jueves, 7 de enero de 2010

FELIZ AÑO NUEVO HIJA DE LA GRAN PUTA


Año nuevo, ¿vida nueva?, y, eso sí, las caras de siempre. Pocas cosas hecho de menos de la casa antigua a no ser los momentos vividos, en especial los relacionados con los primeros años de Mr, y casi ya más en concreto los ratos en el jardín de debajo de casa o por los alrededores. No obstante, y dejando al lado lo esencialmente íntimo, si hecho de menos algo o a alguien es a mi quiosquera de Casona, una mujer con la que llegué a establecer cierta amistad después de muchas charletas mañaneras y confidencias otro tanto. Una chica, antes que señora, de una simpatía muy del terruño astur, lo que viene a ser por estos pagos sinónimo de bonhomía. Claro que también, no nos engañemos, de verbosidad sin freno, es decir, de darle al palique que da gusto, hasta el punto que había días que tenía que decir basta, que se me pasa la mañana, que tengo cosas que hacer. Y aún así, y como suele ocurrirme muy a menudo con bastante gente de aquí, la chavala que no se decidía a terminar la charleta por eso de no vaya a quedar como una siesa, que parezca que soy una borde. Una actitud tan cara a tantos asturianos que les impulsa a repetirse una y otra vez, supongo, sospecho, que a la espera de que sea el otro quien de por zanjada la conversación. En fin, en todo caso, me lo pasaba muy bien porque tenía una gracia para contar las cosas muy de aquí, algo así como una mezcla de sorna y ese fatalismo casi gallego con el que te cuentan las cosas como si todo les superara, algo que me recordaba mucho a los irlandeses con esa cosa de hablar por los codos con gracia acerca de todo lo mal que les va en la vida y aún así joder que bien se lo pasan. Y por supuesto, llegados a este punto resulta inevitable no traer a colación la sospecha de que esta sorna fatalista se deberá a la cosa céltica o por el estilo, cuestión de pedantes rustilustrados, o leídos por encima, sin ir más lejos al estilo de un servidor. Me consuela el hecho de que aún habiéndonos quedado en la anterior casa tampoco habría tenido opción a seguir cultivando su amistad, pues en los últimos meses antes de mudarnos ella andaba intentando traspasar su modesto negocio de prensa, libros, chuches y material escolar debido a una contingencia familiar que debía afrontar y sobre todo sumar a la larga lista de las que tenía ya sobre las espaldas desde que había salido de Asturias hacia Canarias para luego volver y dejar en el camino un matrimonio tras las respectivas calamidades y más de una anécdota de caerse de culo de risa. En fin, ahí andaba intentando que alguien se hiciera cargo de su negocio, echando mano de amigas para mantenerlo abierto mientras ella atendía los asuntos de su salud. Con el tiempo y ante las dificultades para traspasar un negocio la verdad que nada boyante, se convenció para por lo menos coger una persona que se hiciera cargo a cambio de parte de lo ganado, lo mínimo según comentábamos para no perder la clientela ganada después de varios años, en especial los colegios y establecimientos a los que repartía la prensa por la mañana. Pues mira que T le dio teléfonos de gente interesada, en especial gente que con esto de la crisis se acababa de quedar en el paro y a la que no le venía mal un ingreso por magro que fuera, pues ni por esas, parece ser que a nadie de las que llamó, de parte de T y de otras, le interesaba pasar cuatro horas (ya de había resignado ha cerrar por las tardes) sentada en una silla para dar el cambio por el precio de la Nueva España o unas gominolas, mejor en casa a verlas venir o por el estilo. En fin, al final tuvo que chapar a las bravas y fin de la historia.

Ahora bien, ha sido trasladarnos a Foncalada, y como servidor se toma todas las mañanas un café mientras lee el periódico antes de subir a casa a darle a la tecla, pues que no me queda otra que comprar el periódico en un Mas a Mas que está enfrente del cafeto de al lado de casa, no me voy a ir a tomar por culo para diez minutos que empleo en semejante actividad. Pues que resulta que la señora que ahora me vende el periódico es la tipa más siesa, borde y malencarada que uno se puede echar encima, si es que está arrugada de tanto fruncir el ceño cada vez que le alguien le da suelto, que ya puedes entrar diciendo buenos días a grito pelado y dándole al bombo que la tiparraca no se da por aludida, como que cuando le pagas ni te mira a la cara, extiende la mano, devuelve el cambio y ni adiós ni hostias, será que no le gusta el periódico que compro, que se me ha escapado alguna vez algún agur, que me cuelga un moco o tengo los bigotes manchados del dentífrico de por la mañana... Pues no, se lo hace a todo el mundo, a todo el mundo que no lleva traje y corbata o abrigo de pieles por lo que la he calado, la señora la educación como que se la reserva para los mayores de sesenta años. Así que voy ayer después de una semana fuera y sólo se me ocurre entrar a por el periódico desearla feliz año nuevo. Pues como si se lo hubiera deseado a un árbol o una papelera, la tiparraca me extendió la mano, atrapó literalmente el dinero, y, oyes, ni adiós.

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