jueves, 11 de marzo de 2010

¿SERÁ QUE FABILA, RAMIRO Y COMPAÑÍA ENTENDÍAN MÁS DE LO QUE CREEN LOS HISTORIADORES...?



De garbeo ayer por la tarde en la Plaza de la Catedral, y a pesar del frío, o precisamente porque éste no lo es tanto en comparación con otros sitios, me encuentro con los primeros turistas del año o así. En concreto admirando embobados las estatuas de los reyes asturianos que hay en un lateral de la catedral, que ya son ganas de perder el tiempo en mamarrachadas. Aunque, bien pensado, no estoy siendo del todo justo, porque si te pones hasta les puedes encontrar su punto a esa especie de maniquies de piedra que pusieron en supuesto homenaje a la monarquía asturiana, esa que hasta hacerse leonesa poco más que se dedicaba a celebrar espichas de tintorro de mencia (para hacerlas de sidra habrían tenido que esperar al descubrimiento de América) y perseguir a los osos por el monte. Y es que los monigotes en cuestión tienen su miga, pues si te pones a pensar en el efecto que debió causar durante su inauguración entre la muy distinguida, pacata y viril casta de mandamases de la época la visión de unas figuras tan... ¿estilizadas?,¿idealizadas?, ¿amaneradas?, ¿reinonas?,, en lugar del prototipo marcial y testosterónico a tope que se podía esperar de unos reyes del Medioevo más alto y bruto, de cuando el abuelo Pelayo echó a los moros de Asturias a castañazos y así, y es que aquellos monarcas asturianos, de un reino tan pequeño, inaccesible y agrario, no debieron ser precisamente príncipes del Renacimiento o por el estilo.

Ni sé quién fue el escultor, ni tengo ganas de averiguarlo perdiendo el tiempo en la red. Puede que que estuviera de moda ese tipo de manierismo, que la idea de la monarquía en sí no le fuera del todo grata al escultor o todo lo contrario, que la tuviera idealizada hasta ese extremo. Claro que a mí, puestos a hacer cábalas, la que más me gusta sería la del escultor de la acera de enfrente al que le hacen un encargo tan emblemático para la ciudad en la que vive y que va y se toma la revancha tras años de aguantar estoícamente todo tipo de burlas a cuenta de su sexualidad no canónica, porque esa era una época en la que o tragaban, agachaban la cabeza y hasta agradecian la deferencia con una sonrisa, o ya directamente les molían a palos por maricones y encima contestatarios.

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