lunes, 18 de diciembre de 2017

JOSEMA II


Hoy de buena mañana, y tras el trasnoche vinoso y tal, el empacho en casa de L&B, qué mano tiene en la cocina el anfitrión, qué mano, me despiertan unos tiros justo al lado de casa. Mi madre tiene la casa un tanto retirada del pueblo, todo lo que nos rodea es campo y el monte está al lado, también el bosque de Armentia y el coto que hay camino de Eskibel. Pues bien, no suele ser raro tener a unos putos escopeteros pegando tiros de cerca de casa. Sí, una cosa como para salir tras ellos corriendo al objeto de arrancarles la escopeta de la mano para metérsela directamente por el culo.`

El caso es que los tiros sonaban tan cerca que Lau, la perra de mi madre y que duerme con ella en el cuarto que habilitamos en la planta baja para que no tuviera que subir escaleras porque anda como muy descacharrada de achaques varios, se ha lanzado escaleras arriba hasta nuestra habitación y se ha puesto en mi lado de la cama. Y ahí he estado dándole unos cariños para que se tranquilizara, hasta que me han entrado ganas de ir al baño. Como el baño está en el dormitorio que era de mis padres y donde duermen ahora mis hijos, he visto que el canijo estaba despierto y entonces me he metido en la cama para lo de tener una conversación de padre a hijo; hemos estado hablando de los animatrónicos, todo un mundo. Y en esas que vuelve a aparecer Lau, que por lo que se ve me estaba buscando para sentirse protegida por el que debe creer que es el macho alfa de la casa y en ese plan. Y eso aunque yo aquí, como en todas partes, no pinto una mierda.

Luego desayunando en la cocina comento a mi madre y a mi señora cómo la pobre Lau se había cargado con su instinto animal décadas de lucha feminista y tal, y, era de esperar, va mi madre y me suelta:
-¡Deja de decir tonterías, Josemari!

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