viernes, 30 de diciembre de 2022

LA MANO QUE MECE LA HISTORIA

Artículo publicado en LA PAJARERA MAGAZINE: https://www.lapajareramagazine.com/la-mano-que-mece-la-historia?fbclid=IwAR0JNWe_xM7bI7b8IKLUILRNvmgI1T308BxRiQ237HjgaewtmibzslF9GzE

 

 

Ha pasado ya más de un mes desde la presentación en sociedad de La mano de Irulegi — hallazgo  producido en el año 2021—, una pieza arqueológica hallada en  el yacimiento de un poblado de la Edad del Hierro del siglo I a. C., situado al pie de las ruinas del castillo de Irulegui en Laquidáinvalle de Aranguren, cerca de Pamplona.

Se trata de una placa de bronce en forma de mano extendida en cuyo dorso figura una inscripción de cuatro líneas escritas, según los expertos, en antiguo aquitano o —lo que es lo mismo— en lengua vascónica, dado que la primera palabra ha podido traducirse por comparación con la lengua vasca actual y por ser Navarra el territorio habitado históricamente por el pueblo de los vascones desde antes y después de la conquista romana. El poblado vascón, excavado y estudiado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi bajo la dirección de Martín Aiestaran, habría sido incendiado en el contexto de la guerra sertorianala guerra civil entre romanos que enfrentó a los “populares” de Quinto Sertorio, quien se proclamó procónsul (gobernador) de la Hispania Citerior, y los “optimates”  liderados Cneo Pompeyo Magno, precisamente el general romano que dio su nombre a la ciudad de Pamplona.

Así pues, y siendo como es La mano de Irulegi un prototipo, en cierta manera más tosco o acaso menos elaborado, que otras piezas en forma de mano y encontradas en el área perteneciente a los pueblos celtibéricos, su importancia reside en la  transcripción de los caracteres hallados en la pieza y en los cuales los expertos, como los lingüistas Joaquin Gorrotxategi y Javier Belaza, han concluido que se puede leer la primera palabra desde la similitud con el euskera actual. Dicha palabra se transcribe como «SORIONEKU», relacionada con el actual zorioneko, que en castellano es “dichoso, afortunado”. El resto del texto todavía está sin descifrar.

Esta palabra se convierte en el primer texto escrito en lengua vascónica y además escrito en un signario que, según también los expertos al cargo del hallazgo, es también vascónico, con un sistema gráfico derivado del sistema ibérico, al que se ha añadido o adaptado algún signo para marcar algún sonido o fonema vascónico que no existe en el signario ibérico.

Dicho lo cual nos encontraríamos con el primer testimonio escrito en lengua, si no vasca al menos si vascónica, hace más de 2000 años. Un testimonio que vendría a corroborar la antigüedad de la presencia de la lengua vasca en esa zona de Navarra a pesar de las dudas que algunos tenían acerca de la verdadera adscripción lingüística de los vascones prerromanos.

Sin embargo, y como en casi todo lo relacionado con la arqueología para estas épocas tan oscuras, y sin que ello suponga poner en entredicho el trabajo arqueológico desde que se descubrió la pieza hasta que se presentó delante de los medios, un proceso documentado al detalle para evitar cualquier tipo de sospecha acerca de su veracidad que pudiera recordar lo sucedido en el yacimiento alavés de Iruña-Veleia, el gran fraude arqueológico por el que unos arqueólogos pretendieron hacer pasar por auténticos unos testimonios epigráficos relacionados tanto con la simbología cristiana y otras como con las primeras palabras en lengua vasca escritas en los siglos II y IV d. C., en lo referente a La mano de Irulegi tampoco falta la polémica entre expertos a cuenta de la verdadera etimología de las palabras que aparecen grabadas. Tal es así que no ha tardado en surgir una voz discordante de la unanimidad establecida por los expertos antes citados alrededor del origen de la pieza supuestamente vascona. En concreto el arqueólogo profesional en excavaciones de yacimientos celtibéricos y colaborador del Museo Numantino de Soria, Guillermo Gómez, el cual señala que La mano de Irulegi es un bronce encontrado en el contexto de un yacimiento arqueológico situado en un territorio posiblemente vascón, pero que la pieza en sí es celtibérica sin el menor lugar a dudas. Para ello, se basa en el método deductivo: «Si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato«. Gómez lo expone tal que así:

«Tenemos un objeto celtibérico en su contexto de un yacimiento celtibérico, con simbología celtibérica (la mano de hospitalidad) y escrito en signario celtibérico… Los trabajos arqueológicos en Navarra, La Rioja, Aragón y Castilla León han dado a conocer anteriormente más de 100 documentos celtibéricos similares, escritos con el mismo signario y con contenido similar. En el propio Museo de Navarra hay 5 téseras de hospitalidad celtibéricas con un texto muy parecido, y están expuestas al público desde hace años«.

Y en cuanto la palabra clave que los expertos Gorrotxategi y Belaza presentan como la prueba irrefutable de que se trata de lengua vascónica y no celtibérica, o celta a secas, Gómez asegura que el primer signo «no es una S, sino una B; no es sorioneku, sino beoronieku y puede leerse como beoroniecum, genitivo latino de gentes beronas«. Los Berones eran un pueblo asentado en aquella misma época en la zona de la actual Rioja, por lo cual, Gómez apunta que la mano en cuestión es una típica tesela de hospitalidad celtibérica donde se rubrica un tratado de amistad entre vascones y berones, motivo por el que  propone la siguiente traducción: «Nosotros Los berones, representados por el jefe Tenekerekirateres, la amistad y hospitalidad de la ciudad de Otirta Sekiea promulgamos«.

Se trata, por lo tanto, de una interpretación muy personal, acaso también muy precipitada y sobre todo muy polémica a la contra de lo afirmado por los expertos que hasta el momento han estudiado La mano de Irulegi, y que, por lo tanto, probablemente traerá mucha cola y durante mucho pero mucho tiempo. Pero ese debate, y aquí ya entramos en el verdadero motivo de este artículo, será algo que competa a esos mismos expertos en exclusiva. Al resto de legos en la materia solo nos queda esperar las conclusiones de sus trabajos para poder saber cuánto hay de veracidad en unas afirmaciones u otras. Nos encontramos, por lo tanto, ante un verdadero tema para iniciados en el que, insisto, a los demás solo nos queda el papel de meros espectadores.

Y sin embargo, ¡ay amigo! con el euskera hemos topado, y todavía más, con el euskera en Navarra, que es como decir que con toda esa maraña de prejuicios, convicciones de piedra y medias verdades o al gusto de cada cual, que forman parte de otro debate mucho menos científico y sobre todo elevado. Me refiero al debate eterno alrededor de la identidad vasca, y una vez más y en especial sobre la de Navarra, que provoca todo tipo de aspavientos o sarpullidos en según qué lado de la trinchera identitaria que divide la sociedad navarra desde hace décadas. Una división acerca de lo que hay de vasco en Navarra que solo empezó a ensancharse poco antes de la Guerra Civil y sobre a todo a lo largo de la Dictadura hasta nuestros días, justo en el momento en el que la derecha navarra, englobada en su inmensa mayoría bajo la boina roja del carlismo, dejó de hablar de Euskal Herria como el territorio compartido por las cuatro provincias forales como consecuencia del fiasco del anteproyecto de autonomía de Estella de 1931, auspiciado por el carlismo y el nacionalismo vasco en conjunto, que llevó a la ruptura definitiva entre ambas ideologías y cuya incompatibilidad se volvió ya definitiva a partir de la participación de los carlistas a favor del bando nacional y de los nacionalistas vascos al de la República durante la Guerra Civil, tanto como que, y como quien dice de la noche a la mañana, los hijos y/o nietos de los carlistas que solían cantar con verdadero arrebato el Oriamendi en euskera, no solo repudiarán compartir cualquier proyecto político o ya sólo administrativo con las que hasta entonces habían considerado como sus provincias hermanas, sino incluso todo lo que pudiera haber de vasco en el así llamado Viejo Reyno. Dicho de otra manera, de repente todo lo vasco en el antiguo solar de los vascones se convirtió en nacionalista o abertzale en exclusiva, y por lo tanto extraño, foráneo, invasivo.

Así pues, desde entonces todo lo que tiene que ver con la lengua vasca y su cultura en Navarra se convierte en motivo de disputa por muy absurdo que sea el tema a tratar. De ese modo, ha sido comunicar al mundo el hallazgo de La Mano de Irulegi y el convencimiento por parte de los expertos al cargo de su estudio, de que contiene la primera palabra escrita en una lengua antecesora del euskera actual, algo así como el latín del castellano, y salir la derecha navarra en tromba a sembrar todo tipo de sospechas e infundios al respecto. La primera de ellas la más burda para consumo de los más cerriles de su grey, nada más y nada menos de que se trata de una nueva manipulación por parte del Gobierno de Navarra en manos de los pérfidos nacionalistas vascos de Geroa Bai y Bildu para justificar sus políticas a favor del euskera en Navarra. Algo así como lo que ocurrió en el ya mencionado yacimiento romano de Iruña-Veleia en Álava. Otros, sin embargo, han procurado hilar más fino publicitando a todo correr las teorías, como la del experto Guillermo Gómez al que he hecho referencia antes, que ponen en tela de juicio la naturaleza eusquérica del texto inscrito en la mano. No hay nada malo en ella, claro que no; pero, si el propio Guillermo Gómez negaba intencionalidad política alguna en sus primeras impresiones, porque él mismo confesaba que solo podían ser de tales a falta de un análisis más somero y sobre de primera mano, y nunca mejor dicho, los medios “navarristas” que se hacían eco de sus teorías no dudaban en hacerlo a modo de prueba de la falsedad del origen vascónico del “sorionecu” de marras.

¿Y a cuenta de qué ese empeño en negar la mayor sin poder siquiera demostrar la veracidad o no de lo menor? Pues a cuenta de lo de siempre, de que lo que menos importa en estos casos es la verdad científica de los expertos, sino la posibilidad de poder seguir sosteniendo todo ese fondo de prejuicios, mitos y verdades a medias o ya directamente falsas que cada cual se mete en su zurrón para poder justificar, siquiera ya solo vestir, los hipotéticos argumentos sobre los que sostiene o construye los rudimentos de su identidad tribal. De ese modo, si eres un navarrista de los de “Navarra foral y española”, o ya solo un nacionalista español que ha asumido el mantra de que lo vasco en Navarra es tan extraño como lo murciano o lo extremeño, más que nada porque todo lo que parezca debilitar al enemigo de cierta concepción uniforme y esencialmente castellanocéntrica de España siempre es bienvenido, por no hablar de lo muy arraigado del desprecio o rechazo instintivo hacia esa misteriosa e impenetrable lengua que es el euskera para la mayoría de los castellanoparlantes, al fin y al cabo una forma como otra cualquiera del desprecio o rechazo instintivo entre los más simples a todo lo que es extraño o simplemente no se entiende, te empeñarás en, o bien quitarle importancia al hallazgo de Irulegi como la prueba de que allí ya se hablaba una forma antigua de euskera hace ya más de 2000 años, o bien negar la mayor aprovechando las dudas más o menos razonables de un experto que todavía no ha tenido la ocasión de estudiar de cerca el objeto en cuestión, pero que, por si acaso, prefiere barrer hacia casa, en este caso a la de los especialistas en el mundo celtibérico al que él pertenece. Algo así como lo que hizo a los pocos días de conocerse el hallazgo de La mano de Irulegi un conspicuo periódico de la derecha madrileña cuando al comentar la noticia del hallazgo subrayaba que este no significaba en modo alguno que en aquella zona de Navarra se hubiera hablado euskera, al menos no por la mayoría de sus habitantes. Una afirmación harto curiosa si tenemos en cuenta que la mano en cuestión se encontró en un lugar llamado Irulegi perteneciente al valle de Aranguren, es decir, un valle de la cuenca de Pamplona en el que la práctica totalidad de la toponimia actual e histórica es eusquérica, así como muchos de los vocablos o expresiones locales del castellano que se habla en la zona al igual que sucede en otros territorios donde la lengua vasca se habló en su momento, y en el caso concreto que nos ocupa hasta bien entrado el siglo XIX tal y como lo demostró el historiador José María Jimeno Jurío con todo tipo de documentos en su libro “Navarra – Historia del euskera 3 – Pamplona y su cuenca.”

 

¿Pero por qué afirman lo contrario a pesar de todas las evidencias perfecta y debidamente documentadas a su alcance? Pues porque lo que impera en estos casos no es tanto la fidelidad de los hechos en sí mismos, como esa otra para con el sector ideológico al que se dirige un periódico como el ABC, La Razón, El Mundo o El Diario de Navarra, lo cual obliga a estos a intentar tranquilizar a sus lectores a toda costa, y ni qué decir que mediante las dosis de intoxicación informativa que sean necesarias, haciéndoles creer que pueden seguir manteniendo sin complejos su tesis de que el euskera en Navarra es siempre algo de fuera, algo impuesto, el caballo de Troya de los malignos nacionalistas vascos para anexionarse el Viejo Reyno más tarde o más temprano. Por eso los medios afines a la derecha española y muy española, e insisto que aquí da lo mismo si a derecha o izquierda, aprovecharán siempre cualquier resquicio para la duda con el único fin de negar la mayor, dado que nunca les interesa la verdad si esta puede resultarles incómoda, lo que les interesa de veras es poder mantener sus mantras ideológicos contra viento y marea y para de contar.

Una actitud ante las cosas, en realidad una falta de honestidad intelectual bochornosa, que no es exclusiva de la derecha navarra o el nacionalismo español sin importar si este es derechas, nacional-católico, o de izquierdas, jacobino a secas, porque si perteneces al bando contrario, al de los entusiastas del nacionalismo vasco más cerril o rudimentario, el de los que conciben lo vasco siempre desde el mito y las verdades absolutas reveladas por el profeta de turno, llámale Agustin Xaho, Sabino Arana, Telésforo Monzón, Krutwig  o como quieras, te encontrarás con más de lo mismo, solo que de distinto color, vamos, del rojigualdo a tricolor rojo-verde-blanco. Y no me refiero solo a los cientos de personas anónimas del País Vasco-Navarro que han corrido a hacerse pendientes, tazas, camisetas y demás merchandising con el propósito de exhibir con orgullo lo que para ellos ya es un símbolo de su identidad vasca, y más en concreto, de la antigüedad de todo lo vasco como si ello fuera un valor en sí mismo y no una mera circunstancia. No, esa fiebre repentina que pareció contagiar a demasiados vasconavarros durante los días posteriores a la noticia del hallazgo de La mano de Irulegi solo ha sido la expresión más espontanea y acaso lúdica de cómo percibe el ciudadano del común estas cosas relacionadas con la Historia de su terruño. Porque para expresiones verdaderamente fuera de lugar, incluso grotescas, todas aquellas relacionadas con la convicción de muchos, demasiados, entusiastas de los mitos y leyendas alrededor de la identidad vasca que nada más conocer la noticia del hallazgo corrieron a propagar a los cuatro vientos que La mano de Irulegi era la prueba definitiva que desmontaba la teoría de la vasconización tardía.

¿Qué es la vasconización tardía? Pues, resumiéndolo mucho, es una de las diferentes teorías que existen alrededor del origen de la lengua vasca y su implantación histórica en el actual territorio vasconavarro y alrededores. Una teoría más junto a la vascoibérica, la caucásica, la berebere-guanche e incluso la que relaciona el euskera con las lenguas indígenas del continente americano. Sin embargo, si todas estas teorías tienen un componente que no va más allá de lo especulativo, si se basan sobre todo en las meras coincidencias etimológicas o morfológicas entre el euskera y los idiomas con los que se compara a la primera, la teoría de la vasconización tardía, no solo establece que eso que hoy en día llamamos lengua vasca o euskera es en esencia la lengua aquitana que se hablaba antes y después de la conquista romana de las Galias en el Pirineo central, acaso, y esto siempre según los autores, a ambos lados de este y hasta puede que en lo que entonces era el territorio de los vascones desde la montaña al Ebro e incluso más allá, hasta las tierras del norte de la Rioja y Soria donde también se han encontrado estelas funerarias que contienen nombres de personas o deidades escritas en dicha lengua. Una lengua que en aquella época pre y pos romana todavía no se hablaba en el actual País Vasco, eso que hoy se llama Euskadi y hasta hace nada también Vascongadas, la parte occidental de lo que los vascoparlantes denominamos Euskal Herria, y que solo llegó a esas tierras entonces pobladas por pueblos de lengua celta siquiera ya solo indoeuropea (várdulos, caristios, autrigones y berones), como consecuencia de la expansión, tanto de los vascones de Navarra como de los aquitanos desde el otro lado de los Pirineos, ocupando la actual comunidad autónoma del País Vasco y otras áreas cercanas en la antigüedad tardía o al principio de la Edad Media. Se trata de una teoría que se sostiene sobre varias evidencias y otras tantas especulaciones, en realidad demasiadas para ser expuestas en un artículo como este; pero, que intentaré resumir diciendo que la mayoría de ellas se reducen al hecho incuestionable de que la existencia de testimonios escritos en lo que podría ser una lengua familiarizada con la lengua vasca actual son prácticamente anecdóticos a diferencia de lo que ocurre con esos otros en lenguas que llamaremos celtibéricas o indoeuropeas a secas, amén de otros tipos de testimonios arqueológicos que sitúan a los pueblos prerrománicos que poblaban esas tierras occidentales en el mundo céltico o ya solo indoeuropeo antes que en el vascón o aquitano. Dicho de otra manera, que si la lista de palabras que podemos encontrar en las estelas funerarias romanas del Pirineo central, la actual Navarra o las tierras de La Rioja y Soria antes citadas, superan con creces el número de 400 antropónimos y 70 teónimos de tipo aquitano o “vascónico”, los que podemos encontrar en la actual Comunidad Autónoma Vasca no llegan a la media docena y varios de ellos han sido bastante discutidos.

Se trata, en cualquier caso, de una teoría que viene de muy atrás y ha sido defendida por autores de muy distinto pelaje, desde vasquistas como Arnaud Oihenart a renombrados historiadores españoles como Claudio Sánchez-Albornoz. De hecho, tal es la solera de dicha teoría que el término “vascongado” o “Vascongadas” no hace otra cosa que alusión a la convicción de que los naturales de las actuales provincias de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa fueron vasconizados en su tiempo por los vascones provenientes de Navarra o del otro lado de los Pirineos. Con todo, también se trata de la teoría más denostada, por no decir odiada, por todos los entusiastas del mito de la presencia del euskera en lo que hoy es el conjunto del País Vasco-navarro desde tiempos inmemoriales tal y como establecieron algunos autores como el sacerdote y antropólogo José Miguel Barandiaran, el cual aseguraba que eso que entonces llamaban “raza vasca” no era otra cosa que la evolución desde la Prehistoria a nuestros días del tipo humano cuyos restos se encontraban en los yacimientos arqueológicos de la vertiente cantábrica del país, una civilización que anclaba sus raíces directamente en la Prehistoria y de ahí que los nombres de muchas palabras vascas relacionadas con el modo de vida paleolítico incluyeran el término “haitz” (peña, roca, peñasco) al estilo de “haizkora” (hacha).

Podríamos decir que la teoría de Barandiaran ha sido más o menos la canónica para todo el nacionalismo vasco, aquella que explicaba, más que demostraba, la originalidad de la lengua y cultura vasca respecto al resto de las de su entorno indoeuropeo, y además asegurando que esta siempre había estado arraigada en el conjunto de lo que los vascoparlantes siempre hemos denominado Euskal Herria; vamos, lo de la anécdota más o menos ocurrente de Pio Baroja cuando contaba lo del aristócrata castellano que al preguntar a un aldeano vasco acerca de la procedencia de su linaje, este le contestó aquello de “los vascos no datamos…” Así pues, la otra teoría, la maldita, el caballo de Troya del nacionalismo español para socavar los cimientos de la identidad vasca según algunos, la de la vasconización tardía, solía podía ser cosa de españolazos empeñados en desmontar el mito del pueblo que no se ha movido desde la Prehistoria del lugar que hoy ocupa, repito que como si eso supusiera en realidad mérito alguno. Por otro lado, la teoría de la vasconización tardía no era otra cosa que eso, una teoría todavía sin demostrar, mera especulación en manos de unos entendidos sin las pruebas definitivas que la rubricaran y además sospechosos de defenderla por oscuros intereses ideológicos.

Sin embargo, varios autores (Sayas, Azkarate, Cepeda) creen que la hipótesis de una vasconización tardía, pese a su carácter polémico, merece volver a ser discutida hoy en día, a la luz de los recientes descubrimientos arqueológicos que parecen indicar una expansión francoaquitana sobre el territorio de la actual comunidad autónoma del País Vasco. Unos descubrimientos que fueron divulgados por el programa Una Historia de Vasconia de la televisión pública vasca, ETB, dirigido y presentado por el historiador Alberto Santana. Hablamos de un programa de divulgación histórica, el cual, a diferencia de lo que solía ser lo habitual en este tipo de emisiones de la ETB con un más que descarado tufillo propagandístico de tipo nacionalista, demuestra un verdadero rigor histórico, incluso académico, y una factura moderna y sobre todo eficaz como programa tanto de entretenimiento como de divulgación. Tal es así que uno de sus objetivos es precisamente desmontar mucho de los mitos y leyendas que existen entre el ciudadano del común a cuenta de la Historia y la cultura vascas. Mitos y leyendas transmitidos durante generaciones con un claro propósito de crear una conciencia nacional en la que lo propio siempre es mejor o único, donde la interpretación de la Historia siempre es a favor, y mediante la manipulación o el retorcimiento de los datos históricos, de una idea de lo vasco muy concreta e interesada. También es verdad que no se trata de algo llamativo, pues todos los nacionalismos sin excepción han utilizado, y sobre todo manipulado, la Historia para inculcar los mitos y leyendas que mejor les convenían para afianzar su correspondiente conciencia nacional: ¿O es que todavía hay alguien medianamente leído o estudiado que se crea que lo de Pelayo en Covadonga fue tal y como lo contaban los libros de la escuela nacional-católica?

De cualquier manera, el caso es que el capítulo dedicado a divulgar los últimos descubrimientos relacionados con la teoría de la vasconización tardía fue ya la gota que colmó el vaso de los entusiastas de esa idea mitificada y casi que de tebeo de todo lo vasco a la que me refiero desde hace ya muchas líneas, puede que demasiadas. De repente, como quien dice de la noche a la mañana, la televisión pública vasca se convirtió en un medio a servicio del nacionalismo español para divulgar mentiras contra la lengua y la cultura vascas; un medio antivasco controlado por el PNV. Y Santana, ni qué decir, en el objeto a batir, un españolazo que odiaba todo lo vasco por mucho que al comienzo de su programa repita siempre que ha dedicado toda su vida al estudio de la historia del país que le vio nacer y al que ama, que lo diga tanto en la versión del programa en euskera como en castellano. Así que cuando sale lo de La mano de Irulegi los entusiastas en cuestión salieron en trompa para echarse al cuello de Santana en la convicción de que el hallazgo desmentía de raíz la hipótesis de un País Vasco que acaso no lo fue tanto durante los siglos más lejanos de su Historia, y eso aunque luego ya lo fuera del todo. De esta reacción tan desmesurada e ingenua quedará para siempre los memes que circulaban por las redes y en los que aparecía el rostro de Santana abofeteado por la ya famosa mano de Irulegi. A Santana no le quedó otra que ponerlos en su sitio con un comunicado en el que explicaba el verdadero alcance del hallazgo de la mano y lo que podía significar en el contexto de la teoría de la vasconización tardía.

«Mi inmensa satisfacción personal y profesional por el hallazgo y el primer avance de interpretación académica de la Mano de Irulegi se han visto enturbiados por una pequeña, pero ruidosa, oleada de insultos, agresiones y descalificaciones contra mi persona en las redes sociales. Reconozco bien las firmas y los intereses espurios que las mueven, y entiendo que los autores de esta y otras muchas imbecilidades son los cocodrilos talibanes que se movilizaron a favor del fraude de Iruña-Veleia y que ahora creen, de manera completamente ignorante y equivocada, que les ha llegado una oportunidad de tomarse la revancha por la sentencia condenatoria de los jueces a una excavación arqueológica que, a diferencia de la de la Sociedad Aranzadi, estuvo muy mal llevada, lastimosamente estudiada y peor divulgada. Suponen que la confirmación de lo que ya sabíamos -que los vascones protohistóricos y de la primera fase de la dominación romana hablaban una variante antigua del euskera (y además, y esta es la única novedad aportada por la primera interpretación de la Mano de Irulegi, podían escribirla usando un alfabeto ibérico levemente adaptado a sus fonemas propios)- hacen que pierda alguna validez la hipótesis de que el euskera actual, en particular el de Bizkaia, Araba y Gipuzkoa, procedería de un euskera unificado tardoantiguo que se hablaba en el siglo VI en la Cuenca de Pamplona y que pudo haber llegado desde el Pirineo Norte a través de élites militares de antiguos soldados rústicos aquitanos, cuando el Imperio Romano de occidente se estaba derrumbando ante los bárbaros.

La Mano de Irulegi corrobora que los vascones de la fase más avanzada de la Edad del Hierro, habitantes de buena parte de la actual Navarra, aunque no estaban unificados ni tenían grandes ciudades, poseían una sólida y bien arraigada cultura que, al menos en parte, se expresaba en lengua vascónica (como muy bien la está bautizando el profesor Joaquín Gorrochategui) y que habían alcanzado el nivel de la expresión gráfica escrita. Fueron esos vascones euskaldunes más avanzados quienes sufrieron el castigo y destrucción de su pueblo de Irulegi, posiblemente a manos del general «popular» Marco Perpenna, en represalia por haber apoyado al aristocrata «optimates» Cneo Pompeyo Magno, y en una cadena de consecuencias hipotéticas, serían los hijos de estos vascones desahuciados de sus poblados quemados quienes recibirían como compensación la ciudad de Calahorra, la fortaleza irreductible de Marco Perpenna, para gobernarla y vasconizarla por su fidelidad a Roma, y todavía- rizando aun más el rizo de esta reconstrucción histórica hipotizada- serían los nietos y biznietos de los vascones pobres de Calahorra quienes se aventurarían como pastores con nombres euskaldunes en las Tierras Altas de Soria durante unas pocas generaciones. Cuánto tiempo duró la cultura y la lengua vascónica en la Navarra intensamente romanizada durante cinco siglos de perfecta integración en el Imperio es algo que desconocemos y sobre lo que ninguna luz puede aportar la Mano de Irulegi. Del mismo modo que esta maravillosa inscripción euskaldun en el corazón de la Navarra del siglo I a. C. tampoco puede aportarnos nada al debate, cada día más interesante, sobre la euskaldunización o difusión tardía del euskara en los territorios occidentales de Euskal Herria a partir del siglo VI d. C.

Estimo que harán falta entre 10 a 20 años de trabajo académico riguroso para descifrar e interpretar correctamente el epígrafe de la Mano de Irulegi contrastándola con los iberistas y celtiberistas (estoy seguro de que ya hay algunos expertos revisando la extraviada Tesera de Hospitalidad de Luzaga), pero no dudo de que, con la mejor y más apasionada intención, en las próximas horas surgirán quienes propongan traducciones simplonas y fácilmente comprensibles basadas únicamente en su conocimiento del euskara actual».

https://www.eitb.eus/es/television/videos/detalle/4119414/video-una-historia-vasconia-alberto-santana/

Sin embargo, para qué vamos a engañarnos, da igual lo que diga Santana, los argumentos o pruebas que pueda aportar él o cualquier otro para desmentir las acusaciones que se les hacen de manipular la Historia por los intereses espurios que sean, el entusiasta de lo vasco como un cuento de tebeo al estilo de los de Asterix y Obelix, el del pueblo que resiste ahora y siempre al invasor, y que además nunca ha sido contaminado por influencia extranjera alguna, además de no haberse movido de donde estaba desde las primeras glaciaciones, seguirá creyendo en su particular interpretación de la Historia por una sola razón: eso es lo que quiere creer. De ese modo, da igual los hallazgos que se hagan y todavía menos lo que deduzcan los estudiosos al respecto, si lo que dicen no se ajusta a esa visión previa que tienen sobre la Historia de su país siempre lo rechazarán de lleno porque a ellos no les interesa la Historia como tal, sino solo en la medida en que esta corrobora los mitos y leyendas sobre los que han construido su identidad. Tal es así que su rechazo, cuando no verdadero odio, a una teoría como la de la vasconización tardía, una teoría todavía sin demostrar del todo y aun así con trazas de ser la más completa o acertada de hacer caso a todas las pruebas o evidencias que aporta tras décadas de estudio y descubrimientos, se basa única y exclusivamente en la convicción de que la posibilidad de que los pueblos prerromanos que habitaban el occidente del país no fuera de lengua vasca los hace a ellos también menos vascos. Un absurdo como una casa. ¿O acaso los bretones son menos naturales del país que ocupan porque sus antepasados llegaron huyendo de los invasores anglosajones a la antigua Armórica de Asterix y compañía y la rebautizaron como Bretaña en una época parecida a la que la teoría de marras dice que los vascones o aquitanos se desplazaron hacia la actual Euskadi, y a lo que habría que añadir las tierras riojanas y burgalesas que también fueron pobladas por gentes de lengua vasca? ¿Es que no podemos considerar europeos a los húngaros porque sus antepasados llegaron desde las estepas asiáticas hasta la llanura panónica de la actual Hungría también durante la Edad Media y no antes? ¿Y los ingleses que llegaron desde el norte del continente europeo a la antigua Britania, qué son, eternos extranjeros en su propia tierra? Y esto solo por poner tres ejemplos muy conocidos de desplazamientos de pueblos enteros desde sus antiguos lugares de origen a otros en una época de constantes cambios, y por diferentes motivos, tras la caída del Imperio Romano que hasta entonces había mantenido a todos esos pueblos en su respectivo redil. Pues oye, parece ser que existe un número considerable de ciudadanos vasco-navarros convencidos de que la identidad vasca no reside tanto en lo que somos hoy en día como resultado de lo que nos ha sido legado por nuestros antepasados y aportado por todos aquellos que vinieron de fuera, como por el hecho completamente anecdótico y hasta peregrino de que un señor o una señora que habitan lo que hoy es Euskal Herria en época prerromana hablara una lengua de tipo céltico, o ya solo indoeuropea, y no el vascónico de Irulegi.

¿Qué es lo que nos dice todo este embrollo alrededor de un hallazgo como La mano de Irulegi? Pues ni más ni menos que todavía estamos muy lejos de poder afirmar que contamos con una ciudadanía para la que el conocimientos Historia es ante todo una adquisición que se hace a través de los libros escritos por profesionales o, siquiera, la que les inculcaron en la escuela a través de estos. La nuestra es una ciudadanía que en su inmensa mayoría sigue concibiendo la Historia como un cuento al estilo del tebeo antes citado de Asterix y Obelix, a partir de ahí todo lo demás se les escapa, y no precisamente porque no tengan a su alcance todo lo necesario, todavía más en la época digital en la que nos encontramos, para completar las lagunas de su conocimiento, sino simple y llanamente porque no quieren, no les interesa si eso les va a suponer tener que cuestionar las convicciones de piedra con las que han construido una identidad con la que sentirse bien consigo mismos a falta de algo mejor. Dicho en plata, prefieren vivir en las tinieblas la caverna de Platón que aventurarse a ver la luz fuera de esta. Y eso, por desgracia, viene a ser la tónica general de buena parte de la humanidad, por lo que, para que vamos a engañarnos diciendo que la solución está en la escuela, los libros, incluso en los programas de divulgación de calidad como el de Santana, si simple y llanamente hay gente y la habrá siempre que es impermeable a todo lo que no sea satisfacer las necesidades narcisistas de su ombligo en exclusiva.

 

Txema Arinas

Oviedo, 22/12/2022

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