lunes, 18 de enero de 2010

BUSCANDO LA PERFECCION LIQUIDA


Por cierto, llevaba desde el viernes queriendo hacer una entrada a lo echar bilis por el teclado. Que resulta que me bajo el viernes a la noche a por unas pizzas muy ricas, muy finas, que hacen en una pizzeria de aquí al lado, un local muy de gente del Oviedín y en ese plan. Y en eso que mientras espero a que me las preparen pido un gintonic, la camarera veinteañera que me lo pone un cuarto hora después, me echa el Beefeater, un chisqui de tónica y se me va a pendonear un rato tras la barra. Y yo esperando a que se me acerque a darle un meneo al cubata con una cuchara o lo que sea. Pues ahí me estuve otro cuarto de hora, que no la veía escondido como estaba tras mi columna de la barra. Hasta que por fin la distingo y le digo todo educado y hasta queriendo ser simpático, a ver, maja, que te me acerques, y ella, todo malencarada porque la había sacado de su charleta con los veintipocoañeros que babeaban delante de ella, que a ver qué quería, que me menees el cubata, no te jode la pava, que acabes de ponérmelo joder, que me cobras cuatro euros. Pues que va la señorita y me dice con toda la frescura de su adolescente hocico, ese desenfado de la juventud, en plan qué buena que estoy que se me lo perdona todo, que ya me podía haber echado el resto de la tónica y mover su contenido con la botella tal que así, a lo meterla hasta el codo de la manga de mi camisa. Mecagondios y su puta madre, vaya rebote que me cojo ipso facto, no te jode, la primera vez que en vez de esperar a que te metan dentro del vaso la cucharita larga de los huevos y te pasen cariñosa y hasta sensualmente el trozo de limón por el borde del mismo, va y me suelta la puta niñata que meta la botella del refresco y me menée el cubata yo mismo. Bueno, bueno, que como además uno ya tiene una edad que va de cabeza para cascarrabias, que ya no aguanto ni a mi puta madre, pues que ni me quiero acordar del exabrupto que debí soltarle a la coleguilla, no sé si algo de lo que voy a meter ahí va a ser la... y otras tantas observaciones de igual calado en lo referente a la calidad del servicio que ofrecía la nena a cambio de los cuatro euros del puto gintonic. En fin, como que la niñata no se acercó por mi lado de la barra hasta que llegaron las pizzas, que fue dármelas y cobrarme sin mirarme a la cara; eso sí, yo con cabreo y todo tampoco desaproveché para echarle una ojeada al trasero, divina juventud, tanta frescura como tontura, que lo borde no quita no rijoso, ayy, ama, jovencicas.

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