martes, 5 de diciembre de 2017

MAÑANA DE DERROTA


Así como en la vida, también en FB debería uno reconocer sus fracasos, de vez en cuando. Anoche tocaba cena con unos amigos y me dio por preparar de segundo plato un bacalao Club Ranero, esto es, un bacalao al pilpil con una fritada de cebolla roja, pimiento verde y pulpa de choricero. Pues oye, toda la vida haciendo pilpiles, de chaval viendo sobre todo a mi padre hacerlos con verdadero mimo, porque para mi madre la cocina siempre fue una obligación y con ella no había ni cariño, ni emoción, ni nada de nada, y de verdad que la entiendo porque cuando cocinas a diario y por narices como yo hago acabas bastante harto, y ya luego servidor de mayor casi que uno por semana. Y ayer no sé qué hostias pasó que no emulsionaba la gelatina de los cojones ni para adelante ni para atrás. No sé si porque las tajadas no tenían la necesaria sustancia, cosa que dudo porque fueron de delicatessen, si porque no lo pude hacer en cazuela de barro como acostumbro porque no me vale ya con la cocina nueva esa de inducción que puso mi señora en casa, si metí la pata friendo el bacalao un poco al principio; en fin, que me tiré un buen rato con los invitados ya en casa meneando el puto bacalao y no había manera, con lo fácil y sobre todo rápido que me solía salir siempre, y todo ello, por supuesto, con los correspondientes juramentos e improvisaciones, que no estampé la cazuela en el suelo o la tiré por la ventana de la cocina de puro milagro, que tengo un pronto que... mejor me callo.
En fin, un desastre tan inexplicable como imperdonable que me sienta especialmente mal porque el pilpil es algo que me recuerda siempre a mi viejo en la cocina meneando la cazuela, muy de vez en cuando, cuando le daba por cocinar o más bien le dejaba mi madre ponerse en los fogones. Imágenes de no hace mucho en las que le veo cortando los ajos y la guindilla con una delicadeza inaudita. Eso y la cosa de estar media semana con la ceremonia de desalar el bacalao, algo que me retrotrae de inmediato a la infancia porque creo que en la cocina de casa siempre había una cazuela con bacalao desalándose y un chaval que metía el dedo para ver el grado de sal del agua mezclado con el sabor del bacalao, y que en cuando parecía que la cosa ya estaba a punto, y por supuesto que siempre a escondidas, le arrancaba a las tajadas discretos pedacicos de bacalao para comer en crudo. Una delicia, claro que a veces uno se emocionaba y... otro motivo de bronca, como si sobraran.
Pero bueno, como ya voy madurando a trompicones cada vez le doy menos importancia a la comida y más a la compañía, a lo que viene ser la charla y sobre todo a echar risas, si bien ayer se hablaron cosas muy serias. Eso y el autocontrol, un concepto que creía incompatible con mi harware: pero oye, dos botellicas de taninos durante toda una velada no está nada mal, menos sería ya caer en picado en esa cosa tan horrible de la abstemia, Dios nos libre y, sobre todo, nos dé salud para que se siga regenerando el hígado como hasta ahora.
Por lo demás, hoy ya se nota que el temporal ha remetido, luce un sol precioso, se puede salir en mangas de camisa a la terraza, casi echo una meada como suelo hacer en casa de mi madre entre los manzanos por pura inercia, ya hice la limpieza el viernes porque lo que holganza va a ser la palabra que caracterice el día, y allí a los lejos se ve la nieve que tanta morriña me provoca porque también me ha hecho tan feliz -anoche el asturiano al que dimos de comer decía que ellos la nieve la dejaban en las montañas; no como otros...-. Eso y que también me ha alegrado saber de buena mañana que el amigo Mk está de vuelta en casa, que no ha hundido el barco en el que navegaba ni se ha caído por la borda, después de dos duras semanas de brega con los dramas de verdad y no esta tontería del puto bacalao al pilpil.

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