viernes, 9 de septiembre de 2016

PUDOR



Una familia de clase media en un restaurante de medio postín de Santander. Ella sentada contra la pared al lado de su hija, él enfrente de ambas. No es un día cualquiera, celebran algo y por eso ellas parecen haberse vestido para la ocasión. En cambio, él se diría que viste el uniforme al uso de los profesionales liberales; probablemente el traje y la corbata con los que ha salido de casa por la mañana y que ahora al mediodía se le antojan lo más parecido a unos arneses y un yugo por la presteza con la que se quita la americana antes de sentarse y el alivio que siente al aflojarse el nudo de la corbata que le unce por el cuello. La madre se quita la rebequita de algodón verde chispeada, luce un vestido kaki de hombro abierto con un amplio escote. Demasiado veraniego para el día nublado que hace hoy y puede que también para el comedor del restaurante de moda en la ciudad. Se diría que hasta se sorprende de lo bien que le queda, de cómo resalta su silueta, a destacar sus pechos y la lozanía de sus brazos. Una mujer ni demasiado joven, ni demasiado madura. Si no fuera por la compañía, la cual cree que la cataloga inexorablemente a los ojos de los presentes como esposa y madre, todavía podría pasar por una jovencita de muy bien ver y mejor merecer. Sin embargo, es precisamente entonces, cuando la sonrisa que rubrica ese contento consigo misma, que hacía tiempo que no se veía tan guapa y deseable, se torna de inmediato en un gesto de espanto. A ver si me he pasado con el vestido, si estoy dando la nota, que parezco cualquier cosa. Suerte que él no levanta la cabeza del plato, como que hasta tiene metida la punta de la corbata en la sopa, que todavía no se ha dado cuenta y puede que siga sin darse hasta la última cucharada. Así que vuelve a colocarse la rebequita sobre los hombros al mismo tiempo que recorre el comedor con la mirada procurando detectar a posibles mirones. No hay cuidado, todos parecen enfrascados en la cháchara insustancial de rigor con sus comensales o entregados al placer de sus respectivos platos y copas. Todos menos el tipo de la mesa de al lado. Sí, sí, disimula ahora, puto calvo.

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