Por fin se acaba agosto. Cada año más gente por todas partes y sobre todo dando más por culo. Yo todavía no he metido el pie en el mar desde que comenzó el verano, y eso pasando buena parte de mi tiempo, como quien dice, a tiro de piedra de la costa. Era imposible porque cada vez que te acercabas a cualquiera de las playas, pueblos pesqueros o lo que fuera que estuviera cerca de la costa, las colas de coches aparcados a las afueras parecían infinitas. Otro tanto darse un garbeo por el centro de las principales ciudades o pueblos costeros sin tener que hacer cola para todo. Como que hasta el interior de Asturias estaba petado por todas partes a excepción de las cuencas mineras, por lo que la única escapada que hemos podido hacer sin agobios, y bien que a gusto, ha sido un sábado a Mieres; oye, menos es nada y qué bien comimos junto al ayuntamiento sin arriesgarnos a ser tangados por el hostelero desaprensivo de turno, una especie que este época abunda por doquier. Me refiero, claro está, a los del cachopo tamaño carta de la baraja, los mejillones a precio de percebes, los quesos asturianos de fábrica otro tanto, las fabes de la zona de Al-Ksr-imazzuf en el Atlas o de por ahí, la sidra en plan medicamento diurético y todo en ese plan.
jueves, 4 de septiembre de 2025
DE CASCADAS Y POZAS VÍRGENES, LAMIAS NO TANTO Y ALEGATO CONTRA EL TURISMO DEPREDADOR
Así pues, y a la espera de que se despeje del todo la costa de las hordas turísticas depredadoras para poder acercarnos a darnos un bañito o disfrutar de un finde en el pueblo pesquero donde veranea de siempre mi parentela política, me he tenido que conformar con los sueños en los que aparezco de excursión por los montes del sur de mi provincia que tan caros me son por razones que sólo a mí me competen.
Y en eso estoy, recorriendo prados y veredas, atravesando bosques de encinas, quejigos y marojos, junto con robles comunes, hayas, alisos y pinos silvestres, hasta llegar a un rincón oculto entre roquedales donde descubro para disfrute de mis ojos y sentidos una impresionante cascada que forma a sus pies una poza de agua asombrosamente cristalina. Pero, lo más sorprendente de todo; no se atisba presencia humana alguna por los alrededores. He debido internarme tanto en el bosque a la salida del pueblo ficticio de Okerruri, como dos o tres horas caminando solo monte arriba, que debo ser de los pocos en toda la provincia que han llegado hasta aquí, se supone que descontando también los lugareños del pueblo ficticio antes citado, siquiera ya sólo los furtivos. Como más que cobertura lo que tengo es memoria y presumo de conocerme casi todos los términos de la zona por la que me muevo, creo reconocer en la impresionante cascada y su correspondiente poza vírgenes que tengo delante de los ojos esa de Urogena que aparece en los planos.
Estoy que no quepo de gozo. Toda una poza de agua fría y cristalina para mí. Así que no tardo ni dos segundos en ponerme en pelotas para darme un chapuzón. Y, oye, ya hay que joderse, es que ni siquiera aquí, que es salir a la superficie y darme de narices con una pava con las tetas al aire. Una pava de melena rubia, ojos azules, pechos prominentes y..., pues eso, todo lo heteropatriarcalmente atractiva y carnal que te puedas imaginar porque para algo esto es un sueño y no suele haber concejales de esos que censuran orquestas de verbena porque las bailarinas visten provocativas y demás neomojigatería.
- Perdón. Pensaba que estaba solo en la poza.
- Y solo estás.
- Ya, bueno... ¿Tú también has venido sola?
- Yo vivo aquí. Soy una lamia.
- ¿Una qué?
- ¿Serías tan amable de ayudarme a acabar de peinarme el pelo? -me pregunta mientras me extiende un peine dorado. ¡Qué hostias! Me parece que de oro del bueno, vamos, del que llevan los gitanos y en ese plan.
- ¿Y, esto..., cómo así tú...? -no consigo acabar la frase porque en ese momento noto que la señorita lamia me coge del rabo por debajo del agua.
- No me dirás que no te apetece...
- Ya, sí, claro, ya lo notas, ¿no?; pero, es que... ¿Cómo? Yo es que con una merluza nunca...
- Serás imbécil e indocumentado, las lamias no tenemos cola de pez sino patas de rana.
- ¡Ah, bueno! En ese caso, en peores garitas...
Total, que creo despertar y lo primero que hago es tirarme al ordenador para escribir el sueño que nos ocupa tal y como suele ser mi costumbre con el propósito de arrancar alguna que otra sonrisa a la peña de desorientados en la vida que me leen, o eso creo yo.
- ¡ME CAGO EN EL PUTO TURISMO DE LOS COJONES!
Pues no voy y me veo de nuevo monte traviesa para llegar hasta Urogena, donde, y a diferencia del sueño anterior, descubro para mi sorpresa, o acaso estaría mejor escrito para mi disgusto, una turba humana alrededor de la poza. Algunos chapoteando dentro o haciéndose aguadillas, otros tirándose desde lo alto de la cascada; pero, la mayoría haciendo picnic en la orilla con sus sillas y mesas de camping, sus tortillas de patata, ensaladas, filetes empanados, botellicas de vino, refrescos para los niños. Incluso creo distinguir a un desaprensivo preparando una barbacoa...
En ese momento reconozco a mi lamia y, mira que lo pasamos bien el otro día y que estoy convencido de que entre nosotros surgió algo que no sabría cómo calificarlo; pero, no lo puedo evitar, estoy tan indignado por lo que veo que no dudo en dirigirme a ella un pelín airado.
- ¡PERO ESTO QUÉ COJONES ES!
- Esto es que después de lo nuestro te dio por contarlo todo en el feisbuk y mira lo que ha pasado.
- ¿En serio?
- Como que he tenido que poner una tarifa y todo.
- ¿Cómo? ¿Que te has metido a puta?
- Serás subnormal. Una tarifa para intentar reducir el acceso de visitantes y de paso sacar un dinero para hacer frente al mantenimiento de la poza antes de que la destrocen del todo.
- Entiendo, una tarifa como la del Urederra y por estilo.
- Una tarifa por tu culpa.
- Menuda pesadilla.
- Ya te digo, tú y el puto feisbuk.
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