viernes, 15 de enero de 2010

"Mère décédée. Enterrement demain. Sentiments distingués.


Ya han empezado en Francia a celebrar los 50 años de la muerte de ALbert Camus y yo no me puedo resistir a una entrada en plan homenaje nostágico-reinvindicativo de un escritor que no sólo está en bagaje de uno con especial relevancia, siquiera sólo por ser una de esas primeras lecturas de juventud que primero impactan y luego condicionan, se quiera o no, la visión del mundo que uno se va haciendo a su medida. Creo haber leído el Extranjero por primera con muy diecipocos. Estaba en casa o me lo pasó un tío mío dentro de su particular cruzada lectora-francófila, ni qué decir que con éxito. No lo sé, sólo recuerdo que, como era de esperar, la primera lectura de un texto tan breve y en apariencia asequible me dejó frío, no entendí nada. Luego lo he vuelto a leer en infinitud de ocasiones, el que más, las últimas dos comme il faut, en français, así como otros trabajos de igual calado, La Chute, La Peste, Caligula, Le Maleletendu, Le Premier Homme, en lo que respecta a su ficción. También me encaré con el Mito de Sisifo y disfruté como con pocas obras filosóficas o así con El Hombre Rebelde, verdadero alegato a favor de la libertad individual por encima de las cadenas de la secta, la tribu y en general todo aquello que nos llena la existencia de leyes inquebrantables, complejos ideológicos y tabues por todo. Camus era el rebelde moral y ético por excelencia, o al menos así se construyó así mismo como hacemos todos, el hombre comprometido de izquierdas que le cantó las cuarenta, le levanto las enaguas dejando al aire sus vergüenzas, a esa izquierda oficial que se derretía de gusto con el comunismo en su versión telón de acero y en general su tendencia casi innata a recortarle la libertad al individuo. También fue el hombre de las contradicciones, de la lucha entre la razón y el deseo, entre lo justo y lo humanamente comprensible. Su mutismo o pusilamidad intelectual ante lo que sucedía en Argelia, su lugar de nacimiento, le mereció palos por todas partes, por parte de los suyos, quiero decir, la caterva de los biempensantes que le exigían una condena sin paliativos del colonianismo francés, disponer de su pluma para condenar la resistencia de la metropolí a conceder la independencia a los argelinos de origen árabe. De origen árabe porque él, en cambio, era un genuino pied noir,, descendiente de mallorquines y franceses que emigraron a Argelia en busca de una vida mejor y aún así sólo malvivieron rozando siempre la miseria, o al menos de eso es de lo que habla en su autobiografía, su último e inconcluso libro antes de estrellarse en coche contra un árbol a los cuarenta y pocos. Un fránces "africano" al que le pedían que renegara de los suyos, de esa madre en medio de una guerra de la que ella, como tantos otros, sólo era una víctima propiciatoria, a merced de los acontecimientos que llevarían al exilio, al desarraigo, a la inmensa mayoría de ellos, eternos emigrantes a los que les prometieron un futuro en esa tierra poblada por otros y que con el tiempo tuvieron que abandonar para volver adonde ya nadie los quería. Porque dejando a un lado la vertiente combativa, de pose intelectual en plan portavoz moral de la tribu y en ese plan, para qué negarlo, sus rencillas con los colegas, los éxitos con Nobel mediante y los anatemas por parte de casi todo el mundo, Camus es ante todo la luz de la costa afrícana, sutileza mediterráneo, los ecos españoles y árabes de su ciudad natal, Oran como metáfora de ese Mediterráneo de Fernand Braudel, humor con un vaso de vino en la mano. Eso y la francofonía amable, libre, hermosa incluso, cosmopolita, a la que si le quitas un bastante de trascendencia filosófico-existencialista se queda en lo mejor de Camús, el que se reinvindicaba únicamente como artista antes que como pensador, el de los partidos de fútbol como válvula de escape y el juego como metáfora de la vida en grupo, la carga de ejercer de conciencia moral y ética en lo público y el desastre en lo privado del marido adúltero consciente del daño que hace y aún así demasiado humano para renegar de la pasión desbocada, inevitable, que sentía por otras, en especial y casi ya definitivamente por la Casares. Humano, demasiado humano, y no sólo siempre para lo bueno, por eso tanto.

Ahora con lo del aniversario no paro de leer artículos o reseñas, como de costumbre la que más me ha gustado ha sido la de Miguel Sánchez-Ostiz, seguida por el artículo de David Trueba en su rincón televisivo, esa en la que hablaba del contraste entre un país como Francia entregado al recuerdo casi obsesivo -su imagen, como la que encabeza esta entrada y por lo menos, o sobre todo, en Francia, se ha convertido en un icono al estilo de la del Che, esto es, adorada y aceptado por millones de personas que ni siquiera saben quién era el personaje o qué hizo- por una figura a la que en su tiempo gran parte de su intelectualidad, de su establisment político incluso, vapuleó a gusto, homenajes en todas partes y a todas horas, y hasta una propuesta del petit napoleon hongrois que matrimonió con la Bruni para trasladar sus restos al Panteón de los franceses ilustres, propuestas que ha soliviantado a los hijos porque según ellos, y con razón, viene a ser como dedicarle una misa a Nietzsche o por el estilo, que ya hay que joderse. Contraste, digo, con la España para la que no existe otro personaje digno de ocupar la mayoría de los temas de conversación que la Belem Esteban, así estamos. El pasado sábado también venía un artículo a dos páginas de ese figurón del Bernard-Henry Lévy, un tipo por lo general infumable que juega con patética insistencia a intelectual orgánico de la Françe y que en este caso no lo parecía tanto, también es verdad que el artículo hacia mención de lo obvio de Camús, si bien con especial dedicación a su conflicto con ese otro figurón del existencialismo que ya no lee nadie, como para hacerlo, Sartre, ese con el que Camus mantuvo más allá de su inicial amistad una larga lista de incompatibilidades, pues mientras Camus denunciaba la falta de libertad y los crímenes stalinistas el otro se los calló y hasta le acusó por hacerlo, mientras Camus participó activamente en la Resistencia y el otro poco más que permaneció toda la ocupación cómodamente sentado a verlas venir para luego una vez vencidos los alemanes correr a colgarse los laureles. Así hasta la infamia final, esa en la que el padre del existencialismo encargaba a otro un libelo contra Camus, un libelo en el que el esbirro daba rienda suelta a sus prejuicios de señorito contra el pied noir nacido en la miseria, que le reprochaba no haber alcanzado grado académico alguno, que menospreciaba su obra por carecer de esa exquisitez académica de otros, se supone que no ser lo suficientemente plomiza como la de su amo, y en resumen, un libelo a cargo del hijo de buena familia contra el muerto de hambre franco-argelino que había osado alcanzar el Olimpo que él creía reservado para los suyos. Cómo estaría de revirado el señorito de Sartre que en una ocasión le expetó a lo, es de broma, eh, que mientras que él -Camus- encandilaba a las mujeres con su sola presencia, él tenía que hacerlo con su inteligencia porque de lo contrario no se comía un colín. Tal era la mala baba del señorito, su autosuficiencia a lo soy el señor del castillo, cuidadín con los advenedizos que el coto es mío.

Sea como fuere, un autor que sé de antemano que volveré a frecuentar una y otra vez antes de estirar la pata, que no podré abrir uno de sus libros sin emocionarme con sólo leer las primeras líneas, uno ya sabe lo que viene luego y claro...: Aujourd'hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas. J'ai reçu un télégramme de l'asile: "Mère décédée. Enterrement demain. Sentiments distingués." Cela ne veut rien dire. C'était peut-être hier.

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