sábado, 6 de marzo de 2010

LOS AÑOS INFAMES



No hago, o al menos lo procuro, entradas que tengan como tema al mal llamado "conflicto vasco", vulgo, "terrorismo ultranacionalista vasco", por mero hastío, y también por higiene mental propia. No obstante, de vez en cuanto no queda otra dado que un blog sólo tiene sentido cuando se toma como un registro de lo que a uno le pasa por la cabeza a diario. De esta guisa, y a tenor de las últimas detenciones de etarras en Francia, quisiera destacar, siquiera a modo de ejemplo de los extremos de la barbarie que nos ocupa, la de todo un veterano del asesinato, Lorenzo Ayestarán, alías Fanekas, responsable de diez asesinatos, se dice pronto, la mayoría de ellos en Álava y Bizkaia. Asesinatos que, aún siendo uno niño, y acaso sólo por el clima de saturación política y de rutina enferma que se vivía entonces, no me vienen a la memoria con la crudeza de otros de cuando ya no lo era tanto, sino más bien en ráfagas de lo que creo haber oído entonces a mis parientes, amigos de éstos o gente del común. De ese modo hay que recordar el asesinato del jefe de los miñones, Jesús Velasco Zuazola, por el significado del mismo al ser miembro destacado de un cuerpo que encarnaba en parte la esencia foral alavesa, también uno en el que muchos tenían familia, o cualquier otro vínculo parecido, un asesinato que El Correo relata tal que así:

A Jesús Velasco, jefe del cuerpo de Miñones de Álava, no le mataron en el garaje. Le asesinaron en su coche. Fue el 10 de enero de 1980 en la plaza de Lovaina, en Vitoria. A las nueve menos cuarto de la mañana. Hacía sólo unos segundos que, como cada día, había dejado a sus hijas Begoña e Inés en el colegio de las Ursulinas. Arrancó. Se paró en un paso de cebra para dejar cruzar a un chico joven y a varios niños. Cuando el joven estaba frente a su Ford Fiesta sacó un arma automática y le acribilló. Diez balazos. Luego, rompió el parabrisas con la culata del arma y le pegó el tiro de gracia. En la frente. Hecho el 'trabajo', se montó en un taxi, dentro del que le esperaban otros dos terroristas. Y escapó.


No se trata de una recreación morbosa, sino más bien puramente ilustrativa de la extrema crueldad de una gente que con una saña inaudita ha seguido matando a lo largo de décadas en nuestro páis. Con todo, la impronta criminal del tal Fanekas en nuestra provincia no para ahí, pues antes ya ha había matado a un policía llamado Recio:

Primero fue el de Antonio Recio, policía de 51 años. Tres terroristas entraron en su fontanería y le metieron diez balas en el cuerpo. La undécima le llegó a bocajarro a la cabeza, cuando ya estaba en el suelo. Así le encontraron su mujer y su hijo Antonio, que entonces tenía 16 años. Como tantos otros, hoy no quiere recordar aquello. Porque a la pérdida de su padre se unió la incomprensión, el vacío al que muchas víctimas eran sometidas.

El mismo malnacido mató más tarde al jefe de la policía municipal:

Eugenio Lázaro era el jefe de la Policía Municipal de Vitoria y ETA lo mató el 13 de marzo. Era domingo y estaba de potes por Sancho el Sabio con dos amigos cuando, en medio de la calle y entre cientos de personas, un joven a cara descubierta se le acercó por detrás y le pegó dos tiros en la nuca.


Y siguió sumando cadáveres: Hubo más asesinatos en los meses sucesivos, pero el siguiente que se le imputa a 'Fanekas' es el de tres guardias civiles en Salvatierra. El 4 de octubre. Eran motoristas que iban a regular el tráfico durante una carrera ciclista juvenil que se celebraba con motivo de las fiestas patronales. Tres terroristas, otra vez a cara descubierta, apartaron a la gente que les rodeaba y les acribillaron mientras hablaban con el organizador de la carrera sobre la ruta a seguir

La carrera criminal, asesina, de Ayestarán continuaría en Bizkaia con otros cuatro asesinatos. Luego vendría la detención, extradicción a Venezuela, la buena vida, y cómo no, para hacernos una idea de que hasta qué punto algunos de ellos son realmente "reinsertables", su regreso décadas más tarde a la primera línea, con demasiados años encima pero xon igual instinto criminal. En fin, al menos ha acabado donde tenía que acabar, que no le ha dado tiempo ni a decir esa goma 2 es mía. Resulta increible la facilidad con la que caen ahora estos salvajes, la calaña cada vez más baja de los que capturan, como si los de antes fueran unos santos, unos lumbreras o así. Y sobre todo, pasma darse cuenta de cómo han cambiado las cosas desde que tenemos uso de razón, el abismo que separa el presente de los años infames en los que se miraba hacia otro lado, en los que se justificaba lo injustificable, en los que la dialéctica de los míos o los suyos estaba tan de boga, la de al enemigo ni agua, en todo caso matarile. Habría que hablar de ello si no diera tanta pereza, incluso vergüenza, puede que sólo miedo. Y habría que hacerlo largo y tendido, de cuando no fuimos inocentes, puede que incluso cómplices, siquiera equidistantes en mitad de la barbarie, quien calla otorga, quien lo hace al amparo de toda una sociedad puede que lo haga dos veces. Sólo así se entiende que a uno se le revuelvan las tripas, se dé asco, cuando lee testimonios como estos:

«Hay tantas y tantas familias que no se podían expresar... Porque en aquella época nadie nos hacía caso», dice Ana María Vidal Abarca, la viuda del jefe de los Miñones, Jesús Velasco

Cuando en su funeral el cura habló de reconciliación y pidió que los asesinos encontrasen «el buen camino» muchos carraspearon y se revolvieron en los bancos de madera fría. A la salida de la iglesia se enfrentaron las consignas 'Viva España' y 'Gora ETA militarra'. Por la ciudad, grupos de jóvenes franquistas y otros afines al grupo terrorista blandían palos, cadenas, navajas y alguna pistola.

«No se podía vivir con aquella psicosis constante», recuerda desde Madrid. Ni siquiera podía compartir sus miedos con su cuadrilla porque «aunque todos sabían de nuestra situación, nadie preguntaba. No se hablaba de ello. Ahora eso ha cambiado, ¿no?».

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