jueves, 14 de abril de 2016

NO LLEGARÉ VIVO AL VIERNES




Sinopsis de la obra
Una redada cargada de violencia, un alijo de cocaína en manos de la persona equivocada, el asalto a un chalet de lujo, un rifle que nunca debería haber sido disparado… ¿Quién puede decir con seguridad que llegará vivo al viernes?
Quince años después de su época escolar, el futbolín es lo único que une a Tito y Camilo. Una vez a la semana, los dos viejos amigos se enfrentan en una vibrante partida que les hace olvidar sus preocupaciones diarias. Pero este lunes la partida será el inicio de una trama endiablada, repleta de casualidades y personajes que se entrecruzan, donde, sin saberlo, el destino de cada uno estará en manos del otro.

Reseña
Tengo para mí que el asturiano Nacho Guirado es, junto a otros como Carlos Zanón, Alexis Ravelo, Domingo Villar y otros muchos, uno de los jóvenes escritores  más veteranos y avezados de novela negra española actual. De hecho, el libro que nos ocupa, No Llegaré Vivo al Viernes (2008, Ediciones B), es la séptima novela de una carrera que podemos decir consolidada, o lo que es lo mismo, Guirado ha acreditado y con creces, además de unos cuantos premios, su oficio como escritor. Asimismo, Guirado es uno de esos escritores contemporáneos que no duda en hacer novela negra a partir del entorno en el que vive, esto es, sin abandonar Asturias, para ubicar sus tramas en escenarios que el aficionado a la novela negra tiene a identificar por costumbre y puede que también esencialmente por cliché, como más propios del género. Me refiero a escenarios aparentemente más urbanos (si bien, y en contra del tópico al uso de la Asturias verde y montañosa, el triángulo periurbano que forman las ciudades de Oviedo, Gijón, Avilés y las diferentes poblaciones industriales y dormitorio entre éstas supera y con creces el medio millón de habitantes esencialmente urbanitas con lo que esto supone en cuanto a ambientes en los que desarrollar tramas negras de todo tipo) y tradicionalmente más reconocibles en la novela negra como pueden ser la Barcelona más castiza, “gótica”, de Vázquez Montalbán y González Ledesma o el Madrid más suburbial y cheli de Juan Madrid o David Torres. Se trata de una tendencia, a mi juicio del todo natural, que parte del principio “pessoano” del “Da minha aldeia vejo quanto da terra se pode ver do Universo. Por isso a minha aldeia é tão grande como outra terra qualquer”, esto es, de lo pequeño e inmediato al ancho mundo que decía también el mexicano Carlos Fuentes, vamos, que para ser universal había que serlo a partir de lo que a uno le es más cercano. Así que, del mismo modo que Alexis Ravelo ambienta sus novelas en sus Islas Canarias o Domingo Villar en Galicia, Nacho Guirado construye sus tramas negras en un territorio que muchos, acaso llevados por el cliché más o menos turístico al que nos referíamos antes, conciben poco más que bucólico, simpático, fin de semana de culines de sidra y fabada de verdad, no Litoral. Sin embargo, y más allá del Paraíso Turístico para captar turistas, los ingredientes de cualquier novela negra como pueden ser una redada cargada de violencia, un alijo de cocaína, el asalto a un chalet de lujo, un rifle que nunca debía haber sido disparado…, sin ir más lejos los ingredientes principales de No Llegaré Vivo al Viernes, son tan creíbles aquí como en cualquier otra parte, y como muestra un botón: la edición de uno de los dos periódicos locales de un día cualquiera.
Ahora bien, la novela de Nacho Guirado, y al igual que sucedía en otras suyas como la muy celebrada No Siempre Ganan los Buenos (2007), es un ejemplo prístino de la novela negra cuya objetivo principal, y me temo que único, no es otro que atrapar al lector desde la primera línea y conducirlo hasta el final de la misma a una velocidad casi que de vértigo. Las novelas de Guirado se leen de tirón gracias a una escritura escrupulosamente detallista y directa, todo en función de que no decaiga el ritmo, aburrir a lector con cualquier disquisición acerca de la realidad en la que viven los personajes o sobre aspectos de su biografía que han podido condicionar su posterior comportamiento, en especial el que les lleva a delinquir o mostrarse más o menos violentos hacia el resto de sus congéneres, sólo aparecen, si lo hacen, a modo de trazos rápidos y gruesos. Lo que importa, insisto, es que la trama enganche y apabulle, que el lector cierre el libro y haya experimentado lo mismo que cuando ve una película de acción sin mayores pretensiones. Las novelas de Guirado remiten por su ritmo acelerado, lo coloquial y a ratos también crudo de la mayoría de sus diálogos, más a  los clásicos americanos del género al estilo de Dashiell Hammett o Raymon Chandler que a esa otra novela negra de corte más europeo y comprometido con su entorno que representarían Manuel Vázquez Montalbán o el mismísimo Leonardo Sciascia. Estos últimos eran autores para los que la novela negra no era un fin en sí mismo, entretener con algún que otro apunte más o menos comprometido, por lo general de soslayo y poco más. Al revés, Vázquez Montalbán y Sciascia concebían la novela negra como un medio para dejar constancia de los males de su tiempo y entorno. De ese modo, las novelas de estos dos autores no sólo entretienen al lector con su trama negra, sino que además lo ilustran sobre uno o varios aspectos de la realidad de la época y el lugar en el que están ambientadas. Son novelas que ayudan a entender mejor ese tiempo y el entorno del que en la mayoría de los casos el autor es un testigo de excepción. No creo que se pueda decir lo mismo de las novelas de Guirado a excepción de algún que otro apunte local o mención del momento histórico en el que transcurren sus tramas, si bien casi siempre que de refilón. Tampoco creo que esa sea su intención, y aquí reconozco que tiene todo el derecho del mundo a concebir su narrativa como un mero, y además muy eficaz y primorosamente bien escrito, medio de entretenimiento, faltaría más. Pero, algo me dice a mí, como lector habitual de novela negra, que la exagerada profusión de novelas negras del tipo de las de Guirado está pervirtiendo precisamente uno de los fundamentos, acaso su principal atractivo, del género, y que no es otro que su valor como instrumento de denuncia de los aspectos más oscuros u ocultos de la sociedad y el momento histórico concreto en el que se desarrollan las tramas, esto es, su capacidad para sacar a la luz ese mundo turbio por lo general desconocido, o más bien desapercibido, para el gran público. Ya sabemos que hay quinquis y mafias de todo tipo, que todo lo que rodea en tráfico de drogas es muy chungo, que existen policías y políticos corruptos, que la violencia es una constante en nuestra sociedad y que puede saltar por y cuando menos te lo esperas. Pero, ¿por qué? ¿Quiénes? ¿En qué contexto político o económico? Si la novela negra renuncia a ser algo más que un mero entretenimiento, si ya sólo cuenta la efectividad, acaso también el arte o virtuosismo literario, con la que se engancha al lector a la trama, será que la novela negra se ha domesticado definitivamente sin otro horizonte que ocupar un espacio en las listas de los libros más vendidos, que ya no interesa como instrumento de denuncia, ni siquiera como testigo incómodo del mundo en el que se desenvuelven sus personajes. ¿Será esa la razón por la que se dice tanto de un tiempo a esta parte que la novela

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