viernes, 9 de septiembre de 2016

LOS GATOS PARDOS

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Los Gatos Pardos, segunda novela de Ginés Sánchez, es el ejemplo más palmario de cómo pervertir para bien el género negro, esto es, cómo presentar como novela de género lo que aspira a ser algo más sirviéndose del reclamo de éste. Porque Los Gatos Pardos no llega a ser una mera historia de gánsteres españoles y mejicanos, y eso aunque para ello utilice el argot al uso y describa el ambiente en el que se mueven al más puro estilo James Ellroy, esto es, diálogo, mucho diálogo y que la historia fluya entre las líneas de éstos. Siquiera por lo que respecta al primer tercio de la novela, donde se relata un ajuste de cuentas en México por encargo de un capo murciano a un traidor y durante el cual, los sicarios rememoran un ajuste anterior, lo que lleva a una subnarración cuya acción contrasta con lo lento y tremebundo de la primera. El siguiente relato nos habla de pasiones juveniles al calor de la atracción fatal por una chica de armas tomar durante una tórrida noche de San Juan. La tercera parte del libro tiene como protagonista a un psicópata asesino que cuenta en primera persona los asesinatos que le encarga el mismo capo murciano de la primera narración y que lleva a cabo con una frialdad y crueldad espeluznante sin saber muy bien por qué pero tampoco sin hacerse demasiadas preguntas. Tres historias diferentes y sin aparente conexión que sin embargo trascurren durante la misma noche, la Noche de San Juan del año 2001, con apariciones de personajes de las otras historias, y que tienen a la violencia como principal o único hilo conductor. Una violencia de una crudeza extrema, tan fría, salvaje y sobre todo innecesaria como requiere cada uno de los relatos y cuya disección, si bien centrándose en su desarrollo casi que en exclusiva, sirve de pretexto al autor para experimentar estilísticamente en cada uno de los tres relatos dando rienda suelta a una verdadera exhibición de maestría literaria en la que se suceden y entremezclan la narración versátil y puntillosa, el ritmo vertiginoso, digresivo o elusivo, el aliento poético más rebuscado y hasta el naturalismo más sucio y a veces innecesariamente explícito. En resumen, un verdadero y logrado ejercicio literario que le valió a su autor el IX Premio Tusquets de Novela otorgado por un juzgado compuesto por personalidades de las letras patrias como Juan Marsé o Almudena Grandes.

Sin embargo, y pese a semejante despliegue de recursos literarios, servidor no ha podido evitar que durante la lectura de la novela las referencias que acudían a su cabeza fueran, con la notable excepción del ya citado James Ellroy, más cinematográficas que literarias. De ese modo, el ambiente asfixiante, el ritmo acelerado y la puntillosidad con la que se relatan escenas extremadamente violento de las historias me recordaba de continuo a películas como 21 gramos, Amores perros o Babel antes que a autores del género negro que hacen gala también de ese pulso asfixiante, acelerado y sumamente violento que caracteriza al subgénero de la novela negra llamado Hardboiled y que tiene como principales referentes, entre otros, a Dashiell Hammett  entre los clásicos y a Pierre Lemaitre entre los contemporáneos. Supongo que la ambientación de la primera de las historias en el México más negro y el argot de los sicarios de ese país en conjunción con el de los españoles hace inevitables las referencias a las películas antes citadas. Sin embargo, creo que en Los Gatos Pardos hay algo más que una simple coincidencia de escenario y personajes. En realidad hay un tono discursivo acerca de la violencia como un mero territorio o excusa narrativa, y una descripción sus protagonistas como simples prototipos, o caricaturas,  que hace que uno sospeche que bajo esa capa de gollerías literarias, ese esmero por ennoblecer literariamente el texto para que éste no sea un simple ensamblaje más o menos conseguido de tres diferentes relatos negros, no existe propósito alguno de ahondar, ni en las causas que generan esa violencia, ni en los recovecos del alma de los verdugos y su víctimas, que lo único que hay es pura exhibición narrativa y para de contar. De ese modo, cómo no establecer que, en comparación con la frialdad y la pretenciosidad que destila para un servidor este Los Gatos Pardos, son multitud, en cambio, las historias tenidas como simplemente de “genero”, con su trama perfectamente hilvanada y su lenguaje en función de la historia y no al revés, incluso en la humildad de su ejecución como simple y efectivo entretenimiento, las que sí consiguen ofrecer al lector ese punto de vista que hace que la literatura se distinga de una sucesión de meros fotogramas, esto es, la capacidad del texto escrito para estimular no sólo imágenes en la retina, sino también preguntas y sobre todo cercanía.

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