domingo, 17 de enero de 2021

LO DE ESTOS DÍAS



Suelo utilizar el messanger para comunicarme con amigos y, así en general, con personas a las que aprecio. Es un medio que además me permite intercambiar información -textos, enlaces, fotos, etc.- de todo tipo, muy práctico. Supongo que hay un punto de ingenuidad en lo que voy a decir, porque al fin y al cabo esto de las redes son lo que son, pero, también me llama la atención la facilidad con la que se reciben mensajes tan absurdos como este que transcribo a continuación:

"Cariño, recuerdas este video 
🎬👩‍❤️‍👨
 ,, cuando me besaste mi coño 
📱🎥🛀👙👇👇
"

Luego creo que viene el mensaje de una señorita que no conozco de nada, acompañada de un algo que no he abierto, un vídeo, fotos, yo qué sé. Porque para qué si estoy seguro de que yo no le he besado el coño a una desconocida desde hace..., puede que Franco todavía estuviera haciendo la mili. Eso y que, en todo caso, se lo habría comido como Dios manda, porque servidor es de la generación de los 80, esa para la que todas las demás estan compuestas de mojigatos y mansos sin excepción, y tonterías románticas o ñoñas de esas de ir dando besos por ahí en salva sea la parte, las mínimas y con pocas... En cualquier caso, no suele ser un hecho aislado, de repente he descubierto que hay un apartado en el messanger de propuestas libidinosas de todo tipo que no había visto antes. Se trata más bien de un rosario de propuestas deshonestas a cambio de no sé qué, las cuales me recuerdan paseando de noche, y siempre de paso, faltaría, por la Rue Saint-Denis de Paris, el Malecón de la Habana, la calle Montera de Madrid, cierta plaza del centro de Praga o Budapest cuyo nombre no me acuerdo, la Oranienstrasser de Berlin y así en general cualquier otro punto emblemático donde las trabajadores del oficio más antiguo de mundo acostumbran a captar a sus clientes a la vista de todos. Sin embargo, y aunque reconozco la increíble versatilidad del gremio para saber adaptarse a los tiempos, no puedo negar que este tipo de mensajes me sorprenden, no tanto por lo comprometido de ellos en el caso de que cualquiera, accediendo por casualidad o como sea a mi ordenador o iPad, pueda sospechar una actividad puteril que nunca he tenido, como por la evidencia de la existencia del Diablo, pues de qué otra cosa se pueden tildar semejantes mensajes sino de la forma actualizada a los tiempos con la que el Diablo intenta tentarte, ahora a través de las redes, recordándote todo el tiempo que existe una oferta inagotable de posibilidades para pecar más allá del sexo en pareja. Por suerte, y a diferencia de lo que cantaba y creía Cecilia en "Un ramito de violetas", uno es feliz en su matrimonio y, la verdad, tampoco es que sea muy de ir complicarse la existencia con temas de entrepierna. Yo procaz y vacilón todo lo que quieras; pero, lo otro, qué pereza.


El café de la mañana

Hojeando la prensa del régimen en la cafetería lees que la ministra austriaca de trabajo dimite tras ser acusada de haber plagiado su tesis doctoral e incluso de haber incluido citas falsas. Entonces, al instante, recuerdas que en España al candidato del principal partido de la oposición le regalaron, tal cual, un título universitario y un máster de propina para que pudiera poner algo de fuste en su currículo, algo que él mismo evidencia cada vez que abre la boca y opina de cualquier cosa. Y también, también, recuerdas que la autoría de la tesis del actual presidente del gobierno fue puesta en entredicho, aunque luego se demostró que era suya por muy ramplona y copia-pega que fuera al estilo de la inmensa mayoría de las que obtienen un "cum laude" en las poco o nada internacionalmente laureadas universidades españolas.

Luego también te acuerdas de esa querida amiga, la cual, cada vez que pones la idiosincrasia española en contraste con la de los países más al norte, corre a envolverse en la rojigualda al grito de "¡En todas partes cuecen habas!", o ese otro de "¡En España se come como en ninguna otra parte, hace un sol que para sí quisieran ellos y todos los políticos son iguales!"



En respuesta a la vertiente de servicio público que también tienen las redes sociales más allá de servir de mero estercolero de las neuras, demagogia, vanidad y demás mierdas de cada cual, me veo obligado a recomendar la visión de esta serie, luego ya buscáis vosotros la plataforma donde verla, The Durrell, una auténtica y divertida joyica inspirada en el exitoso "My family and others animals" del en su momento famoso naturalista Gerald Durrell. Se trata del relato de los cuatro años que los excéntricos -y aquí huelga señalar que ingleses por redundante- Durrell pasaron en la isla griega de Corfú en la década de los 30 del pasado siglo. Una serie que hemos visto en familia, con lo que nos cuesta conseguir que los dos mastuerzos que tenemos de hijos se despeguen de sus pantallitas para sentarse con nosotros a ver cualquier cosa. Y el caso es que les ha encantado la serie, que apenas refunfuñaban cuando les llamábamos por la noche. No era para menos, porque, aparte de la garantía que supone casi siempre la factura británica de una serie, siquiera para mí, la atmósfera de sano y envidiable libertinaje que impera a lo largo de la serie como resultado de la vida a sus anchas de los protagonistas, la bonhomía que se respira en cada rincón de las isla con ese maravilloso mar Jónico de fondo, las chispas que resultan del choque entre los a ratos excéntricos y a ratos también estirados Durrell con los nativos griegos, era imposible que los chavales no cayeran rendidos al encanto de la especial relación que el pequeño de la familia, y posterior narrador, mantiene con los animales que colecciona con verdadera pasión.
Tanto nos ha gustado que servidor, tras advertir a los míos de que la diferencia entre la serie y el libro en el que se inspira reside en el que en la primera los personajes humanos tienen más protagonismo que en el segundo, me tirado a las estanterías de casa para buscar mi ejemplar de My family and other animals con la intención de disfrutar por segunda vez del embeleso que me provocó ya en su momento la historia de ese crío enamorado de cualquier bicho viviente. No podía ser para menos porque, en buena parte, me recordaba a mí mismo entusiasmado con todo lo que tuviera que ver con el mundo animal, ya fuera por lo que contaba mi viejo de cuando era crío en el pueblo sobre rapaces, raposos, reptiles y lo que fuera a cuenta del capítulo de la semana de El Hombre y la Tierra, las colecciones de libros de animales de todos los continentes que caían año tras año por navidades, y, cómo no, las horas metidas en perseguir y observar con verdadera delectación todo insecto, arácnido, sapaburu/renacuajo, rana, zarrapo, sagundilla/lagartija, culebra, pájaro de buen y mal agüero, pasión por las picazas y las historias como la que me contaba mi abuela de aquella que se comía la tarta de manzana que dejaba en el alfeizar de la venta, y hasta a los sagutxos o mitxarros que estuvieran a mi alcance todo el tiempo que pasaba al aire libre. Una pasión que siento intacta en mí cuando paseo por el campo y veo moverse algo. Incluso cuando paseo por el parque de al lado de casa y echo el rato inventariando los conejos domésticos pero ya medio asilvestreados de todos los pelajes que atestan el parque, o saludo como cada tarde al gato atigrado y tremendo que apostado en una mesa de madera permanece impasible al paso de esas otras bestias de dos patas como un servidor. De hecho, tampoco puedo dejar de identificarme con el protagonista y narrador de la serie y el libro cuando corro a mostrar a mi familia o amigos la foto que recién he sacado a un sirón/lución bajando de Eskibel, la de un papargorri/petirrojo que aquí en Asturias llaman "raitán" (si bien en casi todos los idiomas suele ser una palabra increíblemente hermosa) o una lechuza que aquí recibe el precioso nombre de "coruxa", o la de la ardilla brincando a lo largo de la valla de la casa de mi ama en Berrozti, y observo decepcionado que el entusiasmo no es de ni lejos tan grande como el mío, a veces incluso solo impostado, de circunstancias, y para de contar. A decir verdad, tampoco entiendo cómo hay gente que pueda decir que le da asco una serpiente, un roedor e incluso cualquier insecto; coño, que no hace falta comértelos para darte cuenta de las maravillas que tienes delante de tus ojos por sí mismos. Pues eso, una delicia todo y paro de contar.




Aunque es cierto que desde que me sacaron la muela, hace ya casi dos semanas, duermo mejor, más de tirón, la verdad es que sigo teniendo mis pesadillas, y, como tiene que ser, cada cual más chorra, absurda.

Anteayer soñé que salía de farra de Nochevieja por la Avenida Gasteiz con dos colegas, uno de los íntimos con los que me relaciono de continuo, y otro de la cuadrilla con el que ya apenas nos relacionamos por motivos que ahora no vienen a cuento, que me digo ya despierto qué pintaba este último en mi sueño, por qué no cualquier otro con los que me sigo viendo a menudo. En fin, el caso es que íbamos los tres por la calle de chufla y mi madre a varios metros por detrás. Para el que no lo sepa, mi madre está medio inválida por una acumulación de despropósitos operatorios que la destrozaron la espalda, apenas se mantiene de pie y, aunque debería andar en silla de ruedas, se resiste a hacerlo por pura y absurda coquetería, por lo que cuando hay que acompañarla a cualquier sitio prácticamente hay que llevarla del brazo y a paso de costalero. Un sobresfuerzo para ella que la suele dejar para el arrastre durante varios días.

Pues ahí estaba la señora a las tantas de la mañana, arrastrándose detrás de nosotros y, sobre todo, entre la nieve medio deshecha que había caído hacía ya varios días según es costumbre por estas fechas.

-¿Pero por qué no te vas a casa?

-No quería quedarme sola en Nochevieja.

-No tenía que haberte dejado salir sin la silla de ruedas.

-¡No empieces otra vez, Josemari! Sabes que esa silla es una mierda y que no me gusta que me vean en ella.

-¿Y ahora qué, a rastras detrás de nosotros a lo largo de toda la Avenida?

-Vosotros id a vuestro ritmo, que yo os sigo de lejos y luego ya cuando entréis a un pub o a una sala de fiestas, me quedo fuera esperando hasta que salgáis.

-¿,Estás loca, que quieres congelarte o qué? Mira, dame las llaves del piso de la Avenida, subes y nos esperas allí hasta que amanezca (aquí me refería en el sueño a las llaves del piso en el que vivíamos cuando yo era pequeño y que luego pasó a una de mis tías porque en realidad pertenecía a mi abuelo, de modo que no tenía ni pies ni cabeza que tuviéramos las llaves a mano -si bien, y por lo que sea que solo pertenece al estercolero de mi subconsciente, suelo soñar de vez en cuando que estoy viviendo en dicho piso ya de adulto-).

-¿Estás loco? En ese piso hace años que no ha entrado nadie y estará lleno de polvo. Ni loca me meto ahí.

Total, que al final nos sigue hasta un pub con nombre de lord inglés que hace años estaba en la Avenida y que solíamos llamar entre nosotros "la última oportunidad" por la cosa esa de que se decía que allí solo iban separadas o divorciadas a la caza y en ese plan: los "veintetreintañeros" solíamos ser así de gilipollas. Pues oye, al final consigo convencer a mi madre para que entre al pub con el propósito de que nos espere cómodamente sentada en el típico sofá de escay inglés tomando algo mientras nosotros intentamos entrarle a alguna div... señorita.

-¡Chssss, Josemari, ven aquí, que vengas!

-¿Qué quieres ahora? Enseguida nos vamos...

-Dile a tu amigo A que a ver a dónde va con esa, es una de mis clientas de la academia y debe tener la edad de su madre.

-Déjale que haga lo que quiera, si total luego todas sin excepción lo mandan a freír espárragos.

-Y tu otro amigo L, igual no se ha dado cuenta, pero está hablando con un travesti.

-¿De verdad vas a estar así todo el rato? Tú te has empeñado en salir con nosotros de juerga. Así que no me des la tabarra con tus mierdas de vieja, deja que hablemos con quien nos salga de los cojones.

-Yo lo que no quiero es que cojas cualquier cosa...

Me vuelvo a la barra con mis colegas, pero ya no consigo concentrarme en lo que estaba antes mientras la camarera rubia me servía un gin-tonic. En ese momento y de improviso llegan mis dos amigos.

-Nada tío, después de darle la chapa durante un buen rato, que creía que la tenía ya camelada, justo cuando iba a pegarla un muerdo en todos los morros, va ella y me sale con lo de los papeles del divorcio, que no se los va a firmar a su marido...

-Yo estaba ya en faena; pero, en cuanto me he dado cuenta de que el paquete venía con sorpresa, le he dicho hasta luego y me he venido a pedir otro cubata.

-Sois unos putos impresentables.

-¿Perdona? Aquí se viene a lo que se viene. Y si no mira ahí a tu vieja en el sofá con el mulato, qué pronto ha...

Creo que ha sido justo en ese momento cuando me he despertado, y si no como si lo hubiera hecho. El sueño, como de costumbre, lo dejo a la interpretación de los psicoanalistas de guardia y/o barbecho

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