas cosas hay que superarlas, afrontarlas con la naturalidad con la que se enfrenta lo que tiene vuelta de hoja, aunque seas el primero en aceptar el mantra de que la vida sigue y no hay que mirar atrás ni para coger impulso, que menuda chorrada, tampoco puedes evitar esos días en el que su recuerdo te sume en un desasosiego del que no puedes salir por mucho que te lo propongas. Porque cada cual asume como puede, o mejor dicho, como le obliga su manera de ser, su sensibilidad. Y sí, claro que sí, que todos tenemos que pasar por lo mismo, así que no vengas dando la murga, queda muy feo, muy de ir mirándose el ombligo todo el rato y otras cosas todavía más feas.Y no lo haces, claro que no, porque eres, o al menos procuras serlo, consciente de los límites que la sociedad impone a la expresión de las cuitas de cada uno cuando establece que no toca, ya no. De modo que ha pasado el tiempo, no toca lamentarse, si lo haces estás dando la nota, no importa el foro o el momento, eso debes borrarlo ya de tu comunicación con el prójimo, ni siquiera con tus íntimos. No vayan a pensar que no estás bien, que hay que mandarte de una patada al loquero de turno. Y eso si son compasivos y tal, que si son como suele ser la mayoría, esto es, implacables con las supuestas debilidades ajenas, ya te habrán colgado el sambenito de tío coñazo, murgas. Porque nada más repugna al prójimo que la manifestación de la debilidad ajena, que es por lo que se tiene al que frecuenta el desaliento, al que se pierde por las concavidades de su alma en lugar de subirse al carro del enardecimiento de lo positivo sobre todas las cosas. Confesar que hay días que no sabes hacia dónde tirar porque te pesa el vacío que sientes a tu alrededor te convierte de inmediato en un ser débil y ya en especial en un inútil, alguien que no sirve ni para querer a los que lo rodean, alguien del que desconfiar porque en cualquier momento te deja en la estacada, alguien que no sabe de qué va esto de la vida, en esencial en tirar hacia adelante al modo de los cangrejos o de los caracoles, eso ya da lo mismo. Y no es eso, claro que no, sólo es una amarga melancolía que te embarga de vez en cuando, si bien no tan de seguido como tienden a pensar de inmediato los que te descubren con ella por la cosa esa de quitarse el muerto de encima recurriendo a la sentencia más categórica, y que puede que te cueste quitártela de encima más de lo que les cuesta a otros, más positivos, pragmáticos y tal, porque ese es tu carácter, maldita introspección. De modo que a rumiarla en soledad, hacia tus adentros y como mucho sobre estas líneas por costumbre, es decir, por vicio de escribirlo todo cuando en realidad no tienes nada que decir. Total, hacerlo aquí también es casi como hacerlo al vacío, qué importa.

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