domingo, 31 de enero de 2021

LO DE ESTOS DÍAS


AUSTRALIA (una lección, otra)
How Australia brought the coronavirus pandemic under control.
Lockdowns, contact tracing and public adherence to tough rules credited for success

No se trata de ejercer de epidemiólogo de barbecho, vocación tan extendida en todos aquellos a los que hay que aguantar a diario diciendo lo que las autoridades políticas, médicas o ya solo científicas deberían hacer para que, se entiende, las restricciones por culpa del Covid19 no les afecten a ellos lo más mínimo en su cotidianidad y puedan así salir a por e pan sin mascarilla o bajarse al bar a tomar su pincho con su pote y ya de paso poder despotricar a gusto con los amigotes sobre todo lo habido y por haber mientras son otros los que padecen la enfermedad o luchan contra ella. No, se trata tan solo de expresar, sobre todo a falta ya de ganas de bromear con y por nada tras leer en la prensa la evolución de la pandemia en nuestro entorno -terrible lo de Valencia, tanto las denuncias del estado de los enfermos en ciertos hospitales como que asome de nuevo esa palabra con la que se puede resumir todo el horror de lo que se nos ha venido encima: cribaje- la perplejidad que le embarga a uno cuando, dándose un garbeo digital a la medida de sus capacidades, se topa con cosas como el éxito de Australia contra el Covid19 con medidas no muy diferentes que las que se han tomado, están tomando, en Europa, esto es, confinamiento domiciliario y perimetral, toques de queda, cierres de espacios públicos, hostelería y otros negocios, y siempre en contraste con las declaraciones, ya sea de los particulares que no ven más allá de su propio ombligo, o de políticos que tienen muy claro sus prioridades, en concreto la de que la economía está por encima de las personas y, en consecuencia, que mueran los que tengan que morir que, al fin y al cabo, sobra peña por todas partes siempre y cuando no sea yo o los míos. Me refiero claro está a esa gentuza, tan admirada y sobre todo encumbrada por las legiones de avispados y lumbreras de todo tipo de nuestras sociedades, como el Trump, Bolsonaro o la payasa de Madrid, la marioneta de esa clase dirigente para que la vida de la gente sigue siendo objeto de negocio, ya no incluso durante una pandemia, sino sobre todo. Ahora, de la lectura, más o menos somera, de varios medios -el que adjunto solo lo es a modo de ejemplo como otro cualquiera- se deduce a las claras que la responsabilidad individual a la hora de respetar las normas y restricciones ha sido decisivo en el éxito australiano contra el o la Covid19 (sí, ahí estamos luchando todavía entre la gramática práctica y la pedantona). Asunto que me hace pensar en todos aquellos que hartos ya de tanta reconvención por parte de las autoridades se rebelan asegurando que los ciudadanos no tienen culpa de nada, que la mayoría hace lo que tiene que hacer y que son siempre y en exclusiva los políticos los que la tienen de todo, todavía más si no son los de su bando. Pues eso, apuntes para la crónica de un fracaso como sociedad. https://www.ft.com/content/1dc30522-da7f-4bad-adf2-5637718c7143?fbclid=IwAR3LhTvC8ln0Yxmoi9ateuxvNBkVr3NwLOzfuBVA-SOlCt3j3pUjU-cH3Vo


Estamos perimetrados y con terrazas, sí; pero, pocas ganas de salir a ninguna parte. Ni apetece rozarse con las hordas que inundan los paseos periurbanos como una víspera de Nochebuena en la Gran Vía madrileña, ni tampoco andar a la caza de una mesa lo suficientemente separada del resto como para que no te llegue, ya no solo el humo del tabaco de la gente que se pasa las normas por el forro de sus cojones, sino también sus excrecencias mentales (el otro día, tomando un cafeto mientras esperaba a que el canijo saliera de clase de británico, me tuve que tragar la soflama que le echaba un soplapollas, no mayor que yo, a otro mucho más joven sobre lo bien que se habría resuelto en tiempos de Franco todo esto de la pandemia; vivir para beber y sobre todo para escuchar mierdas. Otro día, si eso, os cuento lo que, también en una de esas terrazas, le contaba un viejales a otro sobre la División Azul y en ese plan; Oviedo es un filón de historias de este tipo y ni siquiera hay que poner la oreja muy a propósito).

En cualquier caso, que no apetece una mierda salir a dar una vuelta por ahí, todavía menos con el bozal puesto. Apetecería, eso sí, si fuera para quedar con los amigos y así poder intercambiar desbarres no muy distintos de los que traslado a este medio por puro aburrimiento sabatino. Bueno, en realidad por la grafomanía esa de la que hablaba Kundera en uno de sus libros y para la que, me temo, no tengo otra cura que no sea estampar el ordenata contra el suelo.

Apetecería, claro, aunque fuera de cuatro en cuatro; pero los míos, los de siempre, están muy lejos y, para qué engañarnos, ni el whassap, las llamadas telefónicas y todavía menos el Skype ese de los cojones, pueden suplir el contacto físico. De hecho, y sobre todo el Skype de marras, a través del cual te puedes ver -casi siempre en pijama o chándal y tampoco es plan porque te crea una sensación como de estar en cierta plaza que había en mi ciudad esperando a que lleguen los camellos...-, a mí al menos me crea una sensación todavía mucho más grande de lejanía e impotencia. Supongo que esto último estará intrínsecamente relacionado con la dificultad de ver los caretos de todos a la vez cuando intento sacarlos de quicio con mis chorradas; eso y que siempre hay alguno que no se da cuenta de que tiene activado el altavoz, e incluso la cámara, y ya le he pillado diciendo "puto Txema, si ya tiene poca gracia durante las cenas, aguántalo ahora detrás de una pantalla..."

Y sí, claro, ya sé, no voy a saberlo, que los hay que la están pasando canutas de veras con esto de la pandemia, que los demás nos deberíamos dar con un canto en los dientes mientras podamos seguir sin mayores contratiempos. Empero, llega el viernes y, siquiera ya solo para evitar esa sensación de monotonía que lo invade todo, decides subir un poco el nivel gastronómico en la mesa. Nada del otro mundo, de hecho, cosas de toda la vida con su buena dosis de nostalgia terruñal. Chulletillas de cordero, las cuales, a falta de sarmientos, haces sobre una plancha eléctrica que no llega ni por asomo a tener la potencia necesaria para que se churrusquen como está debido. Sin embargo, son unas chuletillas que has encargado en la carnicería de debajo de casa, que dicen que te las traen directamente de Zamora, pues parece ser que en Asturias no se estila mucho meterle mano al cordero, son más de cabrito y sobre todo de cerdo, mucho cerdo, pasión astur-galaica por el cochino. A decir verdad, ya me dijo ayer el carnicero que el consumo de cordero -también encargué para llevar a V en Año Nuevo- se había disparado en el barrio desde hacía meses y adivina adivinanza por culpa de quién. El caso es que las chuletillas alimentaban solo con olerlas en crudo, qué aroma a muchos de los mejores momenticos de la vida ya solo al primer contacto con el fuego. No recordaba haber probado unas chuletillas tan tiernas, sabrosas, en mucho, pero mucho, tiempo. Y si ya luego sobre la mesa también hay unos pimenticos en tiras recién hechos al horno por la mañana con su aliño, o el relleno de esa bomba gastronómica leonesa que es la matachana, todo ello bien regado con un Campillo del 2017, pues ya tienes un remedo del paraíso aquí en la tierra, siquiera durante lo que duré la jamada.

Pues eso, lo que cunde procurar montándoselo bien dentro de las limitaciones de cada cual. Pero, a lo que íbamos, ya son muchas semanas de restricciones, de no haber visto a la parentela más cercana y querida, también a mi suegra varias veces, y, para qué engañarnos, beber con tu señora está muy bien, para eso es tu compi en casi todo, como que creo que no podría estar con alguien que, por lo menos, no disfrutara de la comida y el bebercio la mitad de lo que yo lo hago. Y sí, entre nosotros siempre hay cosas que contarnos y muchas risas; pero, y con este pero sé que me la juego, también echo de menos las jamadas con los amigos de siempre -expresión dudosa que no tendría que utilizar en euskera porque habría dicho "lagunminak" y con ello todo dicho-. Porque no es lo mismo, no, beber en alegre camaradería que en gozoso matrimonio. Con los amigos que conoces de siempre, y ellos a ti otro tanto, te permites desbarrar todo lo que puedes y más, saben que eres un sinsorgo bocazas y ellos otro tanto, no necesitas aparentar que tienes dos dedos de frente porque ya sabemos todos que no. Con tu compañera vital y ya vitalicia siempre hay que echar el freno, no se vaya a arrepentir decestar contigo, procurar no pasar ciertas líneas que acaban siempre en morros para el resto del finde. Y sí, yo ya sé que a veces que paso de frenada; es lo que tiene vivir con un cantamañanas en la más amplia extensión del término. De modo que procuro comportarme, ser cabal como pocas veces antes cuando estoy con nuestros comunes amigos y el vino corre que da gusto, muchas veces incluso a escondidas de ellas por debajo de la mesa o tras soltar cosas del tipo "¡mirad ahí arriba, acaba de pasar el Emérito montado en un elefante!" A fin de cuentas, camaradería de bebedores, no tanto de borrachos, inconscientes en su medida porque sabemos que habría que restringir la dosis por la cosa esa de la salud de alguno. En fin, nada que no contribuya al desbarre de turno, una intimidad de risas, puyas y hasta de los enganches a cuenta de cualquier bobada, eso que echo tan en falta desde la última en la sidrería de Zuazo allá por octubre, de las pocas cosas que me reconcilian con este puto mundo y me recuerdan mis prioridades sobre cualquier otro tipo de servidumbre.

Y hasta aquí he llegado, justo cuando acaba el Feeling Blue de Paul Desmond. Tremenda chapa, claro que sí. Pero, oye, ya he echado el rato en vez de tirarme de cabeza a la limpieza de la casa, hay que saber resistir a la tentación. ¿Será capaz alguien de leer hasta aquí? ¿A quién le pueden importar mis naderías? ¿Tiran más una chuletillas, unos pimenticos, unas matachanas y un Campillo que uno de esos menús del Basque Culinary Centre que decían ayer por la tele que estaban preparando en cajas para llevar a casa? En fin, hoy dos reyes al horno con un vinho verde y lo que se tercie antes y después; rigores del autoconfinamiento y sobre todo de no tener a mano a nadie al que darle chapa, siquiera sin miedo a una demanda de divorcio como sería el caso, mientras echas un pote como es ley de Dios, cagüen él.



Sigo con mis pesadillas, como todos, claro. Sin embargo, creo que debería felicitarme porque, por lo menos, no sueño con el monotema coronavírico que me ocupa la cabeza prácticamente el resto del día.

No, esta noche mi subconsciente parecía condicionado por un vídeo que vi hace ya varios días en el que se veía cómo sacaban del Sena un "pez monstruoso", un bagre descomunal. Imágenes que, más que impactarme, me maravillan como todo lo relacionado con los bichos de todo tipo y condición. Aquí ya adelanto que soy un entusiasta de cierto programa cuyo nombre creo recordar que es "Monstruos de Río" o algo así. La cosa va de un tipo, pescador profesional y así, que va por los ríos de mundo capturando todo tipo de peces raros. No es para menos, ya de chico me fascinaban los siluros que veía en los libros de animales que me regalaban por Navidades y fantaseaba de lo lindo con el tamaño de las carpas, barbos y, sobre todo, lucios que decían que se pescaban en los pantanos de Álava.

Pues bien, anoche me despertaba de repente tras escuchar un ruido que venía del salón. Me levanto pensando que ha sido uno de los críos, el pequeño en concreto, que le ha dado por madrugar para ver los dibujos antes de ir al cole. Así que llegó al salón preparado para echarle la bronca al nene y me encuentro con un monstruo viscoso -iba a escribir "otro"...- que enseguida reconozco como el bagre del vídeo (también he estado a punto de preguntar:"¿Señor Samsa, Gregor Samsa?" Pero, también me he dicho: "Déjate de literapolleces, que, total, solo te las van a pillar cuatro listillos como tú...") . Como es evidente que ha sido trasplantado de su medio acuático a nuestro salón, el bicho está en estado espasmódico, vamos, que no para de dar coletazos a la vez que salpica todo con el cieno de su hábitat natural y pone todo patas arriba.

Me asusto, faltaría, pero a decir verdad, no tanto por la presencia del pequeño Nessy en mi salón como por el hecho de que se ha empapado de mierda el sofá y los sillones, se ha cargado la mesita y, sobre todo, la tele que nos sirve de punto de encuentro familiar por las noches. Empiezo a temer que la emprenda contra el piano que mi señora heredó de su abuela; ya puedo ponerle al gigantesco bagre como testigo que sé que no me lo perdonaría en la vida; la culpa, para variar, iba a ser mía: "¿y qué hacía ese bicho en el salón, ahora me dirás que ha llegado hasta aquí solo?"

Así que intento razonar con el pez, cosas de las pesadillas. Pero no hay manera, no atiende a razones. De hecho cuanto más argumentos le expongo para que se esté quieto y deje de destrozarnos el salón, más nervioso se manifiesta y más amagos hace de lanzarse contra mí para atraparme con sus fauces. La situación es tan absurda que no puedo evitar recordar una de las muchas discusiones con mi suegra.

Entonces aparece de repente mi hijo pequeño por la puerta del salón y se produce la conversación que reproduzco a continuación. Luego ya me despierto de un sobresalto y, lo primero que hago cuando voy al baño a refrescarme en el lavabo, es decidir que este miércoles no comemos pescado, mejor una tortilla de patatas.

-"¡Halaaaa, qué guay, menudo bicho. ¿Lo has pescado tú?
-¿Pescado yo? Anda, anda, no seas bobo. Vete a despertar a tu madre y le dices que esta semana no hace falta que se invente una excusa para cambiar de sitio, por enésima vez, en lo que va de pandemia, las cosas del salón.

Justo en ese momento, a saber si al escuchar que le pido al crío que vaya a buscar a su madre, el bagre coge y pega un salto por la ventana: siete pisos de altura.

-Venga, despierta a tu madre mientras yo voy a por la fregona...


El Puente de Mantible (o Assa)

El arco de la parte riojana del puente de Mantible se ha ido directamente a tomar por culo como consecuencia de la subida del Ebro tras el temporal.

El puente de Mantible o de Assa está situado sobre el río Ebro entre la localidad riojana de El Cortijo del municipio de Logroño y la alavesa de Assa perteneciente a la localidad de Laserna en el municipio de Laguardia.. El puente había sido declarado Bien de Interés Cultural en 1982, los restos del puente amenazaban ruina y su estado era crítico. El arco sito en la orilla alavesa había sido ya objeto de una restauración para asegurar su permanencia. El otro arco de la parte riojana estaba pendiente de una actuación similar.

El puente de Mantible al que nos llevaban de críos en el cole diciendo que era romano, pero que luego los historiadores han situado su construcción en el siglo XI, catalogándolo como puente románico sobre la base de su gran similitud con el puente navarro de Puente la Reina correspondiente también al siglo XI, siendo ambos construidos para unir las dos ciudades más importantes del reino de Pamplona, es decir, Nájera y Pamplona. Un puente que probablemente debe su declive al hecho de que la frontera entre los reinos eternamente enfrentados de Navarra y Castilla estuviera fijada durante siglos precisamente en ese río Ebro cuyas dos orillas había unido antes.

El Puente de Mantible del que ya solo queda el vestigio del arco que todavía se conserva en la orilla alavesa, sucumbe tras diez siglos, como mínimo, de resistencia a todo tipo de desmanes por culpa de los hombres y la naturaleza, como consecuencia directa de la incompetencia y/o desidia del Gobierno de la Rioja. Enésimo ejemplo de la incuria con la que parece tratarse casi todo lo relacionado con nuestro patrimonio histórico-arqueológico.

El Puente de Mantible como una analogía de mal gusto en tiempos en que muchos parecen empeñados en romperlos, o ya solo dejarlos caer, en todos los aspectos. En cualquier caso, una calamidad que sumar a las de un periodo en el que se diría que las relacionadas con el arte y cultura tienen que disculparse por intentar asomarse entre esas otras relacionadas con la salud o la economía en exclusiva


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